Triángulos y aristas
El pequeño pueblo de Olafsvík, de casas bien cuidadas, tranquilo y agradable, podría habernos pasado por alto si no nos hubiéramos detenido a descansar, reorganizarnos tras algún que otro bache de la carretera y comer algo en un pequeño restaurante ubicado en su única calle. Y eso que es el pueblo comercial más antiguo de toda Islandia.
Pero claro, cada lugar tiene un punto de interés, sea más o menos atractivo, y Ólafsvík tiene su iglesia, compuesta íntegramente por piezas triangulares y levantada a finales de los años 60 del pasado siglo por lo que es considerada la primera iglesia de estilo moderno de la isla. Fueron tantos los clichés de arquitectura que rompió, que en su momento fue objeto de millones de miradas de admiración y de desprecio que venían de todas partes del mundo.
Y no es de extrañar, ya que aparte de su infinita combinación triangular, si la miramos desde su frente parece un barco varado en tierra, mientras que su planta es exactamente igual a la forma de un arenque ahumado. Por eso se dice, que su arquitecto, Hertevig, se inspiró en la tradición pesquera de la zona para el diseño del templo.
Desde arriba, la vista de las montañas circundantes y el color plúmbeo del mar del Norte nos hacen sentir privilegiados de poder disfrutar de estos rincones de la preciosa Islandia.
Parece ser que a pesar de su diminuto tamaño, esta loma era tan sagrada para los islandeses, que todo aquel que podía se retiraba a morir en ella cuando estaban próximos a su fin, cual Benarés islandesa.
Hoy en día nadie va a morir a la montaña, aunque se dice que todo aquel que la suba tendrá concedido los tres deseos que pida, siempre que sean de buena fe y lo haga con el corazón puro.
En este caso, el Fosshotel Reykholt, que pisa terreno de uno de los lugares más emblemáticos para la cultura islandesa, como es el lugar de nacimiento de uno de sus bardos nacionales, Snorri Sturluson, tenía muchas papeletas para convertirse en uno de los mejores alojamientos de nuestro viaje a Islandia. Un paisaje muy verde y campestre, rodeado de campos de lava, cascadas, cráteres humeantes cuevas y montañas...
Por fuera no era cosa de otro mundo, parecido a un gran contenedor en medio de unos cuidados jardines y provisto de un amplio aparcamiento. Entramos al establecimiento y nos encontramos con una recepción pequeña, apenas una barra con las llaves y un ordenador. El personal, joven y simpático, vestido muy informal y calzando poco más que calcetines, estaba afanado en limpiar y arreglar unas habitaciones que habían sido desocupadas horas antes por un gran grupo israelita de la tercera edad.
Nuestra habitación no estaba preparada, así que decidimos dar un paseo para tomar unas fotos de las instalaciones. Una decoración más propia de una casa nórdica que de un hotel, con abundancia de moquetas, sillones de piel, adornos de aire vikingo, libros que le hacen referencia, un pequeño gimnasio y un minúsculo spa componen las áreas comunes, donde quizá el lugar más luminoso y acogedor sea el espacio dedicado al restaurante y bar que por las mañanas sirve un desayuno aceptable, escueto pero completo si no somos demasiado exigentes.
Ya la habitación estaba preparada, cruzamos el enorme pasillo del hotel y entramos en la pieza. Camas cómodas, con confortables edredones, la omnipresente moqueta, baño amplio, muy limpio todo, eso si.
Necesitábamos luz, así que abrimos las cortinas y.... ( música de Psicosis) estábamos a escasos 5 metros de un maravilloso y coqueto cementerio, con unas fabulosas vistas a unas lápidas que como mínimo tenían un siglo de antigüedad.
No es que yo sea propenso al miedo ni al terror, muy al contrario, tengo una atracción un poco extraña hacia los cementerios; pero sólo a visitarlos.
Eso de dormir junto a unos muertos que ni siquiera hablan castellano no era lo mío, que no tengo yo muy desarrollado eso del Feng Sui.
Así que bajé a recepción y amablemente, aludiendo motivos religiosos, pedí que nos cambiaran de habitación. Tras media hora de espera hicimos mudanza, sin llevarnos a los muertos, aunque los visitaría al día siguiente....
Y no es de extrañar, ya que aparte de su infinita combinación triangular, si la miramos desde su frente parece un barco varado en tierra, mientras que su planta es exactamente igual a la forma de un arenque ahumado. Por eso se dice, que su arquitecto, Hertevig, se inspiró en la tradición pesquera de la zona para el diseño del templo.
Desde arriba, la vista de las montañas circundantes y el color plúmbeo del mar del Norte nos hacen sentir privilegiados de poder disfrutar de estos rincones de la preciosa Islandia.
Contrastes islandeses
Todo en Islandia son contrastes, los colores, las formas, los paisajes, los cambios de clima...e incluso la arquitectura. Porque la verdad, no hay nada más chocante que llegar a un pueblecito que según nuestros cánones no es más que un grupito de casas, sin orden ni concierto, pero que para ellos es el más grande de la península de Snaefellnes, y encontrar una iglesia tan diferente y futurista como ésta.
Y es que el pueblo es un racimo de viviendas construido en torno a un puerto natural, protegido por una impactante isla de basalto, al que parece envolver un aire relajado y una tranquilidad solo rota por la multitud de aves que revolotean sin cesar de la costa al islote.
Por ellas o por las campanas que suenan desde el campanario tipo Star Treck que corona la iglesia blanca, de formas redondeadas o hirientemente agudas que a muchos recuerda el puente de mando y la chimenea de un mercante.
No fue tan rompedora como su colega de Ólafvík, ya que se construyó 13 años más tarde, pero la iglesia de Stykkisholmur es en cierta medida excepcional en su arquitectura y belleza, ya que recuerda a las esculturas más modernas y atrae a muchos visitantes. El diseño limpio, innovador ( para ser un templo) representa esa misma 'pureza' que busca el hombre en la religión, y como todas las iglesias, sean de la religión que sean, busca ser divisada y reconocida desde la distancia, como faros magnéticos que atraigan la mirada y la mente de los hombres.
Desde luego que en este caso lo consigue, y muy fácilmente, ya que aunque no seas un islandés religioso, siempre puedes acudir al templo a disfrutar de uno de los múltiples conciertos que se ofrecen en su cálido interior.
Y es que el pueblo es un racimo de viviendas construido en torno a un puerto natural, protegido por una impactante isla de basalto, al que parece envolver un aire relajado y una tranquilidad solo rota por la multitud de aves que revolotean sin cesar de la costa al islote.
Por ellas o por las campanas que suenan desde el campanario tipo Star Treck que corona la iglesia blanca, de formas redondeadas o hirientemente agudas que a muchos recuerda el puente de mando y la chimenea de un mercante.
Desde luego que en este caso lo consigue, y muy fácilmente, ya que aunque no seas un islandés religioso, siempre puedes acudir al templo a disfrutar de uno de los múltiples conciertos que se ofrecen en su cálido interior.
La colina de los dioses
Muy cerca de Stykkishólmur, como a unos 5 kilómetros al sur, encontramos una colina que no parece diferenciarse de las otras miles que van apareciendo en la siempre abrupta costa norte de Islandia. Pero he aquí que esta montañita que pasa bastante desapercibida, es idolatrada por todos los neomísticos que visitan la isla.
Parece ser que a pesar de su diminuto tamaño, esta loma era tan sagrada para los islandeses, que todo aquel que podía se retiraba a morir en ella cuando estaban próximos a su fin, cual Benarés islandesa.
Hoy en día nadie va a morir a la montaña, aunque se dice que todo aquel que la suba tendrá concedido los tres deseos que pida, siempre que sean de buena fe y lo haga con el corazón puro.
Para ello dejamos el coche al pie de la colina, subimos en absoluto silencio y sin mirar atrás hasta las ruinas de la pequeña iglesia que construyó en su cima Snorri Godi, convertido al cristianismo después de ser un absoluto devoto de Thor. Una vez arriba miramos al este y pedimos nuestros deseos. Mantenerlos en absoluto secreto es la condición para que se cumplan. Yo lo hice y...
Leyendas aparte, la colina arropó durante siglos un monasterio muy famoso por ser un importante centro de aprendizaje e intercambio de las más novedosas corrientes filosóficas y religiosas. Hoy en día no queda nada de eso, simplemente una leyenda y unas vistas desde lo alto de la Colina de Thor, que son realmente impresionantes, se cumplan o no los deseos...
El poeta que no olvidó sus raíces
Nacido en el norte de Islandia a mediados del siglo XIX, Stephansson se mudó con su familia a Canadá, en busca de nuevas fronteras y oportunidades, allí creciendo entre una comunidad de noruegos, finlandeses, suecos e islandeses desarrolló una especial sensibilidad por la poesía, donde volcó sus inquietudes artísticas y sobre todo donde más se perciben sus ideales ateos y agnósticos.
Paciente sufridor de un insomnio que no le dejaba descansar, de día trabajaba su granja y dedicaba las horas nocturnas a su pasión escritora. Muy integrado en la sociedad con la que convivía, pronto plasmó en sus escritos sus ideales antibelicistas y de progreso social, lo que le hizo realmente popular entre sus contemporáneos, de manera que después de su muerte, a principios del siglo XX, varios monumentos en Canadá y en Islandia, a la que sólo volvió a dar unas charlas sobre poesía, se encargaron de recordar su paso por el mundo.
Uno de ellos se levantó muy cerca de donde su familia tenía una pequeña granja, en Skagafjörður, a mediados de los años 50. Sobre un promontorio se eleva una columna hecha de cemento, cantos rodados de río y varias placas que rellenan sus lados. Una de ellas, la frontal representa el busto del poeta, en un lado otra cuenta su historia en islandés e inglés y otra es un canto al trabajo del hombre adornado con uno de los versos que compuso el genial poeta.
Aparte del monumento y quizá mas llamativo, lo que llama nuestra atención es el sobrecogedor e inmenso paisaje que se abre ante nuestros ojos, un pequeño pero grandioso resumen de todo lo que ofrece la costa norte de Islandia.
Paciente sufridor de un insomnio que no le dejaba descansar, de día trabajaba su granja y dedicaba las horas nocturnas a su pasión escritora. Muy integrado en la sociedad con la que convivía, pronto plasmó en sus escritos sus ideales antibelicistas y de progreso social, lo que le hizo realmente popular entre sus contemporáneos, de manera que después de su muerte, a principios del siglo XX, varios monumentos en Canadá y en Islandia, a la que sólo volvió a dar unas charlas sobre poesía, se encargaron de recordar su paso por el mundo.
Uno de ellos se levantó muy cerca de donde su familia tenía una pequeña granja, en Skagafjörður, a mediados de los años 50. Sobre un promontorio se eleva una columna hecha de cemento, cantos rodados de río y varias placas que rellenan sus lados. Una de ellas, la frontal representa el busto del poeta, en un lado otra cuenta su historia en islandés e inglés y otra es un canto al trabajo del hombre adornado con uno de los versos que compuso el genial poeta.
Aparte del monumento y quizá mas llamativo, lo que llama nuestra atención es el sobrecogedor e inmenso paisaje que se abre ante nuestros ojos, un pequeño pero grandioso resumen de todo lo que ofrece la costa norte de Islandia.
Aquel hotel al lado del cementerio
Ya todos saben que no soy demasiado escrupuloso a la hora de hospedarme en un hotel, es decir, con que tenga las condiciones básicas de higiene y limpieza, un desayuno aceptable y un buen recibimiento, me doy por satisfecho. Pero claro, por mucho que uno viaje nunca puede dejar de sorprenderse ante las sorpresas que le esperan en cualquier rincón del mundo.
En este caso, el Fosshotel Reykholt, que pisa terreno de uno de los lugares más emblemáticos para la cultura islandesa, como es el lugar de nacimiento de uno de sus bardos nacionales, Snorri Sturluson, tenía muchas papeletas para convertirse en uno de los mejores alojamientos de nuestro viaje a Islandia. Un paisaje muy verde y campestre, rodeado de campos de lava, cascadas, cráteres humeantes cuevas y montañas...
Por fuera no era cosa de otro mundo, parecido a un gran contenedor en medio de unos cuidados jardines y provisto de un amplio aparcamiento. Entramos al establecimiento y nos encontramos con una recepción pequeña, apenas una barra con las llaves y un ordenador. El personal, joven y simpático, vestido muy informal y calzando poco más que calcetines, estaba afanado en limpiar y arreglar unas habitaciones que habían sido desocupadas horas antes por un gran grupo israelita de la tercera edad.
Nuestra habitación no estaba preparada, así que decidimos dar un paseo para tomar unas fotos de las instalaciones. Una decoración más propia de una casa nórdica que de un hotel, con abundancia de moquetas, sillones de piel, adornos de aire vikingo, libros que le hacen referencia, un pequeño gimnasio y un minúsculo spa componen las áreas comunes, donde quizá el lugar más luminoso y acogedor sea el espacio dedicado al restaurante y bar que por las mañanas sirve un desayuno aceptable, escueto pero completo si no somos demasiado exigentes.
Ya la habitación estaba preparada, cruzamos el enorme pasillo del hotel y entramos en la pieza. Camas cómodas, con confortables edredones, la omnipresente moqueta, baño amplio, muy limpio todo, eso si.
Necesitábamos luz, así que abrimos las cortinas y.... ( música de Psicosis) estábamos a escasos 5 metros de un maravilloso y coqueto cementerio, con unas fabulosas vistas a unas lápidas que como mínimo tenían un siglo de antigüedad.
No es que yo sea propenso al miedo ni al terror, muy al contrario, tengo una atracción un poco extraña hacia los cementerios; pero sólo a visitarlos.
Eso de dormir junto a unos muertos que ni siquiera hablan castellano no era lo mío, que no tengo yo muy desarrollado eso del Feng Sui.
Así que bajé a recepción y amablemente, aludiendo motivos religiosos, pedí que nos cambiaran de habitación. Tras media hora de espera hicimos mudanza, sin llevarnos a los muertos, aunque los visitaría al día siguiente....
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