viernes, 6 de julio de 2018

Berlín, la ciudad reinventada ( y VI)

El Palacio Nuevo, delicadamente precioso
Una vez que la llamada Guerra de los Siete años tocó a su fin, Federico el Grande pudo dedicar todos sus esfuerzos a su afán constructor y su principal objetivo fue levantar un palacio que eclipsara a todos los que se encontraban en territorio prusiano.

Así que entre 1763 y 1769 pone todo su empeño en poner en pie este precioso palacio que encontramos en la parte occidental del fastuoso parque de Sanssouci y que definitivamente marca el final de la época barroca en Alemania, ya que fue el último que se levantó en este estilo arquitectónico.
Lo más curioso, es que después de dotarlo de los últimos adelantos en confort y decorarlo como nunca antes se había hecho en Prusia, el emperador perdió todo interés en él, y apenas si lo habitó, ya que entró en una especie de ascetismo que rechazaba la ostentosidad con la que lo adornó. En vez de disfrutarlo y solazarse de tanta belleza, prefirió vivir en la muchísimo más modesta casa de huéspedes.
No tan austeros como su padre y abuelo, Federico III y Guillermo II no opinaron igual que el Grande y decidieron utilizar el nuevo palacio de Potsdam como su residencia personal.



Hoy, el Nuevo Palacio se utiliza para conferencias y grandes reuniones, sobre todo las impartidas por la Universidad de Postdam, pero los ingresos para su mantenimiento y restauración dependen en gran medida de sus visitantes.
¿Y que encontramos dentro? Pues aunque varias de sus salas permanecerán cerradas durante varias temporadas ( el palacio cierra en invierno), hay varios puntos de gran interés, como un teatro del siglo XVIII que hoy en día se utiliza para producciones de teatro experimental, la kitsch e incomprensible pero al mismo tiempo espectacular Muschelsaal, decorada con miles conchas marinas de todo tipo y color y una gigantesca cantidad de piedras semipreciosas pulidas, o salas llenas de pintura barroca, piezas de mármol de Carrara, habitaciones decoradas al estilo "chinoise" y sobre todo esa sensación de "ostentación" que tanto detestó su propio creador.


Hay opiniones para todos los gustos, por eso recomiendo encarecidamente tomar un tren desde Berlín y plantarse allí en menos de una hora para disfrutar u odiar este palacio. Lo que es seguro es que no les dejará indiferentes.
Palacio Sansoucci, la pequeña bombonera
Sin duda, la atracción más visitada de Potsdam es el Palacio de Sanssouci.
En un principio fue ideado no sólo como residencia sino como lugar de descanso eterno para el emperador Federico Guillermo, cuyo cadáver fue bamboleado de un lado a otro de Alemania hasta que finalmente su deseo se vio cumplido en 1991, al cumplirse los 205 años de su muerte.








Lo que en un principio fue un pequeño pabellón fue agrandándose al estilo barroco centroeuropeo y habitado por varias generaciones Hohenzollern hasta que el panorama histórico cambió con la Gran Guerra y su última inquilina, la viuda de Federico Guillermo IV abandonó este nido de oro. En los años 20 del pasado siglo se convirtió en museo. Pero las dos guerras y la posterior división de Alemania en dos repúblicas hicieron que gran cantidad de obras de arte entre las que se encontraba una colección de libros de incalculable valor y 36 cuadros únicos para el mundo del arte, desparecieran y sólo volvieran a su lugar de origen tras la reunificación.




Hoy en día, este palacete puede visitarse en poco menos de una hora, eso si, con calma y mucha paciencia porque tiene varias salas en obras y es reducido el número de estancias que podemos ver. Aún así merece la pena acercarse hasta él para disfrutar de esta pequeña joya de Postdam.
Y para el final del viaje dejamos la parte más amarga, sabiendo que habíamos disfrutado lo mejor de Berlín, pero que ahora tocaba un poco de cruda realidad. Así que tomamos un tren y nos plantamos en un campo de concentración. Para hacer esta excursión, recomiendo encarecidamente contratar la excursión al campo de concentración de Sachsenhausen desde Berlín, llevar un buen guía es esencial.
Campo de concentración de Sachsenhausen, los sicarios de la muerte
Dicen que no es el campo de concentración más duro que se puede visitar. Para mí fue el primero, así que no puedo opinar. Lo que sí se es que desde que pasé por la puerta se me encogieron las entrañas. No podía dejar de pensar en que cualquier umbral de sufrimiento, cualquier límite, se había sobrepasado en este lugar. Intenté centrarme en el contexto histórico y dejar de lado el factor humano, el lado afectivo y emocional.
Pero era claramente imposible.



Así que intenté mezclar ambos para abrir mis ojos ante lo que iban a ver. Investigué un poco para tener conocimientos previos. Así descubrí que el lugar que estaba a punto de visitar fue en sus inicios una fábrica abandonada a las afueras de Berlín y que su finalidad primera fue la de encerrar en su espacio a todos los oponentes políticos del emergente estado nazi. Más de 3.000 presos vieron acabar sus días aquí y muchos de ellos fueron salvajemente torturados y asesinados.


A partir de 1936. el campo adoptó la forma necesaria y definitiva para funcionar como campo de concentración, llegando a convertirse en modelo para otros campos que se crearían inmediatamente después. El número de recluidos aumentó vertiginosamente a más de 200.000 entre 1936 y 1945.




En principio la línea seguida era la misma, la de campo de rehabilitación para presos políticos alemanes, pero en poco tiempo fueron llegando miembros de grupos definidos como "peligrosos" por el régimen nazi.
Así según fueron ocupando territorios, y apresando disidentes y revolucionarios, las tropas fueron enviando al campo centenares de reaccionarios. Decenas de miles de personas murieron de hambre, enfermedad, forzadas a la mano de obra y maltratadas hasta lo indecible, o víctimas de las operaciones de exterminio sistemático de las SS.
Cuando los rusos liberaron el campo, miles de presos murieron durante las marchas de la muerte, ya que no sabían ni tenían donde ir, con el panorama triste y sombrío de una Europa destruida.


Hoy, el campo se levanta como el recuerdo aún latente de algo que jamás debió ocurrir, un monumento al dolor, a la separación, a las cadenas impuestas a la libertad de pensar, de sentir, de creer, a la tortura y las vejaciones, a la humillación y el desprecio.




Visitar el campo es ver las condiciones insalubres e insoportables en las que vivieron sus presos, ver las celdas donde sufrían castigo y tortura, las habitaciones donde les disparaban en la nuca y los hornos donde los quemaban. Es ver las fotografías de seres que padecieron y sufrieron, los catres donde descansaban sus maltrechos y apaleados cuerpos, las las letrinas donde más que otra cosa lloraban su desgracia, escuchar historias que dejarían en un cuento de niños las peores pesadillas que hayamos podido tener. Es oler la angustia, el desespero, la tristeza y la desesperanza, oír los gritos de dolor que no parecen callar nunca, tocar lo que ellos tocaron, pero sin nuestra libertad. Ellos se quedaron allí para siempre, sufriendo incluso más allá de la muerte.





Creo que finalmente no conseguí separar la historia de las emociones como había planeado en un principio. Es difícil, cuando el aire se espesa por el dolor y la angustia y no te deja respirar....
Pero la vida sigue y queda mucho camino por andar, así que volvimos a Berlín, a recoger nuestras cosas en silencio y volver a casa, seguros de haber vivido, más que visto la historia de una ciudad reinventada....

jueves, 5 de julio de 2018

Berlín, la ciudad reinventada (V)

Triste, pero fascinante, no deja de ser toda la historia que envuelve el periodo nazi en Berlín. Hay muchísimos restos aún en la ciudad que se han conservado como ejemplos de lo que no debe volverse a repetir. Los berlineses se empeñan en demostrar que son ellos los primeros en reconocer que es la peor parte de su historia, la aceptan y la rechazan. Para conocerla en profundidad, lo mejor es contratar el paseo histórico por el Berlín del nazismo.

El bunker de Hitler, enterrado pero no olvidado
Entre Potsdamer Platz y la Puerta de Brandenburgo, dejando atrás el bullicio y la modernidad de estos dos lugares tan emblemáticos, encontramos los típicos edificios de finales de los ochenta, hechos de hormigón donde vivían los ciudadanos más privilegiados de la República Democrática Alemana... y un estacionamiento.


Debajo de esa porción de tierra estuvo en su momento la entrada al búnker de Hitler, el supuesto "Führerbunker" ("bunker del líder"). No hay señales ni placas, porque no hay nada digno de recordar, tan sólo un panel explicativo que es vital para los que como yo, les gusta bucear en la historia de un país. Este refugio fue el centro de gobierno del Tercer Reich desde el 16 de enero de 1945, cuando Hitler se refugió en el búnker, hasta el 2 de mayo del mismo año, cuando el General Helmuth Weidling, comandante de la zona de defensa de Berlín, se entregó a General Chuikov del ejército soviético.

Anteriormente, el 30 de Abril, Adolf Hitler y Eva Braun se quitaron la vida y fueron inhumados en el jardín de la Nueva Cancillería del Reich, Berlín se rindió, y el ejército soviético ocupó todos los edificios de gobierno y el búnker. Los soviéticos intentaron sin éxito hacer explotar el bunker, pero se las arreglaron para destruir todas las instalaciones que se encontraban en la superficie. Los edificios residenciales y el estacionamiento fueron diseñados para cubrir la mayor parte de la zona del antiguo búnker con la esperanza de que los visitantes se olvidaran de ella.

Así que hoy en día, tan sólo hay un pedazo de tierra donde antes estuvo el último refugio de Adolf Hitler.
Curry 36, pequeña delicia berlinesa
Inventado en 1949 como un tentempié para la nueva clase trabajadora de la postguerra que necesitaba carbohidratos y grasas para levantar la nueva Alemania, se convirtió rápidamente en una comida popular y fue uno de los primeros tipos de fast food que se conocen.


Consiste en una salchicha frita o a la plancha cortada en pedacitos acompañada de una salsa de tomate aderezada con curry en polvo y muchas papas fritas. Se puede pedir con o sin piel y se suele servir en un plato de papel con un tenedor de plástico.

Se puede encontrar por todo Berlín, pero las más famosas sin duda son las de este pequeño restaurante que es poco más que unas barras que dan a la calle y unas mesas sobre la acera, sin sillas. Los camareros atienden rápida y diligentemente y sobre la barra están los distintos tipos de salchichas que sirven, una amplia variedad de salsas y otras comidas de la misma índole, como hot dogs o hamburguesas. La fama les ha hecho subir un poco los precios, pero aún así vale la pena probarlas.
Museo de la RDA, nostalgia socialista
Por todo Berlín encontramos pseudomuseos o pequeñas muestras y exposiciones de cómo era la vida tras el Muro, la peligrosa y aterradora Stasi, la política y el régimen, pero no fue hasta 2006 que se consiguió reunir bajo un mismo techo una de las mayores colecciones de objetos reales ( no réplicas) para dar forma a un museo que ya ha recibido a más de un millón de personas desde su inauguración. Con el ánimo de mantener la objetividad en su acercamiento a los hechos y la subjetividad en relación con la experiencia personal, recibe a visitantes dispuestos a sumergirse en la auténtica cultura de la vida diaria de la RDA.


La idea básica es la de participar con todos los sentidos mientras avanzas a lo largo de la exposición con 16 áreas principales que reflejan la vida en la República Democrática Alemana. Vivienda, trabajo, ocio, moda y cultura se encuentran entre los temas que se tocan con más profundidad.


Se dice que más de 300 ex ciudadanos de la RDA contribuyeron a la colección con los objetos hoy expuestos, donando efectos personales y enseres que dan lugar a una auténtica mezcla de recuerdos, como una máquina de escribir Erika, el Trabant, el auténtico salón Plattenbau, una mochila escolar con las calificaciones y los cuadernos de ejercicios, un armario lleno de ropa auténtica y el área dedicada a la Stasi.


Toda una aventura para pasar una tarde de nevada como nos ocurrió a nosotros. Eso si, siempre está a reventar de gente.
Para conocer la Alemania tradicional que contrasta con la modernidad del actual Berlín, nada mejor que salir fuera de ella, y si contratamos la excursión a Postdam desde Berlín disfrutaremos de una jornada fascinante.
Potsdam, la ciudad imperial

Como una mezcla entre el recuerdo a las glorias prusianas y a la sangre azul que un día corrió por su río y la vibrante modernidad que parece no poder desenvolverse entre tanta historia, Postdam muestra al viajero su etiqueta de museo al aire libre, con rincones barrocos por un lado, calles y edificios del mas rancio sabor alemán por otro.




Castillos y palacios, parques y jardines de estilo inglés, lagos, un río que parte la parte a la mitad y delimita la ciudad nueva y la habitada por los emperadores prusianos, 39 iglesias ( ¡increíble!), zonas residenciales tranquilas y de bastante alto standing, una antigua escuela militar, mansiones, museos y un interminable etcétera que incluye otra Puerta de Brandemburgo, más modesta y sencilla que la de Berlín, hacen de Postdam una visión de la Prusia de antaño, elegante y orgullosa, altiva pero serena, como corresponde a la sangre azul que corre por sus venas.
La iglesia de la paz
La preciosa y enigmática Iglesia de la Paz en Postdam fue levantada por el mecenas del arte y la cultura Guillermo IV, Kaiser de Prusia, por ello la dotó no solamente de su carácter religioso protestante, sino de un aire de museo que hace resplandecer los tesoros artísticos que esconde en su interior.


Construida en el llamado jardín de Marly, se encuentra casi oculta a los visitantes que acuden a la ciudad a visitar el palacio de Sanssouci, y suele dejarse para visitar si hay tiempo.



¡Grave error! ya que en sí misma la iglesia por su arquitectura y las obras de arte de su interior bien merecen un mínimo de media hora.

Son varios los hechos que hacen de esta iglesia algo especial. Por un lado su diseño es una copia, casi exacta, de la iglesia de San Clemente de Roma y esa copia se realizó a partir de un plato de cobre medieval donde ésta estaba representada, por lo que la de Postdam es hoy en día una copia de la original, mientras que la de Roma ha sufrido varios cambios desde que se edificó.



Otro dato: se trata de una basílica, lo que comprobamos en su planta y en su fachada y si sumamos su campanario de 42 metros de altura, veremos que se trata de un ejemplo único de este tipo de iglesias en Alemania.

Seguimos. En el altar un precioso mosaico veneciano del siglo XIII sobre el ábside adorna el interior de la iglesia, y se trajo directamente de una iglesia en ruinas de la isla de Murano.



Y para acabar que no es poco, debajo del santuario se encuentra la capilla real, con las tumbas de Federico Guillermo y su esposa Elisabeth Ludovika.



Después de visitar el interior recomiendo admirar la iglesia dando varias vueltas a su alrededor. No les defraudará.