lunes, 2 de marzo de 2015

La Costa de Croacia (II). Dubrovnik

  Fundada como una modesta colonia griega, esplendorosa durante la época romana  gracias a su estatus de emporio marítimo y comercial, hundida en parte por un terremoto, recuperada durante el Imperio Bizantino que la bautizó como Ragusa y posteriormente conocida como Dubrovnik o "bosque de encinas", fue Venecia la que sometió a sus aguerridos y tenaces habitantes en el siglo XIII y le dio pie a independizarse y convertirse en República en el siglo siguiente.

A lo largo de los siglos fue creciendo en riqueza y diversidad, amada por la aristocracia croata, enriquecida por la comunidad judía y el comercio y transporte de plata y plomo...pero con un sólo fin, el bienestar del Estado.

 Tras una serie de altibajos llega la era moderna y con ella el Ejército Popular Yugoslavo, que en 1991 emprendió uno de los más atroces y más criminales ataques contra la indefensa población de la ciudad y su región, destruyendo, pillando, incendiando y arrasando las bellezas que los habitantes de Dubrovnik habían levantado con sus manos a lo largo de los siglos, llegando incluso a levantar construcciones de vigilancia en las cercanías de la terminal de teleférico para atacar la ciudad desde arriba, tal y como demuestran sus restos.

Pero finalmente, como ave Fénix, la ciudad sobrevivió al terror, herida pero orgullosa de su libertad, convirtiéndose en orgullo para Croacia y una joya para Europa.

Y después de esta intoducción agridulce no hay nada mejor que conocer la ciudad. 

Nosotros llegamos a ella como en anteriores ocasiones, en crucero, y tras contratar un taxi con guía, algo que es totalmente recomendable, nos pusimos en marcha. 

Lo primero que hicimos fue acercarnos al Puente Franjo Tudman, inaugurado en la primavera de 2002, con nada menos que 570 metros de largo cuyo peso descansa bajo 19 pares de gigantescas cuerdas. 

Las panorámicas desde él son preciosas.

A continuación subimos hasta un impresionante mirador que se encuentra cerca de la citada terminal del teleférico para maravillarnos ante la vista casi aérea de la ciudad.



Y nos plantamos en la entrada de la ciudad antigua.

Las murallas intactas de Dubrovnik son elemento inconfundible que la hacen reconocible en el mundo entero, y que hablan como nadie del carácter independiente de sus habitantes a lo largo de la historia. Son nada menos que 1940 los metros de lienzo pétreo de los que presume la antigua Ragusa, que la rodean y protegen completamente.

Fuertes, bastiones, casamatas, torres y fortalezas defienden la ciudad y su puerto desde la Alta Edad Media. Construidas con cal y canto las murallas llegan a tener una anchura de entre 4 y 6 metros y 25 de alto, reforzadas por 15 torres que la defendieron sobre todo de los intentos de invasión turca y veneciana.

Legendarias torres como la Minceta, o fortalezas como San Juan y Bokar son prácticamente inexpugnables, con un profundo foso como adición defensiva.

Ya dentro, lo primero que vemos es la diminuta iglesia de San Salvador, que se levantó en 1520 para dar gracias al Salvador por proteger la ciudad de un terremoto  que la asoló unos años antes.

De estilo renacentista, su interior posee una sola nave de arcos ojivales y una sencillez muy delicada.

De un templo a otro. Entramos ahora en el complejo del Monasterio de los Franciscanos, levantado en el siglo XIV, cuya iglesia fue levantada dos veces, ya que la primitiva fue destruida en el terremoto de 1667.


Su claustro es elegante y armonioso y puede ser visto desde la entrada que conduce a la farmacia, la tercera en antigüedad del mundo, que también acoge el complejo monástico.
El monasterio también posee una de las bibliotecas más ricas de todo el territorio croata con más de 20.000 ejemplares de libros, más de 1.200 manuscritos e innumerables incunables



Enfilamos ahora la calle principal, conocida como Placa o Stradun, principal espacio abierto de la ciudad donde se celebran los grandes festejos, procesiones y arteria comercial del casco antiguo.

Su aspecto actual tiene su origen en los años posteriores al terremoto, cuando se decidió embellecer esta vía con palacios barrocos de piedra con fachadas y frentes más uniformes, con el añadido de que todas tienen en su planta baja espacios destinados al comercio.
Como si de un cuerpo humano se tratase de ella salen decenas de callejuelas que trepan a las zonas altas de la ciudad, donde realmente se aprecia el corazón latente de Dubrovnik.


Su tramo final desemboca en la plaza Luza, donde encontramos edificios como la Aduana, el Palacio Sponza, el campanario de la ciudad y la Iglesia de San Blas.




La columna de Roldán es el centro geométrico de la plaza. Rememorando al legendario caballero medieval, que durante cuatro siglos sustentó la bandera de la República, la columna gótica fue trasladada de sitio en varias ocasiones, e incluso guardada en un depósito tras ser derribada por un fuerte viento.
Los ciudadanos que la erigieron en homenaje a su protector el rey Segismundo y sus descendientes consideran a Roldán co-protector de la ciudad, junto con San Blas, al que parece proteger con su armadura.

Cruzando las murallas disfrutamos del muelle de la ciudad que sigue aún vital y en pleno funcionamiento, no ya intercambiando mercancías y bienes sino llevando turistas hasta las cercanas islas o como guarda de embarcaciones de recreo.



Entramos de nuevo a la Plaza Luza para curiosear en el Palacio de los Rectores, contiguo al ayuntamiento, uno de los edificios más importantes de toda la costa adriática.

De estilo gótico-renacentista, destruido, incendiado casi desaparecido por explosiones y terremotos, sus muchos valores arquitectónicos relucen hoy como nunca. Muy hermosos son sus capiteles labrados que muestran el juicio de Salomón, unos preciosos bancos de piedra donde se sentaba el Rector con los miembros del Consejo Menor.


Frente a él la Iglesia de San Blas, templo barroco del santo patrón de la ciudad, renacida de los escombros tras el terremoto de 1667 es espejo de la iglesia veneciana de San Mauricio.


Su interior está ricamente adornado como corresponde a la época barroca en que fue reconstruida. Mármoles multicolores o blancos como la nieve, plata sobredorada, maderas nobles y piedras semipreciosas...Todo era poco para el milagrero San Blas.


Seguimos camino por las hermosas calles de la ciudad...


Una monumental escalera barroca nos lleva a la iglesia jesuita de San Ignacio y su famosa escuela. 

Considerado el monumento más barroco de todo el país, para su construcción se tuvo que comprar y derruir varias manzanas de las más antiguas casas de Dubrovnik. 

Finalmente se abrió al culto en el año 1729. Su interior muestra en preciosos frescos la vida de San Ignacio.


Como curiosidad, existe una gruta dedicada a la Virgen de Lourdes, de la que tan devotos son los ragusinos.
Volvemos a las calles que tan hermosas se presentan ante nuestros ojos...






...para despedirnos de la ciudad admirando la impresionante fuente de Onofrio, que se levanta en el mismo sitio desde 1438, como culminación del sistema de abastecimiento de agua de la ciudad, que comenzaba a 12 kilómetros de la urbe. Desgraciadamente, y debido de nuevo al terremoto de 1667, toda la ornamentación despareció para siempre, quedando tan sólo estos 16 mascarones por cuyas bocas manaba el agua en igual número de caños.


Y nos vamos de Croacia, deseando volver pronto para seguir descubriendo sus fascinantes tesoros.