lunes, 10 de noviembre de 2014

Islandia, corazón de hielo y fuego (X)

La catarata perfecta
Si seguimos por la carretera que nos lleva de Skógafoss a Reykjavik, nos encontramos con una de las cataratas más bonitas de la isla, por no decir la más hermosa, Seljalandfoss.

Con una caída de 60 metros, es de las pocas que permiten pasar por detrás, es decir, disfrutarla en todo su esplendor y desde todas sus perspectivas. Con mucho cuidado, ya que el terreno es muy resbaladizo, tomemos el camino que nos permitirá meternos bajo el estruendo de sus aguas y vivamos un momento realmente mágico ( o romántico para algunos) ya que si tenemos suerte, la luz del sol atravesará la cortina de agua para formar un espectacular arco iris de vapor de agua y si no, como en mi caso, dará la impresión de que cada gota de agua es como miles de granos de arena que caen desde el cielo.




De cualquier manera es un espectáculo realmente prodigioso que vale la pena disfrutar.


El origen de todo
Muchos hablan de los géiseres sin saber bien de donde viene la palabra, ya que se ha hecho universal. Pero cuando uno viaja a Islandia y encuentra el origen es cuando realmente la palabra toma significado.



La más famosa fuente de agua caliente de Islandia, el gran Geysir fue durante milenios el surtidor más grande del mundo con un chorro que llegaba a los 80 metros de altura. Los inconscientes visitantes, se dedicaron durante mucho tiempo a arrojar piedras y objetos al sumidero desde donde surgía, y lo que consiguieron fue ahogarlo, por lo que hoy es sólo una sombra de lo que en su día fue.


Así que hay que fijar la vista en otros surtidores como el Strokkur, quizá el más puntual, ya que cada 10 minutos expulsa una nube de agua que llega hasta los 20 metros de altura. Aunque no le llega a los talones al enfermo Geysir, el espectáculo amenizado por sonidos guturales, burbujas enormes que estallan al llegar a la superficie y la columna de agua que de repente surge de las entrañas de la tierra, nos da una idea del poderío de la naturaleza que en Islandia parece más salvaje que en ningún otro sitio.




Acompañando a estos dos géiseres encontramos varios manantiales de agua caliente o depósitos de fango que dan al entorno una brumosa y sulfúrica atmósfera.



Vale la pena sentarse en los bancos localizados alrededor para disfrutar de este espectáculo de la Madre Naturaleza.

Bella entre las bellas
Innegable es su belleza, su imponencia y sobre todo el estruendo que desde lejos anuncia su presencia. Para muchos considerada la más hermosa y espectacular de las cataratas islandesas, Gullfoss es la caída de agua que sufre un río glaciar que después de despeñarse por la falla recupera su mansedumbre y tranquilidad para seguir su camino hacia el mar.


Su nombre significa " Cascada Dorada" y proviene de los destellos que emite el agua cuando el sol atraviesa el vapor que se levanta tras chocar contra el fondo. Desgraciadamente nosotros no pudimos comprobar ese hecho porque el día no lo permitió, pero si que disfrutamos del espectáculo de la gigantesca cascada y del paisaje que la rodea, abundante en grandes columnas de basalto que pueden observarse desde balcones naturales a ambos lados de la garganta. Son 32 metros de columna que casi desaparecen en los años veinte del siglo pasado cuando unos ingenieros se empeñaron en construir una presa para dominar el río Hvitá. 

La heroína de la cascada dorada
Así que la catarata de Gullfoss estuvo a punto de desaparecer... Un equipo de inversores extranjeros buscaron la manera de convencer al entonces propietario de las tierras donde se encuentra la cascada para que les vendiera sus terrenos y construir un gigantesco dique, una presa que contuviera el salvaje y caudaloso río Hvitá.

Pero el dueño, Tomas Tómasson se negó en redondo, por lo que los avispados inversores recurrieron al gobierno, al que no pareció importarle demasiado la desaparición de la imponente y hermosa cascada. Pero de la sangre de Tómasson había nacido una heroína, Sigridur, que como una auténtica vikinga, caminó descalza hasta Reykjavik para protestar, llegando a amenazar con tirarse de cabeza a la catarata si no frenaban el destructor proyecto. Afortunadamente los inversores no pudieron pagar el arrendamiento y las cataratas se salvaron.

Sigridur se dedicó hasta que le faltaron fuerzas por la vejez a enseñar las cataratas a todo aquel que se acercaba hasta ellas y contarles cómo su coraje y su empuje hizo que hoy, todos podamos seguir admirando la "Catarata Dorada".

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