Costa Smeralda: cuando un barco se convierte en tu hogar
No todos los barcos son iguales. Algunos te llevan. Otros, te transforman. El Costa Smeralda no fue para mí solo un crucero por el Mediterráneo. Fue un lugar al que llegué como pasajero y del que me fui con la sensación de haber dejado una parte de mi alma.
Desde fuera, es fácil quedar impresionado por su tamaño: más de 337 metros de eslora, 20 cubiertas, miles de pasajeros, tecnología punta y diseño italiano en cada rincón. Pero lo que no se ve —y lo que lo hace especial— es cómo logra que te sientas en casa en medio del mar abierto.
Cada rincón del Costa Smeralda tiene carácter. El Colosseo, con sus luces cambiantes y espectáculos envolventes, se transforma cada noche en una plaza viva, donde siempre parece estar ocurriendo algo que merece la pena ver. El diseño interior —moderno, elegante, lleno de líneas limpias y detalles italianos— no te abruma: te envuelve. No estás en un hotel flotante, sino en un espacio donde se respira arte, cuidado y belleza.
En el Solemio Spa encontré algo más que bienestar físico. Descubrí la importancia de regalarse un momento de pausa total. En la sala de relajación, con vistas al horizonte, tuve esa sensación difícil de describir: estar exactamente donde uno quiere estar, sin necesitar nada más.
Los días a bordo fluían con una armonía natural. Las comidas, por ejemplo, no eran solo platos bien presentados. Eran experiencias que sabían a Mediterráneo, a tradiciones familiares reinterpretadas con creatividad. A veces comía en uno de los restaurantes principales, otras en la pizzería, otras simplemente con una copa en la mano mientras el mar seguía su curso. Cada elección tenía su encanto.
Y el camarote… Ese pequeño refugio con balcón al mar fue, sin exagerar, uno de los lugares más reconfortantes que he habitado. No era solo el confort —que lo tenía—, ni el diseño —que era impecable—. Era la forma en que el sonido del mar entraba por la puerta entreabierta por la noche. Era despertarse con la luz cambiando cada día y sentir que, en ese rincón, estabas exactamente donde debías estar.
El Costa Smeralda no es un barco de lujo en el sentido clásico. Es algo mejor: es un barco con alma. Uno que no busca impresionar con exceso, sino con coherencia, belleza y humanidad.
Cuando bajé del barco, no pensé que me despedía de un lugar de paso. Sentí que dejaba atrás algo que se había ganado un espacio dentro de mí. Porque hay viajes que terminas… y hay otros que te acompañan mucho después.
Y el Costa Smeralda me acompañará para siempre, como un recuerdo imborrable.




























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