Me van a disculpar, pero llevar en las venas sangre asturiana hará que en determinados momentos de este viaje que ahora iniciamos me apasione quizá demasiado con esta "tierruca" de mis antepasados, aquella que dejaron en busca de una vida más próspera y que siempre llevaron en su memoria.
Y es que Asturias se guarda en el corazón aunque pasen generaciones. Según pones el pie en ella, todos tus sentidos se ponen en alerta, deseando ser acariciados por las maravillas que ofrece este paraíso que parece abarcarlo todo, de tal manera que nadie queda decepcionado, muy al contrario. El dicho "Quien prueba repite" es aplicable a esta tierra generosa, abierta y llena de rincones asombrosos.
Pero no quiero hacerles esperar para su descubrimiento, así que vamos a empezar el viaje. Y para ello nada mejor que un lugar donde los amantes de la arquitectura se deleitarán con los delirios constructores de los llamados "Indianos", es la Villa de Colombres.
Nos recibe la Villa con lluvia, como debe ser, que si no, no hay manera de mantener tanto verde y tanto hermoso paisaje. Fue Colombres tierra de emigrantes, como gran parte de Asturias en aquellos tiempos difíciles de mediados del siglo XIX. Y fue precisamente a partir de ese momento cuando aquel pequeño pueblo asturiano empezó a cambiar su fisonomía para llegar a ser hoy la hermosa y ordenada villa que es en la actualidad. La transformación la inició el Conde de Ribadedeva, ordenando la construcción del Ayuntamiento actual y la plaza-jardín que la precede. El espacio verde, salpicado por plátanos y 30 preciosas farolas de fundición, tiene en su centro un monumento que recuerda al benefactor de la Villa, que mira hacia el elegante consistorio que se terminó en 1901, y que dio al pueblo un aire más urbano y señorial.
Casi frente por frente encontramos la iglesia parroquial de Santa María, un templo del siglo XIV que también se benefició de las restauraciones, remodelaciones y ampliaciones que ejecutó el Conde mientras se llevaban a cabo los trabajos del Ayuntamiento. Por esto, aunque el color de la piedra pueda hacerla parecer más antigua, la fachada es una obra del siglo XIX, lo mismo que la mayor parte de la estructura, ya que de la original tan sólo se conservan dos capillas.
Pero vamos con el plato fuerte de Colombres, las casas de los Indianos y su apasionante historia.
Como hemos visto, la emigración española a América forma parte de la historia del país. Decenas de miles de asturianos, gallegos y canarios, entre otros dejaron su tierra para marchar a países como Cuba, México o Argentina, en busca de fortuna y oportunidades que en ese momento su país no podía ofrecerles. El hambre y la pobreza les empujó a cruzar el charco y algunos de ellos consiguieron ser hombres ricos y de gran poder económico. Pero la nostalgia de la tierra siempre tira, así que una vez conseguido su objetivo volvían a sus localidades de origen con esa pelusa de nuevos ricos que el pueblo que los había visto marchar aceptaba de buen grado, ya que con su oro contribuían a la mejora de las condiciones de vida de sus paisanos.
Y claro, lo primero que hacían al regresar era construir sus nuevas y ostentosas residencias, para olvidar en la nublada memoria las chozas de piedra y madera donde habían nacido. Mientras, aportaban el dinero necesario para ayudar a mejorar la vida en sus pueblos natales, construyendo fuentes, plazas, carreteras, cementerios, escuelas y hospitales. El dinero americano construyó calles, trajo el agua corriente, el alumbrado público y el ferrocarril. Las casas que construyeron, para vivir sus últimos años como los hombres de fortuna que eran, constituyen hoy un patrimonio histórico y arquitectónico de gran valor, llamativo, rupturista, colorista y exótico.
Y el mejor ejemplo de ello es la llamada Quinta de Guadalupe, actual Fundación Archivo de Indianos y Museo de la Emigración.
Este magnífico edificio fue mandado a levantar por Iñigo Noriega, que emigró a México con tan sólo catorce años. A base de tesón y duro trabajo se convirtió en uno de los más importantes empresarios de ese país a finales del siglo XIX. Allí creó grandes explotaciones agrícolas que daban trabajo a más de 3.000 obreros, a ello sumó minas, fábricas textiles, ferrocarriles e incluso fundó nuevas ciudades, como Colombres y Ciudad Reinos. Desgraciadamente para él llegó la Revolución, que expropió todos sus bienes y lo llevó a la ruina. Abatido y enfermo, murió en Ciudad de México en 1920.
Del palacete. decir que recibió el nombre de su esposa, Guadalupe, y que nunca fue habitado por la familia. No siempre tuvo el color azul que vemos hoy en día; de hecho se le llamó en su momento "El Elefante Blanco", por estar completamente pintado en ese color. El interior es realmente fastuoso, con una mezcla de estilos en el que predomina el árabe y una gran profusión de coloridos estucos, finos mármoles y columnas de fundición. Sus enormes jardines son considerados entre los mejores de Asturias, con especies exóticas traídas de América, entre las que destacan altísimas y enormes palmeras, algunas de ellas recogidas en Canarias.
La Ruta Indiana incluye más de una decena de casas, así que visitamos algunas de ellas para tener una idea global del poder económico que consiguieron estos emigrantes retornados.
Como La Solana, rodeada de una valla que guarda la intimidad de sus propietarios tras un pequeño jardín y enmarca la maciza construcción pintada en llamativos tonos de rojo y amarillo.
Destaca sobre todo el aprovechamiento de la luz mediante grandes ventanales y balcones acristalados y una torre que domina el conjunto. Hoy, adaptado a los tiempos, ha dejado de ser residencia de sus dueños para entrar en el mundo de los alojamientos turísticos.
Opuesta en estilo y forma vemos la llamada Casa de los Leones, llamada así por la cabeza de león que vemos en lo alto del balcón. Quizá sea la menos llamativa de las casas indianas de Colombres pero no deja de ser interesante por la extraña mezcla de estilos que se usaron para darle forma, como el mirador de madera y cristal, coronado por una cúpula oriental de zinc. Piedra artificial, elementos tomados de libros de arquitectura y experimentos con nuevos materiales de la década de 1920, son el aglutinante que da forma a la casa, encajonada entre casas de autoconstrucción, que parecen indicar que su dueño no quiso renunciar a sus raíces humildes.
Más adelante aparece ante nosotros, precedida por un camino bordeado por 18 palmeras centenarias, de las que toma su nombre, esta preciosa mansión de 1890. Hoy, aprovechando el tirón, se ha convertido en un magnífico hotel rural.
Acabamos la visita con la Quinta Buenavista, en el barrio alto. De 1899, destaca por sus dos balcones, uno de ellos acristalado, y su mezcla de elementos montañeses e indianos.
Llanes es nuestra siguiente parada, unión perfecta entre el mar y la montaña, que muestra el mejor ejemplo y resumen de los paisajes asturianos. Puerto pesquero y villa marinera, tiene también un casco histórico lleno de puntos de interés. Si no queremos perdernos nada, recomiendo la visita guiada por Llanes
Empezamos el recorrido precisamente en su puerto, que se construyó aprovechando la desembocadura del río Carrocedo, maravillosamente integrado en la villa, estrecho e intrincado entre casas marineras y edificios como la Lonja del Pescado. Andando por el paseo que recorre su espigón, tenemos vistas en 360º de la villa y su costa; a la izquierda la Playa del Sablón con la Punta del Guruñu.
A la derecha la Punta Mohosa y la Islona.
A nuestras espaldas el faro de Llanes y la Ermita de la Virgen de Guía, de gran devoción entre los llaniscos.
Pero lo que quizá llame más la atención sean los llamados "Cubos de la Memoria" del vasco Agustín Ibarrola, un conjunto de 300 cubos de hormigón que forman la escollera del muelle y que desde 2.001 forman parte del paisaje y los puntos a visitar de Llanes, 5.000 kilos de pinturas resistentes a la corrosión del agua y los vientos marinos, cubren estos volúmenes reflejando tres temáticas muy concretas. Por un lado tenemos la memoria artística, con variados motivos de tipo prehistórico que hacen referencia al pasado de la zona, en segundo lugar la memoria del artista, con referencias a su larga producción pictórica, y por último la memoria del territorio, donde queda plasmada la historia marinera, rural y urbana de Llanes.
Después de conocer el corazón marítimo de la villa, nos adentramos en el histórico, dominado completamente por las murallas que rodean y protegen parte del casco histórico. Y digo parte, porque los muros defensivos levantados en el siglo XIII permanecieron intactos hasta 1870, cuando fue necesario derribar uno de los lados del rectángulo defensivo para que la ciudad pudiera crecer y expandirse.
De esta manera quedaron intocables tres de sus lados, que comprenden un fuerte y un torreón circular, macizo y almenado. El Fuerte de la Moría protegía la villa de las frecuentes incursiones de piratas y corsarios ingleses, franceses y holandeses, que atacaban la pequeña población e incluso robaban las capturas de los valientes marineros llaniscos. Estaba equipada con cañones de varios calibres de los que sólo se conservan dos, que son parte de la batería que despidió con salvas de honor a tres de los barcos que partieron en 1588 para sumarse a la Armada Invencible.
El torreón por su parte fue en su origen atalaya de vigilancia y defensa, posteriormente cárcel y hoy en día oficina de turismo.
Tiene cinco pisos de altura y un diámetro de 8 metros. Curiosamente la entrada que vemos se abrió a mediados del siglo XX, durante el proceso de restauración, ya que el acceso original se hallaba en el primer piso y se realizaba a través de un paso elevado. Muy cerca, y pegada a las murallas encontramos la Playa de Sablón, nombre que le viene dado por el término "sable" con el que los asturianos se refieren a la arena. Esta playa semicircular y de unos 100 metros de longitud es una preciosa playa urbana de arena rubia y tranquilas aguas protegida por el espolón natural de la Punta del Guruñu y el saliente natural donde se asienta Llanes.
Volviendo sobre nuestros pasos entramos en el espacio guardado por las murallas, donde destacan rincones como la Plaza de Cristo Rey con su Basílica de Santa María del Buen Consejo. Este templo gótico, que se inauguró en 1480, sustituye a una capilla muy anterior, y destaca el lado que da hacia la plaza por su preciosa entrada de arquería gótica, protegida por un templete de construcción posterior.
Otra plaza interesante es la de Santa Ana, con una magnífica muestra de edificios medievales restaurados, siendo uno de ellos la Casa de la Ballena, lugar de despiece y subasta de los cetáceos capturados por los marineros de la villa.
Más contemporáneo a nosotros es el precioso Casino-Teatro de Llanes, lugar de asueto de la burguesía de la ciudad que como no podría ser de otra manera, muestra también muchos y variados elementos de la arquitectura indiana, combinados con toques modernistas, novecentistas y "Art Nouveau".
La arteria comercial de la ciudad lleva el apropiado nombre de Calle Mercaderes, que entronca con la Calle Mayor y que abarca todo un compendio de estilos constructivos en boga en a principios del siglo XX, cuando se produce el llamado "ensanche" de la ciudad.
En un recoleto rincón, muy cerca de ellas, se encuentra la pequeña capilla de San Roque, resto de un hospital de peregrinos vinculado al Camino de Santiago y del que ya no queda nada, debido al ya nombrado ensanche. La capilla se mantuvo en su lugar aunque se remodeló en 1914 en estilo historicista.
Seguimos ruta hacia el oeste asturiano, sin podernos resistir a hacer una pequeña parada en Niembru. Allí nos recibe la imagen de uno de los cementerios más curiosos y especiales del Principado. Abrazado por la ría, y custodiado por la Iglesia de los Dolores, cada visitante obtiene una visión distinta del conjunto, ya que puede encontrarlo flotando sobre las aguas o rodeado de arena, que así es el capricho de las mareas. Ha aparecido en varias películas y series de televisión, y a simple vista puede verse la razón.
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