jueves, 2 de abril de 2015

La Gran Suiza (II)

Y nos vamos despidiendo de Ginebra con un pequeño paseo.
























Y seguimos viaje pasando por Lausana. Allí encontramos la preciosa iglesia de Saint François que se esconde, no se si por tímida o por modesta. Lo cierto es que puedes pasar por su lado sin darte apenas cuenta, pensando que es una pequeña capilla, o una iglesia sin importancia.




Hasta que miras al cielo y ves su torre dominando el centro de la ciudad, el corazón del Bourg.
Y eso que lleva, como buen templo gótico que es, en el mismo sitio desde el siglo XIII, brillando en la actualidad tras una perfecta ( adjetivo nada extraño en Suiza ) restauración que la ha hecho aún más atrayente y atractiva.




Por fuera es recia, robusta, de contrafuertes bien plantados y con una torre campanario un poco más tardía, dos siglos, y una aguja de otros dos posteriores. Cuando la vemos por primera vez, nos extraña encontrar ese pequeño castillo en medio de la ciudad, pero luego la encajamos perfectamente y vemos como es el núcleo de su barrio, de su ciudad.
Entremos para deleitarnos con la nave única que como podemos ver en las paredes, fue aumentada en altura en siglos posteriores a su fundación, para darle más grandeza y para aprovechar y subsanar los daños de un incendio que casi la destruye por completo.




Desgraciadamente, de su brillante pasado franciscano poco queda, y menos aún del convento que un día fue.
No hay que culpar a nadie, pero el ejercito reformista del Oberland llegó como un vendaval y cerró monasterios y expulsó a las órdenes religiosas que los mantenían. Las iglesias fueron despojadas de toda su imaginería religiosa y ornatos con lo que limpia y desnuda se convirtió en la iglesia parroquial de la Ville Basse- (ciudad baja).




No hace falta recurrir a las leyendas para darle el empaque que el templo tiene, ya que por ejemplo, está históricamente probado que en 1664, John Lisle , un inglés ex magistrado del rey Carlos I, que había huido a Lausana, fue asesinado por los esbirros de los Estuardos dentro de la Iglesia, así que puede que incluso cuente con un fantasma. Fantasma que a lo mejor se sienta a descansar y ver pasar los siglos en la sillería que se conserva en el presbiterio y que data del siglo XIV. ¿Quién sabe?






En la actualidad, sirve más de espacio expositor que de centro de culto y aunque nos choque, hay que reconocer que como pequeño museo no lo hace nada mal...
Recostada sobre el espacio que queda entre el lago Leman y las colinas que suavemente ascienden hasta casi tocar el cielo, la trabajadora y al tiempo lúdica Lausana, se abre ante nosotros como una preciosa flor alpina, fría pero hermosa, cercana pero orgullosa de su belleza.






Aunque muy suiza, de sus parques emana un ambiente mediterráneo que quizá haya servido como inspiración para los mejores cocineros del país, que han surgido de sus calles y plazas y han llegado al Olimpo de las grandes cocinas del mundo.

Aparte, Lausana es sede del Comité Olímpico, de una de las mejores universidades de Suiza, centro de congresos y meca de los amantes de la buena mesa...


Pero sobre todo es belleza y quietud. En el pintoresco casco antiguo se encuentra la tranquilidad de sus estrechos callejones, los agradables cafés y y las omnipresentes boutiques de moda.
Ya supieron de su elegancia los antiguos romanos, que fundaron sus cimientos, de su potencia económica, los artesanos y mercaderes que la eligieron como centro comercial, exiliados religiosos provenientes de todo el sur de Francia que contribuyeron a crear un notable desarrollo económico y cultural.
Basta pasear por sus calles para sentir su arquitectura, su distinción, su gracia y su estilo.




La Catedral de Notre Dame de Lausana, es, en sí misma todo un espectáculo de belleza ya desde lejos, como estandarte resistiendo con aplomo el paso del tiempo y de los siglos y con una joya única en toda Europa, que tras un largo periodo de restauración vuelve a brillar con todo su esplendor. Es el llamado " Portail Peint".
Pero vayamos por partes.




Un agradable paseo entre las callejuelas de la ciudad nos va subiendo, casi sin darnos cuenta, hasta lo más alto de la colina donde encontraremos el enorme templo que es la Catedral.
Al llegar a ella nos sorprenderemos un poco, porque no es el típico templo exento, separado de todo su alrededor buscando la impresión mediante la grandeza de los volúmenes. Parece más bien un conjunto de cubos que hayan sido pegados siguiendo un plan bien trazado.




Ya dentro, la catedral, valorada como la obra maestra más importante de la arquitectura gótica suiza, nos sorprende por la altura de sus arcos y la luz de sus ventanales, la serena elegancia de sus tres naves que ofrecen a la vista galerías desde donde en el pasado, los nobles de Lausana asistían a los Santos Oficios.


La sillería del coro, considerada una de las más antiguas de Suiza, el precioso y multicolor rosetón, la miriada de tumbas de obispos que tapizan el suelo, pero sobre todo la luz que dejan pasar las enormes vidrieras, son algunos de los pequeños atractivos que ofrece la iglesia.


Y digo pequeño porque lo realmente admirable es aquello que nombré en un principio, el "Portal" o Pórtico.
Orientado al sur y protegido desde hace poco por una estructura de cristal que lo conserva y permite al visitante disfrutar de él en cualquier época del año, alberga un extraordinario grupo de esculturas policromadas que representan a los ancianos del Apocalipsis sobre pilastras adornadas con estatuas de profetas y precursores de la Iglesia, y de los evangelistas y los Apóstoles. En lo más alto, escenas de la Pasión de Cristo y la Coronación de la Virgen, todo ello con su recuperada policromía original.


Es muy raro poder disfrutar de un tesoro de estas características, sólo comparable a nuestro Pórtico de la Gloria de Santiago. Así que no dejemos de rendirle honores cuando visitemos Lausana.




Frente a la Catedral de Notre Dame, apenas visible bajo un techado de madera, se encuentra una de las rarezas de Lausana, las Escaleras del Mercado.




Se trata de uno de los mejores ejemplos de las características calles con escaleras de la ciudad antigua, uno de los pocos ejemplos que quedan de estos pasadizos formados por casas de aspecto medieval y cubiertos por una original marquesina de madera que según dicen se remonta a 1700.




El corto trayecto que cubre, lleva hasta la Place de la Palud, corazón comercial de la ciudad vieja y lo hace desde época tan antigua como el siglo XIII; al recorrerlo tengamos cuidado de no perdernos todo el recorrido, ya que a la mitad se corta por una calle que se construyó hace un par de siglos para cubrir un paso subterráneo de tren.




El nombre le viene porque en la calle a la que conduce se instalaba el mercado de la ciudad hasta bien entrado el siglo XV; una reciente restauración ha devuelto todo el brillo y sabor de siglos a estos 177 escalones que salvan el desnivel que va desde el alma de la ciudad antigua hasta los espirituales pórticos de la catedral.


Después de haber disfrutado de los encantos de la catedral de Lausana, seguimos de largo ante su pórtico oeste y callejeando llegamos a la Place du Chateau, donde encontramos la pequeña fortaleza de Saint Mairie.






Nos sale al paso después de darnos de bruces con el palacio neoclásico del Grand Conseil, que se le enfrenta desde 1803. Sin embargo Saint Mairie es muchísimo más viejo, ya que se remonta a 1397, levantada para residencia episcopal y mucho mas tarde como residencia de los alcaldes de...¡Berna! ¿Qué raro, verdad?




Al parecer, la intención era mantener a los poderes eclesiásticos lo más alejados del "apestoso y vulgar populacho"....
Bueno, pero eso no es todo, ya que su vocación de sede legislativa lo convirtieron en sede del gobierno cantonal desde 1803, de manera que aunque es una fortaleza, sus funciones militares nunca fueron prioritarias, sino que siempre se dedicaron al gobierno.
Estilísticamente se le ha comparado con predecesores tan famosos como la fortaleza de Verona o el Kremlin de Moscú.


La Place de la Palud, debe su nombre, al igual que las escaleras que ya hemos visto anteriormente, al hecho de haber sido sede de mercado durante muchísimo tiempo.






Elegida por comerciantes de todos los cantones para estos menesteres desde el siglo IX, debido sobre todo a su céntrica situación, acabó siendo nudo y núcleo de la ciudad. El ayuntamiento que rápidamente se levantó cuando el lugar adquirió importancia, sirvió también de almacén de mercancías y de albergue para los vendedores que venían desde todas partes de Suiza.


No tiene la típica forma de plaza que podríamos imaginar, cuadrada, redonda o simplemente de forma definida, sino que surgió del espacio vacío entre la unión y confluencia de varias calles.
Calles en las que encontramos joyas como el precioso reloj que da las horas con el alto y claro carrillón que sólo puede oírse de 9 a 19 horas por lo escandaloso, o el nº2, que es la vivienda más antigua de Lausana, y un poco más allá el fabuloso Palacio del Obispo...
Quizá lo que más llame nuestra atención, aparte de lo pintoresco de los edificios y las coquetas tiendas que rodean la plaza, sea la estatua de la Justicia que se encuentra en uno de sus lados.
Rodeada por una fuente y formando parte de ella, es una copia de la original, que databa de 1585 y que se encuentra en el Museo de Historia de la ciudad. Vigilante del tiempo y de la historia, su colorido atrae nuestros ojos y la convierte en centro de esta maravillosa plaza de origen medieval.
Y nos despedimos así de Lausana




Y viajamos a Friburgo.






Un paseo por Friburgo es lo mismo que un paseo en el tiempo a través de distintas épocas. Tanto la propia ciudad, como sus habitantes, deben agradecer, sobre todo a los Zähringer, que este soberbio lugar a orillas del río Saane sea una de las ciudades medievales más grandes y mejor conservadas de Europa.








Durante todo el tiempo, los estudiantes de su universidad, han sido los encargados de cultivar una cultura viva y comprometida, que tiende puentes (como los que conserva en piedra) entre la cultura latina y la germana y quizá esa mezcla que lleva en la sangre sea la que le haya hecho conservar esos 15 puentes que cruzan de orilla a orilla, como el más antiguo de St- Apolline, que data de 1147, pasando por el bernés de 1653 o el de Granfey, del omnipresente genio de Nantes Gustave Eiffel.




Friburgo es tan diferente al resto de Suiza, que incluso la parte baja de la ciudad se diferencia radicalmente de la alta, con una cultura y un lenguaje (el bolze) propios. No es de extrañar si tenemos en cuenta que está adornada por iglesias, conventos, puentes y fuentes hasta decir basta.




Preciosas casas góticas y un cinturón de fortificaciones, calles estrechas y casas colgadas sobre el río...Podría caminar durante siglos por Friburgo mientras pasa el tiempo y se hace cada vez más venerable y hermosa..




He visto muchos puentes a lo largo de mis viajes. Grandes puentes urbanos, pequeños puentecillos que cruzan riachuelos en el campo, hechos de piedra o de metal, cubiertos o abiertos a los elementos; pero ninguno une la espectacularidad de su arquitectura con el perfecto telón de fondo de su paisaje de manera tan perfectas como éste de Du Milieu, en Friburgo.






Construido en 1720, sustituye a uno anterior (cubierto y de madera, como otros de tanta fama en Suiza) y tiene 4 grandes arcos de 10 metros de altura que ocupan casi la totalidad de sus 70 metros de largo.


Cruzarlo por arriba es una experiencia deliciosa, ya que nos permite contemplar una de las mejores vistas sobre la ciudad, pero pasar bajo sus arcos tiene también el aliciente de encararnos con la alta pared de piedra que parece colgar sobre nosotros y donde se encuentra una pequeña y muy curiosa central hidroeléctrica de principios de siglo.
El conjunto que forma el puente y el paisaje al que complementa es realmente digno de representarse en pinturas e imágenes, ya que su fotogenia es innegable.
Un remanso de paz y belleza en una de las más bonitas ciudades de Suiza.

Tan antiguo como que data de 1653, el puente de Berna, llamado así porque forma parte de la ruta que lleva a la capital de Suiza, es un paso cubierto hecho en madera en su mayor parte, aunque se trate de un puente de obra, con los cimientos y un acabado digno de la precisión y perfección suiza.








Y eso le viene de antiguo, ya que es sólo un siglo más nuevo que los primeros cimientos de la fundación de la ciudad. Puede ser que los constantes trabajos de mantenimiento y restauración hayan tenido su efecto sobre éste puente que permanece como el último de los de su especie en Friburgo.
No sabía que existía el estilo barroco en los puentes hasta que leí un poco sobre él, pero así es.
Según dicen los expertos, su apoyo central es de piedra maciza, mientras que los laterales fueron rellenos de restos de construcciones anteriores, es decir cascotes, madera y otros materiales de construcción.




Por dentro es realmente amplio, aunque un poco oscuro, sobre todo en los días en que amenaza lluvia como el de mi visita, ( de hecho el torrente cayó sobre nosotros justo después de salir del puente), y el contraste con el exterior es realmente llamativo, al estar adornado con macetones de flores de vivos colores que se complementan con el bonito color de la madera.




A los lados, el paisaje es realmente delicioso, y es de los únicos miradores desde donde se puede apreciar la confrontación entre la arquitectura de la ciudad antigua y la nueva Friburgo.








Tratada y considerada por la mayoría de expertos en arte como la más valiosa joya gótica de Europa Central, esta catedral de 1490 ( aunque sus cimientos datan de 1283) nos llama como un imán con su torre única para que conozcamos sus secretos.




Lo de la torre única tiene su gracia y su explicación, ya que en los planos originales aparecía una segunda atalaya, pero la falta de dinero hizo imposible su construcción. Así que hoy en día, el campanario de 368 escalones y 74 metros de altura es el único protagonista de cualquier panorámica que se tome de la ciudad...




Ya desde un principio, la fabulosa portada de los Apóstoles es motivo suficiente para empezar a bajar nuestra mirada desde las alturas de la torre, ya que es uno de los pocos ejemplos en Suiza de las famosas portadas del alto Rin. En ella se mezclan en curioso orden y concierto, esculturas de la Anunciación, los Apóstoles ( aunque son copias), ángeles, profetas y patriarcas; por encima de todo, y para escalofrío de creyentes, un Juicio Final de lo más convincente.




Pero entremos a esta iglesia que al tiempo es museo, y tras pasar un vestíbulo muy poco común en los templos suizos, disfrutemos del altísimo espacio que nos regalan los grandes arcos que conforman la estructura del edificio.




Estructura que cobija maravillas como un precioso púlpito de piedra, el increíble grupo del Descendimiento en la Capilla del Santo Sepulcro y sobre todo las vidrieras de mil colores que se funden en el aire y tiñen todo el espacio de la catedral.
Vidrieras art nouveau, un poco chocantes si pensamos que se enfrentan a los 600 años de diferencia que tienen con el nacimiento de la catedral, pero que también iluminan la delicada Crucifixión de 1430 o la contemporánea y magnífica sillería tallada que se conserva como si hubiera salido ayer de las manos del artista que las labró.
¿Y sobre San Nicolás y Friburgo que decir?




Pues que cada año, durante la primera semana de diciembre, el cantón de Friburgo honra a su santo patrón con una celebración especial. La figura de San Nicolás es inseparable de la historia tradicional de la ciudad y por ello debe formar parte plena de su vida por lo menos durante esa semana.




Por ello, todas las tardes de esos siete días, San Nicolás recorre las calles de Friburgo montado en un burro y saludando a la multitud; sus acompañantes y ayudantes reparten dulces a los más pequeños y al final del recorrido le escoltan, como si fuera una figura política, durante un discurso donde hace críticas y halagos a los acontecimientos que ocurrieron en la ciudad durante el año que está a punto de acabar.




El telón de fondo es un famoso mercado de gastronomía, artesanía y juguetes navideños famoso en todo el cantón por la variedad de productos que ofrece.
Todo parece poco para este obispo turco que se distinguió por su generosidad y que es patrón no sólo de la ciudad de Friburgo sino de todo el Cantón.







La generosidad de una ciudad que comparte, a manos llenas su belleza y su arte con todos los que se acercan a visitarla.

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