jueves, 5 de junio de 2014

Exótico Marruecos ( y V)

Y volvimos finalmente a Marrakech. Aún nos quedaba un día, así que decidimos hacer una excursión opcional a Essaouira.
Estamos lejos de los fastos de Marrakech y de las noches animadas de Agadir. Llegar a Essaouira –pequeño enclave de poco más de 70.000 habitantes– además de la posibilidad de hacerlo por vía aérea, tiene como base Agadir o Marrakech. Desde Agadir, la ruta serpentea entre campos de arganeros, cuando no bordea la costa, con playas espectaculares o se empina en subidas sinuosas. Desde Marrakech, la ruta es mucho menos espectacular, salvo algún tramo en el que nos creeríamos perdidos en un paisaje lunar de pedruscos, colinas y soledades.
En Essaouira todo es calma y tranquilidad, apenas el ruido del viento azotando las murallas y las gaviotas que a horas bien tempranas, levantan el vuelo, entre estridentes graznidos, para ir a pescar su pitanza. A pocos kilómetros de la llegada puede observarse la bahía desde un mirador de piedra. La ciudad se estira a nuestros pies y mar y cielo se confunden en la lejanía.

Primero un paseo por el puerto....


Desde el puerto se llega a la magnífica playa de 10 kilómetros de arenas finas, cuyo principal obstáculo al baño son los vientos que rebajan la temperatura y hacen complicado nadar.

Su sobrenombre de “La ciudad del viento” o “La ciudad de los alisios” se debe a la omnipresencia de éstos, que hacen las delicias de todos los aficionados a deportes como el surf, windsurf y kite surf que se reúnen en las playas de los alrededores para practicarlo y para los que este lugar es un auténtico paraíso.

El Cherki, alisio del noreste, sopla entre marzo y noviembre. Otros vientos que soplan en la ciudad son el ghibli, viento del desierto, el bise, viento del este, el harmattan, viento del norte que transporta arena en suspensión y el taros, viento cargado de humedad que viene del mar.




Essaouira está dividida en dos: por un lado la ciudad nueva, alrededor de la vieja. Por otro, la medina o ciudad antigua, recogida entre las murallas. La muralla tiene tres puertas de acceso que durante siglos se cerraban con la puesta de sol.

Essaouira no tiene especiales monumentos que llamen la atención. La ciudad son sus murallas, sus callejuelas, las torres de vigilancia, las monumentales puertas de acceso, los muros encalados que le dan un toque mediterráneo, las ventanas azules, la sorpresa en la escultura de cada puerta laboriosamente trabajada, las tiendas primorosamente decoradas, los talleres de artesanos y pintores.



Los portugueses, viajantes y “vanguardistas” en descubrimientos de las tierras lejanas, invadieron la costa marroquí en el siglo XV, extendiendo así la Reconquista al país africano. Essaouira fue conquistada entonces junto con Sebta (Ceuta), Agadir (Santa Cruz de Cap de Gué), Melilla, Asilah, Larache, Casablanca y El-Jadida. Fueron los portugueses quienes alzaron las primeras fortificaciones de la ciudad, como la famosa Scala.


Essaouira fue la bereber Amogdul (“la bien guardada”), más tarde, en portugués Mogdura, en español Mogadur y en francés Mogador. Hoy en día mantiene su denominación árabe.
Es una pequeña ciudad con actividades pesqueras y turísticas.


Esta ciudad mantiene hasta hoy su belleza y estructura medieval (que ha servido como escenario de películas ambientadas en dicha época tales como el Reino de los Cielos y otras clásicas como Otello de Orson Welles) en muy buen estado de conservación.


Dentro de las murallas hay tres barrios distintos: La Kasbah, la Medina y el Mellah. Por bab Sbaa se accedía al barrio de la Kasbah, el más antiguo y en el que habitaban los dirigentes y los próximos al sultán, la aristocracia o makhzen. Más al norte se encuentra Bab Doukkala y al este, Bab Marrakech, que se abre sobre la ciudad nueva. En 1869 el sultán Ben Mohamed hizo edificar una nueva Kasbah.


La Medina se construyó entre los siglos XVIII y XX y está atravesada por dos calles principales, una que une Bab Doukkala con el puerto y la otra que une Bab Marrakech con el mar.


En el Mellah se concentraban los judíos, a los que el sultán concedió el título de “comerciantes reales” y a los cuales –además de exigir ciertos impuestos especiales debido a su condición– dio también privilegios de tipo político y económico.


Sin llegar a tener la espectacularidad que podemos admirar en Marrakech, en Essaouira, se conservan muchas de estas casas tradicionales con patio central y galerías.

Essaouira es conocida por ser una ciudad de artesanos y artistas. A partir del siglo XIX con la aparición de la marquetería, los artesanos realizarán maravillosas obras en madera de tuya con incrustaciones de limonero, de nácar, de ébano, hueso de gacela o camello y marfil, incluso de hilos de oro o aluminio. De esta madera se utilizan principalmente las raíces, que son las que proporcionan las mejores piezas. La mayoría de las plantaciones se encuentran hacia unos 10 kilómetros fuera de la ciudad.

Al igual que muchas otras ciudades árabes, caracterizada por medinas, casbahs y similares centros históricos, Essaouira padece problemas tales como sobrepoblación, deterioro de sus edificios e insuficiencia de infraestructuras. Sus zonas históricas representan un patrimonio cultural e histórico que se encuentra amenazado. Las migraciones rurales hacia este pequeño centro urbano conducen a la tensión económica y social que deteriora la calidad de vida. Sin embargo, Essaouira es una ventana mágica al patrimonio cultural de Marruecos y un centro de creación artística, especialmente en lo que se refiere a escultura y pintura.

Situada en una bahía rocosa de la costa, Essaouira se asoma al mar embravecido, protegida por sus murallas que sirven también como resguardo de los vientos. La bella ciudad atlántica marroquí vive un nuevo esplendor y surge como faro del Marruecos más vanguardista y artístico. Aún protegida de las olas del turismo de masas, Essaouira es una ciudad para pasear, meditar y soñar.



La Plaza Moulay Hassan es la mayor de la ciudad, donde se concentran varios cafés con terraza en los que habitantes y turistas se reúnen para charlar. Desde ella, por la extensa calle principal de la ciudad, la Sidi Mohammed Ben Abdellah, se llega al barrio del Mellah.

A la llegada de los barcos con el pescado fresco, los tenderetes de comida se ponen a funcionar, las barbacoas se improvisan con las últimas capturas de sardinas, langostas o gambas aún vivas.
Y las gaviotas no iban a ser menos....por eso forman este friso en lo alto de la lonja de pescado.


Y nos vamos de Essaouira, no sin antes ver la típica estampa de las cabras sobre los árboles de argán.
Si hay un producto que define la gastronomía de la ciudad es el aceite de argán. Fruto del arganero, cuyos campos se extienden en los alrededores de Essaouira. El argán se ha extraído desde épocas remotas de forma artesanal .Los bereberes, además de utilizarlo en la composición de numerosos platos, le asocian propiedades curativas y de belleza.

Tradicionalmente los frutos del arbusto, muy parecido al olivo, se daban de comer a las cabras que lograban disolver la cubierta extremadamente dura y lo expulsaban en sus excrementos. De estos se recoge la semilla, se abre, se tuesta ligeramente y posteriormente se prensa para la obtención del aceite. En algunas cooperativas femeninas el proceso está cambiando y los frutos se recolectan directamente del árbol.

Además de utilizarlo en ensaladas, tajines e incluso sólo mojado con pan, el aceite de argán entra en la composición de uno de los platos típicos de la región: el amlou, junto a las almendras molidas y la miel.

Y para terminar el viaje a este maravilloso país, enseño dos fotos del hotel antes de marcharnos.
¡Adiós Marruecos! وداعا 
المغرب

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