Regresamos de nuevo a Ollantaytambo, donde se encuentra la estación del tren que nos llevará hasta Aguas Calientes, a unos 43 kilómetros de distancia.
El Voyager consta de tan sólo dos vagones, que en poco menos de hora y media nos traslada entre montañas nevadas, riscos, ríos y valles hasta el obligado punto de partida para conocer la Ciudadela Inca.
Tras bajar del tren y atravesar un bullicioso mercado que se ha instalado entre la estación y el río que divide el pueblo, ésta se abre ante nosotros como un pequeño tesoro a explorar.
No es antigua en absoluto, de hecho su fundación tan solo se remonta a 1901, momento en que se establecen en los márgenes del río Aguascalientes los trabajadores de la línea de ferrocarril en construcción que iba desde Cusco a Santa Ana en la provincia de La ConvencIón.
Su primer nombre fue Machu Picchu Pueblo, por la cercanía al recinto arqueológico, pero desde 1941 toma el nombre del afluente del río Urubamba, el Aguas Calientes, que la cruza.
Tras cruzar el puente sobre el rio...
Nos dirigimos a nuestro alojamiento, el Hotel Tierra Viva Machu Picchu, un estupendo establecimiento a orillas del río y a dos pasos de la parada del autobús que al día siguiente nos subiría hasta Machu Picchu.
Las habitaciones dan al río, y es una delicia oír el agua correr y asomarse al balcón para tener una panorámica perfecta del lecho flanqueado por las altísimas montañas. La oferta gastronómica es variada y deliciosa, estupenda para tomar fuerzas para la aventura.
Nuestra subida a la Ciudadela tendría lugar a la mañana siguiente temprano, por lo que decidimos hacer una pequeña excursión a un sitio poco conocido y frecuentado al que sólo se puede acceder andando.
Según salimos del hotel nos dirigimos a la derecha por la carretera paralela al río, que siguen los autobuses para subir a Machu Picchu.
Justo al llegar al puente donde se encuentra la caseta de control para entrar al recinto arqueológico nos desviamos a la derecha y subimos unas escaleras que nos llevan a la vía del tren.
Seguimos por los márgenes de la vía unos 4 kilómetros, disfrutando de la impresionante garganta formada por la erosión y teniendo cuidado, ya que la vía sigue frecuentada por trenes.Podemos decir que estamos caminando por el interior de la selva de Perú, y de hecho, en los momentos de mucho silencio, pueden escucharse los sonidos propios de los pájaros que viven dentro de la gran masa verde.
No hay que desviarse en ningún momento, ya que las vías nos llevan a nuestro destino: los Jardines de Mandor.
Mandor es es propiedad privada familiar desde los años 60, aunque no abrió sus puertas como parque natural hasta los 90, con la idea de preservar y mostrar la flora y fauna de esta zona de la selva peruana.
La red de senderos que lo cruza y estructura nos van mostrando a lo largo del recorrido una enorme variedad de árboles y plantas fácilmente identificables por los cartelitos colocados a sus pies, llegando a sumar más de 200 especies propias del lugar.
Preciosas orquídeas como la Wiñayhuayna o la Waganki, enormes cedros o plantas de café, sirven de hogar a más de 500 especies de mariposas, ciervos como el sachacabra, o aves que incluyen los coloridos colibrís o el gallito de las rocas, símbolo del Perú.
Pero el objetivo final, y confluencia también de todos los caminos que recorren Mandor es la catarata de 30 metros de altura, de origen glaciar, localizada a unos 40 minutos de la entrada de la propiedad. El agua estaba a una temperatura muy baja, pero no pudimos evitar bañarnos en la poza que forman sus aguas, y con ello dar por terminada una jornada que nos preparaba para la joya de la corona de cualquier viaje al Perú.
Para finalizar el día comimos en el restaurante Inkaterra, que está enclavado en el hotel del mismo nombre.
Y por fin llegó el día. Muy temprano tomamos el autobús que nos acercó por una carretera formada exclusivamente por curvas hasta la entrada de Machu Picchu, Acompañados por un guía fuimos ascendiendo por un camino lateral diferente al que siguen habitualmente los visitantes de la ciudadela.
La historia de Machu Picchu, no empieza en 1911, año de su descubrimiento, sino que se remonta al siglo XV, cuando fue construida como centro administrativo, agrícola y residencial.
Abandonada por los incas y protegida por la naturaleza, permaneció dormida hasta 1911, cuando Hiram Bingham escuchó hablar a un campesino sobre una ciudad perdida entre los bosques de una montaña.
Sin perder un segundo, el americano organizó una expedición al sitio, que encontró cubierto de una espesa vegetación. Tras cinco arduos años de trabajo, salió a la luz uno de los mejores testimonios de la cultura inca. No se encontraron valiosos tesoros, aunque hay quien sugiere que el explorador sí que halló objetos de oro, cuyo valor invirtió para seguir adelante con su descubrimiento.
Bingham no fue el primer extranjero interesado en desentrañar los secretos guardados por los incas. Ya los españoles habían invertido tiempo y hombres en la búsqueda de "El Dorado", la mítica ciudad oculta entre estas selvas y montañas donde el oro y la riqueza se encontraban a la mano de cualquiera que la descubriera.
Cuando en el siglo XVII, la leyenda perdió fuerza, surgió la de Paititi, otra urbe donde los incas y sus tesoros habían recalado tras las derrotas de Cusco Ollantaytambo. Esta ciudad correspondería con Vilcabamba, donde los incas se atrincheraron durante treinta y cinco años, resistiendo al embate español, quedando abandonada tras la derrota y poco a poco tragada por la selva.
Precisamente fue, buscando la misteriosa Paititi, que Bingham dio accidentalmente con Machu Picchu, llegando rápidamente a la conclusión de que la función principal de la ciudadela era primordialmente sagrada, construida para retiro espiritual del inca Pachacútec, adquiriendo con el tiempo funciones administrativas y militares, ya que eran frecuentes los intentos de ataque al Cuzco por parte de otras poblaciones cercanas.
Abandonada quizá, y según las recientes investigaciones, por la falta del agua tan vital para el cultivo en sus bancales, cayó en el olvido hasta la llegada de Bingham. Durante siglos, la ciudadela localizada a 2.450 metros de altura, a los pies de la "Montaña vieja", que le dio nombre, languideció oculta mientras a sus pies se deslizaban las aguas del río Urubamba.
Tras despejar la maleza que la cubría y mover ingentes cantidades de piedra y tierra, la expedición de Bingham se encontró con una ciudad dividida en varias partes muy diferenciadas por la función que desempeñaban en su momento de máximo esplendor.
Por un lado la agrícola, con las viviendas y almacenes de los campesinos, por otro la del Inca, a continuación la religiosa y por último la del pueblo llano.
La zona de los campesinos está formada por multitud de terrazas empinadas contenidas por sólidos muros de piedra, que ya hemos visto en otros lugares en nuestro viaje, y que se dedicaban al cultivo de maíz, papas, verduras y arroz.
Cunado visitamos Machu Picchu, nos pasamos la visita bajando y subiendo escaleras, rampas y senderos, como el que nos lleva, siguiendo el camino del Inca, que previamente a recorrido todo el Valle Sagrado, hasta la puerta principal de la ciudad. Construida con bloques de granito, tiene la típica forma trapezoidal y aún pueden verse los huecos donde encajaba la gran puerta de madera.
Los terrenos de Machu Picchu se extienden en una explanada de 800 metros de largo por 500 de ancho, espacio que contiene más de 200 edificios comunicados por un total de 3.000 peldaños de escaleras y construidos en una sola planta, con la excepción de templos y palacios que tienen dos.
El sector noble, o hanan, posee los elementos nobles más interesantes, ya que presenta un exquisito trabajo de la piedra, mientras que el civil, o hurín es algo más tosco y su función era meramente residencial.
Nos sale al paso ahora la única estructura curva de todo el conjunto, el Templo del Sol o Torreón, que alberga una piedra sagrada y que gracias a sus ventanas trapezoidales podría también servir de observatorio astronómico alineado con el movimiento del sol.
Justo debajo encontramos la conocida como Tumba Real, una gruta natural que contiene un altar y varias hornacinas y donde se encontraron varias momias.
El centro del conjunto lo ocupa una gran Plaza Central, hoy una amplia explanada herbosa, rodeada de graderíos en los que se sentaba el público que acudía a ver las ceremonias.
Otro espacio que no debe faltar en nuestra visita es la Plaza Sagrada, un espacio rodeado por el Intihuatana, el Templo de las Tres Ventanas y el Templo Principal. La arquitectura de este último se conoce como wayrana porque tan sólo tiene tres de las cuatro paredes que normalmente conforman un edificio y fue construido con bloques que forman una pared de casi 12 metros de largo por 8 de ancho y un metro de grosor. En su centro se encuentra una roca en el suelo que se conoce como Cruz del Sur, lo que nos lleva a pensar que también se usaba como observatorio astronómico.
Por otro lado el Templo de las Tres Ventanas está orientado a la salida del sol y guarda una piedra con grabados que representan los tres niveles en los que la civilización inca dividía el mundo andino: Hanan Pacha (el cielo), Kay Pacha ( la tierra) y Ukju Pacha el mundo subterráneo.
Muy cerca se encuentra la Roca Sagrada, un enorme monolito de 3 metros de altura por 7 de largo, que sirvió como lugar de ofrenda a los Apus, o dioses tutelares de la ciudad y que fue tallada siguiendo el perfil del Cerro Pumasillo, localizado al fondo del valle.
Otra curiosidad son los llamados Espejos de Agua, dos recipientes tallados en el granito con forma de mortero, que se encuentran en el Templo de las Vírgenes del Sol y que servían para contener agua traída de lagos y ríos sagrados para observar los reflejos del sol, la luna y las estrellas en su superficie, que actuaba como un espejo.
Mientras vamos recorriendo el camino hacia la salida, no podemos dejar de mirar atrás y asombrarnos ante la belleza de la ciudad.
Hay pocos lugares en el mundo que puedan competir con el embrujo y el encanto de la ciudadela de Machu Picchu. Su misterio, que permanece adherido a las piedras que forman cada una de sus paredes parece hacerla eterna, protegida por las montañas, pero al mismo tiempo ese misterio es su verdugo, pues como Venecia, parece condenada a morir y desaparecer, víctima de su fama.
Sin duda, Machu Picchu es el corazón de Perú, una tierra digna de elogios de toda clase. Sus encantadores y amables habitantes, sus paisajes, su historia, su fauna y su flora, su gastronomía y la leyenda que parece envolver cada uno de sus rincones, hace de este hermoso país una preciosa joya que brilla cada día con más esplendor y siga siendo el "Ombligo del Mundo". Tupananchiskama, Tukuy sunquywan waylluyki