miércoles, 11 de febrero de 2015

Cataluña (XI)

El corazón de Manresa.
Manresa es uno de los hitos modernistas y art decó de Cataluña, con un buen número de interesantes edificios como el futurista Can Jorba, sede a principios del siglo XX, de uno de los establecimientos más importantes de todo el Estado y con gran prestigio en el extranjero y que parece haber sido trasplantado desde una Gotham City imaginaria o de un Nueva York real, o las múltiples muestras de adornos y florituras que se encuentran a lo largo de las calles adyacentes al rincón que nos ocupa, la plaza de Sant Domènec.


Este espacio, adyacente al paseo de Pere III, que es una de las arterias principales y de expansión moderna de la ciudad, es el epicentro de su vida social y comercial, centro de reunión y paseos, donde disfrutar de un rato de charla o picoteo en una de las numerosas terrazas que lo pueblan y maravillarse ante joyas modernistas como el Casino, la Torre Lluviá o el Teatre Kursaal.

Aunque las dos estrellas principales de la plaza son sin duda la casa Torrents ( de la que hablaré luego) y el pequeño pero coqueto quiosco Fius i Palá, del año 1917, que aún sigue manteniendo su función original, y que combina a la perfección la piedra, el metal, la madera y las delicadas vidrieras de colores tan al gusto de la época.



El espacio es bastante imponente, con unos jardines amplios y magníficamente cuidados, que invitan a sentarse y vivir el latido de una ciudad que se ha convertido en la quinta capital de Cataluña, fruto de una industrialización decimonónica que favoreció notablemente su desarrollo y prosperidad.






Gratamente sorprendido por la tranquilidad y quietud que se respira en una ciudad con tan considerable tamaño, me dispongo a guardar su recuerdo en el archivo de lugares a los que regresar.
La casa familiar de Manresa
Uno de los objetivos de mi recorrido por Cataluña, era visitar la casa familiar de los Torrents, de los cuales soy descendiente por línea materna. Aunque ya había visto imágenes en incontables ocasiones, encontrarme de frente con el gigantesco palacio situado en la plaza Fius y Palà, consiguió asombrarme aún más.

Como si de un gigantesco castillo levantado en medio de la ciudad se tratase ( al estilo de los grandes edificios del centro de París) este edificio modernista de cuatro plantas y dos torres circulares dio muestras en su momento, tal y como lo sigue haciendo ahora, del poder y la importancia económica y social del la familia Torrents, una de las más relevantes en el panorama de la industria textil de Cataluña.

Conocida también como " La Buresa" debido al apellido de la esposa de su propietario, Antonia Burés, es un muestrario único e irrepetible de la mayor parte de los elementos decorativos que conforman el modernismo catalán, pleno de elementos florales, cerámica vidriada, tallas ( como el Sagrado Corazón de Jesús, patrón de nuestra familia) y hierro forjado.





Contemplar los grandes ventanales de las esquinas, los amplios balcones bellamente adornados y las galerías que recorren las tres fachadas del edificio, es un ejercicio para la imaginación; ante nuestros ojos vuelve a aparecer el carruaje que con los miembros de la familia entra directamente a la casa por el gigantesco portal, el brillo de las luces de gas a través de los cristales tintados, el ajetreo de las grandes celebraciones familiares o los balcones llenos de invitados para contemplar el paso de las procesiones de Semana Santa.




Parece una pequeña ciudad que brilló como un astro en sus momentos de mayor gloria y que hoy se ha desmembrado en pequeñas casas familiares, oficinas y negocios. Pero al menos sigue viva, manteniendo el nombre que tanta fama dio a la ciudad de Manresa.
La Señora de Manresa
Entrando a Manresa por el lado del río, el Cardener, y tras dejar atrás el Pont Vell, aparece en lo más alto y de manera repentina ante nuestros ojos, la elegante silueta de la Seu que ya se había insinuado desde la distancia.

La catedral de Manresa, como se la conoce aunque nunca fue sede de un obispado, parece colgada, aferrada con uñas y dientes al cerro del Puigcardener, que se corta violentamente por el paso del río. Y es que desde fecha tan temprana como es el siglo IX, se registra la existencia de templos cristianos en la atalaya manresana. Aunque sus cimientos datan del siglo XIV, el mismísimo Gaudí fascinado por la belleza del edificio, se atrevió a adornarlo y enriquecerlo aún más, con un baptisterio y un atrio en un estilo neogótico poco propio del genio de Reus pero lleno de fabulosa hermosura.





Superviviente de un gravísimo incendio durante la Guerra de Secesión y un grave expolio y asalto durante la Guerra Civil Española, hoy se eleva etérea y ligera sobre toda la ciudad de Manresa, adjunta a un bellísimo mirador que nos permite disfrutar de las vistas de la comarca del Bages.

Igualada, industria y piedra hecha arte
Villa de obligado paso al encontrase en pleno camino real entre Barcelona y Lleida, disfrutó de muchas prerrogativas que atrajeron a multitud de nuevos pobladores, que acudían a comerciar en su mercado de concesión real y ya puestos se quedaban a vivir en la próspera ciudad.

Tres veces tuvo que ser ensanchado el círculo que formaban sus murallas por el rápido crecimiento de la población hasta que ya, hartos de este construir y derribar, los igualadinos optaron por permitir que se edificara fuera del núcleo medieval.



Y fue una suerte, porque de esta manera se mantuvo casi intacto un pequeño centro de calles cubiertas ( Igualada está llena de pasadizos en la parte antigua y en la moderna) alrededor de una plaza también porticada, donde se ubica el ayuntamiento. Aconsejo tomar la calle de Santa María, porque muy cerca de la plaza encontramos dos de las joyas de la ciudad: la casa Ratés y la Iglesia de Santa María.



La primera es una preciosa muestra de la fertilidad modernista en la ciudad, que también cuenta con una treintena de edificios de este estilo pero de menos empaque. Aunque si indagamos un poco en la historia comercial de la ciudad, vemos que esta maravilla de brillantes tejados, sinuosos balcones y ventanas y majestuosas torres, no fue siempre una obra de arte como lo es hoy, o por lo menos en cuanto al olfato se refiere, ya que durante años el mercado de las carnes y el pescado se tuvo que centralizar en él, a la espera de que se construyera un nuevo emplazamiento.



Enfrente encontramos el renacentista templo de Santa María que debemos rodear para comprender la rotundidad de sus formas, demasiado sencillas y austeras si lo comparamos con otros edificios del mismo estilo. Una fuente esquinera en piedra es quizá lo que más llama nuestra atención al ir dejando atrás la iglesia y seguir encontrando pequeños tesoros, como la encantadora Virgen del Rosario de una ermita a la que no hay acceso por ser parte de un convento ( pero que podemos ver desde un pequeño reclinatorio ) o la escultura de un niño comiendo carquinyols con un cartel que traducido al castellano dice " Si me tocas el dedo del pie, tendrás salud y fortuna". A ver quién se resiste a probar suerte....

Esparraguera, al pie de la montaña de Montserrat
A lo largo del año y desgraciadamente por causa del desvío de la A2, esta pequeña pero interesante villa barcelonesa, no recibe demasiadas visitas. Eso sí, durante la Semana Santa sus calles se desbordan, llena de fieles y curiosos que acuden a ella para presenciar la famosa Passió d'Esparreguera.

Los que tienen la suerte de entrar en esas fechas al núcleo histórico, pequeño como el resto de la villa, disfrutarán de una representación de la Pasión de Jesús que sus propios habitantes llevan a cabo desde el siglo XVI por sus calles y plazas, con un reparto que suma más de 400 actores, una orquesta de 40 músicos y una coral de más de 100 componentes.

Los que no, nos contentamos con visitar el templo de Santa Eulalia, un magnífico ejemplo del gótico tardío, con uno de los más famosos y hermosos campanarios de España, con una curiosa base cuadrada y cuerpo octogonal que le dan un aire realmente elegante y airoso. Es el más alto de Cataluña con sus 66 metros. La parte lateral de la iglesia tiene un aire de fortaleza, de castillo, y fácilmente podemos imaginar a los habitantes de la villa refugiándose de los ataques sarracenos y de los señores de la guerra que a lo largo de los siglos han batallado por un pedazo de estas tierras.






A un lado de la entrada principal encontramos una fuente monumental dedicada a Cristòfol Vidal, político catalán que llevó el agua potable a la población.

Nos vamos de Esparreguera con ganas de volver y verla brillar en la Semana de La Passiò....
Una vida difícil
Badalona es una superviviente. Tras ser fundada por los romanos, destruida hasta Los cimientos por las invasiones germánicas del siglo III y saqueada en muchas ocasiones por piratas y ejércitos que la encontraban en el camino cuando se dirigían a Barcelona, sólo encontró la paz cuando en el siglo XVIII renació como aldea de pescadores y la Revolución Industrial plantó su semilla de prosperidad y riqueza.

De aquel núcleo medieval que consiguió llegar a nosotros queda el Dalt de la Vila en el que se ubica esta Plaza de Barberá, que es el antiguo centro de la ciudad.

Dando un pequeño paseo que no nos tomará más de 15 minutos, encontraremos la Iglesia de Santa María, que como no, también fue destruida durante la Guerra Civil y posteriormente restaurada. Hoy, sigue imponente y señorial, con su magnífico rosetón con la estrella de David, y su magnífico campanario.



A su lado, la renacentista Torre Vella con su delicado portón de entrada sobre cuyo vano podemos encontrar a dos faunos que sostienen un escudo que presenta una campana, símbolo de la familia Santcliment, una importante estirpe catalana cuyos miembros fueron casi exclusivamente comerciantes y funcionarios reales, siempre ciudadanos honestos que ocuparon posiciones de importancia y que incluso llegaron a ser nombrados caballeros.


Si dejamos atrás la plaza y paseamos por el laberinto de callejuelas que la circundan, encontramos atractivos ejemplos de arquitectura popular y podemos hacernos una clara idea de lo que fue en tiempos medievales una populosa ciudad que tuvo la desdicha de sufrir los embates del destino y de todos aquellos que buscaban la gloria de la conquista y las riquezas de una nación que sólo buscaba su propia supervivencia.

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