miércoles, 1 de abril de 2015

La Gran Suiza (I)

Desde hacía mucho tiempo, cabía en mis planes de viaje visitar Suiza, pero quería hacerlo de tal manera que pudiera abarcarlo todo, que muy poco quedara fuera de mi gran "tour". Por eso, esperé al momento adecuado que resultó ser octubre de 2013. En ese momento las estrellas y planetas parecieron confluir y permitirme viajar al país de los Alpes.

Así, que tras reunir a un grupo de amigos, y después de haber organizado todo perfectamente tomamos el avión y nos plantamos en Ginebra. En el mismo aeropuerto teníamos esperando nuestro coche de alquiler, con el que haríamos casi 2.000 kilómetros en una semana.
Pero antes de empezar el periplo quisimos conocer la maravillosa ciudad.

Empezamos por uno de los lugares más singulares.




Como una joya neogótica que parece haber salido de la nada por sus aires orientales y por ser un mausoleo en plena ciudad, el Monumento Brunswick, con calidad de monumento Protegido por las leyes suizas nos choca pero al tiempo nos impresiona por su arquitectura y su historia.








Pasear a su alrededor y detenernos cada vez que algo nos llama la atención, avivará nuestra curiosidad lo suficiente para investigar un poco y bucear en su historia.
Así sabremos que es una copia de la tumba familiar que los Scaligeri levantaron en la Verona italiana del siglo XIV, y que fue levantado por la ciudad de Ginebra para honrar la memoria del Duque de Brunswick, gran benefactor económico de la ciudad, a la que donó toda la fortuna que había conseguido amasar en París.
Lo más curioso, es que en su testamento el Duque "obligaba" a la ciudad a levantar el monumento en agradecimiento y estipulaba su forma, diseño y costo. Así Brunswick quería ser recordado.
Esa es la historia. Pero tiene sus curiosidades arquitectónicas.




Sus 21 metros de alto aglutinan todas las peticiones del Duque: ser construido enteramente en mármol y bronce, adornado por la estatua ecuestre del noble benefactor acompañado de las figuras de sus antepasados ( a imagen de la tumba veronesa), honrar su cuerpo en un sarcófago cobijado en un hexágono de tres pisos de alto y rodeado de relieves que narraran episodios de su vida, y para acabar ser levantado sobre una plataforma custodiada por leones y quimeras de mármol.
He encontrado las fotos del monumento original para compararlo, y son casi idénticos.http://www.tourism.verona.it/en/enjoy-v ... eri-graves
Así que el Duque nunca podrá quejarse de que su voluntad no haya sido cumplida a rajatabla, aparte de que con el dinero sobrante se levantó la Ópera y varios edificios de importancia de la ciudad de Ginebra.
Un gran benefactor...

La sede europea de la ONU, la principal de la Cruz Roja, la tradición humanitaria y el encanto multicultural hacen de Ginebra la gran metrópolis más pequeña del mundo y la convierten en la " Capital de la Paz".








Y eso es lo que se respira en sus calles, paz, tranquilidad y sosiego. Como en el resto del país todo parece estar cronometrado, estudiado y en su sitio.

Sumergida entre las cimas alpinas y las colinas del Jura, la ciudad está a orillas de un lago en la frontera francesa y ha ganado parte de su fama gracias a su perfecta organización para ferias y congresos, como el fastuoso Salón Internacional del Automóvil, la exposición de coches más grande de Europa.
Paseando por su casco antiguo, lo más opuesto al modernismo de los congresos, de calles estrechas y empedradas que parecen formar un laberinto alrededor de la Catedral van surgiendo lugares atractivos y magnéticos, como la Place de Bourg- de -Four, levantada sobre el antiguo foro romano, el Hôtel -de-Ville con la calle que lleva su nombre, una de las más pintorescas de la Ginebra antigua, el Arsenal o la Rue des Granges, para derivar voluntaria o involuntariamente en la Gran Rue, llena de anticuarios y librerías de viejo...
Cuando nos demos cuenta seremos un poco ginebrinos, adorando la ciudad y sus calles, su reloj de flores y sus Rues Basses, las calles bajas más pegadas a un lago donde parece reflejarse la ciudad de Ginebra, elegante y coqueta.

El premio al Mejor Mirador de la Ciudad se lo lleva sin duda el del Puente del Montblanc.




Sin duda se merece este título, ya que miremos a la izquierda o la derecha, al norte o al sur, como queramos llamarlo, la construcción parece dividir de manera radical a Ginebra. Y de igual manera que la divide, permite que tengamos una visión de 360º de la ciudad.




Por un lado tenemos la impresionante potencia del Jet d' Eau, que es a Ginebra lo mismo que la Torre Eiffel a París. Un surtidor que lanza un chorro de agua de nada menos que 140 metros de altura y que es perfectamente visible desde la mayoría de los grandes hoteles y restaurantes que se levantan en la orilla izquierda. Lleva funcionando casi ininterrumpidamente ( solo para en caso de heladas o fuerte viento) desde 1891. En el mismo embarcadero desde donde disfrutamos las estupendas vistas, a pie de puente, podemos vivir un viaje nostálgico en el histórico vapor "Savoie" para deleitarnos con la imagen de los montes de la Saboya e incluso del mismísimo Mont Blanc, o tomar una de las "mouettes" que a intervalos de diez minutos cruza el lago Leman de lado a lado en un viaje en el que el destino es el propio recorrido. Y al final del lago, el Ródano, que se abre camino hacia el Mar Mediterráneo.










Al otro lado se levanta el casco antiguo, el corazón de Ginebra, donde está su centro comercial, con callejones perfectos para vagar y dejarse tentar por los escaparates de las tiendas o las galerías de arte.
Dominando todo, la Catedral de St- Pierre, rodeada de cientos de callejuelas que combinan lo viejo y lo nuevo.
El propio puente ya es lugar de interés por la elegancia de sus líneas y por la manera en que frecuentemente lo engalana el ayuntamiento de Ginebra, con gigantescas banderas que cuelgan sobre el río o grandes macetones de crisantemos. La puesta de sol desde él es incomparable...

Seguimos adentrándonos en el corazón de Ginebra...
















Y aunque no es fácil quitarle protagonismo al potente chorro de agua del Jet, o la deliciosa vista de Ginebra desde el puente de Montblanc, la bella mole de la Catedral de Saint Pierre se impone, desde la distancia, sobre el conjunto de la ciudad, encaramada en lo más alto de una de las colinas sobre las que se fundó la antigua Genava romana.




Como romano era el antiguo santuario sobre el que se levantó, para intentar eliminar su simbología pagana, y del que aún quedan restos que podemos visitar bajo la mismísima iglesia junto con restos de anteriores edificios religiosos que le precedieron.






Ya desde un principio, su importancia fue lo suficientemente grande como para que Calvino, el líder protestante, predicara desde su púlpito y fuera coronado en ella el rey Conrado de Borgoña.




La fachada es inmensa cual templo romano, rematada por dos torres ( una de ellas restaurada por completo), creando una especie de espejismo arquitectónico que sólo ocurre cuando en medio del laberinto de casas del casco antiguo de una ciudad encontramos un templo realmente grandioso, como por ejemplo Santa María del Mar en Barcelona.
Del interior, sencillo pero impresionante, desnudo tras la reforma del protestantismo que eliminó esculturas y altares, me quedo con la capilla de los Macabeos, con su profusa y colorida decoración del siglo XIX, en el más puro neogótico, y que se complementa con unas delicadas y coloridas vidrieras. Es imposible no comparar esta capilla con la Sainte Chapelle de París, ya que salvando las diferencias, las similitudes son muchas y muy grandes.


























Hubiera completado mi visita si la torre no hubiese estado cerrada. Subir los 157 escalones y contemplar la estupenda vista de Ginebra y del lago Leman, seguro que bien vale el esfuerzo.
Será para otra ocasión..

Y seguimos el paseo..


No estaba en nuestros planes visitar esta maravilla arquitectónica, la pillamos, más bien, de paso, al querer acercarnos al río para ver el atardecer.




Y qué gran descubrimiento. Este gran edificio, que destila nobleza por cada uno de los poros de sus piedras, lleva desde el siglo XV, siendo centro de la administración ginebrina; fuerte y recio, de líneas muy simples pero de intrincado diseño y lleno de soluciones estilísticas, es la sede de las autoridades cantonales.






Un amplio patio, más grande de lo que parece al ver la fachada (nada ostentosa, por cierto) formado por varias series de galerías hasta completar los cuatro pisos de altura, recuerdan a los palacios italianos pero con la austeridad suiza.
Una preciosa puerta renacentista abre el camino a la robusta torre cuadrada que refiriéndose de nuevo al caballeresco periodo postmedieval, está construida en base a una rampa que asciende desde la base a los pisos superiores. Ya en Francia e Italia se usó esta estructura para que los nobles caballeros pudieran llegar montados en sus cabalgaduras a las diferentes plantas sin necesidad de cansarse. En este caso la Sala del Consejo Cantonal, que se encuentra en el último nivel, era y es el término de dicha rampa.


Hoy en día, el valor del inmueble está en su estructura, ya que del interior poco queda y poco se visita. Con un poco de suerte (que no fue mi caso) se puede entrar a la sala Alabama, donde se firmaron las convenciones de la Cruz Roja y la que se medió en la cuestión entre Gran Bretaña y Estados Unidos sobre el estado americano del mismo nombre.
Al salir, no dejemos de visitar el Arsenal.




Cinco, eran cinco, los antiguos cañones que protegían la ciudad de Ginebra. Valientes y arrojados, hoy forman parte de la historia de la ciudad, y están protegidos por la sombra de su Ayuntamiento, a la vista de todos los visitantes que pasean por sus calles.
No importa que en su día, el actual emplazamiento haya sido mercado de trigo, eso no es una deshonra. Al contrario, ellos se sienten orgullosos de haber resistido el paso del tiempo y las garras austriacas, que los sacaron de su Suiza natal y a la que volvieron sin tardanza.


Quizá, los ginebrinos que honraron a los cañones, vieron que tendrían que disimular el olor a trigo que aún quedaba en el ambiente después de quitar disimuladamente el mercado, y decidieron embellecer el zaguán con los extraños frescos de Cingria Alexander de 1949 que me recordaron mucho a las ilustraciones de El Señor de los Anillos, y que nos cuentan pequeñas historias épicas sobre Ginebra. Hoy, los cañones adornan, más que guardan, la entrada a los Archivos Estatales, donde supongo que los funcionarios mantienen otro tipo de guerra.

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