martes, 1 de octubre de 2013

Cuenca Encantada (I)


Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996, Cuenca ha sabido mantener el peso de su larga historia a base de restaurarse y embellecerse a sí misma. Y no sólo la ciudad, sino también de su paisaje, sus fortalezas, y del bellísimo entorno natural de donde parece haber brotado como una hermosa flor.




















Hundiendo sus raíces en la dominación musulmana del siglo VIII, la Kuvenka árabe fue un lugar estratégico desde que se puso la piedra angular de la primera de sus edificaciones. Alta, inexpugnable, tuvo que esperar al siglo XII para pasar a manos cristianas y convertirse en hogar de nobles, prelados y Órdenes militares que la embellecieron y engrandecieron sin perder parte de su sangre musulmana.




Así, durante siglos convivieron moros y cristianos que se dedicaban casi exclusivamente al comercio de la lana y a los menesteres ganaderos. Gracias a estas riquezas, se levanta el Palacio Episcopal, los conventos, los colegios y todos los edificios que forjan el definitivo entramado que atraerá a multitud de artistas y arquitectos que ven posibilidad de negocio en la floreciente ciudad.








Ello hace que la urbe cuente con una riqueza artística y monumental donde se dan cita los estilos de todas las épocas, desde el gótico a las más rabiosas vanguardias del cercano siglo XX.




La ciudad alta, la monumental, que es puramente medieval y que está enclavada en un promontorio al que guardan dos ríos y la baja, moderna y pujante, pero que se adapta al medio natural donde se levanta y crece, forman un conjunto indivisible e indisoluble, donde surgen a nuestro paso maravillas como la Plaza Mayor, la Catedral, el Ayuntamiento, las Casas Colgadas, el Museo de las Ciencias o la modernísima plaza Taiyo.










No dejemos escapar ni uno de los rincones que conforman esta ciudad cuya principal virtud ha sido y será siempre mantener su historia y absorber los tiempos futuros sin que medie ningún tipo de conflicto entre ellos.


Nadie puede poner en duda que el edificio o los edificios más emblemáticos y conocidos, símbolos de la ciudad de Cuenca, son las Casas Colgadas. Visitantes de todos los lugares del mundo y aún los propios habitantes de la urbe, no pueden evitar maravillarse ante este prodigio de la arquitectura que parece sostenerse con garras de águila al acantilado que cae sobre la hoz del río Huécar.

El encanto le viene no sólo por la magia de sus formas y de sus equilibrios, sino también por sus raíces poco claras. Para unos su origen se pierde en los tiempos de los musulmanes, mientras que para otros son magníficas construcciones medievales del siglo XIV.




Lo que sí está claro es que su propietario fue de sangre noble y altiva, como ellas, ya que ostentan un escudo de la estirpe de los González de Cañamares.




Leyendas tampoco les falta, como la que cuenta que por el siglo XVI, un importante miembro de la aristocracia tuvo que ir a Cuenca por asuntos de negocios acompañado de su mujer y vino a alojarse en las Casas Colgadas. Una noche en la que se encontraba con su amante en el lecho, fue descubierto por su esposa, que empezó a chillar presa del engaño. El marido, para que se callara, le dio un golpe con un candelabro en la cabeza, y al darse cuenta de que la había matado arrojó el cuerpo por la ventana.
Ni que decir tiene que desde entonces el fantasma de la pobre burlada vaga de una a otra casa buscando vengarse del adúltero.
O como la que tiene su origen en la Casa de la Sirena, que cuenta cómo el Rey Enrique II, se enamoró de una joven que presa de su pasión quedó embarazada del monarca. Al pasar los años y viendo que su futuro en el trono podía peligrar, el rey decidió deshacerse del bastardo y lo mandó a matar. La madre, desconsolada, se dejó morir de pena, mientras su voz no dejaba de emitir gritos de desconsuelo, lamentos que recordaban al canto de las sirenas...
Leyendas aparte, hoy, las Casas son tres joyas restauradas en el siglo XX, que albergan el Museo de Arte Abstracto Español y un mesón típico.
Seguro que si pasamos por delante de las Casas, a eso de la medianoche, oiremos los lamentos de los fantasmas de las dos desgraciadas mujeres.



Dicen que los conquenses se precian de haber inventado los rascacielos. Y deben llevar razón, porque ya en el siglo XV, los habitantes empezaron a levantar grandes moles de hasta 11 pisos que se amoldaban como plastilina y quedaban pegados, fundidos, con la pared rocosa donde sus constructores tenían a bien edificarlos.



Por eso ahora, el barrio de San Martín, y concretamente la calle de Alfonso VIII, es un museo al aire libre donde se pueden admirar las pericias y artes de los constructores que hasta el siglo XX, se atrevieron a desafiar las leyes de la gravedad y del equilibrio, para mostrarnos por un lado lo que parecen ser estructuras relativamente bajas, de tres o cuatro pisos, y luego maravillarnos con una caída en picado sobre las hoces de los dos ríos que guardan la ciudad.
Pintados en alegres colores que van desde el crema muy claro, pasando por todos los tonos de azul o rojo y llegando a unos añiles que parecen querer atraer todas las miradas, los Rascacielos De Cuenca son, sin duda, un atractivo más de la maravillosa ciudad de Cuenca.

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