Continuamos nuestro recorrido al siguiente día, haciendo una parada en el paso de Dochula, en la cima que une los valles de Punakha y Timphu. Este paso de montaña a unos 3.100 metros, se encuentra en el punto medio de una ruta de 74 kilómetros que unía los dzongs de Punakha y Taschichho en Thimphu. Una carretera peligrosa que incluso tiene una historia oscura, ya que oculta historias de demonios y monstruos que acechaban en el camino, atrayendo a viajeros desprevenidos.
En los días claros, se puede disfrutar de la vista de los picos nevados, como el Gangkhar Puensum, la montaña más alta del mundo aún sin escalar con sus 7.570 metros de altura.
La parada se hace en el aparcamiento de un restaurante de montaña desde donde se pueden ver las nevadas montañas del Himalaya.
Pero lo realmente interesante es conocer los 108 chortens que se encuentran al otro lado de la carretera.
Como he apuntado, el paso se conocía desde tiempos inmemoriales, pero no existía ninguna estructura que lo diferenciase de otros pasos de montaña de Bután, así que en 2003, la reina Ashi Dorji ideó y patrocinó la creación de un gran chorten en la cima de la colina con la idea de atraer las bendiciones sobre el país..
Durante su construcción se modificó el diseño, añadiendo otros chortens más pequeños hasta sumar un total de 108, que se completaron en 2004.
Como todas las construcciones del país, ésta también tendría que cumplir unas condiciones místicas, ya que cada uno de los anillos incluyen grupos divisibles por 9: 27 en la fila superior, 36 en el medio y 45 en la inferior.
Aunque como hemos visto, su construcción apenas tiene 20 años, el diseño y modo de ejecución se llevaron a cabo de manera artesanal y tradicional. Todos presentan una forma cuadrada y se adornan con bandas rectangulares, con techos macizos y anchos, con un núcleo de poste sokshing, para servir de unión entre el cielo y la tierra.
Según se iban construyendo, se introducía en su interior pequeñas ofrendas, que incluían varios tipos de grano y un pequeño cuenco con mantequilla, a imagen de las ofrendas de luz que encontramos en los monasterios, envuelto en seda y brocado.
Para completar el componente devocional de estas construcciones, se añadieron pequeñas imágenes de arcilla de antiguos dioses envueltos en papel con oraciones escritas a mano.
El lugar está rodeado de hermosos cipreses, y todo parece envuelto en una serenidad y tranquilidad sólo rota por el sonido del viento entre las ramas y quizá, por la noche por el aullido de algún demonio que espera el paso de algún viajero perdido.
Ardua es la subida al templo Chime Lhakhang, como debió haber sido la tarea del monje Drukpa Kunley, cuando sometió al demonio que atormentaba al valle de Punakha. Su hermano para recordarlo fundó este templo en el siglo XV.
Al parecer la manera de ser del monje Kunley no era nada convencional. Según los escritos se acostaba con toda mujer que se cruzase en su camino, bebía alcohol en vez de agua e incluso practicaba la caza de animales salvajes (algo prohibido en el budismo).
El objetivo del monje era escandalizar a las órdenes monásticas de la época para que volvieran al camino recto.
Lo cierto es que a través de estas experiencias logró adquirir poderes esotéricos como la facultad de teletransportarse y de someter a los demonios, entre ellos los del paso de Dochula que acabamos de visitar.
Su fama de mujeriego ha hecho de este templo un lugar famoso como proveedor de fertilidad para los devotos que se acercan hasta aquí.
Al igual que la mayoría de templos de Bután, éste se encuentra organizado alrededor de un patio central cerrado por altas paredes. En el centro, la sala de oración, de tres pisos y sin ventanas. Dentro, entre varios tesoros y reliquias se encuentra una estatua del Gurú Padmasambha, un falo de marfil y madera de fertilidad de 25 centímetros y el arco y flechas de Kunley.
Teoprongchu es el pueblo que se encuentra a los pies de la colina del templo. La zona es famosa por su veneración por los falos.
Sus habitantes los pintan a la entrada de las casas como protección y les otorgan un enorme poder de fecundidad.
Por todas partes se ven miembros masculinos erectos y eyaculantes, pintados en las paredes, colgando de los aleros de las casas, el retrovisor del coche o en los techos. y los incluyen en todas las ceremonias tradicionales.
Y el culpable de toda esta adoración fálica no es otro que nuestro recién conocido monje Drukpa Kunley que propagó la creencia de que su imagen ayuda a la fertilidad, ofrece protección contra el mal y evita que se propaguen los chismes maliciosos.
El resultado es la enorme natalidad de la zona que supera a la del resto del país...
Continuamos hacia el siguiente punto, el convento de monjas Sangchhen Dorji Lhuendrup.
Construido y consagrado en 2010 en estilo tradicional, se encuentra en lo alto de una colina de casi 1600 metros en un lugar ya considerado sagrado antes de su edificación.
El edificio principal fue construido según las técnicas y el estilo tradicional, con gran detalle. Se le añadió la banda roja conocida como khemar que se complementa con grandes medallones de oro y cobre, que simbolizan al sol y la luna. Como remate, el tejado dorado llamado sertog.
Cuentan los escritos que el lugar fue visitado por grandes maestros budistas a lo largo de la historia, como el Guru Rinpoche, Pandita Nagi o Zhabdrung Ngawang.
Uno de los más recientes, Je Khenpo Geshey, profetizó que un día se levantaría un monasterio en el lugar.
A finales de la década de los 2000, el abuelo materno del actual rey, le pidió a su nieto que construyera un convento femenino puesto que en el país sólo habían pequeños cenobios aislados en las montañas.
Con la colocación de la imagen de once caras de Avalokiteshvara, el convento quedó formalmente inaugurado en octubre de 2010, contando con la presencia de toda la familia real y las mayores personalidades religiosas del país.
Alrededor del edificio principal hay varias estructuras que entre otras funciones tienen la de vivienda para las aproximadamente 170 monjas que residen permanentemente en el lugar.
Pero quizá lo que más llama la atención es la estupa blanca que encontramos en los jardines, directamente inspirada en la de Boudhnath de Katmandú, en Nepal. En su parte superior apreciamos la hamika, con sus elegantes ojos en los cuatro costados.
Según los estudiosos estos pueden ser una interpretación de los Lokapalas, los Guardianes de las Cuatro Direcciones, aunque comúnmente se piensa que son los ojos de Buda que todo lo ve.
En su base encontramos unos nichos cubiertos de cristal que representan la los 100 lamas de la orden Drukpa Kagyu, una rama del budismo tibetano.
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