martes, 3 de octubre de 2017

Cuba, la Perla del Caribe (III). Trinidad Colonial.

Y así vamos saliendo de La Habana. Primero perdiéndonos en el cinturón industrial de Casablanca, vuelta al centro por el túnel y escoltados por la poli hasta la salida de la ciudad. Amabilidad de la autoridad cubana. Mientras salíamos vamos viendo pedacitos de la ciudad que no recorrimos a pie...


 Como la Iglesia de Paula, considerada una de las más preciadas joyas del patrimonio habanero. Se encuentra ubicada al final de la Alameda de igual nombre y en la intersección de las calles Desamparados, San Ignacio y Paula, en la Habana Vieja. Luego de haber sido lugar para la meditación y el descanso, está convertida hoy en síntesis de todas las manifestaciones artísticas.

Hoy es sede de las presentaciones del excelente grupo de música antigua Ars Longa, que junto a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, organiza periódicamente el Festival Internacional de Música Antigua Esteban Salas, el cual ratifica a la capital de Cuba como plaza connotada para ese pentagrama en la región.


 Aquí la poli escoltándonos...

Preciosos y enormes edificios habaneros...

Y las consignas revolucionarias...



A la hora de salir de la capital, empezó a llover con mucha fuerza, muchísima fuerza diría yo. Así que los 400 km o 4 horas, se convirtieron en 7 en las que recogimos a 3 personas, estuvimos a punto de quedarnos sin gasolina mientras anochecía, casi metemos el coche en un charco del que no hubiera salido sin flotadores, nos perdimos en múltiples ocasiones, nos empapamos de agua....
Pero bueno, al final llegamos al hotel Brisas del Mar en Trinidad, donde prácticamente estuvimos encerrados dos días por el temporal. Afortunadamente era todo incluido y hubo momentos en los que pudimos salir a visitar la vecina Trinidad.
Cuando llegamos el hotel estaba con cortes intermitentes de agua y luz y la mayoría de los servicios suspendidos. Quien me conoce sabe que soy comprensivo y tolerante cuando viajo, así que no le dimos más importancia a la cosa y nos dedicamos a sacar lo mejor de la estancia. Así que fuimos a llevar las maletas a la habitación mientras nos devoraban los mosquitos, enloquecidos por el calor, la lluvia y la humedad.
Lo primero el baño:



Luego las camas... y el resto de la habitación, con cangrejos de la playa en la terraza, por donde en unas horas se nos inundaría la "chambre".





A pocos kilómetros de la ciudad de Trinidad se encuentra el hotel con una arquitectura e imagen que recrea las calles del centro histórico de la Villa Trinidad, Patrimonio de la Humanidad, rica en valores históricos culturales.

















Dispone de 241 habitaciones , 229 doble estándar, 10 junior suite, dos con facilidades para discapacitados. Todas con aire acondicionado, caja de seguridad, teléfono y TV vía satélite.









La comida no era nada espectacular, la verdad, y la bebida todo incluido era la típica de graduación bajita, o sea que puedes beber y beber y no te emborrachas. La pena era la playa del Ancón, una de las mejores de Cuba y estaba toda revuelta y llena de musgo y restos de árboles y arbustos.






El hotel estaba localizado en una prolongación de la costa, como La Manga del Mar Menor, en Murcia, pero rodeado de pantanos.

Por la noche apareció una ranita amarilla en el bar....

Pero se la comió el gato malandrín...

Al día siguiente hicimos una visita a la cercana ciudad de la Villa de la Santísima Trinidad. La ciudad de Trinidad se halla ubicada en la región central de Cuba, específicamente en el sur de la provincia Sancti Spíritus, y es la capital del municipio del mismo nombre. La Villa de la Santísima Trinidad fue la tercera villa fundada por la corona española en Cuba, a principios de 1514. La villa se fundó con la presencia del adelantado Diego Velázquez de Cuéllar, y fue evolucionando con rapidez, gracias a la actitud emprendedora de sus habitantes, lo cual le posibilitó ser una de las más prósperas de la mayor de las Antillas.




La labor de conservación y restauración emprendida por los especialistas de esta zona del centro sur de Cuba, y el amor que profesan a su ciudad sus habitantes, propicia que sea una de las ciudades coloniales mejor conservadas no sólo de Cuba, sino también de América. En 1988 la UNESCO inscribió en la Lista del Patrimonio Mundial el Centro Histórico de Trinidad junto al Valle de los Ingenios, zona donde prosperó el azúcar con la llegada de las familias Iznaga, Borrell y Brunet hacia la mitad del siglo XIX.








En 1518, zarpando del puerto de Trinidad, Hernán Cortés inicia su expedición hacia México. Trinidad era un asentamiento rico en oro, pero al agotarse este mineral se produce un gran despoblamiento como en el resto de la isla. A finales del siglo XVI solo quedaban seis familias españolas en la comarca. Con el descenso de la población nativa comienza la importación masiva de esclavos africanos. Para ese periodo la función estratégica de la ciudad portuaria es suplantada por su función económica.




Durante los primeros tres siglos de la colonia, la actividad económica fundamental fue el llamado "comercio de rescate", el contrabando con los corsarios y piratas del resto del Caribe, lo que provocó muchos problemas con el gobierno central de la isla. En la isla de Cuba, el siglo XVII se caracteriza por el desarrollo de la ganadería y las plantaciones de caña de azúcar y de tabaco. Aumenta la prosperidad de Trinidad paralelamente a la demanda española de productos de la ganadería y del tabaco.








A finales del siglo XVIII, se acelera el desarrollo agrícola cañero debido al floreciente comercio con el resto de las islas de la región y la entrada de gran cantidad de esclavos a las plantaciones, el Valle de los Ingenios se convierte en una zona altamente productiva, lo que genera la construcción de numerosos ingenios en los valles cercanos. Las ideas de la Revolución francesa y la independencia de el resto del continente tuvieron un gran impacto en Trinidad.
En el censo de 1827 se empadronan en Trinidad, sólo en el área urbana, 12.543 habitantes. En esta época comienza el auge de las grandes construcciones de diversos estilos (el Palacio de Borrell, el Palacio de Iznaga, el Palacio de Don Justo Cantero, el Palacio del Conde de Brunet y el Palacio de Bécquer). Diversos consulados se asientan en la villa y es visitada por gente del mundo entero.










El esplendor duró poco, pues se basaba en dos frágiles soportes: el trabajo esclavo, que constituye un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, y por otra parte, la sobreexplotación de los suelos y de los recursos energéticos comenzaron a incidir pronto en los bajos rendimientos agrícolas e industriales, en momentos en que otras producciones azucareras como la remolacha de Europa comienzan a ocupar mercado mundial. Se inicia así, a partir de la cuarta década del siglo XIX, la decadencia de la, hasta entonces, floreciente ciudad, que no puede ser evitada ni aún con el proceso de modernización que algunos potentados pretenden introducir en sus ingenios. Los terratenientes emigran hacia otras regiones más desarrolladas y de mayores perspectivas como Cienfuegos, Sancti Spíritus y Puerto Príncipe.





El descenso de los precios del azúcar en el mercado mundial genera una profunda crisis en el territorio. La ciudad se encierra en un estilo neofeudal y pierde los privilegios que había ostentado. A mediados del siglo XIX la Comandancia General del Departamento es trasladada a Puerto Príncipe. Los grandes azucareros consideran anexarse a los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos. Se producen alzamientos como el de Isidoro Armenteros, que es aplastado por las autoridades de la colonia. La Guerra de los Diez Años iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, llega con seis meses de atraso a la ciudad fuertemente militarizada.








Las acciones independentistas durante esta primera etapa de la lucha se limitaron a la destrucción de cafetales y plantaciones. Debido a la fuerte custodia de la ciudad, esta permaneció en lo fundamental fuera del conflicto bélico. Después del Pacto del Zanjón, durante la Tregua Fecunda que precedió a la contienda de 1895 organizada por José Martí, en Trinidad se conspiraba con gran fuerza. En julio de 1895 se producen diversos alzamientos independentistas en la zona como los de los generales Juan Bravo Pérez y Lino Pérez.
Luego de quedar virtualmente destruida por la guerra, con la intervención norteamericana los principales centrales de los terratenientes arruinados son vendidos a compañías de los Estados Unidos, lo que hace a la ciudad totalmente dependiente del mercado de la nación del norte.






Esta época marcó un aislamiento mayor para la ciudad debido a la carencia de caminos y carreteras que permitieran el acceso a través de las montañas que bordean la ciudad. Esto contribuyó a que, en el plano de la arquitectura, Trinidad permaneciera en una especie de congelamiento que la mantuvo lejos de las influencias del neoclásico y del Art Decó, estilos que inundaron La Habana o Santiago de Cuba. Debido a la pobreza, la ciudad se convirtió en una de las de mayor índice de emigración, tanto hacia otras regiones de la isla como hacia el extranjero.
En 1936 se inicia la construcción del sanatorio antituberculoso de Topes de Collantes y luego se inician las obras para comunicar Trinidad con las ciudades del resto de la región central. Las carreteras a Sancti Spíritus (inaugurada en 1950) y a Cienfuegos (1952), garantizaron la comunicación de la ciudad por vía terrestre con el Occidente y el Oriente del país.


Al llegar al poder Fulgencio Batista, se instaurará una dictadura militar. Comienza entonces la etapa de la subversión y de las grandes manifestaciones políticas. En 1957 se producen los primeros alzamientos de los jóvenes de la ciudad. Las acciones de las guerrillas dejan incomunicada varias veces a Trinidad con el resto del país por vía terrestre.
La ofensiva final revolucionaria comienza el 28 de diciembre de 1958 comandada por Faure Chomón, que ocupa el aeropuerto y el ayuntamiento. Dos días más tarde se rinde la Cárcel Real, último bastión del ejército batistiano.

En 1988 el Centro Histórico de Trinidad y el Valle de los Ingenios son declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. El Período Especial sorprende a Trinidad encaminada a la construcción hotelera y de servicios, por lo que solo afectó a la agricultura y a la producción mercantil, que disminuyó. El boom del turismo y la apertura llegaron en los años 1990, como en el resto de la isla. Se edificaron numerosos hoteles, restaurantes y centros de servicios especializados, el ecoturismo en las montañas cercanas despegó al final del decenio. En 1998 se funda la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad, bajo la dirección de Roberto López Bastida, entidad con personalidad jurídica propia subordinada al Consejo de la Administración Municipal, que se apoya en el financiamiento de las diversas agencias turísticas-hoteleras y el resto de las empresas que radican en el municipio, lleva adelante los planes de restauración y conservación de la ciudad y el Valle de los Ingenios.
 Un ejemplo del rescate y florecimiento de las tradiciones artesanales lo constituye Trinidad, donde más de mil artesanos trabajan la cestería y otras artes manuales heredadas de sus antepasados, este arte alcanzó su mayor auge entre los siglos XIX y XX. La cestería ha cobrado vida gracias a las posibilidades de una rica naturaleza proveedora de excelentes fibras vegetales con las que se confeccionan ánforas, cestos y muebles, mientras que variedades como el macusey, el tibisí, la malangueta y la yagua son empleadas en jabas, cesteras y paneras.

Todos, el turismo de sol y playa, el que promueve los valores culturales más autóctonos, y el ecoturismo, hacen un conjunto inapreciable, al que se une una especial propuesta: el Valle de los Ingenios, también incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1988, donde subsisten restos de antiguas industrias azucareras coloniales y barracones y enterramientos de esclavos, además de antiguas casonas coloniales campestres, un verdadero museo a cielo abierto, rodeado de grandes plantaciones cañeras.

Al visitante que llegue a la ciudad de Trinidad, sus moradores le recomendarán la taberna La Canchánchara, ubicada en una casona que refleja la antigüedad de la comarca, de coherencia ambiental inalterada por los años.
Según los historiadores el local se remonta a 1735, fecha que coincidió con la estancia en Trinidad del constructor Tomás Jiménez, un artista en el oficio de los techos. Realmente es impresionante el amplio inmueble, el cual dispone de una pieza abierta en un portal, sostenido con horconaduras. Se considera una de las edificaciones más antiguas de la ciudad, donde se combinan elementos arquitectónicos de tres siglos.



Pero fue a partir de 1984, a partir de una restauración, que devino centro turístico. Es común encontrar en el sitio, especialmente en la temporada invernal a viajeros de diversas partes del mundo, “embrujados” con la auténtica música cubana en un entorno, que en la Santísima Trinidad, coexiste armonía y arte .



La Canchánchara, perteneciente al Grupo Empresarial Extrahotelero Palmares, es un local pleno de cubanía. Desde que el visitante arriba al centro comienza a escuchar unos hermosos boleros, especialmente de la autoría del compositor y músico Miguel Matamoros
El nombre responde a bebida criolla, que no se sirve en jícara, como en otros siglos, pero sí en una vasija de barro, que armoniza con el trago, preparado a base de aguardiente de caña, miel de abejas y zumo de limón. La canchánchara, la bebían los mambises del Ejército Libertador Cubano, durante su lucha contra la metrópoli española, en el Siglo XIX, para minimizar los efectos del frío o protegerse de las diversas enfermedades respiratorias en tiempos de guerra, tradición que pervive, en la villa.

Y vuelta a llover..

Así que de vuelta al hotel y a seguir bebiendo y comiendo...

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