viernes, 7 de noviembre de 2014

Islandia, corazón de hielo y fuego (VII)

Entre montañas y ríos
El lugar es idílico, de eso no hay duda. Conducir por la árida zona de Husavik, volcánica, carente de árboles y vegetación en el frío norte islandés, y de repente entrar en un valle verde, formado por pequeñas colinas, con minúsculos bosques que salpican una tierra diferente, regada por un riachuelo llamado Reykjadalsá que es famoso en Islandia por su agua templada y repleta de truchas, es entrar en un país dentro de otro.
Eso sí, aparte del maravilloso y mega tranquilo paisaje, no esperemos encontrar una oferta hotelera de mucho postín, muy al contrario, el hotel Laugar, de la omnipresente cadena Foss, es un hotel de verano, lo que quiere decir que sólo en esas fechas podemos verlo animado, nunca lleno.
Su arquitectura es la de la mayoría de casas de Islandia, una especie de contrachapado de tejados rojos y tres alturas con unas comodidades que se asemejan al del resto de hoteles de la cadena y me atrevería a decir que de todo el país: recepción pequeña de personal agradable y diligente, habitaciones confortables aunque muy sencillas, muy limpio y con amplias duchas por donde sale agua caliente natural con el maravilloso olor de los huevos podridos geotérmicos.

Como hotel no tiene mucho más que ofrecer, aparte de un fantástico desayuno con gran variedad y cantidad de alimentos naturales, que incluyen el sabroso Skyr ( yogur natural al que nos hicimos adictos) o el Hverabraud, un pan de centeno que se hornea bajo tierra usando el calor de la ardiente tierra islandesa y que tiene un sabor delicioso y un tanto especial. Eso por no hablar de otra adicción, el aceite de hígado de bacalao que se debe tomar en forma de chupito en ayunas, para que realmente tenga efecto y nuestro cuerpo absorba sus enormes cantidades de vitamina A y D.


Por otro lado, como centro de operaciones no tiene precio, ya que esta muy cerca del lago Mývatn y de las cascadas de Godafoss y Detifoss, maravillas entre las maravillas.


                                        

                                       En recuerdo a un emprendedor


Saliendo del maravilloso e inquietante lago de Myvatn con la idea de dirigirnos hacia los fiordos del este, nos dimos cuenta que si aún siendo agosto el frío y la bruma eran los amos absolutos del trecho que unido por la carretera 1 nos acercaba a Seyðisfjörður, el invierno que tan largo es en Islandia, debía hacer de esta zona un lugar aún más inhóspito y duro. Pero esto no fue impedimento para que un hombre, Þorbjörn Arnoddsson, no se empeñara en unir la población con los pueblos circundantes aún sabiendo que esta vía es el único modo de entrar y salir del fiordo.




Por eso, para agradecer el empeño y empecinamiento de este pionero en transportar viajeros aún en pleno invierno, a un lado de la carretera, en un punto en que ya se divisa Seyðisfjörður y la cercana catarata de Gufufoss, se levantó un monumento compuesto de varias columnas de basalto donde se recuerda a este hombre valiente y filántropo del transporte.




El río Fjarðará, a su paso por este punto, ha esculpido pequeñas pozas y caídas de agua que le dan una belleza incomparable a este precioso mirador de los fiordos del este.

La cascada del este
Cuenta la leyenda que en las casi negras aguas del lago Lagarfljót habita un monstruo terrible que como el escocés Nessie, ha salido de paseo en varias ocasiones para deleite de excursionistas y vecinos del propio lago, incluso ha sido grabado en vídeo...Debe pasar un frío terrible, ya que las heladas aguas que luego descienden hasta el océano Ártico son puro hielo derretido. Y una de las mejores maneras de comprobarlo es metiendo nuestras manos en las rápidas y salvajes corrientes de la cascada Gufufoss.



Su nombre proviene de la palabra islandesa "vapor". Y es que el agua que por ella cae parece deshacerse en diminutas gotas que bañan todo el espacio que circunda la caída de agua.


Acercarse a ella no es difícil, ya que basta con aparcar el coche y caminar unas decenas de metros para llegar a la gran poza que forma la catarata.




Quizá sea una de los torrentes más hermosos del este de Islandia, y seguro que uno de los más accesibles y fotogénicos. Vale la pena parar al menos durante media hora para disfrutar de su estruendo y espectacularidad.
Al fondo de un profundo fiordo
Los colores, las formas, los jardines, los olores, la unión del mar, la tierra y los ríos...Seydisfjordur aúna en sus casas y en su entorno la primera y agradable impresión que los visitantes que llegan en ferry desde el continente europeo por mar.


Encajada entre grandes macizos rocosos, que la convierten en uno de los puertos más resguardados e importantes del país, fue su localización la que impulsó su desarrollo y riqueza durante el pasado siglo, de la que son muestra las coquetas y coloridas casas de madera y una iglesia que parece salida de un cuento de hadas. Esta singular arquitectura, fue levantada por comerciantes noruegos, que atraídos por la floreciente industria de la pesca del arenque se establecieron en este precioso fiordo.



Durante mucho tiempo sufrió los altibajos de la economía islandesa, de las dificultades para comunicarse con el resto de la isla debido a su aislamiento hasta que pudo reinventarse a sí misma.



Así, junto con la actividad portuaria de transporte y pesca que sigue manteniendo sus pequeñas arcas, y su importancia como base de las fuerzas británicas en la 2ª Guerra Mundial, fue la nueva jauja de las artes, pasando a ser conocida como la "París de Islandia" debido a que los nuevos creadores acudían a refugiarse en sus singulares casas para dar rienda suelta a su imaginación y creatividad.


Por ello, el Lunga, que es el festival de las artes de la pequeña ciudad, se ha convertido en uno de los mas populares de la Isla y cada julio transforma a Seydisfjordur en la meca del arte Islandés.




Existe un monumento bastante especial en el corazón del pueblo, junto a la iglesia.

En 1996, una avalancha aplastó una fábrica local, y aunque no se cobró ninguna vida, los lugareños decidieron recordar tan fatídico momento levantando un recordatorio hecho con las retorcidas vigas recuperadas de la fábrica, pintadas con el blanco color de la inocencia.
La iglesia vigilante
Ubicada en lo alto de una pequeña montaña, la iglesia de Vik, parece vigilar desde arriba las formaciones rocosas que parecen surgir del agua en la cercana costa. Y debe hacerlo, porque según la tradición son trols que tuvieron el infortunio de quedar atrapados en ese lugar, petrificados por la luz del sol, así que más vale que siga teniéndolos vigilados por si un día vuelven a la vida.



Leyendas aparte, esta preciosa iglesia de los años 30, de formas rectas y de un blanco inmaculado, fue diseñada por uno de los primeros arquitectos islandeses, Samúelsson y levantada por un hábil carpintero local.




El pequeño pero recogido interior, alberga curiosidades como un candelero triangular que sólo se usa en ceremonias de bautismo o funerales, una pila esculpida por el famoso artista Jónsson, dos preciosas estanterías en madera para los libros de salmos y sobre todo un pequeño pero maravilloso órgano que se encuentra entre los que tienen un sonido más puro de toda la isla.




Los tesoros de la iglesia se completan con unas vidrieras muy recientes que hacen referencia a las sagradas escrituras.
Una construcción peculiar, aunque sigo pensando que lo mejor de todo son las espectaculares vistas que desde su enclave se disfrutan.



De frailecillos y trols
Vik es una de las más carismáticas poblaciones del sur de Islandia, ya que forma un núcleo de casas bastante homogéneo, a diferencia del resto de los asentamientos humanos en la isla, es la población más meridional de Islandia y el lugar más lluvioso de este pedazo de tierra volcánica que parece flotar en el mar del Norte.
Aparte de su iglesia, no tiene mucho que ver arquitectónicamente hablando pero eso sí, su playa consta en una revista americana de los años noventa como una de las más bellas del mundo. Para gustos...




Pero ya que estábamos allí no era cuestión de perdérsela, así que fuimos a comprobar lo que tenía de bonito.
Dejamos el coche en un aparcamiento cercano y luchando contra la llovizna fría y violenta nos dirigimos hacia la izquierda de la playa, hacia el acantilado. Las olas blancas que venían del plomizo mar acariciaban la negra arena que contrastaba con el verde intenso de los acantilados, rebosante de vegetación y donde anida una enorme colonia de frailecillos.

Las formas de las rocas nos hace admirar la obra escultora de la Naturaleza y dejamos vagar la vista hasta que ésta se encuentra con dos gigantescas rocas que emergen del mar y alcanzan los 66 metros de altura.




Según la leyenda tienen su origen cuando dos trols intentaban arrastrar un barco de tres mástiles a tierra, pero el sol salió antes de que consiguieran su objetivo y se convirtieron en piedra.


Al otro lado de la playa y como queriendo vigilarlos, hay un cabo de casi 120 metros de altura con un arco bajo el que es posible pasar en barco y que constituye una de las más importantes reservas de fauna marina de la isla. Si no hubiera sido por el mal tiempo me hubiera acercado a verlo más de cerca, porque la playa es realmente espectacular. Razón tenía esa revista de los noventa...

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