martes, 9 de junio de 2020

Vietnam, la sonrisa del dragón ( V ) Hochi Minh City, primera parte.

Y muy de mañana salimos volando hacia Ho Chi Minh City, aunque de ahora en adelante la llamaré Saigón, nombre que encierra todo el poder exótico y oriental que esta ciudad desprende por cada uno de sus poros, aparte de ser como la llaman sus habitantes. Y así se veía desde el aire.

Mientras aterrizamos y recogemos las maletas voy a recordar algunas cosas sobre esta ciudad, vibrante y moderna, pero que no renuncia a sus raíces ni a su pasado colonial.
La que fue capital de la República de Vietnam desde 1956 hasta 1975 no ha dejado de crecer a lo largo de su historia, incluso cuando la capitalidad pasó a Hanoi. Esto es debido a los planes y reformas económicas que se desarrollaron a partir de 1986, que alentaron la construcción de modernas viviendas y edificios, aunque trajeron consigo un aumento infernal del tráfico y por consiguiente de la contaminación.
El resultado que vemos hoy es una inmensa urbe que crece sobre todo hacia arriba, como símbolo de una modernidad que los vietnamitas copian, al igual que los bolsos o la ropa de marca, y lo hacen realmente bien. Antes de seguir, debo decir que a menos que vayamos con un circuito organizado, la visita de Saigón es por libre, por lo que recomiendo contratar el tour completo por Ho Chi Minh, la antigua Saigón.
Pero dejemos a un lado momentáneamente los laberintos de la urbe para irnos a otros menos poéticos pero igualmente fascinantes, los túneles de Cu Chi.
Para ello nos alejaremos unos 40 km de la ciudad de Saigón hasta un área que fue cuartel general y zona militar del Comité del Partido Comunista. La red de túneles creada durante los años 60 se hizo legendaria porque permitió al Vietcong controlar un área perforada por más de 250 km de túneles.

La amplia maraña de galerías podía llegar a tener algunos pisos e incluir varias trampillas de acceso, viviendas, fábricas de armas, hospitales y cocinas.
Para centralizar a los visitantes que acuden a maravillarse ante esta humilde pero impresionante obra humana, se ha creado un centro de visitantes que entre otras curiosidades expone un arsenal de las peligrosas y letales armas que utilizaron los americanos para intentar acabar con la población vietnamita.

Ya que era prácticamente imposible atajar la táctica de guerrillas subterráneas y debido a las enormes bajas que producían en el ejército americano, éste no dudó a la hora de usar todo su arsenal, por lo que los 400 kilómetros cuadrados que abarcaban los túneles se convirtieron en la zona más bombardeada y devastada de la historia de la guerra.

Empezamos el paseo y yo aprovecho para contarles lo más importante e impactante del lugar.
Todo empezó en la década de 1940, cuando los vietnamitas estaban en guerra con los franceses, sobre todo para poder comunicar unos pueblos con otros, suministrar víveres y movilizar un rudimentario ejército que poco podía con las potentes armas francesas.

Posteriormente se restauraron y ampliaron en época de la guerra civil a principios de 1963. Debido a que el Vietcong, de ideología comunista, iba poco a poco haciéndose con el país, Estados Unidos decidió intervenir en la guerra para detenerlo.

Poco informados sobre la localización de los túneles, los americanos levantaron su base más importante sobre una de las más complejas redes de túneles de Cu Chi, y eso fue su perdición. Morían a decenas cada día y era imposible localizar de dónde provenían los ataques. Se arrasaron bosques, aldeas, arrozales y campos, se rociaron de gasolina, napalm y defoliantes químicos, pero no consiguieron detener los ataques vietnamitas. Por si fuera poco, a los muertos por las armas de fuego se sumaban los que caían en las trampas mortales que astutamente salpicaban todo Cu Chi.





Se recurrió al bombardeo de profundidad del que todavía quedan los restos en enormes socavones...

y se introdujeron hombres en los túneles, pero morían en claustrofóbicas batallas que no producían apenas daño a los vietnamitas.

Finalmente Estados Unidos se retiró de la guerra sin haber podido destruir los túneles con una bajas enormes frente a los 10.000 vietnamitas muertos en las refriegas.

Hoy en día todos los pueblos que colaboraron con sus manos, su sudor y su sangre han sido distinguidos con menciones honoríficas y han conseguido salir adelante, aunque la tierra no se ha recuperado aún del bombardeo químico al que fue sometida.


Nuestro siguiente destino sería menos bélico y más natural, el Delta del Mekong.
Nos dirigimos al embarcadero para subir a una lancha que nos llevaría hasta una barcazas con las que entraríamos por los numerosos canales que lo forman.


El delta se formó con las toneladas de sedimentos arrastrados por el río Mekong a lo largo de millones de años, y aún hoy en día el proceso continúa, lo que permite que en las ricas islas que ha formado se pueda cultivar arroz, caña de azúcar, fruta, cocos y gambas.


Las embarcaciones nos permiten navegar por unos canales que sirven de vías de transporte de todos los productos que he citado anteriormente, además de frutas y verduras.




El río recorre casi 4.500 km, cruzando China, Laos, Camboya y Vietnam, dividiéndose en varios brazos, lo que le ha valido el nombre de Río de los Nueve Dragones.




Bajamos de las pequeñas barcas manejadas por las hábiles mujeres para visitar una plantación de frutas, aunque más bien era una "trampa para turistas", ya que vendían artículos hechos de piel de cocodrilo, animales que podían verse dentro del recinto...



También fue la oportunidad de probar el llamado "vino de serpiente", originario de China. Los vietnamitas  creen que puede curar la alopecia, el cáncer y la ceguera, aparte de aliviar los dolores musculares y el reuma. Por supuesto que no puede faltar el componente afrodisíaco... Se fabrica con vino de arroz y especies de serpientes venenosas, cuyo veneno se anula por efecto del alcohol.


Al terminar la visita nos volvimos al embarcadero, para regresar a Saigón.



Desde el barco podía verse un retazo de la vida de los habitantes del delta, con sus casas flotantes y grandes y pequeños barcos de pesca.





Y tras una frugal cena, dimos las buenas noches a Saigón, preparándonos para el día siguiente, que sería nuestra última jornada en el país antes de volver a casa.

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