Siempre que vamos a Madrid a Fitur, dejamos un par de días para acercarnos a las tierras que rodean a la capital de España. Este año le tocó el turno a la muy desconocida Soria, fría pero cálida al mismo tiempo, histórica y orgullosa.
Empezamos por una de las villas de más rancio abolengo, Medinaceli. ell triunfo de una villa codiciada.
Símbolo de la Villa, la entrada a la que cantara el poeta Gerardo Diego no es otra que el arco romano de triple arcada., único en España, magnífico en sus grandes dimensiones y secreto en su dedicación y fecha de construcción tras perder la cartera de bronce que le hubiera dado los datos de la ficha de la historia.
En su lugar varias hipótesis apuntan que el exclusivo arco pudo ser erigido en el siglo I o II, faro señero de una Occilis que primero fue un campamento y más tarde un importante enlace en vía entre Caesaragusta ( Zaragoza) y Emerita Augusta, la actual Mérida.
Rodeado por algunos restos de muralla y acompañado por la antigua calzada romana, el arco sigue en pie, viendo pasar el tiempo, las razas, las religiones y los hombres.
Frente a él, un mirador nos permite disfrutar del precioso, y en este caso nevado, Valle del Jalón. Una vista inolvidable.
En su lugar varias hipótesis apuntan que el exclusivo arco pudo ser erigido en el siglo I o II, faro señero de una Occilis que primero fue un campamento y más tarde un importante enlace en vía entre Caesaragusta ( Zaragoza) y Emerita Augusta, la actual Mérida.
Rodeado por algunos restos de muralla y acompañado por la antigua calzada romana, el arco sigue en pie, viendo pasar el tiempo, las razas, las religiones y los hombres.
Frente a él, un mirador nos permite disfrutar del precioso, y en este caso nevado, Valle del Jalón. Una vista inolvidable.
El pasado de Medinaceli, superpuesta en los estratos del suelo y del tiempo, dejó en esta plaza un intenso poso cultural y patrimonial. El esplendor histórico de la ciudad, unido a un progresivo abandono que sufrió a partir del siglo XVI le permitieron conservar apenas sin alteraciones su aspecto señorial, lo que la llevó a entrar directamente en el Catalogo de Conjunto Histórico-Artístico español.
A partir de ahí comienza una ardua labor de recuperación, que tendrá su centro en esta plaza, a la que se asoman calles empedradas y sinuosas, que dibujan los restos más antiguos del trazado urbano de época árabe, a las que se asoman casonas nobles de grandes blasones, como el Palacio de los Duques de Medinaceli.
La Plaza Mayor descansa sobre el antiguo foro romano. El poderoso imperio dejó hermosas herencias polícromas en ella, como un mosaico de grandes dimensiones bajo el Palacio Ducal. Bajo los soportales encontramos el Aula Arqueológica y la Alhóndiga.
Lo bueno es callejear y colarse por los hechizos de la plaza, rememorar antiguas corridas de toros o lances medievales, todo bajo la atenta mirada de la Historia.
Ermita del Humilladero de Medinaceli. Humillarse si, pero de admiración.
Nada más enfilar la carretera que sube hasta el altozano donde se encuentra Medinaceli, aparece a nuestra izquierda, como guardando la empinada cuesta que lleva a la honorable y noble villa, esta pequeña, sencilla pero preciosa ermita.
La importancia de Medinaceli desde tiempos romanos, como paso entre Zaragoza y Toledo, la rodearon de murallas y torres de vigilancia.
Mas tarde los árabes se encapricharon de ella e incluso el caudillo Almanzor se empeñó en morir allí. Pero no estuvo mucho tiempo en manos de éstos, ya que conquistada por el rey Alfonso, que también cayó rendido a la belleza del lugar, la convirtió en señorío y ducado, haciendo que creciera en poderes y riqueza.
Precisamente de esta época de esplendor data la renacentista ermita, aunque no fue construida con dineros del rey ni del duque, sino con las limosnas de los cofrades de la Santa Vera-Cruz y la Humildad ó Soledad.
Recordemos que un humilladero se construía en un cruce de caminos o en la entrada de un pueblo ( estos dos casos se dan en esta ermita) para que los peregrinos y transeúntes se pusieran de rodillas y se arrepintieran de los pecados que cargaban en su viaje o dieran gracias por los favores concedidos, según el caso. Estaban bien y claramente marcados por una cruz en piedra sobre unos escalones que la hacían más visible.
La dureza de la piedra ha hecho que se conserve perfectamente su estructura, pero no ha ocurrido lo mismo con el interior, que se atisba por un pequeño agujero en la puerta. Apenas unos restos de frescos en sus muros, algunas desvencijadas piezas de madera y abandonados vírgenes y santos permanecen inamovibles para el tiempo.
De cualquier manera, no nos queda más remedio que abandonarnos ante la simple belleza de esta iglesia que brilló en tiempos mejores.
Palacio del Marqués de Casablanca
Construido a finales del siglo XVII, nunca fue el solar oficial de los marqueses, ni siquiera de nombre, ya que el título les venía por un título otorgado por Felipe V que estaba localizado en Almería y que era poco más que un cortijo.
La familia siempre se sintió mas atraída por sus tierras del sur y prefirieron vivir siempre en sus tierras almerienses o granadinas. A lo mejor por eso dejaron un poco de lado la gran casona que poseían en Medinaceli, ya que sus palacios andaluces se encuentran mucho mejor conservados y es donde residen en la actualidad los descendientes de los marqueses.
Aún con todo, el de Soria, cerca del convento de Santa Isabel, representa un interesante vestigio del pasado noble de la Villa, que es más conocida por el título de sus duques que por el de sus marqueses.
Con un volumen muy serio y marcadamente señorial, se adorna con el blasón del marquesado y curiosos balcones completados con elegante forja.
En la actualidad se encuentra cerrado al público.
La ciudad del cielo
Así la llamó Gerardo Diego, y no contento con ese apelativo, que no es poco, también la halagó piropeándola como diamantina, inviolable, "abre tus alas plegadas, que tienes ancha la puerta".
Y es que Medinaceli se alimenta del tiempo y de los paseos de quienes nos acercamos a admirarla, a vivir su memoria. Recordar a los romanos que la fundaron, los musulmanes que la embellecieron, las guerras medievales que contempló desde su altura, es dibujar parte de su historia. Dice el Cantar, que en varía ocasiones el Cid paseó por sus calles de piedra que se construyeron sobre otras que ya existían antes. Quién sabe si nuestro Campeador se acercó a admirar el mosaico romano que esconde el palacio de los duques o rezó ante la imagen de la Virgen que guarda el Convento de Santa Isabel, cuyas monjas tejían alfombras y hoy dedican sus manos a la exquisita y dulce repostería castellana.
Como el Cid, los visitantes vagamos por sus calles anchas y estrechas admirando sus rubíes arquitectónicos, como el Beaterío de San Román, antes mezquita y sinagoga, o la Colegiata de la Asunción, para acabar, como siempre, admirando el campo castellano desde el que quizá fuera uno de las plazas conquistadas más protegidas y deseadas por árabes y cristianos.
Abandonada y semiderruida durante varios siglos, los duques supieron volver a sacarle brillo y esplendor, y ahora refulge como una de las joyas más exquisitas de la corona de Castilla.
Plaza Mayor de Almazán, ancha como Castilla
Durante siglos fue el centro de la vida almazanera, encrucijada de comerciantes, mercaderes, bufones, comediantes y menesterosos. Era tanta la muchedumbre que se reunía en Almazán en los días de mercado y ganado, que decidieron abrir su espacio y ganar terreno para que la pequeña villa a orillas del Duero pudiera convertirse en un referente en el camino de toda alma que pasara por Soria.
Hoy, pasados los años ya no cumple esa función mercantil, ya que ésta se ha desplazado a la parte moderna, la que se encuentra a lo largo de la avenida Salazar y Torres.
Gracias a eso, podemos descubrir la faceta más tranquila y hermosa de loa principal plaza de Almazán, formada por varios edificios de grandísima belleza e interés histórico, como el palacio de los Condes de Altamira con una preciosa portada renacentista y precedida de la estatua de Diego Laínez, el ayuntamiento ( muy sencillo si lo comparamos con su entorno) y sobre todo, como punto focal de la plaza, la preciosa iglesia de San Miguel, que destaca por no estar anexa a ningún otro edificio, por su curiosa cúpula y por ser un valiosísimo ejemplo del románico castellano.
La verdad es que es una auténtica delicia acercarse a la trasera del la iglesia a contemplar el manso fluir del Duero entre chopos y cañaverales, inseparable de la sencilla belleza de la Plaza Mayor de Almazán.
Gracias a eso, podemos descubrir la faceta más tranquila y hermosa de loa principal plaza de Almazán, formada por varios edificios de grandísima belleza e interés histórico, como el palacio de los Condes de Altamira con una preciosa portada renacentista y precedida de la estatua de Diego Laínez, el ayuntamiento ( muy sencillo si lo comparamos con su entorno) y sobre todo, como punto focal de la plaza, la preciosa iglesia de San Miguel, que destaca por no estar anexa a ningún otro edificio, por su curiosa cúpula y por ser un valiosísimo ejemplo del románico castellano.
La verdad es que es una auténtica delicia acercarse a la trasera del la iglesia a contemplar el manso fluir del Duero entre chopos y cañaverales, inseparable de la sencilla belleza de la Plaza Mayor de Almazán.
La suerte de estar en un cruce, y junto al río, porque Almazán, que si estuviera localizada geográficamente en otro lugar quizá no hubiera tenido tanta fortuna, poco a poco supo hacerse un sitio entre los núcleos de obligado paso para mercaderes y comerciantes que transitaban por esta zona de Castilla.
Ya su fama empezó en época de Reconquista, como terreno de lucha entre árabes y cristianos; amurallada y siempre fuente de disputas, fue creciendo en prosperidad gracias a sus campos de cereal. Si a ello añadimos el hecho de ser lugar de nacimiento del teólogo Diego de Laínez ( cofundador de la Compañía de Jesús) y lugar de descanso eterno de Tirso de Molina, a buen seguro que veremos que se ha ganado su localización histórica con creces.
Al margen de estos valores, su núcleo histórico merece un paseo corto pero intenso, para disfrutar de alguna de las puertas de la ciudad que todavía quedan en pie, del relajado transcurrir del Duero, o de la preciosa arquitectura de la galería mirador con 11 elegantes arcos del palacio de los Condes de Altamira, que a día de hoy se encuentra en restauración.
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