viernes, 3 de mayo de 2013

Túnez. Oásis, espejismos y misterio. ( y III)

 Y seguimos adelante hasta el lago salado de Chott el-Jerid, de 5.000 kilómetros cuadrados y que se encuentra muy cerca de la frontera con Argelia.



Según los científicos, hace unos mil años estaba unido al Mar Mediterráneo a través del Golfo de Gabes, según lo demuestra la gran cantidad de fósiles encontrados en la zona.


En verano se puede llegar a alcanzar los 50º durante el día y la altísima salinidad hace que no exista vida vegetal en el lago, dándonos la sensación de estar en otro planeta.

La producción de sal es la principal riqueza de la zona, obviamente aunque también el rodaje de películas como "Star Wars, Una nueva esperanza" y la venta de las famosas rosas del desierto, formaciones rocosas hechas por naturaleza usando yeso, agua, arena y sal.


Llegamos al oasis de Tozeur, que con sus más de 200.000 plantas está rodeado de 200 manantiales que forman un auténtico río que alimenta toda la superficie del vergel.

Durante el recorrido nos explicaron todas las fases del cultivo de las palmeras datileras, incluida su recolección.

Muy cerca, desde Meltaoui, sale el histórico Lagarto Rojo, un tren de principios del siglo XX que los franceses regalaron al gobierno tunecino para uso oficial, pero que acabó llevando visitantes hasta lugares de otro modo inaccesibles.

Como la garganta de Selja, a la que se llega después de bordear peligrosos desfiladeros y adentrarnos en las montañas por túneles que parecen no tener fin. Por fin llegamos a este precioso desfiladero que según se cuenta, fue hecho con su espada por un guerrero que quería que fuera el lecho nupcial de su amada.

Nuestro siguiente oasis será el de Nefta, un auténtico paraíso donde crecen más de 200.000 palmeras, olivos, naranjos, limoneros e higueras y bajo ellos toda una variedad de verduras y hortalizas.


Seguimos ruta hacia Chebika, cuyos manantiales surgen de las montañas y van a parar a una garganta encajada entre las rocas que guardan el lecho del río.


Si seguimos su curso podemos remontar la garganta hasta llegar a varias cascada e incluso una presa cuya agua riega el oasis localizado más abajo.


El pueblo, que en sus tiempos se llamaba Ad Speculum, ya que era posesión romana, fue construido en piedra y tierra y está colgado del flanco de una montaña, aunque hoy de aquel pueblo sólo quedan las paredes y la población se ha mudado cerca, en cómodas y modernas casas.





Y nos vamos a Tamerza, atravesando un paisaje de picos erosionados y cañones. Otro emplazamiento romano, de casas construidas en pisé, es decir tierra arcillosa prensada con piedras y paja, y que también se abandonó, esta vez por causa de una fuerte riada.



Cerca se encuentra el oasis de montaña de Midés, a escasos kilómetros de la frontera con Argelia. y que se encaja en un desfiladero con paredes de roca de hasta 50 metros de altura.



Nuestro siguiente destino es Sbeïtla, ruinas romanas que ocupan gran parte de una inmensa llanura, y que fue fundada en un cruce de carreteras junto a una fuente de la que manaba abundante agua.


Al foro se entra por una monumental puerta, que va a dar a una enorme plaza adoquinada rodeada por un muro de 4 metros de altura. Junto a ella los templos de Júpiter, Juno y Minerva.


Tras ser abandonada por los romanos, fue ocupada por la comunidad cristiana, que levantó varias iglesias como testimonia esta pila bautismal en mosaico.

Teatros, termas, anfiteatros, acueductos y un museo, completan la vista general del sitio arqueológico.


La última parada del viaje es Kairouan. Nacida de un campamento militar, no tardó en convertirse en el lugar más santo del país, con una enorme proliferación de mezquitas, zauias y diversas instituciones religiosas. El viajero se detiene precisamente a visitar los lugares sagrados, como la Gran Mezquita.     

             Lo primero que destaca es su alminar, con 35 metros de altura, macizo y elegante, con aspecto de fortaleza. De planta cuadrada y tres pisos se remonta al siglo VIII.              

El patio, claro y enorme, está pavimentado en mármol blanco y rodeado de un pórtico de columnas de piedra y puertas de madera.

                                                                                                                                                            Los trabajos artesanos en madera son increíbles.

   En el centro del patio destaca un reloj solar sobre plataforma.

  Y fuera encontramos un cementerio de tumbas blancas, en el que algunas estelas copian la forma del alminar de la Gran Mezquita.

Cerca encontramos la Zauía de Sidi Sahab, conocida también como Mezquita del Barbero, ya que Abu Dharma, uno de los compañeros del profeta acostumbraba a llevar consigo tres pelos de la barba de Mahoma como símbolo de veneración.

En el patio destacan los azulejos de tipo tunecino y la decoración de estuco.

Y el patio de la madraza con sus elegantes arcos y columnas de estilo bizantino.

Y salimos de la medina por esta calle que va a dar a la Puerta de los Mártires.

Que va a dar a los zocos.

Y cerramos el viaje visitando el Estanque de los Aglabíes, que en realidad son dos. Me explico: El estanque en sí es un depósito de agua al aire libre en forma de polígono de 48 lados, con un diámetro de 128 metros. Se supone que el pilón central sostenía un pabellón de reposo para el emir.

A su lado, se encuentra un segundo estanque, con funciones de decantación y con una medida de 38 metros de diámetro y comunicado con el principal. El agua provenía de un acueducto que traía el precioso líquido desde el gebel ech- Cherichera.

Hoy en día ambos siguen cumpliendo parte de su función, sobre todo como depósitos de agua para regadío y piscina no oficial para los habitantes de los pueblos cercanos.

Con estas refrescantes imágenes nos despedimos de Tunez, donde la luz parece brillar más intensa sobre los oasis y da luz a sus misterios y a su magia.  وداعا تونس , Hasta siempre Tunez!

jueves, 2 de mayo de 2013

Túnez. Oásis, espejismos y misterio. (II)

 Y empezamos a recorrer el país, con una primera parada, el anfiteatro de El Djem, el único que queda de los tres que llegó a poseer esta importantísima ciudad en su época de mayor esplendor cuando llegó a contar con 40.000 habitantes. Hoy es apena una pequeña población que prácticamente vive de las visitas al histórico edificio y su museo de mosaicos.


Tercero en cuanto a tamaño tras Roma y Capua, es el más grandioso monumento que los romanos dejaron en África. Tras su época lúdica pasó a ser fortaleza, y aún más tarde, ya en el abandono, cantera de materiales de construcción.

Con forma elíptica, mide 149 metros de longitud, 124 de ancho y 36 de altura, con tres órdenes de arcadas. Bajo el suelo de arena de 65 metros de largo se encontraban 16 cubículos que albergaban las fieras, utilizadas para espectáculos del que disfrutaban los 30.000 espectadores para los que tenía cabida.

La siguiente parada sería Sfax, considerada por muchos como la capital del sur tunecino, y por su centro histórico encerrado tras las murallas almenadas, una pequeña joya que aunque carece de monumentos importantes, parece contener la esencia tunecina de las tradiciones y los oficios casi olvidados. Entramos por Bab el-Diwan, que hunde sus cimientos en el año 1306.

Centro de la actividad económica de la zona desde hace más de diez siglos, era muy conocida por su aceite de oliva que se exportaba a Italia y sus tejidos, tratados a la manera de Alejandría. Todo este comercio era favorecido por su puerto, que sustituyó el aceite y los tejidos por la exportación de super e hiperfosfatos.

Los zocos ocupan los alrededores de la mezquita, con sus gremios de tejedores y carpinteros.

Deambulando por las calles encontramos otros gremios, como el de los joyeros y el de las especias.


Dejamos atrás la ciudad y bordeando la costa encontramos deliciosas playas como la de Maharés.

Y nuestro primer oasis, el de Gbés, famoso porque llega casi hasta la orilla del mar. Mide unos 6 km de largo por 2 de ancho, conteniendo casi de milagro más de 300.000 palmeras, olivos, granados, plátanos, limoneros, naranjeros, albaricoqueros y melocotoneros.

Nos adentramos en el país para conocer Matmata, una de las "islas bereberes" del Gran Sur.
El elevado número de cráteres, casi 700, excavados en la meseta, constituyen individualmente, núcleos independientes de población, a las que se accede mediante un túnel que conduce a un gran patio de unos 12 m de diámetro y 6 de altura.

A su alrededor se localizan varias habitaciones, unas dedicadas a cocinas o establos y otros a dormitorios. Pudimos ver como elaboraban mantequilla con leche recién ordeñada...


... o molían el cereal para hacer harinas.

Y continuamos la jornada de viaje contemplando preciosos paisajes.




Y llegamos a Toujane, tras subir y bajar varios tramos de carretera bastantes complejos. Pero valió la pena, ya que se trata de una fascinante población que parece encaramada en la muralla rocosa del kef Toujane.

A 600 metros de altitud y con vistas a un río socavado en el corazón de la llanura de Gefara que se extiende hasta el golfo de Gabes, sus curiosas casas fueron y son fabricadas a base de piedra seca, sin mortero, lo que convierten al pueblo en un museo y ejemplo viviente de la arquitectura bereber. Son típicas las alfombras realizadas por las mujeres del pueblo en un intenso color rojo y con motivos que dibujan los tatuajes y amuletos de la cultura bereber.

Y seguimos camino sin poder evitar hacer algunas paradas para disfrutar del magnífico paisaje.

Nos detenemos ahora en Ksar Haddada, que en su origen era un gigantesco granero fortificado.

Aunque la mayoría de los edificios se mantienen tal y como eran para las visitas turísticas, algunas de estas ghorfas se han restaurado y transformado en hotel, conservando sus estructuras que en su día se destinaban a almacén, patios, terrazas y escaleras.

 Para los fans de Star Wars, no hay ni que decir, porque ya lo imaginarán, que aquí se rodó La Amenaza Fantasma.


Seguimos ruta con algunas paradas para ver otro tipo de estos graneros fortificados, como el de Ksar el Ferech...

o en Chenini, con una maravillosa vista de las viviendas bereberes excavadas en las rocas, y una mezquita que con su blanco destaca entre todas las construcciones.


En el oasis de Ksar Ghilane nos detuvimos para admirar este enclave desde lo alto de un camello.


Sobre estos barcos del desierto, recorrimos parte del Gran Erg, una extensión de dunas de más de 190.000 kilómetros cuadrados.


Hasta llegar a las ruinas de un antiguo acuartelamiento francés.



Antes de retirarnos a nuestras haimas a pasar la noche bajo las estrellas del desierto, observamos con respeto el momento de oración musulmán.


Al día siguiente tras el desayuno volvimos al campamento base, mientras amanecía en el desierto.


Y continuamos la ruta hasta llegar al oasis de Douz, lugar importante para la población bereber ya que cada se mana se celebra aquí un mercado de camellos con el aliciente de que además hay puestos de joyas, vestidos saharianos y babuchas de lana de camello. Para nosotros fue tan sólo la oportunidad de subir y bajar dunas en el 4x4 y hacer las gamberradas típicas de turistas que en aquel entonces no estaban mal vistas y se ofrecían como una experiencia más. No creo que hoy ningún guía te ofrezca subir a lo alto del 4x4 sin ningún tipo de arnés de seguridad...







Eso si, la grandeza del paisaje era sobrecogedora...