domingo, 5 de abril de 2015

La Gran Suiza (V)

Al parecer, y siguiendo la tradición de la mitología griega, Ganímedes fue llevado al Olimpo a lomos de un águila que era el mismísimo Zeus, como premio por los regalos que su padre, el rey Tros había ofrecido al padre de los dioses.




Ganímedes no sólo vivió en el Olimpo para siempre- ya que se convirtió en inmortal-, sino que fue copero de los dioses y amante de Zeus hasta que éste lo transformó en la constelación de Acuario.




Y precisamente sobre el momento en que Ganímedes va a ser llevado al cielo trata esta escultura que se encuentra junto al lago de Zurich, y que fue realizada por un artista llamado Hermann Hubacher en 1952.




Según muchos críticos las connotaciones artísticas pesan menos que las políticas, ya que al parecer tiene mucho de ideología nazi, aunque no está del todo comprobado.
De cualquier manera, la escultura aunque sencilla, tiene su encanto y el suficiente poder de atracción para llevarnos hasta la orilla del lago, desde donde se tienen unas bonitas vistas de los embarcaderos que lo rodean.




El precioso Limmat parece querer abrazar con sus cristalinas aguas la ciudad de Zurich, por eso ella, en agradecimiento, construyó un precioso paseo que lo bordea y que sirve de recibimiento a aquellos que quieran visitar la ciudad y ver la comunión entre el río y la urbe.


Basta con aparcar el coche en los aparcamientos de la ciudad (como en todas las ciudades suizas que visitemos, ya que el tema del aparcamiento en la calle es un poco peliagudo) cercanos y cruzar un par de calles para empezar a sentir el lago.


Su olor nos va atrayendo poco a poco hasta acercarnos a su orilla y allí vemos auténticas imágenes de postal.
La humedad del lago nos atrapa y nuestra vista tiende a perderse en el horizonte al que ponen freno las montañas en su longitud (40 kilómetros y en su ancho, apenas 3). Poca gente, aparte de los suizos conoce un dato de vital importancia. El lago Limmat es el más limpio y cristalino de toda Suiza y uno de los lagos urbanos (por no decir el mejor) con mejor calidad de agua de todo el mundo.
Los zuriqueses, lo aman, lo adoran y lo cuidan, aunque para ellos se ha hecho tan cotidiano que parecen vivir de espaldas a él.
Aunque con el buen tiempo lo usan de medio de transporte y centro de actividades náuticas y con el invierno como enorme pista de patinaje, el lago y su paseo se ha integrado tanto en el entramado urbano de la ciudad que es indisoluble de ella.
Es una auténtica delicia recorrer la orilla de ese pequeño pero cristalino mundo acuático y ver como se reflejan los árboles los cisnes o los inmensos Alpes. Cuando nos demos cuenta, estaremos en pleno centro de Zurich.


La antigua Turicum conquistada a los celtas por las legiones romanas, tiene tanta historia y leyenda como vida. Tan sólo hay que hacer caso a la leyenda de sus santos patronos, san Félix y san Régulo que cuando fueron martirizados y decapitados, ellos mismos cogieron sus cabezas y las llevaron al sitio exacto donde querían ser enterrados y donde ahora se levanta la Catedral, para comprender el tesón y la fuerza de los zuriqueses. Y claro, eso se ve en todo lo que concierne a la ciudad. Desde ser cabeza del movimiento reformista suizo, a sufrir o disfrutar, según se mire, de una explosión económica de fábricas, editoriales e imprentas que actuaron como imán para todos los artistas, escritores de vanguardia y estudiosos de todas las áreas y materias.




¿El resultado de todo esto? Que aparte de ser uno de los centros económicos más importantes de Europa, Zurich conserva ese calor que emana de su movimiento cultural y de la multitud de visitantes que acuden a la llamada de su naturaleza urbana y maravillosos paisajes que se reflejan en el lago.






Uno de los índices de calidad de vida más altos del planeta, los más de 350 bancos, 50 museos y 100 galerías de arte y la impresión de que las iglesias más bellas de suiza están en la desembocadura del Limmat, o la Iglesia de San Pedro con la esfera más grande de Europa, la Fraumünster con los vitrales de Chagall o la Grossmünster con sus dos torres, nos esperan en Zurich.
















Una de esas sorpresitas que se descubren casualmente y que salen al paso sin quererlo, sin tenerlo pensado. Un rincón de los que sorprenden, por lo menos a mí, poco acostumbrado a los grandes espacios de fábricas y almacenes.
Llegas al hotel de Zurich, cansado después de horas de coche y experiencias vividas y sólo te apetece sentarte a tomar una cerveza con los amigos y comentar, para no olvidar las maravillas que vamos recorriendo en la jornada. Al salir a la calle una llamarada de luces de colores nos atrae como si fuéramos polillas que irremediablemente acuden a la luz de una farola.




Y entonces aparece la inmensidad renacida del Palacio de Exposiciones de Wir Messe, una de las mejores, más acertadas y originales maneras de recuperar un espacio obsoleto y convertirlo en un lugar único.
Esta era una antigua zona industrial cuyo centro era y es la plaza Escher Wyss. Fea y casi abandonada, fue regenerada según crecía la ciudad de Zurich para acoger otros espacios, esta vez de oficinas, hoteles y centros de ocio. Hoy, rebosante de cines, clubes y restaurantes, esta zona se ha convertido en punto de partida de las mejores salidas nocturnas.




Por eso, el antiguo astillero, hoy regenerado en un espacio megacultural, no sólo ofrece espacios expositivos para todo tipo de ferias y congresos, sino que también tiene un completo, selecto y enorme gimnasio y un abanico de bares y restaurantes que se abren hacia el interior de la amplia factoría y que incluyen comida oriental, europea, de fusión, pizzerías y como no, magníficas cervecerías como la exquisita Turbinen Bräu.


Supieron, acertadamente, los artífices de la transformación dejar al aire, a la vista todos los elementos que nos recordasen dónde habíamos ido a parar, como las grandes grúas deslizantes, los enromes ganchos o las turbinas y tuberías de la fábrica.
Supieron también enmascarar, para proteger, la fachada de antiguo cristal, con una nueva de hormigón y vidrio translúcido.
Por fuera, un precioso parque, con árboles y esculturas modernas y desafiantes, sirven de ropaje a este nuevo fénix que supo resurgir de las cenizas del tiempo.

La inconfundible silueta de las dos torres de la catedral, bastan para llamarnos junto a ella. Edificio emblema fundamental en la historia de la reforma suiza alemana y la ética protestante, su interior, muy diferente al de las grandes catedrales europeas a las que estamos acostumbrados por la falta de ornamento y sobriedad, nos regala unas preciosas vidrieras de Giacometti, y una estructura de base gótica de tres naves de lo más perfecta con una culminación gótica muy delicada en las bóvedas.




Eso sí, la diferencia de la que hablo se basa en la severidad de la corriente reformista, pero lo que no se pudo evitar fue el paso del tiempo y con él las diferentes corrientes arquitectónicas que de manera obligatoria lo acompañan.
Así tenemos un terreno con restos de época carolingia que se edificaron sobre una necrópolis romana, unos muros de factura románica con ventanales y techos góticos y unas torres que aunque datan de 1492 más parecen una obra modernista. Para culminar este cóctel, las puertas de bronce, que recrean el Antiguo Testamento, son del reciente año 1950.




Si agitamos todo este maremágnum estilístico surge la catedral de Zurich, que parece girar sobre la leyenda de los dos mártires tebanos cuyas cabezas obligaron a los cristianos fieles a levantar la estructura en el punto donde ellas le indicaron que debían ser enterrados y adorados sus cuerpos.




Alrededor, sube la escarpada colina sobre la que se asienta, con preciosas casas de origen medieval, habitadas antiguamente por los canónigos de la colegiata.
Las vistas desde la terraza de la Catedral son simplemente hermosas y evocadoras. Todo un mirador de Zurich.

Iglesia de San Pedro
Este templo es único por dos razones muy especiales. El primero es el indiscutible hecho de que se mantiene desde el siglo IX ( marcando el origen pre-románico) como la iglesia más antigua de Zurich, aunque se dice que hubieron otras anteriores que perdieron su categoría al desaparecer víctima de incendios y derrumbes por mala construcción.
Por eso San Pedro tuvo que ser reconstruida en cuatro ocasiones en un periodo tan corto como el que va de 1706 a 1857. En ese periodo, se transformó de templo gótico a un preciosista estilo barroco, que es el que se mantiene en la actualidad. Una pena que en el momento de la visita estuviera cerrada a cal y canto, puesto que se dice que la decoración interior, de estuco y la sillería es original de antiguos conventos y monasterios derruidos. Pero bueno, hay que conformarse con disfrutar del exterior, del enclave en el que está situada y sobre todo del segundo punto que la diferencia del resto de las iglesias de Europa.




Ese punto está en su torre románico-gótica, y son cuatro inmensas esferas de reloj que pelean por ser las mayores de Europa. Y no es de extrañar, ya que cada una de ellas, de 8, 64 metros de diámetro es capaz de mostrarnos la hora desde que divisamos el campanario en la distancia; todo un récord. Algo a tener en cuenta es que una de sus campanas es de las mayores y más pesadas de Europa, ya que pesa nada menos que 6.000 kilos.








Lo curioso es que el campanario pertenece al ayuntamiento y la ciudad de Zurich, mientras que el cuerpo de la iglesia es propiedad de la iglesia suiza reformada. Cuestiones de política y religión aparte, Júpiter parece seguir rondando por lo lo que hace más de diez siglos fue su sagrado templo. Igual es él quien salvaguarda y mantiene en pie la iglesia.....

Imaginemos por un momento que podemos volver atrás, a un pasado reciente aunque triste. Estamos en 1914, en plena Primera Guerra Mundial.
Suiza se convierte en lugar de asilo de todos aquellos que son neutrales, de los pacifistas que ven en la contienda una muerte segura y absurda, que creen fervientemente en la vida y usan el arte como vía de escape. Artistas que se formaron en el expresionismo alemán o el futurismo italiano, arte decapitado por por esa guerra tan odiada por ellos.
Se reúnen, para hablar sobre el mundo y sus conceptos, sus penas y sus pocas alegrías en una cervecería muy escondida entre las calles de Suiza y deciden que había que aislarse de esa masacre y de la tristeza que traía consigo. En 1916, logran, con el esfuerzo de todos abrir un pequeño cabaret, al que bautizaron como "Cabaret Voltaire". En ese espacio se reunieron filósofos como Hugo Ball, poetas y pintores como Tristan Tzara, Marcel Janco y Jeans (Hans) Arp.




De ese momento en adelante no pararon las actividades en el cabaret ( espectáculos cargados de provocación, tendencia agresiva, propuestas ilógicas y absurdas), las tertulias de todo tipo e índole y la edición de una revista llamada "Dada", que daría vida a la tendencia artística del mismo nombre.
Estaba claro que había que romper con todo lo anterior, ya que la misma guerra lo estaba haciendo con el sistema que todos ellos conocían. El Dadaísmo surge con la intención de destruir todos los códigos y sistemas establecidos en el mundo del arte. Había que ser antiartístico, antiliterario y antipoético, cuestionar la existencia del arte, la literatura y la poesía, crear una forma de vivir y un rechazo absoluto de toda tradición y forma de vivir anterior.


Y todo esto ocurrió en un pequeño local, hace poco reformado por los neodadaistas, y que hoy se ha convertido en un museo que recuerda todo el significado de un movimiento que parecería absurdo a quien no pueda ver un poco más allá de los horrores de una guerra que jamás debió ocurrir.

Ya se sabe que en el pasado la mayor parte del poder estaba concentrado en la nobleza y en la iglesia, pero en pocos sitios se llegó tan lejos en los umbrales de ese poder como en Zurich. Muestra de ello es Fraumünster, pequeño resto de las extensas propiedades de un convento agustino fundado allá por el 853 y que el emperador Ludovico tuvo a bien confiar a su hija Hildegarda.






La consecuencia inmediata de ese poder cedido a su hija, fue el poco convencional ascenso de las religiosas en el gobierno de la ciudad. Se dice, incluso que fueron tan poderosas que durante muchos años llegaron a tener el control absoluto la ciudad y eran completamente independientes, que no necesitaban ni justificarse por las decisiones que tomaban ni de los beneficios que obtenían.
Sea como fuere, de todo ese poder sólo quedan algunos restos de muros y por supuesto la preciosa Fraumünster.




Empezada como carolingia, continuada como gótica y coronada por la torre barroca, fue finalmente embellecida al gusto neogótico de principios del siglo XX, con atrios portadas y nuevos ventanales y una nueva fachada de espaldas al río.
Dentro, brillan con absoluto protagonismo las vidrieras de Marc Chagall de 1970 (año de mi nacimiento) y varios frescos magníficamente conservados bajo ellos.






Otras pequeñas obras de arte incluyen varias pinturas que cuentan la historia de la abadía y las de los santos fundadores de la ciudad.




Amplitud y luz son los dos complementos de uno de los rincones más bellos de la gran ciudad suiza.
Una última cosa, no confundamos la iglesia con el edificio al que está unido, que es el Stadthaus y que no forma parte del templo, aunque parecen uno solo.

Y nos vamos despidiendo de Zurich..










Y llegamos a Berna.
Construido a finales del siglo XV, el ayuntamiento de Berna, lleva siendo desde un principio, el lugar de reunión de los 160 miembros del Parlamento Cantonal, aparte de ser el lugar desde donde se gobierna la ciudad de Berna, que increíblemente se erigió como capital de Suiza en 1848.




Y digo lo de increíble, porque quien no recorra la ciudad en su totalidad, sino sólo su casco antiguo no creerá que algo tan bello pero tan sencillo pueda ser el centro de la Confederación Helvética.




Pero centrémonos en este bellísimo edificio gótico tardío cuya planta baja ( por lo que está elevado) sirvió en principio para almacenar grano y que está custodiada por la recia iglesia de San Pedro y San Pablo y la Cancillería del Estado.


Quizá sea esa parte de su belleza. Debemos fijarnos en las delicadas columnas que soportan el baldaquino de entrada y al que se accede por dos escaleras laterales, o el porte de fortaleza que presenta su fachada principal. La plaza donde se ubica es uno de los numerosos oasis de tranquilidad que nos regala la preciosa ciudad de Berna, plena de espacios donde poder disfrutar de las evoluciones artísticas y arquitectónicas de un lugar que parece recién salido de la Edad Media.
Del edificio en sí mismo poco más hay que decir, aparte de que a lo largo de sus siglos de vida ha ido sufriendo afortunados o desafortunados cambios que lo llevaron a perder unos preciosos baldaquinos que recorrían las escaleras y que daban sombra a unos setos frondosos y llenos de flores o unas buhardillas que embellecían el tejado y que hoy ya han desaparecido, pero que siguen a la vista en las fotos que ilustran las páginas oficiales de la ciudad.
De cualquier modo, el lugar bien merece cinco minutos de nuestro tiempo en Berna.


Como una columna vertebral que mantuviera firme y llena de vida a la ciudad de Berna, y que la dividiera en dos partes en perfecta armonía a la izquierda y a la derecha, la arteria central de la ciudad podría fraccionarse en dos partes.




Spitalgasse es el primero de los dos tramos de esa columna peatonal que conserva todo su sabor medieval, salpicado tan solo aquí y allá por los carteles que anuncian las tiendas que ofrecen los más variados productos.




Lo más que impresiona, a primera vista es, sin duda, las bodegas de las antiguas casas medievales, que eran carboneras y que dando a la calle con grandes y antiguos portones se han convertido en la actualidad en boutiques, salas de arte o incluso clubes de jazz o cabarets.


Por supuesto que uno de los principales atractivos de la ciudad, las fuentes, no pueden faltar en esta calle, con ejemplos tan hermosos como la Pfeiferbrunnen, o la Fuente del tocador de Cornamusa que se remonta al siglo XVI.




Pastelerías, tiendas de ropa de todo tipo y estilo, de recuerdos, de quesos y de vinos, diseñadores nacionales y alguno que otro más conocido a nuestros ojos, o pequeñas tiendas de artesanía de las montañas, van jalonando los lados de este paseo, más que calle que poco a poco nos va embrujando y haciendo que nos enamoremos más de la preciosa Berna. Todas ellas, por supuesto, guarecidas del sol, la nieve o la lluvia por los soportales o lauben, que le dan aún más encanto si cabe. La segunda parte del paseo es aún más sorprendente...




El mas bonito, hermoso y pintoresco de los dos tramos de la calle central de Berna, de esa columna que la vertebra, es sin duda Marktgasse. Aunque unida a Spitalgasse por esa línea de casas y soportales que le dan constancia e igualdad a toda la calle, esta zona tiene aún más personalidad.




Aquí las fuentes se suceden con más inmediatez, con más colorido, y con alegorías más atrevidas, pero no solo eso, sino que es la puerta a la zona más moderna de la ciudad, donde han surgido grandes tiendas de ropa y calzado, supermercados y restaurantes, que aún conviven con restos de la Belle Epoque como el cine Splendid Palace, con sus cristaleras y maderas preciosas al más puro estilo Art Decó, o galerías de pasadizos interminables con techos de cristal y acero que simbolizaron en su momento la era de prosperidad que supuso la Revolución Industrial.




Varios edificios de diferente factura y estilo van saliendo a nuestro paso, desde grandes casonas y torres con frescos que representan leyendas helvéticas a pequeñas iglesias o antiguos almacenes remodelados que hoy pertenecen a grandes cadenas internacionales de ropa y complementos.




Es la zona donde convive lo medieval con lo actual y donde vemos en piedra, acero, cristal o ladrillo, la evolución de una ciudad que jamás dejará de sorprender.
Berna, como capital de la Confederación Helvética y por ende del país, no iba a a ser menos que el resto de las grandes ciudades mundiales y no tener una iglesia neogótica, y si podía ser de las más bonitas, pues mucho mejor.




Así que en 1858 y durante unos 8 años se dedicaron a levantar la iglesia que dedicaron a los Santos Pedro y Pablo.




Hasta aquí todo parece de lo más normal. Pero es que la iglesia tiene dos peculiaridades que la hacen especial dentro de las iglesias de Suiza: por un lado el hecho de ser la primera iglesia de culto católico romano que se levantó después de la Reforma, por lo que sirve de sede al Obispo de Suiza, y por otro su situación física junto a la sede del gobierno de hondas raíces reformistas, lo que viene a ser como una gota de agua en un océano de arena, aunque ese carácter neutral y bastante permisivo de los suizos no ha convertido esta diferencia de dogmas en un problema de convivencias.




Otra peculiaridad es que el edificio fue diseñado y levantado por un arquitecto de sólo 23 años llamado Edouard Deperthes.




Demos un paseo alrededor de esta iglesia tan especial y disfrutemos de su arquitectura que mezcla elementos del más puro gótico con las influencias que estaban en boga a principios del siglo pasado. Imponente.
Los suizos la llaman Zeitglockenturm o sea la Torre del Reloj. Y la llaman así desde que su construcción acabó, allá por 1120.




Al principio, su función fue meramente defensiva, ya que era la puerta de entrada a la ciudad, y formaba parte del sistema defensivo de Berna. mucho tiempo después, es decir unos cinco siglos, alguien decidió que su función debía alterarse y por ello ser embellecida, por lo que llamaron a Kaspar Brunner, uno de los mejores relojeros de la Confederación Helvética para que rediseñara el aspecto de la torre.




Con carta blanca en cuanto a fondos y diseño, el hábil mecánico del tiempo construyó un precioso y único reloj astronómico que marcaría desde ese momento la hora, el día, el mes y la posición del Zodiaco en relación con la Tierra, que en ese momento era considerada como el centro del Universo. ¡Vaya con la teoría egocentrista!
El sol, la luna y las estrellas, orbitando alrededor de la tierra, sirven de adorno al objetivo del reloj, dar la hora. El mismo sol atraviesa los 12 signos del Zodiaco en el curso del año y una pequeña abertura en un lado, casi imperceptible nos da el día de la semana... en alemán antiguo.




Pero no es realmente todo ese complejo mecanismo y sistema del astrolabio lo que atrae diariamente a miles de turistas, sino que cada hora se pone en marcha una serie de autómatas para anunciar que una hora más de nuestras vidas acaba de terminar.




Aproximadamente 3 minutos antes de la hora, un gallo mecánico canta y anuncia el inminente cambio de las agujas. Inmediatamente después desfila un oso. Poco después desfila un oso que representa a la guardia y símbolo de la ciudad, luego canta el gallo por segunda vez. Suena una campana que da paso a Cronos, dios del tiempo, con su reloj de arena. Al desaparecer el dios, canta el gallo de nuevo y acaba el espectáculo de los autómatas.




Bajo la torre hay varios frescos que simbolizan la Creación y la expulsión del Paraíso de Adán y Eva y varias barras metálicas de colores, encastradas en la pared, que eran la medida oficial para la venta de telas y otros menesteres medievales que necesitaban ser rígidamente controlados para evitar la estafa de los mercaderes.
Una maravilla de la mecánica y de la historia de Berna.

Y seguimos hasta el centro de Berna.


Si, porque la Bundesplatz es el corazón de la actividad política de la Confederación, por ello no es difícil adivinar a simple vista que el enorme edificio que lo preside, el Bundeshaüser, es la sede del gobierno suizo pero también del Parlamento.




El edificio que se construyó en tres fases, se empezó a levantar en 1852 y se terminó del todo en 1902. Es una amalgama de estilos que nos recuerdan a ciudades como Berlín, París o incluso a algunos palacios de Florencia, de estilo renacentista, sobre todo por su cúpula.




Pero aparte del edificio, hay otros rincones especiales en la plaza, como una fuente que surge directamente del suelo, un mercado de quesos y otros productos típicos del cantón o varias terrazas que permanecen abiertas al aire libre hasta bien entrado el otoño, aparte de servir de lugar de encuentro, entretenimiento e incluso de improvisada pista de patinaje para los más deportistas.
Toda la zona, que está considerada como parte de la ciudad vieja de Berna, es Patrimonio de la Humanidad, y como buenos suizos, los berneses saben como cuidar y mimar con cuidado y esmero todos los tesoros que tiene su ciudad.
Quién diría que durante siglos sirvió como mercado, plaza de armas e incluso de aparcamiento, cuando empezaron a circular por la ciudad los coches a motor.
Hoy es un delicioso rincón que no debemos dejar de visitar cuando estemos en la preciosa ciudad de Berna.

Una de las esculturas-fuente más célebres de la ciudad de Berna, es ésta del ogro que devora a los niños. Puedo asegurar que es la más fotografiada, pero no de las que nos saltan al camino cuando nos paseamos por la ciudad. Hay que desviarse un poco a la derecha al pasar de la famosa Torre del Reloj para encontrarla.




Me imagino que durante varios siglos, las madres de Berna amenazaron a sus hijos con llamar al ogro si no obedecían. Y es que desde luego que la escultura da un poco de miedo. Ya desde un primer vistazo se ve como está devorando a un niño con su gran boca, y que a su costado lleva otros tres más preparados para engullir. La inquietante escultura inquietante no es ninguna obra de arte moderno; construida en 1546, es una de las fuentes más antiguas de la ciudad de Berna.




Sobre su origen hay varias teorías: La primera y más lamentable es que la Kindlifresser fue encargada para servir de advertencia a la comunidad judía de la capital suiza. El Kindlifresser lleva un sombrero que es sorprendentemente similar al Judenhut que los judíos debían llevar en aquel entonces. La segunda es que el terrible ogro es una representación de Cronos, que devoró a todos sus hijos para evitar que le arrebataran el trono. La tercera se basa en que el Kindlifresser es la representación del hermano mayor del Duke Berchtold, el fundador de Berna, que enloqueció de celos por la fortuna de su hermano y recorría las calles de Berna secuestrando y comiéndose a los pequeños berneses.
Todo esto reforzado por los osos en actitud amenazante y militar ( símbolos de la ciudad y con bandas que representan la bandera suiza), con bocas muy abiertas y llenas de afilados dientes.
Sea cual sea la verdad, la escultura y su leyenda han sembrado el pánico entre los niños suizos durante casi 500 años y con suerte, estará ahí para seguir haciéndolo otros 500 años más.

En gran estima tienen los berneses en particular y los suizos en general a éste Gran Duque Berthold V de la dinastía de los Zähringer.
Ya desde el principio de su reinado, redujo el poder de los nobles de Borgoña que eran famosos por abusar de sus vasallos y creó el Oberland bernés y el área de Lucerna. Como resultado, amplió Thun y fundó Berna en 1191. Después de su muerte las tierras Zähringer se dividieron entre varios nobles, y la ciudad de Berna se convierte en una ciudad imperial libre (Reichsfrei, sujeta sólo al emperador).




Esta declaración de independencia, dio forma a la actual capital suiza, y forjó los principios que hoy rigen en todo el país.
Por ello, los berneses agradecidos decidieron rendirle homenaje, situándola primero en la catedral o Munster y luego en Nydegghöfli, a la entrada de la ciudad, la escultura que representa al Gran Duque y cuatro paneles que rememoran las gestas de lucha de las huestes de la familia apenas son distinguibles para los paseantes que recorren el puente que une el foso de los osos con la principal vía que vertebra la ciudad de Berna.


En mi opinión personal, la escultura y su entorno más próximo están demasiado ocultas de la vista de los visitantes y de los propios ciudadanos y parece incluso que se descubre un poco por casualidad, al mirar desde el muro que protege el puente al entrar o salir de la ciudad. Y eso que es una estatua muy atractiva, que representa al Duque en actitud valiente y arrojada y custodiado por un oso que parece ser su escudero, ya que porta el yelmo de cota de malla del Duque.
Es un rincón con mucho encanto, así que no se lo pierdan.

Una pena que la catedral estuviera cerrada en el momento de nuestra visita, pero bueno, así tenemos otra excusa para volver a Berna. De cualquier manera, no quería dejar de escribir un poco sobre ella, aunque fuera sólo de lo que vi desde el exterior.




De lejos da la impresión de ser una fortaleza inexpugnable, pero conforme nos vamos acercando, las sólidas paredes y la torre se convierten en filigrana que pareciera hecha de oro...o de azúcar, tal es su delicadeza.
Sobre todo la torre, que como el resto muestra el estilo gótico tardío, el más florido y encantador, y el pórtico gemelo central decorado con una ingente cantidad de esculturas y relieves que representan, como no, el Juicio Final.




Poco más pude ver, aparte de rodear el edificio para disfrutar de esos apuntes de arquitectura en vivo que son los contrafuertes, el ábside poligonal y la famosa Puerta del Alcalde por donde sólo podía entrar y salir el mandatario de la ciudad y su familia.






Eso sí, a un lado del templo encontramos la Plattform que se erige sobre los restos de la muralla primitiva de Berna y que nos proporciona unas vistas maravillosas del Aare y los barrios de la orilla oriental. Para los que tengan tiempo, hay un ascensor que baja directamente al barrio bajo de Matte.


La iglesia del Espíritu Santo
Esta iglesia, que se encuentra fuera de los circuitos habituales del turismo que visita la ciudad de Berna, es uno de esos tesoros que aparecen de repente en nuestro camino. Por fuera es una iglesia muy seria, muy rígida y con aspecto sobrio, pero dentro esconde un encanto sin igual. Uno de los más finos ejemplos del barroco suizo, su elegancia y sencillez se basa en la hábil combinación de elementos básicos del barroco, como los estucados en el techo, con la maravillosa galería que la rodea y que le da su característica forma semicircular, apoyada en 14 columnas de arenisca, y el contraste de todos los colores claros de la decoración con la bancada en oscura madera noble que se recuperaron y restauraron de los restos de la iglesia que ocupaba antes este lugar.




Como su nombre indica, perteneció a la Orden del Espíritu Santo y en la actualidad, aparte de su función religiosa, también se utiliza como sala de exposiciones y conciertos...aunque un día fue granero.


El templo es bellísimo, pero si me tengo que quedar con alguno de sus múltiples encantos, sin duda los escogidos serían el púlpito, que es uno de los pocos exentos de Suiza y la bancada curvada, decorada con sellos y escudos de armas medievales de las grandes familias del cantón de Berna. Algunos están pintados con brillantes colores, mientras que otros son bajorrelieves de fina talla.




Todo un descubrimiento para descansar tras un día de visita a la capital de la Confederación.

¿Quién se ha ido de Berna sin visitar a sus más ilustres pobladores? Pues seguro que muy pocos. Primero porque son el símbolo de la ciudad y segundo porque de una manera o de otras, sea en tren, en coche o andando, obligatoriamente hay que pasar por el recinto donde estos plantígrados tienen su residencia.




La historia de los osos de Berna tiene mucha miga.
Cuenta la leyenda, esa fuente inagotable de información embellecida por los siglos y la imaginación de las gentes, que en 1191, el Duque Berthold V de Zähringen, el mismo que tiene cerca del foso su monumento, se comprometió a bautizar a la nueva ciudad que iba a fundar con el nombre del primer animal que cazara en el bosque donde iban a talar los árboles que servirían para levantar el nuevo burgo. Evidentemente, el primer animal cazado fue un oso, lo que les vino de perilla porque les daría el estatus simbólico de fuerza y grandeza. Rápidamente constituyeron el escudo de armas que todos los ciudadanos pudieron llevar en forma de capa, o en los carteles que adornaban posadas y edificios oficiales: un oso negro en un fondo blanco.




Tal y como ocurre en la Torre de Londres con los cuervos, los berneses decidieron mantener cerca de la ciudad a los osos vivos para perpetuar la leyenda de la ciudad, sus orígenes y un poco para sentirse más seguros de que iban a permanecer en el tiempo mientras los osos, con su fuerza los protegieran simbólicamente.
Para ello prepararon un espacio donde los animales pudieran vivir en condiciones aceptables y tenerlos cuidados y vigilados.


El primer foso de osos estaba en lo que todavía se llama el Bärenplatz (Plaza del oso), y a lo largo de los siglos fue cambiando su ubicación hasta que en 1857 encontró su localización actual, con tan solo una ampliación de principios del siglo XX que serviría para criar a los nuevos oseznos que llegaran a la manada. Al parecer, las guerras del siglo hicieron que los pobres osos fueran cayendo un poco en el olvido, hasta tener que vivir en una situación bastante lamentable. Pasaron un periodo de bastante dejadez, hasta que los ecologistas y las protectoras tuvieron bastante fuerza como para poder intervenir en su favor y conseguir que en el 2009 se inaugurara el actual BärenPark en los terrenos de fuerte pendiente entre el Bärengraben y el banco del río Aar.




La mejor manera de verlos es desde el puente de entrada de la ciudad, ya que se tiene una vista completa de todo el terreno que tienen para moverse "libremente".
Digo el mejor porque en el otro lado, casi sobre la osera, hay un recinto con cafetería y tienda de souvenirs desde donde la mayoría de los turistas intentan acercarse lo más posible a los osos, pero hay muchos arbustos y árboles que tapan la visión de los grandes y preciosos osos de Berna.

Y con sus osos y esta vista, nos despedimos de Berna.


No hay comentarios:

Publicar un comentario