El Prater de Viena
Este inmenso parque, del que recorrimos tan sólo una parte ya que la mayoría de las atracciones estaban cerradas por la nieve y el frío, comprende jardines, bosques, el parque de atracciones Wurstelprater y uno de los símbolos de la ciudad: la Riesenrad, la gigantesca noria que se construyó en 1897 y tiene una altura de 65 metros. Una vuelta en esta mole de 430 toneladas dura 20 minutos y ofrece unas vistas fabulosas de la ciudad de Viena.
Antes de subir es obligatorio pasar por una pequeña pero preciosa exposición sobre la historia de la noria, presentada en dioramas instalados en reproducciones de los vagones.
Cuando disfrutamos de esa vuelta, porque sólo da una por viaje, nos tocó una cabina en la que había una mesa de madera donde nos pudimos comer unos bocadillos que llevábamos mientras contemplábamos las vistas. Sobre cada una de las ventanas, hay una foto antigua de lo que vemos por ella, así comprobamos como ha cambiado el paisaje vienés.
Otras cabinas estaban preparadas y acondicionadas para cenas y pequeñas celebraciones, ya que se pueden alquilar por horas.
La fama le llegó de la mano del cine, sirviendo de escenario de una de las escenas más conmovedoras de la película El Tercer Hombre, cuando Harry Lime se enfrenta a su amigo Holly Martins.
Atravesado por su principal avenida, la Hauptallée, de 5 kilómetros de longitud, el Prater fue un coto imperial de caza hasta que, en 1766, el emperador José II donó esta gran extensión a los vieneses, abriéndose así al público en dicho año como un lugar de ocio.
A la entrada del parque siempre hay un par de tiendas abiertas para comprar recuerdos, a un precio más normal que en el centro del país y de la ciudad.
El gobierno de Austria
La fachada neoclásica y los pilares helénicos del conjunto del Parlamento son una creación de Theophil Hansen en 1883 y me causaron una impresión espectacular. Era como encontrarme con una reconstrucción del Partenón encajado en medio de la capital austriaca. Su altura considerable, hace que desde lejos parezca subido a una montaña.
Una vez dentro del conjunto la impresión crece, potenciada por la magnífica fuente de Atenea flanqueada por sabios con multitud de detalles en dorado, que le dan aún más brillantez. El marco en el que se encuentra también es único. El barrio de los Museos, el Ayuntamiento, el Burghteather... Todo un despliegue de decorados únicos que forman un rincón muy importante del esplendor vienés.
El teatro imperial
Es tan pequeño y coqueto que a veces pasa desapercibido a los ojos de los turistas y visitantes de Viena, y eso que está frente a dos colosos del gobierno de la ciudad y del país, como son el Parlamento y el Ayuntamiento, y que no se hunde entre otros edificios mayores. Pero claro, ante la grandiosidad y la fama del teatro de la ópera de Viena, eclipsa irremediablemente a esta joya cultural vienesa.
El Teatro Imperial fue uno de los teatros más espléndidos de Europa y, después de La Comédie Française, es el teatro más antiguo. Además, fue uno de los primeros teatros europeos de habla alemana y el más grande entre ellos, convirtiéndose en el coliseo teatral favorito de la aristocracia durante el S.XIX.
Actualmente, el Teatro Imperial, que sigue siendo el mayor teatro de habla alemana, presenta obras de teatro de poetas clásicos y modernos, piezas experimentales y lecturas, todas ellas en alemán.
Logramos entrar hasta el vestíbulo, decorado con frescos de Klimt, gracias a un intermedio en una obra teatral. Se respiraba cultura aún sin abrir la puerta....
Pareja de arte
Encima de la estación Karlplatz, una de las más concurridas de Viena, encontramos estos dos monolitos de arte Secesión, creados por el genial y omnipresente Otto Wagner, que los terminó justo coincidiendo con el final del siglo XIX.
La pena, es que si uno no se lleva aprendida la guía de Viena, o ya ha buscado referencias en Internet, se los puede pasar por alto, ya que de lejos no llaman la atención demasiado, ni por si forma ni por su color. Incluso se podría pensar que para los vieneses no tienen demasiada importancia, ya que incluso se demolieron y volvieron a erigir cuando se construyó la estación de metro.
Hoy, aquellos pabellones que fueron parte de la red de transporte público de la ciudad, son una extensión del Museo de Viena, con una exposición permanente, en su interior sobre Otto Wagner en el Pabellón Oeste, donde los trenes paraban antes de camino a Hütteldorf. Los detalles decorativos convierten a los pabellones en el mejor ejemplo del Art Nouveau vienés. Metal y madera, fueron pintados de verde manzana, el color emblema de la Stadtbahn. El dorado y el más fino mármol complementan la decoración exterior.
La triste hermosura
Muchos sentimientos se encontraron en mi cabeza y en mi corazón cuando me enfrenté a este edificio. Por un lado la belleza de la Academia, fundada en 1692 aunque remozada en varias ocasiones y edificada de nuevo en 1876. Nido y sustento de infinitos experimentos de arte contemporáneo y arquitectura, así como un lugar de interacción entre la teoría y la práctica, la ciencia y el arte.
Durante la II Guerra Mundial la Academia sufrió daños físicos (muchos judíos que trabajaban en ella tuvieron que abandonar sus puestos) y materiales (exterior e interiormente, perdiéndose parte de las obras que albergaba la Academia). Después de la II Guerra Mundial, en 1955, la Academia fue reconstruida.
Durante su historia grandes hombres del Arte han pasado por aquí, como Otto Wagner, pero lo que poca gente sabe es la historia negra de la Academia.
Cuadro de Hitler ( no lo hacía tan mal)
Y eso me lleva al sentimiento opuesto. En Octubre de 1907, un Adolf Hitler de 17 años intenta dos veces que le admitan en la Academia y dos veces es rechazado por los ilustres académicos. Parado en los peldaños por los que debió subir, ilusionado, el que sería el carnicero más terrible de la Historia, no pude dejar de pensar en cómo hubiera sido de diferente el destino de la humanidad con un Hitler que hubiera sido admitido en la Academia....
Un precioso cubo, el Pabellón de la Secesión
Este gran cubo blanco, coronado por una cúpula calada, acogió en su origen las exposiciones de los secesionistas. Construido por Olbrich en 1898, según los planes de los geniales Wagner y Klimt. La divisa que adorna la fachada " A cada época su arte, al arte su libertad ", es un verdadero manifiesto contra los partidarios del Ring y del historicismo. Integran la cúpula bellotas de roble y 3.000 hojas de laurel doradas.
En la época de su construcción, las malas lenguas comparaban este edificio con un Krauthappl, un repollo. En el sótano se conservan un par de fragmentos del friso de Beethoven pintado por Klimt: Las gorgonas escuálidas y Los sufrimientos de la débil humanidad...
Arte en el cementerio
El Zentralfriedhoff es el principal y más grande cementerio de Viena, que una vez estuvo localizado en las afueras de la ciudad, aislado, pero que con el crecimiento imparable de la urbe durante el periodo Habsburgo, se vio engullido por ella.
Es necesario y recomendable tomar un transporte urbano para llegar hasta él, ya que debemos ahorrar fuerzas para recorrerlo, puesto que es muy grande. Lo ideal es un tranvía, que nos deja en cualquiera de las entradas principales. Nosotros decidimos hacerlo de esta manera, y más concretamente en uno de los antiguos, de chapa y madera. Una experiencia única, en un día con un sol radiante y una temperatura "agradable".
Pero entremos al recinto.
Como un gigantesco jardín, que parece destacar más por su frondosa vegetación, aún en invierno, que por sus tumbas y lápidas, es visitado por todos los vieneses que necesitan un poco de paz y tranquilidad alejados de la bulliciosa y trepidante Viena.
Los melómanos también disfrutamos sobremanera del camposanto porque, para presentar nuestros respetos, buscamos en primer lugar las tumbas de los auténticos genios inmortales como Schubert, Brahms, Beethoven o la familia Strauss que están inhumados en el Cementerio Central.
Desde 1884, este lugar ha sido lugar de enterramiento de más de 3 millones de personas, con una capacidad actual de 300.000 tumbas, que lo han convertido en uno de los mayores de Europa.
La tolerancia del pueblo austriaco ha permitido, que por lo menos en la muerte convivan las tumbas cristianas, con las ortodoxas ( hay tumbas de princesas rusas), judías, budistas ( Parque de la Quietud), islámicas y protestantes.
Y es que para los vieneses, esto de la muerte no es el final, y por ello gustan, desde siempre de despedir a sus difuntos con toda clase de fastos que llaman " de primera clase", que incluye hasta bandas de música y que es lo que ellos denominan Schöne Leich.
La relación tan grande de los vieneses con este recinto llega más allá de lo que imaginamos. Se me quedó la boca abierta ( por conceptos chocantes) cuando me contaron que en la época de la guerra los vieneses cultivaban verduras entre las tumbas y crecían abundantes y sabrosas....Sic transit gloria mundi.
Maravilla del jugendstil
Otra de las sorpresas que tampoco esperas cuando haces un viaje y que de repente se convierte en uno de los rincones que más recuerdas el resto de la vida. Este de hoy, por su belleza, su elegancia y su magnetismo.
Se trata de la Iglesia de San Carlos Borromeo una obra de arte integral de Max Hegele concebida en 1899, aunque construida de 1908 a 1911 como un canto a la fugacidad, en la problemática de la muerte y la vida en el marco del Tiempo y una canción de la eternidad.
El genial arquitecto mezcló como en una coctelera los edificios religiosos que había conocido en sus viajes y estudios, como la Iglesia de San Carlos Borromeo de la capital vienesa, la de San Pedro de Roma, Santa Sofía de Estambul y como toque kitsch la inspiración en el Antiguo Egipto, con sus construcciones pensadas para una vida después de la muerte. Todo ello, unido y adornado con geniales toques de modernismo, y la idea de un monumento en medio del " Océano de la Muerte" que representaba el por aquel entonces mayor cementerio de Europa cobró el significado que buscaba tanto el arquitecto como el estado que pagaba su construcción: la omnipotencia de Dios sobre todas las cosas, incluso de la inevitable muerte.
Nada se dejó a la casualidad ni a la improvisación. Por ejemplo, los relojes de la torre con la inscripción "Tempus Fugit" conmemoran la transitoriedad; la planta de la iglesia en forma de círculo y cruz simboliza la canción de la eternidad y la redención; las tres grandes escaleras nos conducen " arriba" hacia Dios, a través de las Escrituras, la contemplación de la obra de Dios y la adoración de su belleza. Aunque en la práctica las escaleras laterales sirven como escenario para la instalación de coronas funerarias para la presentación del féretro en los grandes funerales, mientras que el maravilloso vestíbulo sirve para colocar el Libro de Condolencias ( que no se usa en España, pero que allí es imprescindible) y por supuesto para las ofrendas florales a los difuntos.
Una vez dentro, la amplitud de la nave permite acoger a gran cantidad de fieles en las misas multitudinarias y un lugar específico para que el ataúd del difunto tenga la importancia que se merece. Otro símbolo que encontramos es la pila bautismal de la sacristía , que indica el inicio de la vida eterna.
Rodeemos con nuestra mirada el perímetro de la iglesia y disfrutemos de los mosaicos y pinturas que relatan la misericordia y redención de Dios, con escenas desde Adán y Eva hasta El Juicio final, para acabar fijándola en el cielo pintado en la cúpula que es un símbolo egipcio de la presencia de Dios, al igual que las imágenes sobre el altar y su idea de la vida eterna.
La pintura izquierda representa dos ángeles: el ángel arrodillado pone su mano sobre un reloj de arena (relacionándose con los relojes de la torre y la inscripción "Tempus Fugit"). A su lado una sepultura abierta con restos humanos y la guadaña de la muerte. El ángel de pie tiene una antorcha extinguiéndose en la mano, una alusión al texto del profeta Isaías sobre el Mesías venidero.
Sentado en el trono Cristo, cuyos apoyos están decorados con las letras Alfa y Omega, recibe al peregrino y el Ángel le lleva una rama de palma, símbolo de la victoria y de la vida eterna.
El aspecto modernista de muchos rincones y sobre todo de la iluminación artificial de las lámparas me llegó a embargar por completo, olvidándome de que estaba en una iglesia que celebraba la Resurrección pero que a mis ojos era una obra de arte integral, sin fisuras ni errores. Una maravilla de Vida.
Y con este rincón completamos la visita Viena, pero prometiéndonos que volveremos muy pronto.