jueves, 8 de septiembre de 2016

La costa italiana (VIII) :Nápoles, Pompeya(I)

Pompeya se mantiene en el imaginario contemporáneo como una mezcla de imágenes que fascinan, asombran y entristecen. Por un lado nos recuerda una ciudad próspera, bulliciosa y llena de vida, por otro las imágenes de la desgracia, de la hecatombe, de un sufrimiento repentino y de una muerte instantánea. Vamos a conocer el enclave que ha intrigado y maravillado a generaciones de arqueólogos, historiadores y visitantes anónimos. Entremos en la historia, en el momento en que la oscuridad avanzó rodando sobre la tierra.


Al contrario de otros lugares, en Pompeya las cenizas volcánicas han sido una bendición arqueológica, un milagro conservador, ya que durante las últimas fases de la erupción del Vesubio envolvieron a muchas de las víctimas y luego se solidificaron a su alrededor, dejando tras ellas cavidades con la forma de los cuerpos cuando la carne se descompuso. A partir de estos moldes, los especialistas han podido reproducir escenas que estaban teniendo lugar en el momento de la desgracia.

Pompeya, bajo los romanos era una ciudad ostentosamente próspera, una ciudad bendecida por la naturaleza y bien servida por sus habitantes. El comercio marítimo proporcionaba a la ciudad un aroma cosmopolita. Las vides plantadas en las faldas del volcán proporcionaban un vino dulce y aromático codiciado en todo el imperio, grandes rebaños de ovejas proveían de lana en abundancia y los olivos destilaban un aceite fino y de calidad superior.
Toda esta riqueza se invertía de nuevo en engrandecer la ciudad y llenarla de edificios imponentes, como el que vemos al entrar por la Porta Marina, el acceso actual a las excavaciones, la Basílica y el Templo de Apolo.


En el año de la erupción, se calcula que la población de Pompeya era de unas 20.000 personas. La ciudad estaba situada en una zona donde abundaban las villas vacacionales, y contaba con numerosos servicios.

Hoy resulta bastante fácil imaginar cómo transcurría la existencia en la ciudad gracias a las ricas mansiones, como las de los Vettii o los Tibertinus, las viviendas más modestas, las tabernas y las tiendas.


No nos cansamos de admirar construcciones como los templos que rodean el foro, o los lugares de esparcimiento como las termas ( una de ellas incluía un prostíbulo cuyas pinturas eróticas se han conservado), el teatro, el odeón o el anfiteatro.


Incluso se han encontrado algunos graf
fiti en las paredes, como el que proclama a los cuatro vientos: "Me he acostado con la sirvienta".


Dejando un poco a un lado la frivolidad, si nos centramos en su estructura, vemos que Pompeya tenía un área pública dominada por el foro, presidida a su vez por el templo de Júpiter al que acompañaba el de Apolo. Parece que la cercanía a la basílica, donde tenían lugar los casos legales amedrentaban a los convictos, no fuera a ser que el dios pillara sus mentiras...


Era típico ver en el foro mesas o banquetas donde los vendedores exponían sus productos al público, se colocaban en los bordes de la zona libre, junto a las columnatas y cuando llovía se trasladaban a los corredores, unos pasillos que estaban techados donde la gente paseaba y solía negociar.


En el foro había tablillas expuestas al público donde se escribía noticias importantes de la época, como el resultado de las últimas elecciones o la fecha de algún espectáculo, e incluso había gente que aprovechaba para exponer sus quejas o para hacer publicidad de su establecimiento


La figura que muestra la fotografía corresponde a uno de los últimos habitantes de Pompeya. A uno de los muchos que, ignorantes de la verdadera fuerza del Vesubio, se confiaron y no huyeron. El 24 de agosto del año 79 de nuestra era se produjo la gran ola de flujo piroclástico, una masa gaseosa de alta densidad que llegado a un cierto grado de concentración se deja caer sobre la tierra como un baño de magma ardiente. 


Firmemente sujeto por su collar y su cadena, este perro no pudo escapar cuando una lluvia de rocas cayó por el abierto techo de un atrio como la arena en un reloj al que se ha dado la vuelta. A medida que la ardiente piedra pómez se iba amontonando, el perro trepó tan alto como pudo. Cuando la cadena ya no daba para más, la ceniza lo envolvió.

La casa del Fauno es una de las residencias privadas más grandes de Pompeya y también la más lujosa.




Se supone que era la morada de P. Sila, sobrino del dictador Sila, quien tuvo la misión de organizar la colonia romana y de conciliar los intereses de los colonos con los de los antiguos habitantes.



En uno de los pisos de la casa se encontró una de las más grandes y bellas escenas realizadas en mosaico: la Batalla de Issos, entre Alejandro Magno y Darío III Codomano, que actualmente se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.


Volviendo a retomar la ruta por el Vicolo de Mercurio, encontramos esta curiosa fuente de la que todavía mana agua y que da nombre a la casa de la Fuente Pequeña. 




1 comentario:

  1. Impresionante... simpre que veo las fotos de Pompeia... tb me quedo de piedra...

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