viernes, 1 de julio de 2016

Las más hermosas islas del Caribe (I): Aruba

Aruba resuena en nuestra imaginación como uno de los destinos paradisiacos por excelencia del Caribe. Y para ser sincero, aunque masificado, no decepciona.

Aruba es mucho más que una isla soleada con aguas turquesas y arenas blancas. Situada en el sur del Caribe, a solo unos kilómetros de la costa de Venezuela, esta pequeña isla —apenas 180 km²— ofrece una sorprendente mezcla de naturaleza áspera, cultura vibrante y hospitalidad sin pretensiones.

Conocida por su lema “Una isla feliz”, Aruba combina el encanto de un destino tropical con una identidad profundamente forjada por su historia colonial, su herencia indígena y su espíritu independiente. Aquí, el desierto convive con el mar, los idiomas fluyen naturalmente entre el papiamento, el español, el inglés y el holandés, y cada rincón tiene su propio ritmo, su color, su sabor.


Decidimos coger un microbus que por 10 dólares cada uno nos llevará a los puntos más importantes en aproximadamente 2.30 horas.

Más allá de los resorts y las postales perfectas, Aruba invita a explorar paisajes inesperados: formaciones rocosas esculpidas por el viento, antiguas minas de oro, playas salvajes, y una costa norte donde la naturaleza todavía manda. Es un destino que sorprende al viajero que se aventura fuera del circuito típico y descubre que hay una Aruba más profunda, más diversa, más real.

Ya sea que busques aventura, descanso, historia o simplemente inspiración, Aruba tiene algo que ofrecerte. No es solo un lugar para pasar tus vacaciones; es un lugar para conectar. Con la tierra, con la gente… y con el viento constante que parece recordarte que aquí todo fluye, pero nada se olvida.




Atravesamos la ciudad, y nos dirigimos hacia el norte.
Vemos una colina a la que llaman Montaña de Heno, por su forma.
En el centro geográfico de Aruba, se alza una estructura cónica que domina el horizonte de esta isla caribeña: el Hooiberg, conocido en español como la Montaña de Heno. Con 165 metros de altura, esta colina volcánica es una de las imágenes más icónicas del paisaje arubeño, visible desde casi cualquier punto de la isla. Aunque no es el punto más alto (ese título lo ostenta el Cerro Jamanota con 189 metros), Hooiberg es, sin duda, uno de los lugares más visitados y fotografiados de Aruba, tanto por locales como por turistas.

El nombre "Hooiberg", que en holandés significa literalmente “pajar” o “montón de heno”, refleja la forma particular de esta elevación: un cono perfecto que se eleva solitario entre una planicie predominantemente llana. Su formación geológica es única: está compuesta por una roca ígnea rara conocida como hooibergita, exclusiva de la isla.

Situado en el distrito de Santa Cruz, el Hooiberg es más que una curiosidad geológica; es un símbolo nacional, presente incluso en el escudo de Aruba, representando la isla emergiendo del mar.



El ascenso dura entre 20 y 30 minutos si se realiza a un ritmo constante, aunque quienes suben con más calma pueden tardar entre 30 y 60 minutos. A medio camino, un pequeño mirador cubierto permite tomar un descanso y admirar el paisaje intermedio. Llegar a la cima del Hooiberg es una experiencia recompensada con una vista panorámica de 360 grados. Desde allí se pueden observar las playas más famosas de Aruba, como Eagle Beach y Palm Beach, así como el bullicio de Oranjestad y el paisaje árido del interior de la isla. En días despejados, incluso se alcanza a ver la costa de Venezuela, a unos 25 kilómetros al sur.

Aunque la cima está equipada con algunas antenas de telecomunicación, no impiden disfrutar del espectáculo natural que ofrece el horizonte abierto. Más que una colina, el Hooiberg es un símbolo cultural y natural de Aruba. Subirlo no solo permite disfrutar de una vista espectacular, sino también conectarse con el espíritu de la isla, su historia geológica y su identidad nacional.

Ya sea que estés de paso por unas horas o te alojes por varios días, incluir al Hooiberg en tu itinerario es una experiencia sencilla, accesible y profundamente gratificante. Es el tipo de lugar que transforma una simple caminata en un recuerdo inolvidable.


En la agreste y ventosa costa norte de Aruba, donde las olas del mar Caribe rompen con fuerza sobre las rocas calizas, se encontraba uno de los íconos naturales más reconocidos del Caribe: el Puente Natural de Aruba, también conocido como el Puente de Coral. Aunque la estructura original colapsó en 2005, su legado perdura como parte fundamental de la historia geológica, cultural y turística de la isla.

El Puente Natural fue formado a lo largo de miles de años por la erosión constante del mar y el viento sobre roca caliza coralina, resultado de antiguos depósitos marinos. La estructura alcanzaba una longitud aproximada de 30 metros y una altura de 7,6 metros, con un espesor de más de 2 metros, lo que la convertía en uno de los puentes naturales más grandes del Caribe.

Además de su impresionante tamaño, lo que lo hacía realmente especial era su composición: una mezcla única de caliza coralina incrustada de fósiles marinos que contaban la historia de un océano milenario.

El 2 de septiembre de 2005, el puente colapsó de forma repentina, probablemente a consecuencia del debilitamiento por erosión acelerada y del impacto indirecto del huracán Katrina, cuyas marejadas afectaron las costas de la región.

A pesar de su caída, el sitio no ha perdido relevancia. Sus restos aún son visibles y evocan el poder transformador de la naturaleza, mientras que su legado se mantiene vivo gracias al turismo y la memoria colectiva de los arubeños

Por toda la costa, hay como torrecitas de piedra, que no tienen nada que ver con los arubeños. Lo hacen los turistas, porque según dicen trae suerte, pero a fin de cuentas modifican el paisaje natural de la costa y debería estar prohibido.







Después de aquí fuimos a ver una construcción llamada Bushiribana, un fuerte donde se fundía oro durante la llamada Fiebre del Oro del Caribe. Con una producción de 1,5 millones de toneladas del precioso metal, durante casi cien años Aruba hizo honor a su nombre, "el lugar donde reluce el oro".

A mediados del siglo XIX, la noticia del hallazgo de oro en Aruba desató un interés creciente por explorar y explotar los recursos minerales de la isla. En 1872, se construyó en Bushiribana un gran molino de procesamiento de oro, hecho con gruesos muros de piedra volcánica y diseño robusto para resistir el clima costero.

Durante varias décadas, aquí se trituró roca traída de las colinas cercanas para extraer el preciado metal mediante procesos mecánicos y químicos. Aunque la producción nunca alcanzó niveles industriales, representó una fuente económica importante en aquel momento para Aruba, marcando el inicio de su desarrollo económico moderno

Hoy, lo que queda de Bushiribana son muros de piedra ennegrecida por el tiempo, ventanas abiertas al mar y escaleras que ya no conducen a máquinas, sino a vistas espectaculares del Caribe. Recorrer el lugar es imaginar el esfuerzo de los trabajadores, el ruido de los molinos, y el sueño colectivo de riqueza que alguna vez llenó el aire del lugar.

A pesar del abandono, la estructura conserva una presencia imponente. Sus ruinas no solo han resistido el paso del tiempo, sino que se han convertido en una de las postales más auténticas de la isla.




Luego, regresando a la ciudad, pasamos por el precioso faro California. Con sus 30 metros, es la estructura más alta de la isla, y toma su nombre de un barco que se hundió en la costa cercana a finales del siglo XIX y que hoy es un paraíso para los buceadores. El faro se erigió entre 1914 y 1916 para prevenir naufragios en una costa cuajada de peligrosos corales.





De camino, paramos en la playa de Eagle Beach donde están los famosos árboles que salen en las fotos publicitarias de la isla. Se laman divi divi y junto a los fofoti habitan la arena de la playa y se nutren del agua del mar. 
La conductora, que habla español, nos deja en el centro de la ciudad de Oranjestaad, capital de la isla. Sus edificios, que mezclan el estilo colonial del Caribe y la arquitectura holandesa, están pintados en suaves colores pastel y adornados con toda clase de florituras.



Después de esto pasamos por el centro comercial Renaissance. Y vuelta al barco.

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