lunes, 7 de diciembre de 2015

Viva México (VII)

                                                        Hacienda Ochil
La zona en la que nos encontramos es pródiga en enormes haciendas de henequén, pequeños palacios que creó la nueva burguesía agrícola que se adueñó del estado de Yucatán. Pasear por sus decadentes paredes es volver a vivir el pasado.



Las haciendas eran parte de un sistema económico comenzado por los españoles en el siglo XVI, similar al sistema feudal de Europa. Eran eficientes granjas y centros de manufacturación que producían carne y otros productos para exportación. Al pasar el tiempo las haciendas se convirtieron símbolos de salud económica y cultura, adornadas con arquitectura, muebles y arte de todas partes del mundo.



Como las plantaciones sureñas de los Estados Unidos, las haciendas reforzaban el sistema de castas, basada en la raza, con los hacendados como amos y los Mayas o indígenas como esclavos. La mayoría de las haciendas yucatecas en el siglo XIX producían soga de henequén, una planta variedad del cactus de agave, el cual era exportado por la creciente industria de transporte. Las haciendas tenían grandísimos campos de henequén, atendidos por cientos de hombres; la casa principal era usualmente el edificio más grande, donde el hacendado tenía sus habitaciones centrales y donde tenía lugar la mayor parte de la administración. El procesamiento de henequén se localizaba en la casa de máquinas. Aparte existía una capilla, la casa del mayordomo donde vivía el capataz, y muchos otros edificios más pequeños para almacenamiento y habitaciones centrales. Cada hacienda tiene una casa principal, una casa de máquinas, las casitas humildes de los obreros, la escuela, la enfermería, la tienda, la iglesia, el cementerio, el área de hidráulicas, la prisión y los establos.


En los años 40, con la invención de fibras sintéticas, la industria de henequén cayó, y los dueños de las haciendas vieron tiempos duros. Sin el poder económico, se abandonaron las haciendas y se deterioraron, quedando así hasta los principios de los 90, cuando otra vez, muchas fueron restauradas a su gloria original y ahora transformadas en hoteles rurales y restaurantes para grandes celebraciones.


Mérida
Como la mayoría de las ciudades coloniales españolas, Mérida está construida a manera de damero, con la Plaza de la Independencia por centro. A su alrededor encontramos la casa de Montejo, construida en 1543 para servir de palacio al primer gobernador y que hoy es la sede de una entidad bancaria, conservando aún la portada plateresca con el escudo de armas de los Montejo y las estatuas de los conquistadores, triunfantes sobre las cabezas de los mayas.

 Frente al ayuntamiento está la catedral, la más antigua de América, con una bóveda de gran altura que cobija al Cristo de la Unidad, el mayor de América tallado en madera al que acompaña el Cristo de las Ampollas, que sobrevivió milagrosamente a un incendio ya que en vez de arder le salieron ampollas como si fuera piel humana.






Al norte tenemos el paseo de Montejo, que se extiende a lo largo de varios kilómetros, bordeado por las elegantes mansiones.
En el extremo noroccidental está el Altar a la Patria, obra del escultor Rozo, con figuras históricas, esculturas animales y una llama perenne, símbolo de la Independencia Mexicana.

Chichen itza
Pese a ser el yacimiento maya mejor conservado de la península, Chichén Itzá confunde a los arqueólogos. Y no es para menos, la cantidad de edificios destinados a no se sabe cuantos usos, tan variados, lleva a pensar al que lo visita, si no sería sólo parte de una gigantesca ciudad que se extendía mucho más allá de lo que podríamos imaginar.





Baste ver el tamaño y la altura de la pirámide de Kukulkán para soñar con una gigantesca metrópolis maya que gobernaría todo el Yucatán.
Por eso desde que entramos, no es difícil abstraerse y por un rato pensar en qué habrán sentido los primeros exploradores cuando llegaron a la ciudad y vieron semejantes portentos arquitectónicos.














Lo único malo es que parece ser un imán tan potente que siempre está lleno de visitantes, sea cual sea la época del año.


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