miércoles, 4 de diciembre de 2013

Soria, la noble desconocida (yIV)

Dejemos atrás el casco histórico, donde se arremolinan los edificios, plazas y paseos para bajar al río, a ese Duero que no puede ni quiere separarse de Soria, que la ennoblece y embellece. Crucemos el puente de piedra disfrutando del agua que discurre plácidamente a su encuentro con el mar y llegaremos a la que quizá sea la meta más ansiada de todo visitante de la ciudad.


Tras unos muros se esconde el maravilloso claustro del monasterio de San Juan de Duero, decenas de arcos se mantienen en pie gracias a la maestría constructora de los canteros que los dotaron de una belleza única y serena, diferente en cada uno de sus lados, y que irremediablemente nos transportan a los lejanos países del Oriente Medio, quizá por influencia de las Cruzadas, ya que la orden que lo mandaron levantar eran los Hospitalarios de San Juan de Acre.




Arcos y más arcos, apoyados sobre dos, cuatro o ninguna columna en un alarde de maestría arquitectónica que no tiene igual en el mundo. Capiteles poblados por arpías, demonios o frondosos arbustos exóticos. Todo parecía poco para embellecer el claustro. Y realmente consiguieron otorgarle una belleza eterna, que ha resistido al embate del tiempo y de los elementos hasta llegar a nosotros.
Recorramos todo su contorno hasta llegar a una iglesia, que aunque ejerce de actriz secundaria también posee una belleza singular.
Quizá sea por las cúpulas( también de influencia oriental), los dos originales templetes que custodian el desaparecido altar mayor, o las tumbas medievales de caballeros y religiosos de rango que se ubican cerca de las paredes del templo. O quizá sea por su sencillez, tan en contraste con la exuberancia que derrocha el claustro. No estoy seguro, pero quizá el lugar tenga algo más que un alma religiosa, como si hubiera traído consigo de Oriente no solo el arte, sino también la leyenda.
Con sus empinadas calles, sus edificios que parecen decorados para una película de corte medieval, el escenario del Moncayo, a cuyos pies se levanta, y la nobleza de sus edificios, Ágreda se ha convertido en obligada visita para todos los que pasean las tierras sorianas.
Ya desde un principio despuntó maneras en aquello de ser protagonista de la historia. Primero por ser crisol de culturas, donde se mezclaron durante siglos las comunidades cristiana, islámica y judía; segundo por su merecida fama en cuanto a artesanía castellana se refiere ( alfarería y cantería sobre todo) y tercero por ejercer de diplomática entre los reinos de Castilla y Aragón y los de taifas.
Ahora, lejanos los tiempos de gloria, Ágreda mantiene orgullosa muchos de los rincones que la hicieron célebre, como la Sinagoga, vecina de la Iglesia de la Peña, o el templo de San Miguel, aparte de varios conventos, una Plaza Mayor de ayuntamiento renacentista y varias puertas de la época califal.


Como en una marmita, se combinan y mezclan elementos de las tres culturas a cada paso que damos por la villa. Se intentan recuperar con algo de éxito los antiguos oficios medievales aunque si por algo es conocida también la pequeña ciudad, es por la magnífica calidad de sus embutidos, curados al aire del Moncayo. Y en eso, si que no tiene rival.
Fue una pena que el palacio estuviera cerrado a nuestro paso por Ágreda, ya que habíamos leído auténticas maravillas sobre su historia, sus jardines y sus leyendas. Pero bueno, como hay que conformarse con lo que el viaje nos ofrece, al menos disfrutamos de su vista exterior que daba muchas pistas sobre lo que nos habíamos perdido.



Las piedras de su fachada nos hablaron de lo imponentes que fueron, del ánimo de la familia Castejón al levantarla para hospedar a nobles y reyes que pasaran por la villa cuando era frontera con los reinos del Islam. Sin desmerecer la sangre azul de antaño, hoy el edificio alberga dependencias municipales que engloban una biblioteca, la escuela de música, un centro cultural, una sala de exposiciones, la ludoteca, y todo lo que se tercie, porque espacio le sobra.





Pero no todo fue un camino de rosas para el palacio, ya que tras su época de esplendor a comienzos del siglo XIX, sufrió tal abandono que lo convirtió en escuela, cárcel, juzgado y...¡viviendas!.
Ya sólo con estas historias y con la hermosísima fachada del palacio nos quedamos satisfechos. Pero dentro guarda otros tesoros que debemos dejar para una visita futura.
Muy alta nos pareció la Iglesia de Nuestra Señora de los Milagros de Ágreda, con un impresionante pórtico, liso, simple, pero que parece desafiar a la gravedad. Me recordó, permítanme la asociación de ideas, a cuando de pequeño intentaba hacer una pared muy alta de legos de colores y al final acababa partiéndose a la mitad y cayendo hacia adelante.
Pero claro, los constructores del templo no eran niños, ni los bloques de pesada piedra eran ladrillos de plástico, sino que ellos supieron poner toda su maestría en levantar un templo digno de la venerada y milagrera imagen, escoltado por dos recias y potentes torres. Dentro es igual de impresionante y sencilla, con paredes desnudas adornada por algún que otro retablo de gran valor.



Pero lo que realmente llama la atención de los fieles es la leyenda que a continuación les narro:
Cuenta ésta, que un pastorcillo cuidaba de sus ovejas junto a un río, cuando entre los destellos del agua vio aparecer la imagen de una refulgente dama. De repente la dama desapareció y en su lugar el pastor halló una caja con la imagen de la Virgen. La montó en una yegua que pacía cerca y la llevó al pueblo.

Una vez allí, se convirtió en patrona del mismo obrando muchos milagros, siendo el más importante el que se refiere a que la virgen, sacada en hombros por las calles en un día de fiesta, se inclinó ante una de las casas y la puerta principal se abrió de repente, sola. Dentro estaban trabajando un tal Medrano y su ayudante, dos musulmanes que no habían respetado el día santo. Inmediatamente y sintiéndose descubiertos, se convirtieron al cristianismo.
La virgen sólo sale en procesión por motivos muy señalados, de hecho en el siglo XX lo hizo en 6 ocasiones, para lo que es necesaria la autorización de los Marqueses de Velamazán y mediante acta notarial se registra tanto la salida como la entrada de la virgen.
Así de cuidada y mimada la tienen. No es de extrañar porque es una Virgen realmente hermosa y su templo es un castillo que la guarda con celo.

Con el mismo celo que debemos guardar en nuestra historia las hermosuras que nos regala la tierra soriana, fría pero de corazón caliente y gente cálida y acogedora.

martes, 3 de diciembre de 2013

Soria, la noble desconocida ( III)

Pasear sin prisas por la bella Soria es un placer que no mucha gente ha disfrutado. Gozar de una ciudad moderna y actual, que no ha dejado atrás su pasado histórico y artístico, que nos echa al camino sus joyas y sus virtudes, que alterna la juventud de sus estudiantes con la sabiduría de sus mayores en una mezcla perfecta y encantadora es una experiencia que obligatoriamente debemos vivir.

Y sin lugar a dudas, el imán que atrae a todos los paseantes de la ciudad, ya sean propios o extraños, es la exquisita Alameda de Cervantes.



Junto al siempre ajetreado paseo del Espolón, este parque que se abre en forma de cuña a la Plaza de Granados, se va ensanchando hasta conseguir un tamaño considerable que invita al paseo y al disfrute de este pulmón verde en medio de la ya de por sí tranquila ciudad.

Como una tela de araña, sus caminos y senderos van tejiendo una red que nos conduce de uno a otro periodo histórico de la ciudad, mostrándonos la belleza gótica de la Ermita de la Soledad a la que acuden los sorianos para rezar a su Cristo del Humilladero, el árbol de la música ( que no es el original ya que el viejo olmo murió de grafiosis) roble que sostiene un templete donde aún se interpretan piezas musicales en determinadas ocasiones, varios bustos a ilustres sorianos como Mariano Granados o Francisco García Muñoz o la preciosa Fuente del Campo.





Según nos dicen los sorianos con los que nos cruzamos, siempre amables y orgullosos de poder mostrar su ciudad a los visitantes, en primavera, la pradera superior se engalana con las fragantes rosas que encuentran en la antigua dehesa un hábitat perfecto.




Por eso nos prometemos que la próxima vez que volvamos a Soria será en primavera, ya que si bajo la nieve es hermosa, debe lucir como el oro bajo el sol primaveral.
Muchos esperan al llegar a Soria, encontrarse con la famosa Plaza Mayor. La esperan grande, como grande es el corazón de los sorianos, pero se encuentran con un espacio que no presume de su tamaño, sino de su belleza.
Ya fue en sus tiempos, aunque menos ahora, núcleo de la vida soriana del barrio antiguo allá por la Edad Media. Con el paso del tiempo ha cedido protagonismo a otras plazas, como la de Granados o la de Acena. No le importa, porque sabe que celosamente guarda hermosos rubíes como la Casa de los Doce Linajes, actual Ayuntamiento, que recibe este nombre por haber sido sede de los doce caballeros pertenecientes a otras tantas familias nobles de Soria que ostentaban el poder desde la Edad Media. Si nos fijamos bien, el escudo que los representa es una rueda con otros tantos blasones a su alrededor y el del rey al centro. Muy parecido a la leyenda de Arturo y sus caballeros.





Al otro lado tenemos el curioso edificio de la Audiencia, consistorio, juzgado y cárcel con el devenir de los siglos y al que cantaría Machado en uno de sus más famosos poemas que me permito citar aquí: "¡Soria fría! La campana / de la Audiencia da la una./ Soria, ciudad castellana/ ¡tan bella! bajo la luna!”.
Imposible definir mejor la esencia de Soria en tan sólo unos versos.





Antes de irnos de tan artística e histórica plaza, no olvidemos regalar unos minutos a la iglesia de Santa María la Mayor y por supuesto a " La Viajera", como llaman los sorianos a la Fuente de los Leones, por haber sido levantada en primera instancia en la Alameda de Cervantes para luego ubicarse en el Cerro del Castillo y pasar un temporada en los almacenes del ayuntamiento, hasta encontrar su asiento definitivo en la Plaza Mayor.
Otros edificios antiguos y nobles, otros modernos pero no exentos de belleza rellenan el espacio que conforma la plaza. No desentonan unos con otros, al contrario, parece que tienen una relación muy cordial entre ellos, casi confidente, como si los observados fuéramos nosotros... y no ellos.
Si bien los cimientos eran fuertes, no así lo eran las paredes que formaban la antigua iglesia de San Pedro, que se remontaba al siglo XII y que fatalmente se vino abajo cuatro siglos después. Pudieron elegir otro lugar, por aquello del mal fario, pero los tenaces sorianos decidieron no sólo levantarla en el mismo sitio, sino que la harían más grande y más hermosa.




El resultado salta a la vista, un imponente edificio gótico que se asemeja a una fortaleza, y que si bien tiene tesoros en madera de incalculable valor como sus retablos y en tela como el tríptico de La Crucifixión, atrae a sus visitantes por la belleza pétrea de su claustro.







Según lo recorremos, saltan a nuestros ojos figuras fantásticas, escenas bíblicas y atemorizantes demonios. Hay que recorrerlo con calma, percibiendo su silencio y sus detalles en piedra como las marcas de cantero, (cruces, signos astrales y siluetas de herramientas gremiales como tijeras, sierras o zapatos), la belleza de la puerta de la Sala Capitular o las desgastadas columnillas que sustentan los arcos que pudieron albergar los restos de abades y a otros canónigos de la colegiata.





Sin duda un lugar poco visitado pero que debería incluirse en toda visita a la hermosa Soria.