sábado, 2 de septiembre de 2017

Washington, capital de Estados Unidos (II)

De allí, al Monumento a Washington
Visto en películas, series y para los más bibliófilos protagonista de libros como " El Símbolo Perdido" de Dan Brown, es sin duda, uno de los iconos más reconocibles de la nación americana.


Situado en el centro del National Mall, entre el Capitolio y el monumento a Lincoln y al este de la piscina que lo refleja y que fue lugar de reunión de activistas por la paz, o de memorables discursos como el de Martin Luther King, se trata de un monumento con forma de obelisco todo él en mármol, granito y piedra de gneis. Según dicen es la estructura más alta del mundo hecha de piedra y la aguja más alta, con sus 170 metros de altura. El servicio del Parque Nacional estima que más de 800.000 personas visitan el monumento cada año.


Desgraciadamente no lo visité, sino que apenas lo vi de lejos. Y fue una pena, porque me hubiera gustado subir hasta la cima en el ascensor que lo vértebra y contemplar la vista que de la capital de Estados Unidos se tiene desde allí.
Como siempre me gusta incluir datos de estos megamonumentos, debo decir que lo forman casi 36.500 bloques, con un peso de casi 82.000 toneladas.


La imagen y el perfil de la ciudad estarían con toda seguridad incompletos sin la presencia de este gigante que homenajea al primer presidente de los Estados Unidos de América.

Y el Memorial de Lincoln.
Porque en principio, este solemne lugar fue levantado para honrar la memoria del presidente americano que luchó por los derechos de los más desfavorecidos, pero he aquí, que un descendiente de uno de sus defendidos le robó el protagonismo.


La historia es bien conocida: Martin Luther King y su discurso "Tengo un sueño" congregó en agosto de 1963, frente al monumento que recordaba al "Gran Emancipador", a miles de personas que clamaban por su libertad e igualdad de derechos. Fue un discurso histórico y por lo tanto un momento decisivo en la historia de los Estados Unidos.


Además, el escenario no podía ser más acertado ni más espectacular. Construido en piedra blanca con 36 columnas que representan a cada uno de los Estados de la Unión en el momento de la muerte de Lincoln, cuenta con una estatua del presidente sentado en actitud pensativa, con la mirada perdida en la distancia, flanqueada por dos cámaras laterales con las inscripciones del segundo Discurso Inaugural de Lincoln. La estatua tiene 19 metros de altura y pesa 175 toneladas casi tanto como el magnetismo que irradia y que atrae anualmente a unos seis millones de personas.


¿Será por el realismo del rostro de la estatua, obtenido con moldes de yeso de la cara del presidente?, ¿ O quizá por el simbolismo que rodea el monumento? Cincuenta y ocho son los escalones de acceso al monumento, dos de ellos representan los mandatos de Lincoln como presidente y los otros la edad que tenía en el momento de su muerte.


Hay quien dice, sobre todo los guías turísticos, que cada mano de la estatua representa una letra en lenguaje de sordos, y serían la A y la L, primeras letras de su nombre y apellido. Aunque la realidad es que simbolizan los ideales de Lincoln; la mano abierta es la paz, la concordia y la compasión, mientras que la cerrada es la fuerza y la decisión para cambiar las cosas.
Los dos hombres tuvieron valor y empeño para cambiar las cosas, y por eso deben ser recordados eternamente.

La mayoría de los americanos suele pensar que el mayor dolor que se le infligió a la Madre Patria Americana fue desangrarla con la guerra de Vietnam. Pero sólo en un segundo plano se recuerda a la guerra de Corea y para muchos, sobre todo para sus veteranos permanece olvidada.
Por eso, decidieron recaudar fondos y levantar un monumento que reconociera a sus héroes, a sus mártires y a sus santos.


El Memorial de Veteranos de la Guerra de Corea está muy cerca del monumento a Lincoln, por lo que se suele visitar antes o después de él. Inaugurado en 1995, mantiene vivo en la memoria del pueblo americano y de todo foráneo que lo visita el sacrificio de los 5,8 millones de americanos que sirvieron en el ejército durante los tres años que duró la guerra de Corea. De ellos, cerca de 55.000 murieron o fueron declarados desaparecidos.




Para que su memoria no desapareciera como su cuerpo, al entrar al recinto nos reciben 19 esculturas de acero inoxidable que representan a los tres cuerpos del ejército estadounidense y las etnias que conforman el pueblo americano. El batallón parece avanzar por los campos de arroz de Corea con los ponchos ondeando al viento..
A su lado, una gran pared de brillante granito, formada por 41 paneles, sirve de base y soporte para las 2.400 fotografías que tras pasar por arreglos informáticos fueron realzadas por computadoras de última generación para dar un efecto de iluminación uniforme y el tamaño deseado. El mural, representa como en el caso de las esculturas, los tres cuerpos del ejército.




Delante de la pared y en varios rincones del sitio, multitud de flores y objetos personales recuerdan aquellos que lucharon por la libertad.

Como reza una inscripción: " La Libertad no es gratuita".

El Cementerio de Arlington
No se puede tener más motivos y razones para ser considerado un auténtico santuario para todos los americanos. Primero porque en él yacen muchos héroes nacionales, y segundo porque estas tierras una vez fueron propiedad de George Washington, el primer presidente de la nación americana y padre de la Independencia.




Lo que no iba a imaginarse Washington, era que sus propias posesiones iban a ser lugar de enterramiento para los hijos de la nación que fundó. Y lo más curioso, tuvieron que ser ocupadas por los cuerpos de los que murieron en la Guerra Civil, una guerra entre hermanos. Me gustaría saber que hubiera opinado Washington de eso....






Así que la cantidad de víctimas de esa lucha fraternal superó la capacidad de los cementerios de la capital estadounidense, por lo que se empezó a enterrar a las víctimas en Arlington, que ya había pasado a ser propiedad del gobierno. En 1864, los restos de un oficial tocaron por primera vez tierra sagrada. Poco a poco se convirtió en un honor ser enterrado en las que una vez fueron tierras del presidente, sobre todo si se había muerto de manera honorable, es decir, dando la vida por la patria.












Ahora, las tumbas que se alinean de manera perfecta, y los pequeños panteones superan los 300.000 cuerpos enterrados, entre los que se encuentran combatientes de la guerra de la Independencia, de la Segunda Guerra Mundial o del Golfo Pérsico; astronautas y exploradores, médicos y enfermeras, deportistas y políticos y sobre todo las tumbas del asesinado presidente Kennedy y de su esposa Jacqueline con su hijo. Tras sus lápidas de granito de Cabo Cod , donde se encuentra la casa familiar de los Kennedy, arde una llama que no se apaga nunca.







Es realmente impresionante el silencio que se percibe con cada uno de los sentidos y sobre todo pensar que se mire a donde se mire estamos rodeados de tumbas, de héroes y sobre todo de un país que se levantó con el polvo que ahora yace bajo las lápidas.

El colofón de toda visita al Cementerio Nacional de Arlington es sin duda la que nos lleva a lo alto de una colina desde la que se ve todo Washington. Pero la vista no es lo importante, sino la ceremonia que cada día tiene lugar allí varias veces.


Es un escenario realmente teatral, preparado ex profeso para tan honorable ceremonia.
En 1921 el Congreso aprobó el entierro de un soldado de la I Guerra Mundial sin identificar en la sagrada tierra del cementerio militar. Se le construyó un sarcófago de mármol blanco con relieves que representan la Paz, la Victoria y el Valor a la que se añaden seis coronas por cada una de las campañas de la I Guerra más una inscripción que reza: " Aquí descansa en honor y gloria un soldado americano conocido solo por Dios". Acompañándole se encuentran otras tres losas de mármol blanco, una por la II Guerra Mundial, otra por la de Vietnam y otra por la de Corea.


Y para rendir honores a estos elegidos, como símbolo absoluto de todos los que cayeron en esas contiendas bélicas, monta guardia una élite las 24 horas del día, los 365 días del año, y bajo cualquier condición meteorológica. Los centinelas, todos voluntarios, pertenecen al Regimiento de Infantería, con sede en Fort Myer, Virginia.
Cada media hora en verano y cada hora en invierno y por las noches, los centinelas dan el "paseo" de un lado a otro de la tumba sobre una alfombrilla de goma, para no hacer ruido, mientras los visitantes son conminados a guardar absoluto silencio y respeto durante la ceremonia.
Durante su turno, el guardia camina 21 pasos, mira hacia la tumba durante 21 segundos como gesto de respeto, gira y espera otros 21 segundos antes de caminar otros 21 pasos a lo largo de la alfombrilla.
21 es un número de vital importancia en la milicia norteamericana, como también podemos ver en los famosos 21 cañonazos de honor que se rinden en los funerales de los héroes.
Todo para mayor honor y gloria de los que dieron la vida por América.

Desde el año 2010, un nuevo homenaje a todos los que cayeron luchando por América se ha agregado a las múltiples tumbas, panteones, llamas eternas y guardias incansables que eternamente honran y guardan a los más de 300.000 cuerpos o restos de ellos enterrados en Arlington.


Una escultura en bronce un poco inquietante que cuenta la historia del servicio militar y el sacrificio de América en la II Guerra Mundial. El escultor Greg Wyatt la bautizó como "El Precio de la libertad" y le otorgó durante su creación tres niveles totalmente diferentes unos de otros. El elemento superior es un ángel que sostiene suavemente la figura de un militar muerto desconocido; el central es el friso formado por siete héroes de la II Guerra Mundial que representan a un infante de marina, un oficial, un soldado ,un aviador, un guardacostas, una enfermera de servicio común y "Rosie the Riveter," o "la remachadora" en honor a las mujeres que trabajaban en las fábricas de armamento. El elemento inferior de la escultura, con forma de globo representa el mundo durante la Segunda Guerra Mundial y se completa con cuatro coronas de recuerdo, escudos, insignias y dos águilas con las alas patrióticas abiertas alrededor de la base de la escultura.

Es realmente cautivadora si la observamos desde detrás justo antes de ponerse el sol, cuando la luz se filtra por cada uno de los espacios que dejan las figuras que lo forman....Antes de dejar Arlington y la fría y ordenada pero apasionante ciudad de Washington.

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