miércoles, 3 de junio de 2015

Mi Puerto Rico (y III)

Y nos vamos a San Juan.


Los visitantes de San Juan, capital de Puerto Rico, suelen llegar con la idea de que Condado es sólo un barrio "chic" donde se encuentran un buen puñado de hoteles, parte de ellos frente a la costa y la playa, restaurantes y tiendas de lujo. Además de contar en su población con un buen número de viajeros que se alojan en sus hoteles y de ser un barrio muy volcado en el turismo, cuenta también con una nutrida población de extranjeros que residen y trabajan en este Estado Asociado de la Unión.






Dentro de sus márgenes no tiene ningún monumento histórico o artístico de gran interés. Lo más destacable además de sus playas son unos cuantos parques.
La Playa de Condado es bastante agradable y perfecta para un baño en cualquier momento y perfecto ejemplo de playa urbana.








Paseando desde el principio de la Avenida Ashford en dirección a Viejo San Juan, vamos encontrando parques como el Antonia Quiñones, el Nacional Laguna del Condado ( que permite practicar algunos deportes náuticos y darse un baño en la playa), el Nacional Plaza de la Libertad o el de las Nereidas...








Espacios verdes que se alternan con las playas de rubia arena y hoteles que van desde sencillas guest houses hasta establecimientos del más alto nivel de cadenas como Radisson, Marriot o el indestructible Hilton San Juan, pegado a las antiguas construcciones defensivas de la capital.
Para quien como a mí le guste correr o simplemente pasear, este recorrido presenta todo un muestrario de la vida moderna portorriqueña.
Desde las grandes tiendas de lujo, los altísimos hoteles que forman un skyline que se refleja en el mar con una elegancia única, pasando por el verdor de los parques, siempre frecuentados por locales y visitantes, el oro de la arena de las playas o el azul del inmenso océano Atlántico, Condado tiene algo que pocas veces he encontrado en mis viajes, esa mezcla de hormigón y verde que pocas veces resulta atractiva, pero que en este caso te atrapa y te deja melancólico cuando la dejas atrás.
Condado tiene ese magnetismo único...


Es increíble la de cosas que se descubren saliendo a correr por una gran ciudad.
La coletilla de " un poquito más" nos lleva a lugares cada vez más lejanos en nuestro camino, a descubrir rinconcitos verdes como éste.




Viniendo de Condado, y en dirección Viejo San Juan, en la zona conocida como Puerta de Tierra, encontramos este gran pulmón verde sanjuanero que une la playa con el asfalto de manera magistral.
Como magistral fue el prócer del que lleva el nombre y al que dedicaron desde un principio el parque que empezó a construirse en 1926 en puro estilo Beaux- Arts.




Los postulados de la llamada Ciudad Hermosa calaron hondo en los arquitectos y paisajistas que pusieron su talento en el parque. Fueron plantados árboles de caoba, úcares y frondosos laureles de Indias, levantados quioscos, pérgolas y bancos para descansar a su sombra, estanques y fuentes de agua potable, restaurantes, salas de baile y de juego.....Todo un espacio para disfrute y solaz de los habitantes de una ciudad que crecía sin parar.
Hoy de todo aquello no queda mucho. El huracán Hugo se encargó de destruir, en septiembre de 1989, gran parte de la arboleda y las instalaciones, y un poco de dejadez hizo el resto.

Hasta que a principios de los 90, se produjo el milagro de la remodelación. Se añadieron los murales que adornan el suelo del paseo, se reorganizaron espacios y sanearon árboles y jardines.
Hoy es un espacio digno de una ciudad como es San Juan de Puerto Rico.
Ah, una anécdota muy curiosa!!
Tuvo San Juan una alcaldesa, que tuvo a bien enseñar a los niños lo que era la nieve, así que trajo directamente desde Estados Unidos por avión una gran cantidad de ella, para descargarla en el Parque y todos pudieran disfrutarla.
Ni que decir tiene que ni siquiera el muñeco de nieve aguantó más de unos minutos bajo el tórrido sol y calor caribeño, una ilusión efímera de la que sólo quedan imágenes en blanco y negro...

El Centro de Convenciones de San Juan no es una de las metas de los visitantes de Puerto Rico a menos que se participe en uno de los numerosos eventos culturales o de convención que se celebran en este complejo. Pero aprovechando que debíamos devolver nuestro coche de alquiler en uno de los hoteles que se localizan justo a su lado pudimos pasear por este entorno arquitectónico y conocer un poco más de las inquietudes sociales de los sanjuaneros.
Así pudimos saber que el Centro de Convenciones de Puerto Rico es el más grande del Caribe y el más avanzado tecnológicamente de toda la América Latina. Con un espacio total de 53.882 m2, el Centro tiene capacidad para 10.000 personas, y se levanta en un entorno ideal, en medio de todo lo que ofrece la Isla.






Considerado como un homenaje arquitectónico a los distintos atributos naturales de Puerto Rico, los arquitectos que diseñaron el complejo le dieron ese toque "tecno-tropical" que anuncia la belleza natural de la Isla Estrella y su entrada en el futuro más tecnológico. Lo consiguieron en gran parte al incluir imágenes del agua y del océano en los alrededores del Centro, e infundiendo los colores y texturas de la flora y fauna existentes en Puerto Rico. Como toque final, los técnicos se aprovecharon de la orientación solar de la Isla al diseñar un espacio espectacular para funciones preliminares al aire libre, con vistas panorámicas que se extienden desde el Viejo San Juan hasta las playas y el océano más allá del distrito turístico y hotelero del Condado.
Aunque no se visita el interior es muy recomendable dedicar media hora a pasear por su entorno y observar las distintas soluciones arquitectónicas que integran el complejo con el mar y la tierra.

Luis Muñoz Rivera es la larga avenida que discurre desde Condado hasta Puerta de Tierra, es el preámbulo perfecto para preparar nuestros sentidos antes de entrar en el Viejo San Juan.






La Avenida en si misma constituye un resumen de la personalidad y los atractivos que forman el carácter y la belleza borinqueña.
Partiendo de la Laguna de Condado que tiene acceso al mar y al puerto de cruceros, frente al fuerte de San Gerónimo ( si, con "G" ), va avanzando por toda la costa norte del istmo de San Juan, mostrando en su camino lugares tan emblemáticos como el Hotel Caribe Hilton, con su arquitectura de los años 40, o la preciosa zona de playa conocida como Playa Escambrón.
Pasamos por delante de la Casa de España, de la Estación de Radio Americana con su monumento a las Madres del Mundo y varios edificios que reúnen todo tipo de estilos, fruto de las construcciones que se han ido añadiendo a lo largo de los siglos.




Eso a un lado del camino, ya que al otro tenemos la inmensidad del Océano Atlántico, abierto a la isla, envolviéndola hasta juntarse con el Mar Caribe.








Finalmente el paseo nos lleva hasta el Capitolio.


Un poco como reflejo de la cultura política americana, El Capitolio de Puerto Rico se levanta mirando al mar a pocos metros de la entrada del Viejo San Juan. A imagen y semejanza de los edificios de su tipología de América del Norte, el Estado Asociado puertorriqueño levantó en 1929 un edificio que sirviera para alojar las oficinas de los senadores en una de sus alas y de los representantes de zona en la otra.








Globalmente es, en la actualidad, sede del Parlamento o Legislatura como se conoce en Puerto Rico.
No se puede negar el parecido, mas que evidente, con el de Washington, que no pudo ni quiso ocultar el arquitecto puertorriqueño Rafael Carmoeaga.






Ya desde un principio se le quiso dar el valor democrático e histórico que le correspondía, por lo que en los cimientos de la construcción se depositaron en un cofre, varios proyectos de ley, una copia del acta del ceremonial del día, un ejemplar de cada uno de los periódicos de la época y una colección de monedas de cuño legal en uso.


Sin dejar de lado la grandeza del edificio, no hay duda de que la plaza de San Juan Bautista, localizada al otro lado de la carretera, es una de las partes que más merecen la pena por contener muchos elementos simbólicos; las piezas de mármol del suelo, que recuerdan al patrono de la ciudad, San Juan, con una escultura que también le honra, o los escudos que lo rodean en semicírculo, representando a todos y cada uno de los municipios de Puerto Rico, sin que falte la bandera del país ni por supuesto, la americana, son el lugar perfecto para tener una visión global de la grandeza de este edificio y su conjunto en el más puro estilo Beaux Arts.

La estrategia defensiva que montaron los españoles alrededor de San Juan de Puerto Rico fue absolutamente perfecta. Ni un resquicio podía quedar sin defender. Piratas, corsarios y otros invasores debían encontrarse con una plaza imposible de tomar, y por ello, crearon un cinturón de fortalezas único en el Caribe.




Como parte de ella, el fuerte de San Cristóbal ( que se visita antes o después del Morro y que lleva un pago de entrada conjunta), aparece en la misma puerta del Viejo San Juan, viniendo desde la ciudad nueva y en lo alto de un promontorio de la costa norte.










Su conservación e importancia histórica y arquitectónica lo declararon Patrimonio de la Humanidad y Monumento Histórico Nacional, ya que los especialistas lo consideran un compendio de las características de las fortificaciones europeas de los siglos XVII y XVIII. Una de estas características, que también pude observar en La Habana, es que los lados que dan el frente a los posibles enemigos nunca se encuentran en ángulo recto, lo que obliga a los atacantes a actuar en ángulo oblicuo y los defensores pueden crear fuegos cruzados y cañonear a distintos niveles.






A mí, que me gusta el misterio y eso de meterme por recovecos y quiebros, me fascinó que el fuerte tuviera un extenso sistema de túneles grandes y pequeños, y un complejo de rampas y drenajes de agua muy completo. Así que me dediqué a investigar con calma todo, para no perderme los calabozos para prisioneros, dormitorios, cocinas, cisternas y completos cuarteles.


























Fíjense en un par de fotos que incluyo, que muestran una de las paredes de los calabozos donde aparecen dibujados cinco galeones españoles. Dice la historia o la leyenda que fueron trazados por un capitán sevillano que resultó prisionero en un motín a principios del siglo XIX.






Como curiosidad, el fortín fue diseñado por el irlandés O'Daly, que sirvió a España porque ésta era rival de la odiada Inglaterra. En 1633, y después del incendio de la ciudad por el pirata holandés Henrico, los españoles edificaron esta plaza fuerte como parte del sistema defensivo de una de sus ciudades coloniales más importantes.














San Cristóbal es la fortificación europea más grande en América incluso después de perder algunas de sus defensas exteriores con la demolición de segmentos de la muralla para dar paso al crecimiento y desarrollo de la ciudad.












¡Todo un castillo!




Los que me conocen y siguen mis viajes por el mundo, saben que no puedo resistirme a visitar los cementerios. Tienen algo magnético que me atrae irremediablemente. No creo que tenga nada que ver con la muerte, sino más bien con el hecho del reposo eterno tras una vida entera o muy corta.










Sea como fuere pasear entre las lápidas o pararme frente a mausoleos o nichos forma parte desde hace tiempo de mis 'must' en cada viaje.


El que hoy me ocupa es un cementerio marino, que no marinero, muy del estilo del que visité en Saint Tropez pero con más caché, mas empaque, más categoría, que como dice la canción de Mecano "que aunque el juicio final nos trate por igual aquí hay gente de rancio abolengo".








Y eso se refleja en los panteones y tumbas que van componiendo el camposanto de San Juan, un cementerio que a veces pasa desapercibido porque casi siempre se deja de lado cuando se acude a visitar el fuerte del Morro.
Y he aquí que cometemos un error muy grande. El sagrado lugar de reposo con su magnífico emplazamiento al borde del mar y el campo de césped que precede al fuerte, es un lugar que tiene también su atractivo. Ángeles de distintos tamaños que encabezan lápidas de mármol, adornadas, algunas por ramos de flores chamuscados por el paso de los días, acompañan los pasajes del cementerio.












Políticos, artistas de la música boricua, escritores y pintores insignes y otros miembros de la élite puertorriqueña de todos los tiempos, se alojan definitivamente entre la muralla y el mar, y hasta compatriotas que eligieron involuntariamente su reposo en este rincón, como el poeta español de la Generación del 27, Pedro Salinas.
Quizá el lugar que más llama la atención es una capilla circular, en la base de las murallas del castillo, que recuerda el estilo neoclásico inspirada en el templete de San Pietro in Montorio y que domina la totalidad del terreno, y por otra parte, la diversidad cultural de Puerto Rico desde tiempos de la colonización es evidente en tumbas de familias alemanas, estadounidenses y francesas.

















Así que hay que hacer un pequeño esfuerzo mental, para aquellos que tengan un poco de pánico a la muerte, y dar un pequeño paseo por este lugar cargado de historia y de belleza.

San Felipe del Morro
Tan antiguo casi como el propio Descubrimiento, el fuerte ya estaba en la cabeza de sus diseñadores allá por el año 1540, más concretamente en la de Pedro de Salazar, de gran confianza para Felipe II, que respondía así a la petición de un pueblo sanjuanero que estaba un poco harto de tanto ataque piratil y extranjero. Casi cuarenta y seis años llevó la construcción total del fortín, aunque posteriormente se le fueron añadiendo más y más dependencias y mejoras. Necesidades de los tiempos.


A estos lares caribeños se enviaban las tropas provenientes de España para defender las ricas colonias conquistadas a sangre y hierro, pero también aquí tenían sus calabozos y encierros los presos que desde todas partes del Imperio llegaban a cumplir sus condenas de por vida.








Por ello era necesario distribuirlos y formar con ellos unas milicias que pudieran ser repartidas en los puntos fundamentales de defensa del Caribe, es decir, San Juan de Puerto Rico, La Habana y Santiago, Cartagena de Indias, Portobello y Nombre de Dios en Panamá.








Por la bahía del Antiguo San Juan el tráfico de barcos cargados de tesoros de las colonias que salían desde Portobello en Panamá era constante. Paraban aquí después de peligrosas travesías por el mar Caribe antes de proseguir su ruta.
Hay quien dice, que el origen de estas fortificaciones caribeñas, se encuentra curiosamente en aquellas que se edificaban entonces en Flandes, en la lejana Europa.
















Aunque de poco le sirvió contra el temible Conde de Cumberland, europeo también él, que se hizo con la ciudad ayudado por su barco El Azote de la Maldad junto con otros diecinueve navíos y que sólo fue derrotado por una epidemia de cólera que lo asustó como no lo hicieron los cañones del Morro.




Y claro, vuelve a aparecer O'Daly, el irlandés que odiaba a los ingleses, y remodeló y reforzó los patios interiores, los arcos, galerías y rampas hasta que adquirieron su imponente aspecto actual.
Imponente aspecto que resulta de lo más atractivo para los aficionados a la fotografía por la cantidad de espacios y texturas diferentes que posee. Y para los amantes de la historia y la arquitectura una advertencia: cuenten con varias horas para visitar la totalidad de la fortificación porque el recorrido es largo y transcurre por varios pisos o niveles y sólo así podemos hacernos una idea de las defensas que necesitaron los españoles residentes en la ciudad para hacer frente a lo que venía desde el mar.












Si me permiten unas recomendaciones, para aquellos que quieran ir un poco a tiro hecho y no vagabundear por el recinto, considero indispensables los siguientes puntos: foso seco, puente y entrada, capilla y bóveda para presos, faro y baluartes de Austria y Tejada, los aljibes y la gigantesca rampa que baja al nivel inferior de caballerizas, los calabozos y letrinas, baluarte de Santa Bárbara que acompaña a los cuarteles con sus cocinas y el del Carmen.
Para acabar, disfrutar de las vistas únicas e irrepetibles de la ciudad de San Juan desde el Morro. Inolvidablemente bellas.

Esta parte del llamado Viejo San Juan, es una auténtica maravilla de la arquitectura colonial.






Aquí se conservan los edificios civiles y militares que conformaron una de las ciudades más importantes de la América Hispana. Y entre todos ellos destacan sus fortalezas, murallas y castillos que convirtieron a San Juan en una plaza prácticamente inexpugnable durante 400 años.
El Castillo de San Felipe del Morro es una construcción ciclópea iniciada por los españoles allá por el Siglo XVI para vigilar la entrada a la bahía de San Juan. Ingleses, franceses y holandeses intentaron una y otra vez la toma de la ciudad durante más de 200 años. Pero la plaza no fue entregada hasta 1898 tras el fin de la Guerra de Cuba y el bombardeo de la marina norteamericana sobre el Castillo de El Morro. Se ponía así fin a la presencia española en el Caribe dando paso al dominio de los Estados Unidos.
Además de ser un lugar Patrimonio de la Humanidad, es Sitio Histórico Nacional perteneciente a la red de lugares históricos de los Estados Unidos. Y una de las principales atracciones turísticas de Puerto Rico.
Todavía hoy la magnitud de su tamaño impresiona aunque la amplitud y complejidad de su estructura no se aprecia desde la explanada de Ballajá. Hay que adentrarse en su interior para descubrir que El Morro se divide en varios niveles superpuestos con gruesas y altas murallas, además de numerosos pasadizos que conectan las diferentes baterías de cañones.
Sin duda uno de esos rincones de visita imprescindible y con unas vistas maravillosas al Caribe.

Localizada cerca de la entrada a la Bahía de San Juan, la primera visión que tenemos de la Isla de Cabras es desde el Castillo del Morro.




Parece una simple entrada de tierra, una especie de arrecife de coral emergido, no mucho más. Sin embargo tiene mucha historia e importancia.
Antiguamente fue utilizada como bastión militar debido a su localización altamente estratégica en dicha bahía, ya que entonces sólo se podía ir a ella en bote, se usó la isla para albergar a las desafortunadas víctimas del terrible mal de la lepra. Aún se ven, incluso desde el morro, las ruinas de un antiguo leprosario, lugar para leprosos, como mudo testigo del sufrimiento humano de aquellos enfermos que la habitaron.




Actual e irónicamente, es accesible por carretera y se ha convertido en un centro recreativo con todas las facilidades necesarias para la diversión y el esparcimiento de las familias que la visitan. Se caracteriza por su tranquilidad, su fresca brisa y el paisaje tropical. Además es la sede del Club de Pesca de Isla de Cabras, Inc. y del Polígono de la Policía de Puerto Rico. Cuenta además con un destacamento policial y la entrada a la misma es libre.
Las connotaciones históricas de esta isla la han convertido en símbolo de la magnitud histórica del pueblo al cual pertenece, Toa Baja, así como el fortín San Juan de la Cruz comúnmente llamado “El Cañuelo” y su interesante historia. Este baluarte estuvo rodeado de agua y fue diseñado para sustentar guarniciones. Poseía seis cañones y podía acomodar hasta 200 militares aunque como mucho solo llegaron a ocuparlo un máximo 12 soldados. El trabajo de las milicias españolas consistía en defender de ataques enemigos la entrada de la bahía de San Juan y la boca del río Bayamón, creando un fuego cruzado de cañones entre el fortín y el Castillo San Felipe del Morro.
Un lugar estratégico para la defensa, de cuarentena para los leprosos y hoy día de esparcimiento y ocio. Toda una historia.


Entre las calles Fortaleza y San Francisco, la Plaza de Armas ha sido desde siempre el punto de encuentro para paseantes, abuelos con sus nietos que van a jugar con las palomas, tertulianos de la terraza de café y visitantes en general de la ciudad que siempre acaban dando en ella durante su itinerario.








Es, como todas las plazas de armas del Caribe, una amplia explanada, con una fuente en el medio y un quiosco que despliega todos los días mesas y sillas. Y no olvidemos las esculturas que representan las cuatro estaciones..
Como todo lo que la rodea, emana antigüedad y venerabilidad, evidentemente al datar del siglo XVI y por ser el núcleo originario de San Juan, es decir, el punto a partir del cual comenzó a configurarse la ciudad colonial que acabaría convirtiéndose en la capital de la Isla. A partir de ella la población irá creciendo con la construcción de nuevas viviendas dentro de los límites de las murallas. Lo que en un principio fue campo de maniobras militares, de ahí su nombre " de Armas" pasó pronto a ser lugar de esparcimiento de los sanjuaneros.




Un espacio de tranquilidad y paz que se respira desde que pisamos sus baldosas, que nos 
permite respirar y descansar del ajetreo que supone ver tantas maravillas en el Viejo San Juan y llevarnos ese sabor de boca colonial que inconscientemente buscamos. Ese pedacito de historia que nos llevamos en la retina.

Patrimonio de la Humanidad desde 1984 y con todos los honores, el casco antiguo sanjuanero atrae como un imán a todo tipo de visitantes, tanto a los aficionados a la arquitectura colonial y a la restauración de edificios antiguos, como para los que sólo quieren dedicar su tiempo a pasear y dejarse llevar por los rincones de las calles de una ejemplar ciudad colonial. Pero también atraen sus múltiples y variados locales para compras, museos y galerías de rico arte y artesanía, los monumentos históricos y la gastronomía y la marcha nocturna.






A pie es la mejor manera de recorrerlo, pero para aquellos que se fatiguen después de recorrer sus empedradas calles, o simplemente quieran tener una visión más cómoda del conjunto, existen los llamados troles, que son una especie de trenecitos que recorren unas rutas establecidas que no dejan ningún rincón interesante sin visitar.
Lo que más nos sorprenderá va a ser sin duda, el estado de magnífica conservación de la arquitectura colonial y su cuidada rehabilitación.


Pero no siempre fue así, ya que hasta mediados del siglo XX la zona presentaba un estado poco menos que ruinoso. Tuvo que intervenir el arquitecto y antropólogo Ricardo Alegría para que se pusiera remedio a un estado de alarma que amenazaba con ver desaparecer lo que hoy podemos admirar.
Así se pudieron recuperar esas pequeñas casas y grandes mansiones con patios interiores y azoteas con terrazas al gusto mediterráneo, el espíritu romántico de los edificios públicos y palacetes de la época de Isabel II, o la influencia francesa que se aprecia en los herrajes de los balcones....
Los tonos pastel que cubren las fachadas, junto con los adornos y altorrelieves en color blanco, consiguen un conjunto colorista que conforma la esencia plástica del Viejo San Juan.












Desaparecieron los nefastos anuncios de neón, los grandes carteles publicitarios, los empastes de cemento armado y todo aquello que pudiera contaminar la semilla de regeneración del Nuevo Viejo San Juan.
Renació de las cenizas, cual el hermoso ave fénix que es ahora...Y por muchos años...o siglos.

La Capilla del Cristo
Su nombre y su ubicación se deben a una curiosa historia que comenzó con un accidente durante las carreras de caballos que se celebraban en honor del apóstol Santiago en el 1753. Al parecer uno de los jinetes que participaba perdió el control de su cabalgadura y fue lanzado desde lo alto de la calle del Cristo, por lo que para prevenir y proteger a la gente de estos accidentes, se decidió levantar esta capilla. otra versión alternativa dice que en la misma situación anterior, un testigo del hecho pidió la intercesión de Cristo para que el accidentado se salvara, lo que ocurrió y en acción de gracias se levantó la capilla.








Sea como fuere la historia, la capilla es una gigantesca puerta que conduce a una pequeña estancia que contiene un precioso retablo de plata repujada y varias obras del pintor José Campeche. Exvotos, crucifijos, vírgenes y santos, completan este pequeño rincón de piedad y arte que nos espera en el Viejo San Juan.


A un lado, anexo a la capilla aparece el Parque de las Palomas, donde la gente acude a relajarse y contemplar el puerto desde la muralla y de paso dar de comer a la miríada de palomas que pueblan este espacio verde y de espectaculares vistas.


La pequeña y sombreada placita que sirve de antesala a la Catedral es, en sí misma, un lugar especial.
Quizá el lugar más acogedor de la Vieja Ciudad de San Juan sorprende por su carácter intimo pero al mismo tiempo lleno de personalidad y sabor criollo.
















A lo mejor es por su pequeño tamaño a los pies de la gran iglesia catedral, o por sus frondosos árboles que proporcionan constante sombra en un lugar tan caluroso, o por el detalle de las casitas que la rodean y la forman, pintadas de colores cálidos y amables.
Lo cierto es que sus bancos siempre acogen a paseantes derrengados o a puertorriqueños ociosos que ven pasar el tiempo.




En esta plaza se encuentra uno de los hoteles emblemáticos de la ciudad y que se abrió al público en 1996 después de una profunda rehabilitación del viejo palacio que lo alberga. Hablo de El Convento, uno de los motivos de orgullo para los restauradores y que da réplica a la catedral, sencilla en su fachada, pero que se convierte en imponente por su tamaño entre las callejuelas que lo bordean.
Disfruten de este rinconcito sanjuanero....sin prisas.

La catedral de San Juan, esa gran iglesia que parece incrustada entre las callejas de la vieja ciudad, tiene detrás de sí una larga y densa historia, que se inicia en 1509 cuando comienza a ser edificada en madera por orden del omnipresente Ponce de León y bajo el mandato del omnipotente primer obispo de las colonias Alonso Manso.






Precisamente, no sabemos si con ese fin, los restos del primer gobernador de la Isla descansan en el templo desde 1913.
Poco queda de esa primera etapa aparte de una escalera de caracol y cuatro salones abovedados que vemos al fondo, ya que en 1526 un huracán asoló el templo y hubo que levantar un nuevo edifico en 1529.
Lo que hoy vemos y disfrutamos, con el inconfundible estilo neoclásico que la caracteriza, es más llamativa en el interior que en la fachada, que se recuperó en 1917 y llegó a su aspecto actual.






Las tres grandes naves que la forman, adornadas y completadas con capillas a ambos lados entre las que destaca la que guarda la reliquia de San Pío y la que honra y adorna la tumba de Ponce de León.
Otras capillas de importancia contienen imágenes tan veneradas como la de la Virgen de la Providencia, Patrona de Puerto Rico, la de Jesús Nazareno o la de San Bernardo.








El Viejo San Juan es realmente hermoso, ejemplar en su reconstrucción y en su limpieza, en la pulcritud de su conservación y el mimo que recibe de propios y extraños.


No es grande, pero recorrerlo bien, enterito, lleva su tiempo, y sus kilómetros...
Recuperar fuerzas debe ser siempre una prioridad, y si encontramos un lugar abierto, acogedor, bien ventilado y bien atendido, que además ofrece una correcta cocina borinqueña, mejor que mejor.
Y eso es lo que en pleno casco histórico nos ofrece el Restaurante El Asador




Ceviche de la Casa, camarones al ajillo, risotto con langosta o mariscos, taquitos suaves de tortilla de maíz, la herencia española del chorizo parrillero, varios tipos de ensalada, y sopas ( mariscos, calabaza, lentejas o garbanzos) un paso inmediato a la parrilla con un magnífico churrasco, o un lomillo, sabrosas chuletas de cerdo o simples pechugas de pollo, muy tiernas, y para quien prefiera el pescado de los mares que rodean la Isla, el sabor del mero, el atún o unas brochetas de camarones o la llamada " pesca del día".




Pero la estrella sin duda es la cocina puertorriqueña, con el mofongo como actor principal, el plato que debe ofrecerse en todo restaurante que presuma de cocina criolla.
Se elabora a partir de plátano verde frito o yuca machacados con ajo y luego relleno de mariscos, camarones, carne frita o pollo. Todo esto acompañado de ensalada verde, papas asadas o fritas, puré de yuca y batata o al ajillo, arroz y habichuelas.....Combinaciones infinitas.


Y para acabar unos postre deliciosos como el flan de guayaba, queso, o coco, casquitos de guayaba con queso, crepas con dulce de leche. Mmmm delicioso.
Este desfile de platos tiene lugar en un local único, con los típicos patios de San Juan, y una vista a la calle que permiten tomar el pulso a la ciudad y a los turistas que pasean, deleitándose con la vida del Viejo San Juan.

Y con este buen sabor de boca nos despedimos de una isla que sabe cómo recibir con calor a sus habitantes y enseñarles a amar las múltiples bellezas que la adornan. Hasta pronto, mi Puerto Rico...