Dejemos atrás el casco histórico, donde se arremolinan los edificios, plazas y paseos para bajar al río, a ese Duero que no puede ni quiere separarse de Soria, que la ennoblece y embellece. Crucemos el puente de piedra disfrutando del agua que discurre plácidamente a su encuentro con el mar y llegaremos a la que quizá sea la meta más ansiada de todo visitante de la ciudad.
Tras unos muros se esconde el maravilloso claustro del monasterio de San Juan de Duero, decenas de arcos se mantienen en pie gracias a la maestría constructora de los canteros que los dotaron de una belleza única y serena, diferente en cada uno de sus lados, y que irremediablemente nos transportan a los lejanos países del Oriente Medio, quizá por influencia de las Cruzadas, ya que la orden que lo mandaron levantar eran los Hospitalarios de San Juan de Acre.
Arcos y más arcos, apoyados sobre dos, cuatro o ninguna columna en un alarde de maestría arquitectónica que no tiene igual en el mundo. Capiteles poblados por arpías, demonios o frondosos arbustos exóticos. Todo parecía poco para embellecer el claustro. Y realmente consiguieron otorgarle una belleza eterna, que ha resistido al embate del tiempo y de los elementos hasta llegar a nosotros.
Recorramos todo su contorno hasta llegar a una iglesia, que aunque ejerce de actriz secundaria también posee una belleza singular.
Quizá sea por las cúpulas( también de influencia oriental), los dos originales templetes que custodian el desaparecido altar mayor, o las tumbas medievales de caballeros y religiosos de rango que se ubican cerca de las paredes del templo. O quizá sea por su sencillez, tan en contraste con la exuberancia que derrocha el claustro. No estoy seguro, pero quizá el lugar tenga algo más que un alma religiosa, como si hubiera traído consigo de Oriente no solo el arte, sino también la leyenda.
Con sus empinadas calles, sus edificios que parecen decorados para una película de corte medieval, el escenario del Moncayo, a cuyos pies se levanta, y la nobleza de sus edificios, Ágreda se ha convertido en obligada visita para todos los que pasean las tierras sorianas.
Ya desde un principio despuntó maneras en aquello de ser protagonista de la historia. Primero por ser crisol de culturas, donde se mezclaron durante siglos las comunidades cristiana, islámica y judía; segundo por su merecida fama en cuanto a artesanía castellana se refiere ( alfarería y cantería sobre todo) y tercero por ejercer de diplomática entre los reinos de Castilla y Aragón y los de taifas.
Ahora, lejanos los tiempos de gloria, Ágreda mantiene orgullosa muchos de los rincones que la hicieron célebre, como la Sinagoga, vecina de la Iglesia de la Peña, o el templo de San Miguel, aparte de varios conventos, una Plaza Mayor de ayuntamiento renacentista y varias puertas de la época califal.
Como en una marmita, se combinan y mezclan elementos de las tres culturas a cada paso que damos por la villa. Se intentan recuperar con algo de éxito los antiguos oficios medievales aunque si por algo es conocida también la pequeña ciudad, es por la magnífica calidad de sus embutidos, curados al aire del Moncayo. Y en eso, si que no tiene rival.
Como en una marmita, se combinan y mezclan elementos de las tres culturas a cada paso que damos por la villa. Se intentan recuperar con algo de éxito los antiguos oficios medievales aunque si por algo es conocida también la pequeña ciudad, es por la magnífica calidad de sus embutidos, curados al aire del Moncayo. Y en eso, si que no tiene rival.
Fue una pena que el palacio estuviera cerrado a nuestro paso por Ágreda, ya que habíamos leído auténticas maravillas sobre su historia, sus jardines y sus leyendas. Pero bueno, como hay que conformarse con lo que el viaje nos ofrece, al menos disfrutamos de su vista exterior que daba muchas pistas sobre lo que nos habíamos perdido.
Las piedras de su fachada nos hablaron de lo imponentes que fueron, del ánimo de la familia Castejón al levantarla para hospedar a nobles y reyes que pasaran por la villa cuando era frontera con los reinos del Islam. Sin desmerecer la sangre azul de antaño, hoy el edificio alberga dependencias municipales que engloban una biblioteca, la escuela de música, un centro cultural, una sala de exposiciones, la ludoteca, y todo lo que se tercie, porque espacio le sobra.
Pero no todo fue un camino de rosas para el palacio, ya que tras su época de esplendor a comienzos del siglo XIX, sufrió tal abandono que lo convirtió en escuela, cárcel, juzgado y...¡viviendas!.
Ya sólo con estas historias y con la hermosísima fachada del palacio nos quedamos satisfechos. Pero dentro guarda otros tesoros que debemos dejar para una visita futura.
Muy alta nos pareció la Iglesia de Nuestra Señora de los Milagros de Ágreda, con un impresionante pórtico, liso, simple, pero que parece desafiar a la gravedad. Me recordó, permítanme la asociación de ideas, a cuando de pequeño intentaba hacer una pared muy alta de legos de colores y al final acababa partiéndose a la mitad y cayendo hacia adelante.
Pero claro, los constructores del templo no eran niños, ni los bloques de pesada piedra eran ladrillos de plástico, sino que ellos supieron poner toda su maestría en levantar un templo digno de la venerada y milagrera imagen, escoltado por dos recias y potentes torres. Dentro es igual de impresionante y sencilla, con paredes desnudas adornada por algún que otro retablo de gran valor.
Pero lo que realmente llama la atención de los fieles es la leyenda que a continuación les narro:
Cuenta ésta, que un pastorcillo cuidaba de sus ovejas junto a un río, cuando entre los destellos del agua vio aparecer la imagen de una refulgente dama. De repente la dama desapareció y en su lugar el pastor halló una caja con la imagen de la Virgen. La montó en una yegua que pacía cerca y la llevó al pueblo.
Una vez allí, se convirtió en patrona del mismo obrando muchos milagros, siendo el más importante el que se refiere a que la virgen, sacada en hombros por las calles en un día de fiesta, se inclinó ante una de las casas y la puerta principal se abrió de repente, sola. Dentro estaban trabajando un tal Medrano y su ayudante, dos musulmanes que no habían respetado el día santo. Inmediatamente y sintiéndose descubiertos, se convirtieron al cristianismo.
La virgen sólo sale en procesión por motivos muy señalados, de hecho en el siglo XX lo hizo en 6 ocasiones, para lo que es necesaria la autorización de los Marqueses de Velamazán y mediante acta notarial se registra tanto la salida como la entrada de la virgen.
Así de cuidada y mimada la tienen. No es de extrañar porque es una Virgen realmente hermosa y su templo es un castillo que la guarda con celo.
Con el mismo celo que debemos guardar en nuestra historia las hermosuras que nos regala la tierra soriana, fría pero de corazón caliente y gente cálida y acogedora.
Pero lo que realmente llama la atención de los fieles es la leyenda que a continuación les narro:
Cuenta ésta, que un pastorcillo cuidaba de sus ovejas junto a un río, cuando entre los destellos del agua vio aparecer la imagen de una refulgente dama. De repente la dama desapareció y en su lugar el pastor halló una caja con la imagen de la Virgen. La montó en una yegua que pacía cerca y la llevó al pueblo.
Una vez allí, se convirtió en patrona del mismo obrando muchos milagros, siendo el más importante el que se refiere a que la virgen, sacada en hombros por las calles en un día de fiesta, se inclinó ante una de las casas y la puerta principal se abrió de repente, sola. Dentro estaban trabajando un tal Medrano y su ayudante, dos musulmanes que no habían respetado el día santo. Inmediatamente y sintiéndose descubiertos, se convirtieron al cristianismo.
La virgen sólo sale en procesión por motivos muy señalados, de hecho en el siglo XX lo hizo en 6 ocasiones, para lo que es necesaria la autorización de los Marqueses de Velamazán y mediante acta notarial se registra tanto la salida como la entrada de la virgen.
Así de cuidada y mimada la tienen. No es de extrañar porque es una Virgen realmente hermosa y su templo es un castillo que la guarda con celo.
Con el mismo celo que debemos guardar en nuestra historia las hermosuras que nos regala la tierra soriana, fría pero de corazón caliente y gente cálida y acogedora.