viernes, 1 de noviembre de 2019

Egipto, en busca de la eternidad (I)

Descrito por Herodoto como "La ofrenda del Nilo", Egipto ha dependido desde siempre y en sus dos facetas, la urbana y la rural, de la franja fértil del río más largo del mundo. Ese mismo río le permitió desarrollarse y convertirse en una potencia agrícola y militar de vital importancia en la historia de nuestra civilización.



Aunque la mayoría de los visitantes no suelen ver mucho más allá de los templos, tumbas y faraones, el Antiguo Egipto consiguió logros como la escritura, los primeros monumentos de piedra y una cultura que permaneció intacta durante miles de años.

Por todo ello, hace unos cuantos años (tanto que nos podemos remontar a las primeras cámaras digitales) decidí volver a Egipto, pero a disfrutarlo de manera más relajada y con más tiempo que la primera vez. Esta ocasión haría no sólo el clásico crucero por el Nilo, sino que navegaría también por el lago Nasser... Para quien no tenga tanto tiempo existe un estupendo crucero de 8 días por Egipto con todo incluido.
Después de salir de Madrid y aterrizar en el Luxor para comenzar nuestro periplo por el país, nuestro guía dio paso a la primera de las visitas, para ir abriendo boca.

Templo de Medinet Habu
Afortunadamente para nosotros, y al contrario de lo que suele ocurrir con otras agencias o touroperadores, la nuestra nos acercó al maravilloso templo funerario de Medinet Habu. Y digo esto porque a pesar de que este complejo es el segundo en tamaño después de Karnak, está muy poco valorado por los circuitos que recorren las orillas del Nilo.




 
Por una parte da un poco de lástima, ya que los tesoros que alberga pueden casi compararse con los de su hermano mayor y pocos visitantes de Egipto se van con sus rincones en la retina, pero por otro es una suerte, ya que si vamos a cualquier hora del día la masificación es casi nula.



Con las montañas tebanas al fondo y el aletargado pueblo de Kom Lolah a sus pies, es sencillamente delicioso recorrer este complejo dedicado a Ramsés III.
Desde sus inicios, fue uno de los primeros lugares de Tebas que estuvo estrechamente asociado con el dios Amón y aunque es conocido sobre todo por el templo funerario levantado por Ramsés III, la reina Hatshepsut y Tutmosis III también contribuyeron a su engrandecimiento.




Por ello, entre las ruinas del complejo podemos encontrar no sólo templos, sino también almacenes, talleres, edificios administrativos y alojamientos para sacerdotes y funcionarios. Fue durante siglos, el centro económico de la ciudad de Tebas, y seguía habitada y en pleno funcionamiento en el siglo IX d.C. cuando su población desapareció debido al azote de una plaga.



Pero vamos a entrar y visitar su templo más impresionante, el de Amón, cuya construcción se inspira directamente en el Ramesseum de Ramsés II. Como todos los grandes faraones, Ramsés III edificó su propio templo mayor que el del dios al que supuestamente se debería honrar en el complejo, esto es, Amón.






Cerca de la entrada encontramos unas capillas funerarias dedicadas a las divinas adoratrices del dios y según andamos apenas unos pasos, nos damos de bruces con el llamado primer pilón que es en realidad la fachada del templo en sí mismo, con los consabidos relieves donde el faraón aparece retratado como vencedor en varias guerras, destacando los que ensalzan su victoria sobre los libios. Menos poética y quizá más macabra es la escena que nos presenta a un grupo de escribas que contabilizan el número de enemigos muertos enumerando sus manos y genitales amputados.
Poco queda del palacio del faraón, aunque se conserva la curiosa ventana de las apariciones, que le permitía mostrarse en fechas señaladas a sus súbditos.





Tras pasar el primer patio encontramos otros relieves en los que el faraón presenta numerosos cautivos de guerra ante Amón y Mut, su esposa, y nos abre paso al segundo patio, con unas magníficas columnas cubiertas de escenas religiosas.




Para completar la visita no debemos olvidar descubrir las pinturas victorianas que no pasan de ser primitivos graffiti, una magnífica estatua de la diosa Sekhmet, y el maravilloso santuario de la barca.






Los Colosos de Memnon

Esta impresionante pareja de enormes estatuas conocidas como Colosos de Memnon son sin duda los primeros monumentos que ven los viajeros que llegan a la orilla occidental.

18 metros es lo que mide cada una de ellas y representan el único vestigio de lo que un día fue el mayor complejo de este lado del río, construido por Amenofis III como su templo funerario y diseñado para superar en tamaño y opulencia al mismísimo Karnak.


Hoy en día estos dos gigantes se yerguen en la llanura anegadiza del río, la misma que poco a poco fue erosionando el templo al que pertenecían. Su magnetismo era tal, que constituían un hito en el viaje de cualquier turista griego o romano, sobre todo porque los primeros creían que eran estatuas del legendario Memnon, aquel semidiós asesinado por Aquiles en la guerra de Troya.


Pasado el tiempo y ya “bautizadas”, una de las estatuas se hizo muy famosa porque al amanecer emitía un singular sonido musical que según los griegos era la voz del mismísimo Memnón, que saludaba a su madre la diosa Eos, que a cambio lloraba gotas de rocío por la muerte de su hijo.

Realmente el sonido se producía por cambios de temperatura en las grietas superiores que hacían desprenderse granos de arena que resonaban en el interior de las mismas. Una desafortunada restauración en el siglo II hizo que el maravilloso sonido no se volviera a oír nunca más.

Templos de Luxor
Durante milenios, lo monumentos de Luxor han atraído a miles de viajeros, pero ahora, con la masificación del turismo, acuden auténticas multitudes. Rodeados de autobuses de turistas, el auténtico viajero pude sentirse perdido entre un mar de gente que avanza a un ritmo frenético o a un parsimonioso y desesperante paso de tortuga entre templos y tumbas. La mejor opción sin duda es contratar una completa visita guiada a los templos de Luxor y Karnak.


Y es que es imposible no rendirse ante la belleza de Al-Uqsur (los palacios), tal y como hicieron los primeros turistas llegados a Egipto en 1869, cuando Thomas Cook llevó a un primer grupo pionero que sentó las bases de lo que hoy es la industria estrella del país.


Poco se iba a imaginar el faraón Amenofis III, constructor del templo, que los nuevos adoradores del dios Sol, provenientes de todo el planeta admirarían su elegante obra durante miles de años. Su predecesora Hatshepsut ya había levantado un pequeño santuario dedicado a los dioses patronos de Tebas (Amón, Mut y Khonsu), lo que dio pie a Amenofis para engrandecer el primitivo centro de culto y reforzar su divinidad cada año en la fiesta de Opet, cuando los tres dioses eran llevados en doradas barcazas hasta Luxor desde Karnak, para renovar las fuerzas y votos del Dios Viviente. Por si fuera poco, gobernantes posteriores como Tutankhamón, Ramses II, Alejandro Magno y varios césares y tribunos cayeron hechizados por el edificio y realizaron ampliaciones de su estructura y sus dependencias.



Menos respetuosos con los dioses tebanos fueron el jeque que hizo levantar una mezquita en el interior y que aún se puede ver sobre los milenarios muros, o un pueblo entero que se alojó entre sus paredes durante décadas.






Como en otros templos de importancia del país, el primer pilón constituye la carta de presentación y de impresión para cualquier visitante del lugar desde hace milenios. En él, como no, vemos de nuevo los logros militares de Ramsés el Grande, en este caso su victoria en la Batalla de Kadesh representada en los muros de 24 metros de altura y custodiado por dos estatuas del faraón y un obelisco de granito rosa, gemelo del que se encuentra en la Plaza de la Concordia de París. Según entramos, nos damos de lleno con el gran patio, rodeado por una hilera doble de columnas también cubiertas de sus hazañas y proezas.







El egocentrismo de Ramsés, deja paso a la sincera fe de Amenofis III en el siguiente patio, con 14 columnas que ensalzan el poder y la bondad de Amón, la fiesta de Opet, con representaciones del propio faraón, los nobles, gente del pueblo y unos curiosos bailarines y contorsionistas.






No debemos marcharnos sin dedicar un buen pellizco de nuestro tiempo a buscar y admirar los relieves y pinturas de la última estancia, el santuario de la barca, ya que Alejandro Magno lo reconstruyó para retratarse con la indumentaria tradicional egipcia que le identificaba como faraón de Egipto.




Karnak
Aunque la mayoría de los visitantes hablan de Karnak como de un templo, en realidad es un complejo de santuarios, quioscos, pilones y obeliscos dedicados a dioses tebanos y faraones. Un kilómetro y medio de largo por ochocientos de ancho, donde cabrían hasta diez catedrales dieron empleo a 8.000 personas que trabajaban para el templo durante el reinado de Ramsés III. No en vano fue el lugar de culto más importante durante siglos, admirado y visitado por millones de personas desde la antigüedad hasta nuestros días.


Al ser un espacio tan vasto e inabarcable, voy a ceñirme en esta visita a lo que según mi opinión no debería dejarse de ver, aunque lo ideal sería tener suficiente tiempo para conocer cada uno de sus rincones.
Lo más importante y espectacular es sin duda el templo de Amón, con su enorme lago sagrado, donde los sacerdotes se bañaban dos veces al día, acompañado del obelisco caído de Hatshepsut.


Para acceder a él debemos recorrer la avenida de las esfinges con cabeza de carnero, que unía el templo con el río Nilo y nos lleva directamente al primer pilón, que hace de antesala al Gran Patio y la Sala Hipóstila, que con sus 6.000m² sería capaz de albergar en su interior la basílica de San Pedro del Vaticano y la catedral de San Pablo de Londres…casi nada.



Dentro del recinto, lo más destacable es su famoso bosque de gigantescas columnas (134) con forma de papiro que en su tiempo estuvieron pintadas de vivos colores y sostenían un techo que impedía totalmente la entrada del sol en el templo, convirtiendo el recinto en un lugar misterioso y realmente místico.







Otro punto importante es el obelisco de Hatshepsut, con una punta que en su momento estuvo recubierta de oro y plata y que hoy en día con sus casi 30 metros de altura es el obelisco más alto de Egipto.


Por todo el recinto encontramos valiosos bajorrelieves, que nos cuentan hazañas de guerra, rituales religiosos, descubrimientos botánicos y animales que aparecieron ante los ojos del faraón en sus largas expediciones, así como decenas de estatuas de los dioses de la tríada tebana y los faraones que engrandecieron el recinto para mayor gloria de Amón y, por supuesto, suya.









Una vez acabada la intensa visita de la mañana, embarcamos para comenzar nuestra singladura por el Nilo. 

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