viernes, 5 de febrero de 2016

Fascinante India ( y V)

La tumba de Akbar en Sikandara es uno de los atractivos turísticos más importantes de Agra. El emperador Akbar inició la construcción de este sepulcro, que se completó más tarde gracias a su hijo Jahangir. Esta preciosa tumba es una gran mole construida en estilo Indo-sarraceno con una variedad de exquisitas esculturas y diseños que lo cubren. La tumba se jacta de una puerta enorme llamada Buland Darwaza, que se inspiró en su homónima famosa en Fatehpur Sikri. La decoración de la puerta de enlace es sorprendentemente audaz, con sus mosaicos de gran tamaño. La tumba de Akbar en Sikandara está rodeada por un hermoso jardín cercado en  estilo charbagh.





 
La puerta de entrada está adornada con cuatro espléndidos minaretes y muestra el gran trabajo de incrustación de mármol blanco sobre la piedra arenisca roja. También se pueden observar algunas ornamentaciones caligráficas muy bien ejecutadas que constituyen un deleite para los ojos. Una terraza abierta contenida entre grandes paneles se suma a la belleza austera de esta estructura única.  Pinturas de estuco en oro, colores azules, marrones y verdes adornan el pórtico delante de la tumba, en el sótano. Muy cerca se encuentra la tumba de Mariam Zamani, madre de Jahangir.




 
Orchha ocupa un espectacular emplazamiento en una isla rocosa, en la que rodea el río Betws. Fundada en 1531, fue la capital de los reyes Bundela hasta 1738, cuando la abandonaron y se trasladaron a Tikamgarh. Hoy sólo se pueden admirar palacios en ruinas, pabellones, murallas y puertas, un conjunto al que se accede desde la ciudad por un impresionante paso elevado de doce arcos.
Los tres palacios principales forman un todo simétrico y son el Raj Mahal, Jahangiri Mahal y Rai Praveen Mahal.
Dominan la ciudad antigua tres hermosos templos Ram Raja, Lakshmi Narayan y Chaturbhuj. Esta última singular fusión de fortaleza y templo está consagrado a Visnú y alberga enormes salones arqueados para los cánticos de los fieles.
A lo largo del Kanchana Gaht están los 14 bellísimos cenotafios de los gobernantes de Orchha que, junto con los numerosos pilares sati expuestos en el museo de Jahangiri Mahal, son un legado del pasado feudal de Orchha cuando las reinas practicaban el sati (dejarse incinerar en las piras funerarias de sus esposos).









 Los chhatris junto al río, son una solemne hilera de cúpulas y agujas de color siena cubiertas por la maleza, son sin duda las ruinas de Orchha que mayor melancolía desprenden. Los catorce cenotafios o chhatris son monumentos funerarios dedicados a los antiguos soberanos de Bundelkhand, se contemplan mejor desde el estrecho puente o, aun, desde los cantos rodados que hay en la orilla opuesta del río Betwa. Magníficos palacios, templos, cenotafios, y la belleza sin domar de un un pueblecito en medio de la selva.

Orchha indudablemente fue  una increíble y atractiva pausa en nuestro viaje.   






 
Conjunto monumental de Khajuraho
Este conjunto monumental está formado por tres grupos diferenciados de templos construidos en el periodo de apogeo de la dinastía de los Chandella (950-1050). Sólo subsisten unos veinte pertenecientes a dos religiones distintas, el hinduismo y el jainismo. Su característica principal es el perfecto equilibrio logrado entre las formas arquitectónicas y las esculturales. El templo de Kandariya está ornamentado con un gran número de esculturas que figuran entre las más grandes obras maestras del arte indio.







 
El complejo de Khajuraho representa una creación artística única, tanto por su arquitectura original en cuanto a la decoración esculpida de sorprendente calidad, compuesta por un repertorio mitológico de numerosas escenas susceptibles de diversas interpretaciones. Sacra o profana, Khajuraho es una de las capitales de los gobernantes de Chandela, una dinastía de origen Rajput, que llegó al poder a principios del siglo X y alcanzó su apogeo entre 950 y 1050. De los 85 templos que se construyeron en Khajuraho durante el período de Chandela (y que eran todavía resplandecientes cuando el gran viajero Ibn Battuta las visitó en 1335), todavía existen 22, distribuidos dentro de un área de unos 6 km2.
Como monumentos de dos religiones distintas, el brahmanismo y el jainismo, los templos de Khajuraho, no obstante, se distinguen por una tipología común: comprenden una subestructura elevada, sobre la cual se eleva el cuerpo del edificio ricamente decorado, la 'jangha', cubierto con varios registros de paneles esculpidos en el que se abren galerías de trabajo abierto, coronado por una serie de torres incluidas con contornos curvilíneos, el Sikharas.










 Los más altos se encuentran en el Santuario de la divinidad. Cada una de estas torres, que es característica de los templos de estilo de Nagera, simboliza la 'montaña cósmica' o Monte Kailasha. 







 
Influenciados por la escuela de pensamiento tántrico, los Reyes Chandela promovieron diversas doctrinas tántricas a través de monumentos reales, incluyendo templos. Los escultores de Khajuraho representaron todos los aspectos de la vida. La sociedad de la época creía en el franco y abierto tratamiento de todos los aspectos de la vida, incluyendo el sexo. El sexo es importante porque el cosmos tántrico se divide en el principio masculino y femenino. El masculino tiene la forma y el potencial, mientras que la hembra tiene la energía. Según la filosofía hindú y tántrica, uno no puede lograr nada sin el otro, como manifiestan todos los aspectos del universo. Nada puede existir sin su cooperación y convivencia. Según los antiguos tratados sobre arquitectura, las representaciones eróticas eran reservadas para determinadas partes de los templos. El resto del templo fue profusamente cubierto con otros aspectos de la vida espiritual y secular.


Y llegamos a mi ciudad favorita, Benarés...

Fuimos rápidamente al hotel para luego tomar un primer contacto con la ciudad.

 Benarés tiene un poder especial: siempre sorprende, aunque se haya visitado multitud de veces. Es la ciudad más hindú de la India, la más antigua también, una urbe donde perviven rituales que no han sufrido modificación a lo largo de los siglos y que se encuentran casi siempre vinculados al Ganges, el más sagrado de los ríos.







 
Al principio tantas miserias y alegrías son chocantes, no puedes dejar de mirarlo todo, de vivirlo todo. Benarés me atrapó como lo han hecho pocas ciudades en el mundo. Sin embargo, vi turistas que se marcharon a las pocas horas de haber llegado, incapaces de soportar el choque con esta ciudad arcaica y misteriosa. Otros, sin embargo, quedan subyugados por el espectáculo que ofrecen sus callejuelas y la vida en sus ghats, esas escaleras monumentales de piedra que se hunden en las orillas como raíces gigantescas, sellando así la unión de Benarés con el Ganges, el más sagrado de los ríos. La mayoría de los peregrinos que se bañan al amanecer han caminado por toda la India durante semanas o meses para venir a sumergirse en estas aguas sagradas y purificar así su cuerpo y su alma. Cada cual aporta como ofrenda una lamparita de aceite, el símbolo de la luz que acaba con las tinieblas de la ignorancia. Inmersos hasta la cintura en las aguas, permanecen inmóviles, completamente absortos en sus oraciones.









 Las mujeres, envueltas en saris empapados, ofrecen guirnaldas de flores al Ganges. Grupos de fieles se sumergen durante largo rato; luego se frotan el cuerpo con jabón, se enjuagan la boca y escupen. Sentados en la orilla, los ancianos –las piernas cruzadas, los ojos cerrados– están ensimismados en sus meditaciones, ajenos al trajín de hombres, vacas, burros y cabras que pasean por arriba. Varios santones salmodian un mantra ritual. Gruesos brahmanes recitan ante un círculo de fieles versos de las escrituras védicas. Estudiantes practican ejercicios de yoga y de control de la respiración. Todos esperan la renovación del milagro diario, la aparición del disco de fuego que surgirá de las entrañas de la tierra, el sol, fuente de la vida. Cuando su aureola despunta en el horizonte, las cabezas se giran con fervor. Luego, para agradecer el milagro, los fieles le hacen al sol una ofrenda de agua del Ganges, dejándola correr lentamente entre las manos entreabiertas, en un gesto de adoración.








En lo alto de los "ghats" bulle el drama terrestre de la vida y de la muerte, lo que hindúes y budistas llaman samsara. Desde la perspectiva del agua, la visión es distinta: una visión de liberación. Como La Meca, Jerusalén o Roma, Benarés es un faro que atrae a hombres ansiosos de eternidad. Desde hace 2.500 años, peregrinos y sabios como el Buda Gautama, el hindú Mahavira o Shankara han venido aquí a transmitir sus enseñanzas. Es la ciudad de la fe. "Benarés es más antigua que la historia, más antigua que la tradición", escribió Mark Twain. La continuidad de sus tradiciones culturales y religiosas es su rasgo más extraordinario, y el que la sitúa en un lugar aparte de las demás ciudades del mundo. Aquí, poco ha cambiado desde el siglo VI a.C. Si nos aventuramos a imaginar la Acrópolis de Atenas viviendo al son de las tradiciones rituales de la Grecia clásica, nos podemos hacer una idea de la increíble tenacidad de la vida de Benarés. Hoy en día, la vida en Atenas o Jerusalén transcurre de manera distinta a los tiempos de la antigüedad. Lo asombroso de Benarés es que aquí la vida sigue prácticamente igual.

Morir en Benarés es para todo hindú la bendición suprema. Si la muerte le sorprende en un perímetro de sesenta kilómetros alrededor de la ciudad, Shiva, su divinidad tutelar, lo libera del ciclo perpetuo de las reencarnaciones y permite que su alma se funda para la eternidad en el paraíso de Brahma, el dios supremo, el que simboliza el principio de la creación del universo. Es la razón por la que tantos hindúes, al sentir su fin próximo, viajan hasta aquí para recibir a la muerte.
 Siempre resulta sobrecogedora la visión de la explanada donde arden las piras funerarias; un decorado de fuego, humo y muerte. Los empleados de la cremación pertenecen a la casta de los doms, la más baja e impura, porque sus miembros viven del comercio de la muerte. Son hombres de piel oscura, delgados pero capaces de llevar en brazos gruesos haces de leña, de colocar largos troncos y de preparar nuevas piras. El jefe de los doms parece un director de orquesta, la gran orquesta de la cremación, el ejecutor de las pompas que preparan a los hindúes para la inmortalidad. Se mantiene siempre cerca del símbolo de su poder y de su rango, un altar en forma de fuente donde arden las brasas del fuego que usa para prender las piras funerarias, y del cual él es el supremo guardián. Camillas de bambú llegan sin cesar, cada una con un cuerpo envuelto en sudarios de color o blancos. Aparentemente insensible al macabro espectáculo y al olor de carne quemada, la gente va y viene de hoguera en hoguera. Sobre los peldaños, los barberos afeitan meticulosamente la cabeza de los parientes de los muertos, mientras las familias cantan mantras y pandas tripudos discuten el precio de sus servicios sacerdotales. Vacas, burros y cabras se comen las guirnaldas de flores sobre los lechos mortuorios; perros color ceniza buscan algún hueso que haya escapado a la incineración; los cuervos vuelan en picado para atrapar residuos.

 
Sorprende que no haya escenas desgarradoras, ni llantos descontrolados. La tranquilidad y hasta el silencio con el que se realizan las cremaciones resulta chocante para un occidental. Pero lo que puede parecer una falta de reverencia o de emoción frente a la muerte no es más que un aspecto de la fe hindú. Para ellos, el final de esta vida no es más que el principio de la siguiente. Además, existe la creencia de que llorar trae mala suerte al difunto: es como un lastre que obstaculiza su liberación total. Porque Benarés, cada día, quiere ofrecer a sus muertos la liberación suprema.

 
Mágica e inconmensurable, la India continuará inmutable, como lleva haciéndolo desde el principio de los tiempos.

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