lunes, 3 de febrero de 2014

La Gomera, el último paraíso ( y III)

Sabor a mar
Hay una gomerita, muy amiga mía, natural de Valle Gran Rey. Un mensaje a su móvil y rápidamente nos recomendó un sitio para reponer fuerzas y saborear los frutos del mar que baña la isla de La Gomera.


Aunque la zona de Vueltas es prolija en restaurantes y bares que compiten por llevarse el gato al agua, o en este caso el cliente al restaurante, que se envuelven en los aromas de sus fogones para atraer a potenciales turistas y lugareños, el lugar elegido fue el Restaurante El Puerto, que ya había llamado nuestra atención antes de la recomendación.
Pasamos por la gran terraza donde se extendía una gigantesca mesa en la que disfrutaba un grupo de amigos de enormes platos de sabor marinero y entramos al local.


La carta no era extensa, pero lo que ofrecía bastaba para estimular nuestro apetito y nuestro cuerpo, cansado por los kilómetros y los paisajes recorridos. Pedimos consejo al camarero, que se refirió a las sugerencias fuera de carta para ofrecernos algo diferente, fresco y sabroso.
Optamos por las tiernas y jugosas lapas, servidas en una hirviente plancha directamente a la mesa, unos chipirones rebozados a los que sobraba un poco de harina pero pasaban el examen y una exquisita bandeja de pescado frito, con las deliciosas cabrillas como únicas protagonistas. La helada cerveza Dorada, líder indiscutible en Canarias, bajaba como agua, y nos ayudaba a refrescar la boca, a prepararla para el siguiente bocado.

El broche dulzón lo puso un goloso quesillo con nata que nos permitió seguir camino descubriendo las maravillas de la Isla Colombina.
Una excursión perfecta
La Naturaleza es esquiva, indomable, caprichosa, no se amolda a la voluntad del Hombre. Sus criaturas se han vuelto huidizas, temerosas del ser humano. No es fácil por ello ser testigos de su vida más salvaje, la que se desarrolla más allá de los acuarios o de las pantallas de televisión que nos muestran documentales sobre la vida marina.


Por ello, la oportunidad de ver animales en su medio natural, debe ser considerada un regalo que nos hace, un presente que tal vez no merecemos por nuestro comportamiento egoísta y deshumanizado.



He viajado por todo el mundo, y en pocas ocasiones mis sueños de ver delfines o ballenas se había hecho realidad. ¡Qué paradójico resultó ver que no tenía que haber hecho tantos kilómetros para encontrar algo que tenía justo aquí mismo, en la preciosa isla de La Gomera!
Excursiones Tina, una empresa que lleva muchos años comprometida no sólo con la tarea de proporcionar una excursión perfecta a todos aquellos que quieren pasar un día en el mar sino también llevándola a cabo con respeto y cuidado del Medio Ambiente consigue que nuestras esperanzas e ilusiones se hagan realidad.
Teniendo muy en cuenta la responsabilidad que supone la concesión de la Bandera Amarilla por el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias, cumplen todas las normativas de seguridad para con los pasajeros y de protección y respetos hacia la fauna marina.




La fantástica tripulación, amable y cálida, nos da la bienvenida al barco, haciendo rápidamente que nos sintamos como en casa. Zarpamos al calor de un sol radiante y en cuanto salimos a mar abierto empezamos a ver a las protagonistas de la excursión, las ballenas piloto, que juguetean alrededor del barco.




Al momento se junta la manada y vemos que muchas de ellas son crías, apenas mayores que un perrito faldero. Al contrario de otros lugares donde el ruido y la persecución de los barcos las ahuyenta y asusta, nuestro barco se limita a acercarse tímidamente, con respeto, por lo que tenemos más oportunidades de disfrutar de la compañía de estos mamíferos tan apasionantes.
Tras el avistamiento, nada mejor que un baño frente a una playa que en su día albergó una fábrica de enlatados de pescado y que hoy es refugio de animales y algún que otro ermitaño que se sabe aislado por la ausencia de carreteras hasta la costa.

Mientras, a bordo, la tripulación prepara un delicioso almuerzo a base de exquisito atún a la plancha, ensalada, papas guisadas, mojo y una refrescante sangría.

Bien almorzados y encantados con la excursión regresamos a puerto. Al bajar del barco lo miramos y sentimos dejarlo atrás, porque durante unas horas habíamos sentido que estábamos en nuestra propia casa, flotando junto a los delfines y las ballenas...
Soledad absoluta
Después de disfrutar de un espectacular día a bordo del barco Tina, en medio del mar y avistando ballenas piloto, aún teníamos más necesidad de agua salada. Desde pequeño, he sentido una especial atracción por los lugares de costa que fueron en su día embarcaderos o muelles, no se si será por la unión de la arquitectura humana con la fuerza salvaje del mar, la transparencia del agua inmaculada, sin tierra ni arenas revueltas. Así que decidimos buscar por los alrededores de Playa de Santiago algo diferente a las preciosas playas de arena negra de la Gomera. Y lo encontramos.

Tras pasar el acantilado donde se levanta el Hotel Tecina, descendimos por una carretera asfaltada la borde del mar. Había varias playas a elegir, cada una con su forma y su encanto. Sin embargo nos decidimos por la primera por una sencilla razón. Al estar pegada al acantilado, el ingenio del hombre había levantado una explanada que llevaba a la punta del mismo, con un almacén, una grúa o pescante ya muy oxidada y un maravilloso muelle donde pasar la tarde.




Aparcamos el coche en el terreno que estaba justo frente a la playa, y donde han tenido la genial idea de levantar una terraza cubierta con asadores, mesas, agua corriente y electricidad, que convierte la playa en una zona recreativa donde pasar el día sin peligro de ensuciar la playa teniendo todas las comodidades.
Caminamos hasta el final del muelle y extendimos las toallas. Lo primero un baño. Un salto desde lo alto del muro que lo protege de las olas. Una zambullida en el Gran Azul. La felicidad absoluta.




Luego, nada mejor que calentar los huesecitos cansados de tantos miles de kilómetros de viaje por el mundo bajo el cálido sol de La Gomera. Relax absoluto, la mejor compañía y toda una una tarde de silencio humano. Solo quiero oír el batir de las olas contra el muelle...
Donde el aire silba sobre la fortaleza


Nos echamos a un lado de la carretera que sube sinuosamente por Igualero para aparcar el coche y disfrutar de una de las vistas más espectaculares de la isla de la Gomera.
Una enorme plaza, precedida por ordenados aparcamientos para coches, alberga la pequeña pero coqueta iglesia de San Francisco, de la que tenemos que conformarnos con disfrutar del exterior porque se encuentra cerrada, a excepción de una pequeña rendija que apenas permite vislumbrar el interior.
Frente a ella, un original y retorcido hombre de hierro llama nuestra atención. Es el Monumento al Silbo Gomero.


El silbo gomero es un enigmático lenguaje silbado practicado por muchos habitantes de La Gomera a lo largo de los siglos para comunicarse salvando las distancias de barrancos y valles. Fue creado por los primeros habitantes de la isla, que tras la conquista de las Islas Canarias, se adaptaron al idioma castellano — mientras la lengua original, el idioma guanche, se iba extinguiendo.
Afortunadamente no ha desaparecido, gracias a grandes emprendedores que no han permitido que caiga en desuso y que lo han incluido casi como asignatura en los colegios e institutos y ha sido declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Casi nada...


Nos acercamos a la barandilla que nos separa del abismo. Frente a nosotros un espectáculo impresionante: entre valles, barrancos y la cercana vista del mar se nos enfrenta la Fortaleza, la Argodey aborigen que se eleva hasta los 1.243 metros y que en su momento fue uno de los lugares más sagrados de la isla.


Lugar de pastoreo, reuniones políticas aborígenes, reducto contra los conquistadores y lugar donde crecen varios endemismos de la flora gomera de incalculable valor, este paredón tiene un magnetismo que lo hace único, un halo de misterio y magia que lo envuelve de tal manera que parece haber detenido el tiempo a su alrededor.

La reina de las tortillas
De una visita anterior a La Gomera, recordaba un restaurante en Tamargada que era muy famoso por las tortillas de ajo. En ese momento las probé y me gustaron mucho, demasiado podría decir. Tanto que en esta ocasión, que tenía más tiempo durante mi viaje, decidí que era hora de repetir y darlas a conocer al mundo.





Así, que al final de la jornada de mi último día gomero, modificamos la ruta para pasar por el caserío de Tamargada, rezando porque aquel restaurante siguiera allí. Afortunadamente, y según nos contó el actual propietario, en los casi 20 años transcurridos desde la primera vez que estuve, el local había pasado de mano en mano en varias ocasiones, pero la receta de la tortilla también. Y además sagrada e inalterable.


Entramos al restaurante, que es poco más que una habitación y una pequeña barra, pero que tiene adosada una terraza desde donde por el día deben tenerse unas buenas vistas de este lado de la isla, con el mar casi al alcance de la mano.
Pedimos por supuesto la sabrosa tortilla, que tenía exactamente el mismo sabor que yo recordaba: tierna, esponjosa y en su punto, cargada de ajo suave y un poco de perejil.

Como complementos, ya que la tortilla es el plato estrella, pedimos un picante y sabroso almogrote gomero, unas croquetas de atún, y de postre un quesillo con nata.

En cuanto al precio debo decir que no es barato, si tenemos en cuenta la sencillez de la cocina, pero en todos mis viajes no había encontrado un lugar donde hicieran una tortilla de ajos tan bien hecha y que mereciera tal nombre. Así que cuando vuelva a La Gomera repetiré. Todo sea por esa delicia gastronómica tan sencilla y simple pero tan suculenta.
Y llegó el momento de marchar, de dejar momentáneamente la isla y volver a casa. Cuando un visitante parte de la Gomera no lo hace con tristeza, porque sabe que va a volver, lo hace con alegría porque ya está pensando en la siguiente visita que va a hacer al último paraíso....


domingo, 2 de febrero de 2014

La Gomera, el último paraíso (II)

Epina, la fuente de las bendiciones
Aunque había estado en otras ocasiones en la isla de la Gomera, no conocía ni el lugar ni la leyenda que lo envuelve.
Conocida es la que nombra a los guanches Gara y Jonay en su historia de amor imposible, pero prefiero citar la que nos permite interactuar con el agua de una manera más cercana.
Primero debemos aparcar el coche y andar un poco por el sendero que nos lleva hasta los chorros. Por el camino encontraremos una pequeña ermita que casi siempre está cerrada, por lo que continuaremos un poco más y llegaremos a la fuente.
Después de disfrutar durante un rato de la belleza y la tranquilidad del lugar vamos a hacer lo siguiente:
Como todos buscamos el amor en nuestra vida, los caños van a echarnos una manita. Para ello las mujeres deben beber de los caños pares empezando por la izquierda y los hombres y las brujas de los impares. Si, de las brujas, porque el poder de este agua se dice tan grande, que las brujas pasaban por aquí y detenían sus vuelos a recoger el agua que manaba de la tierra para preparar sus hechizos, y luego seguían camino a sus aquelarres en la Laguna Grande.

Hay que saber que los dos primeros caños corresponden a la salud, los dos siguientes al amor, otros dos a la fortuna y el séptimo es sólo para brujas. !Nunca debemos siquiera tocarlo¡
Leyendas aparte, el agua de Epina fue tan conocida y sus supuestas virtudes tan destacadas que las familias adineradas de Vallehermoso enviaban a sus criadas a Epina a coger agua de esta fuente en una caminata de kilómetros y horas, y para cerciorarse de que realmente se trataba del agua de los Chorros de Epina les pedían que cubrieran la tapa de los recipientes con una hoja de aderno, un árbol que sólo crecía cerca de esta fuente mágica.

En fin, yo por si acaso hice el ritual, que nunca se sabe. !Ah, me olvidaba¡ El que beba de sus agua se casa antes de un año, y no digo más.
Una vista que que deja sin aliento

Había visitado La Gomera años atrás, y recuerdo pasar muy cerca de donde hoy se levanta o se descuelga, según se mire, el mirador y decir en voz alta: " Este lugar es perfecto para construir una gran terraza desde donde ver la costa norte gomera y la isla de Tenerife". Pues como si hubieran leído mi pensamiento, el Cabildo de la isla, de la mano del genial arquitecto José Luis Bermejo, se puso manos a la obra y en 2013 se inauguró el maravilloso complejo que hoy es punto obligado de visita para cualquier visitante de la isla colombina.


Y es que el mirador, que domina paisaje, mar y tierra desde sus 620 metros de altura, fue un desafío para quien lo levantó, por lo escarpado del lugar y para quien lo visita porque es un reto a su vértigo. Basta con entrar al edificio para tener una idea de lo que nos espera en su rincón más desafiante: un saledizo de siete metros construido en vidrio, acero y hormigón y que nos hace sentir la sensación de volar sobre el pueblo de Agulo, como si quisiéramos saltar sobre él y llegar al mar.



Por si fuera poco y para dar más encanto al lugar, la oferta se complementa con una cafetería restaurante que despliega sus aromas desde que bajamos del coche y en cuyo interior podemos deleitarnos con sabores de fusión que no olvidan la más genuina y sabrosa cocina gomera.





En el exterior, y rodeado por la rojiza piedra del lugar, un cuidado jardín da una muestra de la flora autóctona canaria, vital y desafiante como el magnífico Mirador de Abrante.
El señor de La Gomera
El Roque de Agando impresiona lo mires por donde lo mires. Por mucho que intentes pensar y cavilar, pasan los minutos y sigues sin encontrar la manera en la que la Madre Naturaleza pudo haber creado un roque tan perfecto e imponente. Y es que atrae desde lejos, desde que tomamos la carretera en dirección al Monte del Cedro y tras una curva lo vemos ante nosotros, impasible y atemporal.

Son casi 1.200 metros los que se levanta el gigante pétreo, fotogénico como pocos, y la carretera, cercana pero prudente, parece acercarnos al él, pero nos mantiene a una distancia respetuosa, preservando su grandeza.


Y es que podemos decir que Agando es un lugar sagrado, ya que en su cima ( y esto poca gente lo sabe) se han encontrado restos de un altar de sacrificios con restos animales que datan de épocas prehispánicas, y algún cuento que otro de brujas también hay.

Está muy claro que el lugar tiene algo hipnotizante, mágico y misterioso. Y si no que se lo digan a los escaladores que cada vez en mayor cantidad se aventuran a subir hasta su cima.

Orgullo de canarias
Frondosos bosques eternamente verdes, nieblas cargadas de vital humedad, caminos que parecen sacados de películas de fantasía, árboles centenarios de los que cuelgan musgos como barbas de abuelo, leyendas de brujas y guanches... ¡Bienvenidos a Garajonay!


Estamos entrando en una máquina del tiempo, ya que la laurisilva que nos rodea es una auténtica reliquia del pasado, porque conserva parte de la flora de los bosques que hace millones de años poblaban el área mediterránea y que ahora casi exclusivamente se encuentra en La Gomera.









Desgraciadamente como consecuencia de la acción humana, el monteverde canario ha sufrido un gran retroceso, quedando apenas un 20% de su superficie original.


Así que debemos respetar al máximo el entorno y no olvidarnos de disfrutar cada paso que demos dentro del Parque, porque si pasamos un día dentro del gran verdor de la cumbre, aparte de salir de él renovados, oxigenados y revitalizados, nos daremos cuenta de que ese conjunto de árboles, arbustos y helechos no dependen de nosotros, sino muy al contrario, nosotros dependemos de ellos para vivir. Así que cuidemos lo que nos queda y repito, disfrutemos de un paseo por los miles de senderos preparados para tal fin. En cada curva del camino nos espera una sorpresa, como la ermita de la Virgen de Lourdes que mandó a levantar la institutriz inglesa Florence Stephan Parry; y pensemos en todo momento que sobre nosotros tenemos un techo verde de valor incalculable.





La virgen y su milagro



Se dice que hace muchos años, un vecino de Agulo que se dirigía hacia Seima, subió a su caballo y emprendió el camino. Pero resultó que sufría de una narcolepsia aguda, y en el momento menos adecuado, como suele ocurrir con esta enfermedad, cayó profundamente dormido. El caballo había hecho el camino en multitud de ocasiones, pero en esta ocasión se desvió del sendero y tomó el camino que lleva al sur. No se sabe como, la bestia se desvió demasiado y empezó a caminar por el borde de barrancos y acantilados y llegado un punto se aproximó tanto a un precipicio que estuvo a punto de despeñarse con su amo. Afortunadamente el jinete se despertó a tiempo y pudo frenar al animal, diciendo:. "Madre mía, de buena me has librado".



Como era carpintero, talló en agradecimiento una Virgen que pronto se convirtió en milagrera, sobre todo para aquellos más desesperados que han estado a un paso de la muerte.



A lo largo de las décadas, el nicho en que el agradecido hombre colocó la imagen se convirtió en una coqueta ermita, y a su alrededor se ha levantado un pequeño complejo recreativo con asadores, aseos, una gran plaza y mesas para comer y pasar un agradable día de descanso.

Las vistas desde la explanada que precede a la ermita son realmente impresionantes y el silencio y la paz que envuelven el lugar bien merecen la subida por la rampa que lleva hasta él.


Una cosa: los higos y brevas que crecen en el camino son puro azúcar, los más sabrosos que he probado. Un milagro.

Restaurante Roque Blanco, cuando la boca se hace agua
Por recomendación de nuestra amiga Luisa de Los Telares, hicimos un alto a la hora de comer en los altos de Agulo, en este restaurante que afortunadamente está bastante alejado de la carretera principal. Y digo afortunadamente porque las cosas buenas siempre queremos mantenerlas en secreto, temiendo que desde que se conozcan demasiado puedan perder su esencia, aquello que las hace diferentes.
Porque una cosa puedo asegurarles, creo que mis jugos gástricos no se habían estimulado de tal manera desde hacía mucho tiempo como cuando la enorme chuleta llegó a nuestra mesa y su aroma tocó mi nariz.



Jugosa, hecha con amor y calma a la brasa, tierna y tan grande que la camarera me dijo que sería incapaz de zampármela toda. Sigue sin creerlo aún, incluso después de haber visto el plato vacío.
Pero es que no fue sólo la carne, la chuleta y el fabuloso bistec de cerdo, las papas fritas naturales y crujientes, los deliciosos postres con miel de palma y los chupitos finales de gomerón, sino que todo parecía acompañar a la comida: la amabilidad (tan natural en los gomeros) del personal, la limpieza del local y sobre todo las vistas que se tienen desde el comedor.




La carta no es muy amplia, ni falta que hace. Prefiero una corta pero sabrosa y variada, que esas extensas y cansinas donde todo parece ser variaciones de un par de platos insulsos y demacrados.
Roque Blanco es para repetir y no cansarse nunca. Porque ¿quién se cansa de lo bueno?
Iglesia de la Virgen de la Salud, la Virgen a la que todos rezan.


Salud, dinero y amor, dice la canción. El dinero hay que ganarlo por trabajo o por un golpe de suerte, el amor viene solo, cuando menos lo esperas, pero la salud, ¡ay, la salud! Esa es más veleta... A veces saltamos de alegría, de bienestar, de energía; pero otras caemos enfermos, sin ganas ni ánimos, sin vida. Por eso todos los mortales creyentes en una u otra religión, se encomiendan a su dios, profetas, santos o beatos para que nunca les falte. Ya se sabe que al final lo importante es " tener salud".
En el caso católico, la Virgen como Madre de Jesús, la que le dio la vida, es considerada desde siempre como fuente de milagros y curaciones para millones de enfermos y como custodia de los que tienen la suerte de no caer presas de la enfermedad..
Así, por aquello de no ser menos, decidimos entrar a visitarla.
La iglesia es de un blanco inmaculado, que contrasta con los colores de las tejas y el verde de los árboles que dan sombra a la plaza. Dos pequeñas campanas cuelgan del también diminuto campanario.




Dentro, donde el cálido y luminoso sol de verano no puede acceder, estallan los colores en un muestra excepcional de imaginería y sobre todo en un retablo muy sencillo pero que me recordó inmediatamente a esas maravillosas tablas que cubren las iglesia populares de México.
Rojos, verdes, dorados azules... Como paleta de pintor, los colores del retablo parecen luchar para llamar nuestra atención, para dirigir nuestros ojos hacia ellos en una batalla estética interminable. Disfruto de la contienda hasta que mis ojos se detienen ante un delicado crucifijo que alguien, acertadamente colocó sobre el altar. Quiero llevarme su pequeña imagen en la memoria...


La única nave del templo, así como su horizontalidad, nos permiten acercarnos casi a milímetros de las obras de arte que custodia la iglesia. Un calvario, una preciosa Virgen de los Remedios.. Pero sobre todo la hermosa y límpida cara de la Virgen de la Salud, al más puro estilo de las tallas sevillanas pero con un rostro de esperanza, de alegría y de quietud.



No es de extrañar que acudan los devotos a miles, y que cada año una familia de Arure o de cualquier lugar de la isla confeccione un ramo de frutas y flores para dar gracias por las promesas realizadas a alguno de sus miembros. Según me dijeron hay una lista de espera de 10 años para confeccionar la ofrenda.