domingo, 1 de febrero de 2015

Cataluña (I)

Comenzamos un extenso recorrido por los paisajes, arquitecturas y emociones de una tierra que lo tiene todo para encantar, enamorar y cautivar.

Y nada mejor que empezar por un castillo de cuento de hadas, el castillo encantado de Alp













En un extremo de la Villa de Alp, en la entrada del Valle de la Molina, muy escondido, tanto que sólo se puede ver si pasamos muy pegados a él, por la carretera que pasa justo por encima, se sitúa la torre de Riu.

Es propiedad privada, por lo que no podemos visitar su interior, pero nos basta con acercarnos hasta su entrada para poder ver la belleza de su pasado, lo diferente de una construcción que parece fuera de lugar, tan alejada de las casonas pirenaicas que la rodean y en medio de los valles verdes con las montañas como únicas guardianas.

El estilo romántico, tan inspirado en las zonas del Loire y de la Bretaña con algún toque neogótico en boga en la fecha de su construcción (1896) fue el elegido para levantarlo sobre la vieja Torre de Riu, un baluarte de defensa del siglo XIV. Siguiendo la construcción original, el grosor de sus paredes es de unos 2 metros lo que hace que el impacto visual sea muy grande, al combinar el recio estilo defensivo de la torre con los delicados miradores y grandes galerías.
Durante el año el castillo queda en el olvido, hasta que se celebra el día de la Virgen de la Oveja, que tiene su hogar en la Capilla de la Divina Pastora, adosada al edificio.
Su historia es un poco como la parábola de la oveja descarriada, lo que ocurre es que en este caso fue la Virgen la que la encontró por lo que se convirtió automáticamente en patrona de los rebaños de la zona y era merecedora de ofrendas como grandes sacos de lana de vellón y bisutería hecha por los mismos pastores en las largas noches de invierno.

Hoy, el conjunto parece no haber recuperado del todo el esplendor de antaño, aún marcado por los incendios que sufrió durante la guerra, aunque hay partes que sí que mantienen ese aire romántico que quiso darle su propietario, José Nicolás de Olzina de Ferret y de Riusech, cuando se propuso erigir el más bonito castillo para ganar una apuesta...que perdió.
El arte de combinar.
Si, de combinar, porque Tarrasa, o Terrasa en catalán, es digno ejemplo de cómo mezclar un pasado y un presente industrial, tal y como muchas de las grandes ciudades catalanas, con un importante patrimonio artístico medieval y un notable conjunto arquitectónico modernista.

Basta dar un paseo por las tranquilas calles de la pequeña orbe para quedar sorprendido con rincones que han sido rehabilitados y embellecidos, que viven un nuevo futuro sin alejarse de lo que fueron.
 No hay que ser demasiado observador para ver como coexisten las casas y edificios de los habitantes de Tarrassa con los restos recuperados de una transformación industrial que la llevó, gracias a los textiles que salían de sus fábricas, a convertirse en uno de los pilares de la economía catalana y aún de España.



Joyas de la arquitectura catalana como el ayuntamiento, con su exuberante decoración neogótica y rodeado de un siempre concurrido comercio en la calle peatonal en el que se sitúa, el cercano mercado de la Independencia, enorme y luminoso, el imponente edificio de la Sociedad General de Electricidad, el puente románico de San Pere, o los curiosos edificios modernistas que van salpicando nuestro recorrido, hacen que un paseo por la ciudad sea recorrer un pedacito de la historia de Cataluña.
 
Había una vez un castillo
Pero ya no queda nada de él, desgraciadamente, tan sólo esta preciosa y esbelta torre y una pequeña parte del claustro que dan una idea de lo impresionante que tuvo que haber sido la fortaleza que durante tantos siglos guardó la ciudad de Tarrasa. Este castillo, llamado Castell Palau de Terrassa, se levantó en el siglo XII y alrededor de él y bajo la custodia de los señores de la ciudad, tal y como era costumbre en la Edad Media, surgió la actual urbe.
Son casi 27 los metros que tiene de altura esta atalaya construida en piedra y guijarros de río, y si nos preguntamos el porqué de una puerta de acceso situada tan arriba, sólo debemos pensar en los continuos ataques de árabes y las guerras entre las poderosas familias catalanas para darnos cuenta de que esa inaccesibilidad era necesaria.

Lo mismo podemos decir de su inexpugnabilidad, que tras la desaparición del castillo la convirtió en prisión y en archivo notarial de la ciudad. El estado de conservación y mantenimiento es envidiable, lo que junto a su valor histórico y arquitectónico la convierten en el edificio más emblemático de la ciudad.
Cuidado, si no vamos siguiendo su rastro por las alturas de los tejados puede que nos perdamos el pequeño callejón que le sirve de entrada...Y sería una pena no verla.


 
Si paseamos por la ciudad, llegará un momento en que dejemos el ajetreo del centro y el continuo ir y venir alrededor de los hospitales que crecieron en los márgenes del núcleo primitivo de la ciudad, para cruzar el torrente de Vallparadis, apenas perceptible y, cruzando el puente romano de Sant Pere llegar a la Plaza del Rector Homs.

Así puede que no nos suene a mucho más que una plaza urbana, pero si nos situamos en su centro, y giramos nuestra mirada nos daremos cuenta de que estamos rodeados de puro arte arquitectónico. Es aquí donde se sitúan las llamadas Iglesias de Sant Pere de Tarrasa, un conjunto formado por tres templos (los de Santa María, Sant Pere y Sant Miquel) que gracias al inmenso valor arquitectónico e histórico fueron declarados monumentos nacionales.

 
Se trata de tres iglesias episcopales y una rectoría a las que sólo se tiene acceso tras cruzar una valla que celosamente guarda sus secretos. Al mismo tiempo crea un espacio que invita al sosiego y al recogimiento, favorecido por la blancura de las piedras, los árboles y los jardines que forman el recinto.
En el momento de mi visita, el conjunto estaba cerrado, pero desde fuera, y a través de las rejas, se puede disfrutar por ejemplo de los restos de la basílica del siglo V que salió a la luz tras unas obras de restauración, o un baptisterio excavado en el suelo.

La rectoría es hoy en día el Centro de Interpretación de este conjunto fascinante al que desgraciadamente no pudimos acceder, y es una pena, porque según dicen guarda en su interior joyas artísticas de incalculable valor.


                                                          Caldes de Montbui, la ciudad que hierve.
Ya sabían los romanos, tan puestos ellos en eso de tomar baños de aguas termales y cuidar su cuerpo y mente mediante los calores que salían de la tierra, que este lugar sería ideal para fundar una ciudad, que aparte de su valor estratégico sumara una actividad geotérmica potente y aprovechable como fuente saludable de bienestar.
Por eso, desde el siglo I antes de Cristo decidieron establecer aquí sus reales, en su caso sus repúblicas y levantar un pequeño asentamiento en forma de cruz al que dotaron de murallas, termas, mercado y lo convirtieron en centro de salud para toda la región hoy denominada " del Vallés"



Ese fue su origen, cuando se bautizó como Caldes por la calidez de sus aguas, que siguen siendo una de las más calientes de Europa como podemos comprobar tocando con los dedos los 74º grados del agua de la Font del Lleó.

Más adelante se le agregó el "apellido" del Montbui por un cercano castillo feudal del que obtuvo protección durante muchos siglos.
Hoy en día, después de haber recuperado toda su tradición balnearia en el siglo XIX, la pequeña ciudad es una mezcla de esa tradición termal, restos medievales muy bien conservados como la muralla y el molino, y los edificios y plazas que aportó la bonanza económica que trajo la moda de "tomar las aguas" en el siglo XIX y principios del XX.


Una pena que casi no quede nada del barrio judío, apenas unas calles y unos nombres de éstas que recuerdan a sus habitantes hebreos; tiene en cambio un trazado muy medieval, con estrechas callejuelas donde encontramos enormes casonas y palacios, plazas muy amplias que invitan a sentarse e imaginar la historia, y unos habitantes muy amables y cálidos como sus aguas.


La casa del molinero
Basta con alejarse un poco del centro de la vida cotidiana de Caldas de Montbui, es decir, la Plaça del Lleó, para acercarnos, siguiendo el curso de un par de calles de claro trazado medieval, llegar a este viejo molino que ahora se ha convertido en uno de los atractivos de la pequeña ciudad barcelonesa.


Al borde de la muralla medieval, cuyas piedras sirvieron para almacenar el agua que debía mover sus piedras de molienda, se levantan los restos de ésta aceña medieval que estaba en la llamada "Ruta del Carbón" y que tuvo sus orígenes allá por el año 1341, manteniéndose en funcionamiento hasta finales del siglo XVIII, momento en que fue abandonado totalmente a su suerte.


No es muy grande, apenas una construcción de unos 105m2 pero con 4 plantas que aprovechaban la caída que estaba junto a la casa de los Miller ( molineros en catalán). Después de una ardua labor de restauración y recuperación, hoy podemos ver los restos del que fue uno de los más solicitados y populares molinos de la zona del Vallés, que no ha tenido tanta suerte de pasar a la historia tan entero como las murallas que lo rodean.


De este baluarte, vestigio medieval de la antigua Aquae- Calidae, quedan en buen estado casi 30 metros de bloques de piedra que se levantan hasta unos 4 metros edificados en el siglo XIV, con una curiosa torre roja que forma parte de una vivienda privada.
Recuerdos de un pasado importante que permanecen a veces en el olvido, eclipsados por la fama de las "aguas calientes" que bendijeron los romanos.

El lujo de lavar con agua caliente
Pocos españoles, a lo largo de la historia de nuestro país, han tenido la posibilidad y el lujo de poder lavar su ropa con agua caliente salida directamente de la tierra, como si fuera un regalo que hace la Madre para aquellos que saben aprovechar sus dones. Algunos de esos pocos afortunados, han vivido en Caldas de Montbui, donde el agua sale de las profundidades terrestres a unos 74º, casi en ebullición, y es conducida a fuentes donde poderla beber o a lavaderos donde su calor y componentes hacen desaparecer la suciedad de las prendas llegando casi a la desinfección, de manera natural.

Son varios los lavaderos públicos que encontramos en Caldas, aunque quizá el más emblemático sea éste de La Portalera, recientemente restaurado y mantenido en pleno funcionamiento para quien aún se aferre a las viejas tradiciones.

El agua del lavadero proviene de la maravillosa Font del Lleó, y se cambia cada día para que mantenga limpios los estanques de lavado, donde aún acuden de lunes a viernes por la mañana, para que la tradición no muera, algunas mujeres de Caldas.

En Tenerife existen varios lavaderos restaurados que no tuvieron la suerte de contar con esa agua caliente. Curioso, siendo una isla volcánica...

De cualquier manera, vale mucho la pena pasear por la muralla y acercarse al lugar para disfrutar de un sitio emblemático que se resiste a desaparecer y que es realmente diferente a los monumentos que estamos acostumbrados a ver.

El núcleo primitivo de Caldas, abrigado y protegido por la muralla medieval que aún se conserva gracias a las labores de reconstrucción y restauración del Gobierno de Cataluña, tiene como centro una de las plazas más hermosas de España.

La Plaça del Lleó, conocida así por ser la fuente del mismo nombre su rincón más conocido, es el punto de unión de cuatro calles que siguen los puntos cardinales con forma de cruz desde tiempos de los romanos. Estas cuatro calles que conectaban con el exterior mediante otras tantas puertas en las murallas, daban y dan acceso a esta Plaza que tiene varios puntos de interés.

El primero es la mencionada Fuente del León, el segundo las termas romanas, el tercero el señero Balneario Broquetas y por último el conocido Thermalia.

Sobre los dos primeros hablaré en sus rincones correspondientes, del Broquetas decir que desde 1729 es un referente dentro del termalismo catalán y que para el que pueda visitarlo posee una excepcional galería termal de estilo modernista, de gran valor artístico y arquitectónico, que alberga una auténtica sauna romana (Vaporárium) del siglo II.

Sobre Thermalia hay más que hablar, ya que es museo y al tiempo oficina de turismo, pero desde época medieval hasta los 70 del pasado siglo fue el Hospital de Santa Susana.
Radicalmente restaurado y reestructurado en los años 80 para cumplir su nueva función, mantiene su antigua fachada y los altísimos arcos de la entrada y dentro podemos disfrutar de un enriquecedor paseo a través de la cultura del agua termal en Caldas y en la época romana.
Aparte, en los dos pisos superiores se encuentra una interesantísima muestra del pintor Manolo Hugué, y obras poco conocidas de Picasso que mantuvo una estrecha relación con la familia del primero. No hay duda de que la Plaza es un lugar con una personalidad y una historia realmente fascinante.

El león que ruge vapor
Desde tiempo inmemorial, los habitantes de la antigua Aquae Calidae, acudían a este rincón del centro de la ciudad a recoger la casi hirviente agua que manaba desde las profundidades terrestres por sus reconocidas propiedades curativas. Esto hizo que los habitantes medievales del burgo decidieran construir una fuente que pudiera ser más accesible para todos y que además sirviera de referente para los visitantes.

A pesar de ser emblema actual de la ciudad, el diseño de la fuente que vemos ahora no es el original de 1581, ni siquiera el de la renovación de 1822, sino una fuente-monumento más contemporánea que data de 1927. Fue este último boceto el que añadió el fabuloso y majestuoso león hecho con piedra de Montjuic, hoy símbolo de la ciudad, que vigila y observa como todo habitante de la ciudad venera la calidad de sus aguas, ya sea para regar, dar de beber al ganado, cocinar exquisitas viandas o tan sólo beberla como parte de las indicaciones terapéuticas de los médicos.
 Sus 74º de temperatura se acompañan de una gran cantidad de minerales como cloro , sodio , litio , bromo y yodo. Yo me pregunto cómo alguien no ha tenido la idea de embotellarla y venderla. Debe valer su peso en oro. Aunque a lo mejor al león no le gustaría...


Al rico calor termal
Ya sabían los romanos, que eran muy listos, que esta zona era abundante en calores geotérmicos, y pronto pudieron constatar los beneficios de las aguas termales que por aquí surgían a la superficie. Por eso decidieron convertirla en centro del termalismo romano en la zona. Levantaron para ello una construcción termal que data de la fabulosa época del Imperio, es decir entre el siglo I antes de Cristo y el I después de Cristo.
Constan de una gran piscina cubierta rodeadas de varias galerías que se mantienen gracias a arcos de medio punto que recientemente han sido restauradas al ser Bien Cultural de Interés Nacional.


Como en la cercana fuente del León a la que según parece se desviaron sus aguas, éstas manaban a una temperatura media de unos 74º lo que convertía el centro termal en una maravillosa piscina de agua caliente que se complementaba con otras de agua fría y una sala muy parecida a lo que hoy sería una sauna.
A su alrededor, y con el tiempo fueron surgiendo otros centros termales que tuvieron su auge en el siglo XIX, llegando a contar Caldes con ocho casas de baño abiertas.
Aunque ahora este número se ha reducido a cinco, Caldes sigue manteniendo vivo el calor de aquellas aguas medicinales y terapéuticas que los romanos disfrutaron en estas maravillosas termas.


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