martes, 8 de octubre de 2019

Impresionante Noruega (VIII) Bergen (II)

El Museo de la Lepra

Conocido por los habitantes de Bergen como Hospital de San Jorge, se levanta en su actual emplazamiento desde el siglo XV y se utilizó como leprosería hasta bien entrado el siglo XX.


Por lo tanto vemos que aunque los edificios son en su mayoría construcciones del siglo XVIII, la preocupación por la enfermedad se remonta a la Edad Media, y ahí radica su importancia.



Siglos de oscurantismo, de vergüenza, de exclusión social, pero también de grandes avances en el conocimiento de la enfermedad, llevaron a los médicos y enfermeras que trabajaron en él y a él dedicaron su vida a conocer de tal manera  el mal que traían aquellos que cruzaban sus puertas, que lograron descubrir el bacilo que hoy en día lleva el nombre de su principal investigador, el doctor Armauer Hansen.
El rechazo y miedo de la sociedad hacia estos enfermos era tal, que durante la Edad Media, los que padecían esta enfermedad llevaban unas pequeñas tablas en la mano, llamadas tablillas de San Lázaro, las cuales al golpear entre sí avisaban a la gente de su paso. 



El pequeño hospital de Bergen, con su viejísima iglesia de madera, es hoy un monumento a los esfuerzos de los médicos y a la paciencia de los afectados por una enfermedad erradicada hoy en Occidente, pero que sigue siendo endémica en algunos países en desarrollo.



Nueve edificios constituyen este testimonio vivo de los oscuros años en los que los enfermos de lepra eran hacinados en reductos apartados de la sociedad, aunque como podemos ver, en este caso los afectados tuvieron mejor suerte, ya que las instalaciones del hospital poco o nada tenían que ver con las cuevas aisladas en las que morían en vida en otros países.





Recorrer el edificio principal, con sus pequeñas habitaciones donde los pacientes vivían y morían, con los restos de sus recuerdos, las pequeñas consultas de los médicos que aún nos enseñan el instrumental para nosotros hoy arcaico pero de gran utilidad en su época, es una manera voluntaria de encogernos el corazón, de pensar en el sufrimiento de aquellos que vivieron entre estas paredes, pero también es una luz de esperanza para otras enfermedades, que como la lepra encontrarán una cura.

Estación de tren de Bergen

Jens Zetlitz Monrad Kielland fue el autor de este edificio que se levanta imponente en lo que un día fue terreno localizado en las afueras de la ciudad de Bergen pero que hoy forma parte indisoluble de ella, al haber sido tragado y absorbido por las edificaciones que se construyeron tras la Segunda Guerra Mundial.

El edificio, en la práctica, es conocido por recibir todos los trenes que procedentes de Oslo traen a los visitantes que desean conocer el llamado Portal de los Fiordos Noruegos, nombre con el que poéticamente es conocida la ciudad.

Pero para mí su valor radica en su arquitectura. Su aires imponentes y de fortaleza los debe al el estilo Romántico Nacionalista, un estilo arquitectónico nórdico surgido a finales del siglo XIX y principios del XX. Los diseñadores se inspiraron en la Alta Edad Media para construir un estilo apropiado al carácter del pueblo nórdico. Se puede considerar el estilo como una reacción al industrialismo y una expresión del mismo nacionalismo  conocido como "Sueño del Norte" que dio ímpetu a un interés renovado en los Edda y las sagas. La arquitectura romántica nacionalista expresó ideales políticos y sociales progresistas.

Las formas recias y duras que dan aire de castillo a la estación desde el exterior, se transforman en luz y curvas en un interior que aunque serio y funcional se ve inundado por la claridad que entra por su techo acristalado.


Merece la pena acercarse hasta la estación y dedicar unos minutos a admirar este estilo nórdico basado en el antiguo espíritu y leyendas medievales del Norte de Europa.

Lille Lungegardsvannet.

Este lago natural , con forma octogonal, estuvo durante siglos unido a la cercana bahía Store Lungegårdsvannet a través de un estrecho, pero en 1926 se decidió rellenar de tierra el pequeño apéndice de agua para agrandar y renovar esa parte de la ciudad.



Hoy el lago se encuentra en un parque, en el centro de la ciudad, completamente integrado en el paisaje de Bergen, que no para de crecer y que lo considera su espacio de relax, su playa privada donde tomar el sol en verano y como no, en el lugar donde celebrar sus festividades y reuniones.


En un principio, el lago era casi el doble en tamaño, pero la ciudad, como hemos dicho crecía a un ritmo vertiginoso, con lo que fueron robando superficie sus orillas y sustituyéndola por tierra donde se levantarían edificios y plazas.
Aunque aquella conexión con el mar fue cerrada en 1926, si nos fijamos bien, la altura del lago sube y baja, al mismo tiempo que las mareas. Eso es debido a que gracias a un ingenioso sistema de alcantarillas el lago sigue unido al mar. No se puede luchar contra la Naturaleza, ¿verdad?.

En su centro encontramos una espectacular fuente que en verano se convierte en protagonista al estar iluminada desde varios puntos del lago.
Alrededor la vida ociosa de Bergen se desarrolla sin contratiempos y según se dice todos los visitantes y habitantes de la ciudad pasan al menos una vez al día por sus orillas.

La iglesia de San Juan 

Sobre la colina de Nygårdshøyden se alza una aguja de color rojo que llama la atención desde todos los puntos de la ciudad. Parece ser un rascacielos, pero no lo es, o al menos no vive nadie de carne y hueso en su interior.

Mas bien fue hecha para acercarse a los cielos, para estar mas cerca de Dios y dirigir a Él sus plegarias.

Y el mejor camino para llegar a su encuentro, según la fe cristiana, es subiendo esa especie de mini Calvario que desde Hakonsgaten nos va elevando con sus interminables escaleras y nos coloca a las puertas de esto hermoso y elegante templo.

Al levantar la mirada, nuestros ojos suben inmediatamente hacia el cielo, hasta esos 61 metros que coronan la torre de la iglesia, que como el resto del edificio se levantó en ladrillo rojo a finales del siglo XIX y que en sus días más festivos puede albergar nada menos que 1.250 personas.

Dentro lo más llamativo es un precioso órgano que fue en su momento el segundo más grande de Noruega, tras el de la catedral de Bergen, y el altar mayor que con una sencilla pero elegantísima presencia, muestra una imagen de Jesús en oración.



El típico minimalismo de los países nórdicos entra en combinación con la riqueza de la madera y los sobredorados que dan al templo un aire ligero pero al mismo tiempo cálido y acogedor.

El corazón de la ciudad.

La verdad, no se si calificar Torgallmenningen como una plaza, una calle o una avenida. La duda es irresistible pero lógica. Si es calle o avenida lo es peatonal, porque desde hace muchos años no circula un sólo coche por su empedrado suelo, ni siquiera los autobuses públicos. Si es plaza, es el lugar de encuentro social más activo, y frecuentado de toda la ciudad, incluso más que el antiguo muelle o la vetusta Bryggen.



Su origen se encuentra en la Edad Media, cuando era la puerta de entrada a la ciudad nueva desde los muelles. Tras el incendio de 1916, en el que desapareció gran parte de la ciudad tal y como era frecuente en las ciudades nórdicas (recordemos Alesund), toda la zona fue planificada y levantada de nuevo, esta vez en dura y recia piedra y al gusto clásico que imperaba en el norte de Europa justo antes de la llegada del Jugendstil y sus curvas y sinuosas líneas.


Al final, emergió ante todos un enorme espacio flanqueado por esbeltos edificios que albergaban elegantes tiendas y residencias de ricos comerciantes y en su centro el lugar perfecto para celebrar toda festividad que la ciudad necesitase.
Y faltaba un monumento, así que nada mejor que inaugurar uno dedicado a la auténtica sangre de Bergen, los marineros. Navegantes aguerridos, comerciantes incansables y pescadores valientes y constantes, los marineros de la ciudad vieron reconocida su labor de siglos en un enorme cubo donde aparecen doce figuras masculinas y  cuatro relieves en dos alturas en bronce , montado todo ello en una gran base cuadrada de granito. 


Hoy todo el que pasa por Torgall rinde inconscientemente tributo a sus antepasados marineros, aquellos que insuflaron vida a la hermosa Bergen.

Lineas rectas, cuerpo recto, rectas torres, ventanas rectas... ¡Rectitud ante todo! Pero cómo impresiona, y como atrapa su belleza externa.


Para quien no haya oído hablar de él, como yo, y se acerque casi de paso, también como en mi caso, a lo que los berguenses llaman Den Nationale Scene ( Teatro Nacional) pueden pensar, en un primera mirada , que está ante un edificio de gobierno estatal, tipo Kremlin o Parlamento de Bucarest. Pero no, se trata de algo totalmente opuesto.


El edificio envuelve como en un caparazón, en una cáscara todo el sentimiento artístico de la ciudad. Detrás de sus paredes el teatro, la danza., la música, la pintura y la escultura han podido ser mimadas y tratadas como se merecen por un pueblo luchador pero que al mismo tiempo tiene una sensibilidad artística sobresaliente.
1909 fue el año elegido para su memorable inauguración que duró nada menos que tres días con sus interminables y deliciosas noches de música y danza.

La Guerra Mundial, destruyó gran parte del teatro, pero no su espíritu, así que tras una larga y escrupulosa restauración volvió a brillar entre los jardines que lo rodean con más luz que nunca.

Pequeño, condensado y fácil de recorrer, el Museo de Bryggen se levanta, con su moderna estructura que a menudo lo hace confundirse con una casa de aires futuristas, sobre lo que fue el primitivo asentamiento de la ciudad allá por el siglo XII, es decir más de 800 años. Rampas y escaleras nos van llevando en un delicioso paseo por la historia de la ciudad y sus orígenes vikingos, su desarrollo medieval y el lento pero seguro paso hacia la Edad Moderna.




Cerámica, cráneos, runas, ilustraciones sobre el comercio, la navegación la vida cotidiana y as relaciones culturales en la Alta Edad Media se complementan con exposiciones temporales, proyecciones y como no, una pequeña tienda donde adquirir recuerdos más artísticos que los que venden las tiendas de quincalla.



No es muy difícil, gracias a la claridad conque expone el museo sus tesoros arqueológicos, hacerse una idea de el aspecto que tendría ese primer asentamiento y seguir su evolución hasta épocas más actuales.





No es un museo al uso, mas bien un sitio arqueológico, que si bien es instructivo debe sólo visitarse si se dispone de bastante tiempo libre tras visitar las muchas maravillas que ofrece Bergen.

Y con esta visita nos despedimos de este primer viaje a Noruega. Todavía queda mucho por explorar de este impresionante país que sorprende a sus visitantes por la riqueza de su patrimonio, su cultura y sus espectaculares paisajes.

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