Para completar la jornada, nuestra guía nos ofreció un recorrido por los campos de arroz que se encuentran en las afueras de Guilin, junto al río.
Vemos como el arroz ya está plantado, ya que esta zona de Guilin es capaz de dar tres cosechas al año., gracias al microclima que se forma al ser un espacio rodeado de montañas con abundancia de agua.
El agua aquí se embalsa y se dirige a los cultivos y sirve también para que las pequeñas embarcaciones naveguen por el río, llevando a los visitantes en un plácido paseo por sus orillas.
La belleza del lugar es innegable.
Caminamos por las callejuelas de Jiuxian, una aldea situada frente al río Yulong.
La aldea empezó a construirse en el 621 después de Cristo y nos ofrece un precioso catálogo de edificios de la dinastía Qing.
La mayoría de las casas pertenecen a agricultores, pero hay varios palacetes como el del general Qixuan Li, que decidió retirarse aquí tras la guerra chino-japonesa de mediados del siglo XX.
Varias de las 44 casas que componen la aldea se han convertido en pequeños hoteles boutique, con lo que se ha conseguido recuperar el esplendor de estas construcciones y dotar a la zona de una segunda fuente de riqueza junto con la agricultura.
En todas las entradas encontramos una decoración tradicional que consiste en colocar en ambas puertas la imagen de los dioses Qing Qiong y Wei Chi Gong para proteger el edificio.
Su origen se remonta a la dinastía Tang, cuando el Emperador Tai Zong no podía conciliar el sueño porque constantemente se veía amenazado por los fantasmas de aquellos a los que había ordenado matar.
Dos de sus generales se ofrecieron a montar guardia ante la cámara del emperador para ahuyentar a los malos espíritus y consiguieron su propósito. A partir de ese momento e incluso tras su muerte, fueron considerados protectores contra los malos espíritus y las energías negativas, sobre todo si la casa se encuentra frente a un cementerio o en el pueblo han ocurrido muertes en extrañas circunstancias.
Antes de volver a Guilin visitamos una casa típica de la zona.
Dos ancianos nos abrieron las puertas de su hogar, que apenas ha cambiado desde los tiempos de Mao e incluso desde mucho antes.
Con las comodidades básicas, cocina de leña, un pequeño altar, una cama diminuta con dosel, y poco más, esta vivienda nos hace replantearnos si realmente necesitamos tantas posesiones en nuestra vida para ser felices.
Ya por la noche navegamos por el río Li para ver un espectáculo de luz que nos mostró iluminados los principales edificios históricos de la ciudad, como las Pagodas del Sol y la Luna, sus puentes y la pagoda Mulong de nueve pisos y 45 metros de altura.
Al día siguiente tuvimos unas horas libres antes de abandonar Guilin, así que aprovechamos para visitar la Colina de la Trompa del Elefante por nuestra cuenta.
Según cuenta la leyenda, el Emperador de Jade montó sobre su elefante para bajar a la Tierra. Al llegar a Guilin, el animal quedó impresionado por la belleza de sus paisajes y decidió quedarse para siempre.
Enfurecido, el Emperador clavó su espada en el lomo del animal mientras bebía agua, convirtiéndolo en piedra.
Cuenta también la leyenda que la pagoda de ladrillo de la dinastía Ming que se encuentra en lo alto de la colina es el mango de la espada del Emperador.
Desde arriba tenemos una hermosa vista de la ciudad y el río.
Al bajar pasamos por la cueva de Agua Luna, una abertura de unos 12 metros de altura que representa el espacio entre la trompa y las patas del elefante.
Y seguimos nuestro camino a Hangzhou.
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