De raíces noruegas
Husavik es, con sus coloridas casas, museos únicos e impresionantes picos nevados al otro lado de la bahía, la localidad pesquera más bonita de la costa norte.
Según se dice es el auténtico y verdadero escenario del primer asentamiento nórdico de Islandia, fundado por el sueco Gardar Svavarson y poblado por los esclavos que dejó atrás al partir en busca de nuevas tierras que colonizar.
Una vez que pasó la época de los dioses paganos y se instauró la nueva religión cristiana, varios templos e iglesias alimentaron el hambre de fe de los islandeses de la zona, pero no fue hasta 1907 que decidieron levantar con madera traída de Noruega, la preciosa iglesia de Húsavikurkirkja.
De paredes inmaculadamente blancas, con traviesas de color rojo y un techo azul como el mar, tiene más el aspecto de una casa de los Alpes suizos que de un templo luterano.
Dentro, en un espacio muy pequeño y en forma de cruz se desarrolla la liturgia establecida por siglos de rebeldía religiosa, gobernantes y clérigos de paso y sobre todo una personalidad muy islandesa.
Según se dice es el auténtico y verdadero escenario del primer asentamiento nórdico de Islandia, fundado por el sueco Gardar Svavarson y poblado por los esclavos que dejó atrás al partir en busca de nuevas tierras que colonizar.
Una vez que pasó la época de los dioses paganos y se instauró la nueva religión cristiana, varios templos e iglesias alimentaron el hambre de fe de los islandeses de la zona, pero no fue hasta 1907 que decidieron levantar con madera traída de Noruega, la preciosa iglesia de Húsavikurkirkja.
De paredes inmaculadamente blancas, con traviesas de color rojo y un techo azul como el mar, tiene más el aspecto de una casa de los Alpes suizos que de un templo luterano.
Cuando las fotos son sólo publicidad
No es que me sienta estafado, ni engañado; no es que me hayan dolido los casi 60€ que pagamos por persona para ver ballenas que no vimos. Lo que me duele es la publicidad engañosa con la que juegan las tres compañías familiares que regentan la actividad en Húsavik.
Todavía guardo el folleto que nos dieron al comprar el ticket, donde pone claramente que la posibilidad de ver a los grandes cetáceos en cada salida era superior al 97%. Una mentira.
Ilusionados, subimos al barco donde nos vestimos con unos monos impermeables que olían a centenares de cuerpos que los habían llevado puestos antes que nosotros. El barco zarpó y con el zarparon nuestras esperanzas de ver de cerca las ballenas.
Según nos íbamos alejando de la costa, el frío arreciaba, y creo que llegamos a alcanzar grados de una cifra en un momento dado. Paramos en medio de la bahía para esperar la llegada de los cetáceos. íbamos en lo que ellos llaman un " barco de pesca tradicional" que tenía un mínimo de 40 años.
Al momento aparecieron dos embarcaciones más, una como la nuestra y otra lancha rápida neumática. Todos esperábamos en silencio. Yo aprovechaba para sacar fotos desde la costa, intentando encontrar la parte buena de todo aquello.
Parte buena que nunca llegó. Los únicos animales que pudimos ver fueron una bandada de frailecillos que parecía no tener nada mejor que hacer que burlarse de aquellos turistas que pretendían vivir una experiencia única y que iban a volver a tierra sin ver sus sueños hechos realidad.
De vez en cuando, desde el puente de mando se oía un grito e inmediatamente las tres embarcaciones se ponían en marcha y se dirigían a un mismo punto.
No se si era cierto o no, y si lo era, entre el ruido de los motores y los gritos de ansiedad de los que íbamos a bordo, cualquier animal que fuera un poco listo ( y las ballenas lo son mucho) hubiera huido en absoluta desbandada para no toparse con nosotros.
Al rato, cuando se cumplió el tiempo establecido de la excursión, volvimos a tierra, entre enfadados por la experiencia fallida y la rabia por el dinero que habíamos pagado.
No es una actividad que recomiende en absoluto, y fue uno de los tres únicos puntos negros que destacaría de mi viaje a Islandia. Ahí queda eso...
Todavía guardo el folleto que nos dieron al comprar el ticket, donde pone claramente que la posibilidad de ver a los grandes cetáceos en cada salida era superior al 97%. Una mentira.
Ilusionados, subimos al barco donde nos vestimos con unos monos impermeables que olían a centenares de cuerpos que los habían llevado puestos antes que nosotros. El barco zarpó y con el zarparon nuestras esperanzas de ver de cerca las ballenas.
Según nos íbamos alejando de la costa, el frío arreciaba, y creo que llegamos a alcanzar grados de una cifra en un momento dado. Paramos en medio de la bahía para esperar la llegada de los cetáceos. íbamos en lo que ellos llaman un " barco de pesca tradicional" que tenía un mínimo de 40 años.
Parte buena que nunca llegó. Los únicos animales que pudimos ver fueron una bandada de frailecillos que parecía no tener nada mejor que hacer que burlarse de aquellos turistas que pretendían vivir una experiencia única y que iban a volver a tierra sin ver sus sueños hechos realidad.
De vez en cuando, desde el puente de mando se oía un grito e inmediatamente las tres embarcaciones se ponían en marcha y se dirigían a un mismo punto.
No se si era cierto o no, y si lo era, entre el ruido de los motores y los gritos de ansiedad de los que íbamos a bordo, cualquier animal que fuera un poco listo ( y las ballenas lo son mucho) hubiera huido en absoluta desbandada para no toparse con nosotros.
Al rato, cuando se cumplió el tiempo establecido de la excursión, volvimos a tierra, entre enfadados por la experiencia fallida y la rabia por el dinero que habíamos pagado.
No es una actividad que recomiende en absoluto, y fue uno de los tres únicos puntos negros que destacaría de mi viaje a Islandia. Ahí queda eso...
La gran garganta del Parque Vatnajökull Norte
Impresionante fenómeno natural, surgido del choque de las fuerzas de la naturaleza, donde gigantescas riadas de agua y lava incandescente han seccionado y moldeado la tierra dejando a la vista lo más profundo del subsuelo, el Parque es la mayor reserva protegida de Europa, ya que se une con el Parque Skaftafell para proteger la capa de hielo del Vatnajökull.
El parque ofrece varios circuitos que pueden realizarse a pie o a caballo y que duran desde dos horas a dos días. Cuevas, rarezas geológicas, cascadas y vida animal, son los principales atractivos de la reserva.
Nosotros, por falta de tiempo y viendo que se nos echaba la noche encima, nos limitamos a admirar desde lejos la fabulosa garganta de casi 30 kilómetros esculpida por el segundo río más largo del país, el Jökulsá á Fjöllum, que poco a poco a ido horadando la roca volcánica hasta darle una profundidad de más de 100 metros y una anchura de casi 500.
La gran cascada
Quizá una de las cascadas más impresionantes de Islandia, Detifoss no es realmente grande, apenas 44 metros de caída y 100 metros de ancho, pero por ella cae la friolera cantidad de 1500m3 por segundo, que levanta una columna de rocío que ya desde un kilómetro de distancia puede distinguirse.
Es la cascada con mayor volumen de Europa y puede verse desde las dos orillas, pero ¡ay!, pobre de aquel que haya decidido verla desde la orilla izquierda, porque tendrá que vérselas con una carretera de grava que parece no acabar nunca, y si la experiencia no es del todo frustrante, luego deberá dar un rodeo de casi 20 kilómetros por una pista en iguales condiciones para volver a la carretera principal. Eso fue lo que nos ocurrió a nosotros y afortunadamente llegamos al cruce sanos y salvos y sobre todo antes de que se hiciera de noche.
De cualquier manera, la experiencia de ver la catarata bien vale el tiempo empleado, aunque empleemos tiempo y paciencia para superar la prueba de las llamadas pistas F de Islandia.
El hotel perfecto
Cuando viajamos por Islandia, al igual que por muchos países, intentamos aprovechar el tiempo al máximo, llegar hotel casi prácticamente para dormir. Eso fue lo que nos pasó en Fáskrúdsfjórdur, lugar entre fiordos del este de la isla donde llegamos casi a las doce de la noche. Después de dar varias vueltas por el pequeño pueblo encontramos el hotel.
Es tan pequeño que parece una casa, casi pasa inadvertido, pero una vez dentro se convirtió en nuestro hotel favorito del recorrido.
Recibidos maravillosamente por el personal de recepción, en menos de un minuto estábamos en nuestra confortable y elegante habitación. Amplia, muy limpia y con un exquisito sabor nórdico del siglo XIX remasterizado, nos envolvió de tal manera que caímos rendidos en cuestión de minutos.
Al día siguiente investigamos sobre los dos edificios. El que se encuentra pegado al agua dulce del fiordo, y donde hoy se sirven los exquisitos desayunos, fue durante años un hospital francés, el tercero en toda Islandia en 1904, con unas comodidades hasta entonces no conocidas en la isla, como agua corriente, veinte camas, generador diésel, una madera traída de noruega de gran poder aislante, letrinas higiénicas...nada podía faltar a los pescadores franceses que acudían a la zona para restablecerse de las enfermedades de la época, contraídas mientras se encontraban faenando por la zona. Aunque se construyó para la marinería francesa también estaba abierto a los habitantes de la zona.
Con el abandono de la actividad pesquera después de la Gran Guerra, el edificio fue desmantelado y trasladado en 1939 a otro enclave donde sirvió de escuela y residencia, hasta quedar abandonado. No fue hasta 2010, que se decidió devolverlo a su emplazamiento actual y convertirlo en un maravilloso hotel museo que recuerda su época de hospital y nos ayuda e informa en el conocimiento de la vida de aquellos valerosos pescadores franceses que faenaron durante siglos por las costas islandesas y que en muchos casos no volvieron a ver las costas galas.
El segundo edificio, donde se encuentran las habitaciones era la casa del médico, que al mismo tiempo ejercía de cónsul francés en Islandia. La decoración es realmente exquisita, muy nórdica pero confortable.
Los desayunos son harina de otro costal. Primero por la variedad y frescura de los ingredientes, que incluyen exquisiteces islandesas, y segundo por el paisaje que se puede disfrutar desde las mesas pegadas a los enormes ventanales. Los inmensos fiordos que guardan las heladas aguas del Mar del Norte, más parecen propios de una bucólica postal, impresionante e impresionista. Quizá el mejor desayuno de mi vida, en un hotel único y especial, con todo el aire islandés que se pueda esperar. Es simplemente perfecto.
Es tan pequeño que parece una casa, casi pasa inadvertido, pero una vez dentro se convirtió en nuestro hotel favorito del recorrido.
Recibidos maravillosamente por el personal de recepción, en menos de un minuto estábamos en nuestra confortable y elegante habitación. Amplia, muy limpia y con un exquisito sabor nórdico del siglo XIX remasterizado, nos envolvió de tal manera que caímos rendidos en cuestión de minutos.
Al día siguiente investigamos sobre los dos edificios. El que se encuentra pegado al agua dulce del fiordo, y donde hoy se sirven los exquisitos desayunos, fue durante años un hospital francés, el tercero en toda Islandia en 1904, con unas comodidades hasta entonces no conocidas en la isla, como agua corriente, veinte camas, generador diésel, una madera traída de noruega de gran poder aislante, letrinas higiénicas...nada podía faltar a los pescadores franceses que acudían a la zona para restablecerse de las enfermedades de la época, contraídas mientras se encontraban faenando por la zona. Aunque se construyó para la marinería francesa también estaba abierto a los habitantes de la zona.
Con el abandono de la actividad pesquera después de la Gran Guerra, el edificio fue desmantelado y trasladado en 1939 a otro enclave donde sirvió de escuela y residencia, hasta quedar abandonado. No fue hasta 2010, que se decidió devolverlo a su emplazamiento actual y convertirlo en un maravilloso hotel museo que recuerda su época de hospital y nos ayuda e informa en el conocimiento de la vida de aquellos valerosos pescadores franceses que faenaron durante siglos por las costas islandesas y que en muchos casos no volvieron a ver las costas galas.
El segundo edificio, donde se encuentran las habitaciones era la casa del médico, que al mismo tiempo ejercía de cónsul francés en Islandia. La decoración es realmente exquisita, muy nórdica pero confortable.
Los desayunos son harina de otro costal. Primero por la variedad y frescura de los ingredientes, que incluyen exquisiteces islandesas, y segundo por el paisaje que se puede disfrutar desde las mesas pegadas a los enormes ventanales. Los inmensos fiordos que guardan las heladas aguas del Mar del Norte, más parecen propios de una bucólica postal, impresionante e impresionista. Quizá el mejor desayuno de mi vida, en un hotel único y especial, con todo el aire islandés que se pueda esperar. Es simplemente perfecto.
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