jueves, 5 de mayo de 2016

Saudades de Portugal (II). Recorriendo Lusitania (III)

Tierra adentro, de nuevo, visitamos la Real Abadía de Santa María de Alcobaça.

El Claustro del Silencio o de Dom Dinis, fue concebido y ejecutado por el arquitecto Domingo Domingues, si bien se vio obligado a ceder la tarea de terminarlo a sus sucesor, el maestro Diogo. Es el mayor claustro gótico de Portugal. Los capiteles están plagados de figuras alegóricas, tanto zoomórficas como humanas y de motivos vegetales. 


El interior presenta una altísima bóveda gótica y está apoyada en pilares ciclópeos de planta de en forma de cruz. Es la mayor iglesia del país.

Dormitorio de los frailes. Se trata de una amplia estancia dividida en tres partes por una doble fila de columnas. En un principio el dormitorio era comunal, pero luego se utilizaron las columnas para establecer celdas personales, quedando la nave central como pasillo.

En el transepto, uno en cada brazo, se han instalado los sepulcros de Dom Pedro y Doña Inés de Castro, uno frente a otro, para que, según la tradición, puedan mirarse a los ojos cuando se alcen  juntos el día del Juicio Final. 

Y no cambiamos de tercio, porque saltamos de un monasterio a otro, el de Santa María da Vitória, en Batalha.

Mandado a construir por Joao I es uno de los monumentos más importantes de la arquitectura portuguesa. Su fachada impresiona y está plena de detalles, como los que encontramos en su pórtico gótico- flamígero, de seis arquivoltas, decoradas con esculturas que representan personajes del Antiguo Testamento. En el tímpano se encuentra una imagen sedente de Cristo rodeado por los cuatro evangelistas. 
Aunque el interior llega a apabullar por su altura y al tiempo choca por su simplicidad si lo comparamos con el abigarrado exterior... 


... lo que todo visitante desea ver son las llamadas Capelas Imperfeitas, también conocidas como Panteón de Dom Duarte, por ser este rey quien proyectara instalar aquí un mausoleo para sus descendientes. 

Su nombre popular se originó al quedar inconclusas sin motivo aparente, aunque al parecer fue simplemente la falta de fondos para materiales y mano de obra cantera. Lo que si sabemos es que el rey Eduardo I de Avis soñaba con un gigantesco panteón para su familia pero finalmente sólo él descansa en este suelo sagrado rodeado de siete capillas a cielo abierto. Eso si, los pilares que le dan forma están labrados en un estilo manuelino recargado pero tan elegante y exquisito que difícilmente puede ser superado en todo el país.


Nos recibe Fátima desde la impresionante y sobrecogedora Praça y Basílica de Nossa Senhora do Rosario. La explanada mide 540 X 160 metros y dispone de un camino especial para que los peregrinos lleguen, de rodillas, hasta la Capela de las Apariciones ( a la izquierda).

El lugar donde se encuentra el Santuario de Fátima, Cova da Iria, era hasta 1917 una zona desconocida de la parroquia de Fátima, en el municipio de Ourém. Ese año, un acontecimiento religioso cambió para siempre su historia e importancia. Tres pastorcitos, Jacinta, su hermano Francisco y su prima Lucía, fueron testigos de sucesivas apariciones de la Virgen del Rosario. Visto con desconfianza inicial por la Iglesia, pero aceptado por el pueblo, el obispo de Leiria no reconoció el fenómeno hasta 1930. 

La siguiente parada será Coimbra.

En la ciudad alta, donde estuvo durante siglos la Coimbra amurallada, residía la nobleza y el clero, mientras en la ciudad baja lo hacían los comerciantes y artesanos.

Sus calles medievales partidas por el río Mondego, vieron nacer el obispado más antiguo de Portugal.

La Porta Ferrea nos da acceso a la famosa Universidad, fundada en 1290 por el rey Dinis


Dentro destaca la larga galería cubierta que cierra el lado entre la biblioteca y la Porta Ferrea y que contiene la Rectoría, el aula de los exámenes y la sala dos Capelos, antigua estancia para recepciones oficiales del Palacio Real, convertida en salón para actos oficiales. 

Su biblioteca está repleta de tomos valiosos ( 30.000 obras impresas y 7.000 manuscritos).

De nuevo en el casco antiguo encontramos joyas como el Pórtico del Monasterio de Santa Cruz, en la Praça 8 de Maio.

Dejamos atrás Coimbra para dirigirnos a Tomar, lugar elegido por la Orden del Temple de Portugal para instalar su casa matriz y punto de partida en su lucha contra los árabes.


El núcleo defensivo principal se arremolina en torno a la maciza torre prismática del Homenaje, elevada sobre los muros del primer perímetro castellano.

De planta circular, externamente aparece como un pesado torreón de dieciséis lados, reforzada cada arista con un contrafuerte que sube hasta el borde superior coronado de almenas.

La entrada a la iglesia nueva del Convento de Cristo, se hace por el valioso pórtico concluido en 1515 por el mismo Joao do Castilho, ejemplo de transición de los gótico plateresco e isabelino al manuelino, con una recargada imaginería en torno al la imagen central de la Virgen.

 Vista de la Iglesia desde el Claustro dos Filipes.

Una de las joyas del arte románico portugués es la Charola, del siglo XII. Se trata de un templete octogonal a dos niveles, inspirado en el Santo Sepulcro de Jerusalén, del que los templarios eran custodios, definido en la parte inferior por ocho gruesas columnas que forman estrechos arcos, prolongados en el superior por lienzos de muro rajados por ventanales y cerrado por arriba en cúpula.

A lo largo de toda la visita encontramos continuas alusiones al los viajes de Descubrimiento, que constituyen los elementos del arte manuelino: cruces de Cristo, las armas del reino, maromas, esferas almilares, corcheras, un cinturón con hebilla de la Orden...

Llama la atención el extraordinario juego de masas y huecos realizados en los dos pisos, una especie de labor de marquetería en piedra a gran escala.

Vista desde el Claustro de Santa Bárbara de la Janela do Capítulo, el gran ventanal cuya abigarrada decoración externa ejemplariza la carga ornamental del manuelino. Concebida por Diogo de Arruda, es una exuberante alegoría de la época de los Descubrimientos.

 Despensa del monasterio.

De camino  Évora encontramos el Cromeleque dos Almendres. Identificado en 1966, es el mayor de la Península Ibérica y pertenece a un periodo entre el neolítico y el calcolítico. En la actualidad aparece formado por 92 menhires de varios tamaños ( de 1,5 a 2m) que forman dos recintos orientados según las direcciones equinocciales.

Ya en la preciosa y venerable ciudad nos damos de bruces con las ruinas del templo romano, probablemente de principios del siglo III. Si bien el romanticismo decimonónico lo quiso ver consagrado a Diana, los estudios recientes han apuntado que lo estaba a Júpiter o al emperador.
 Hoy sólo queda el basamento de sillería y cantos, la escalinata y una columnata de 14 elementos con capiteles corintios, algunos de ellos con frisos y arquitrabes.


Aunque la mayoría de los visitantes siguen un itinerario prefijado, mejor dejarlo de lado en ocasiones y deambular sin un rumbo fijo por las calles intrincadas de la ciudad.


Así podremos detenernos ante curiosos rincones como la Casa Cordovil, construida a fines del XVI y que es un buen ejemplo de arquitectura civil de estilo mixto manuelino y mudéjar, con un mirador de arcos de herradura en ladrillo y una torrecilla de cúpula cónica.

O encontrarnos con preciosas filigranas.

Sin duda uno de los puntos clave en las visitas sea la Capela dos Ossos, un macabro espacio recubierto por las calaveras, tibias y coxis de 5.000 enterrados en el cementerio del convento. Las columnas están hechas con pilas de tibias y fémures. 
Para completar el efecto las bóvedas están decoradas con pinturas negras que reproducen las mismas calaveras y huesos cruzados. 

 Desde los arcos, cientos de calaveras miran a los visitantes, en otro tiempo, sin duda aterrorizados por tan palpable manifestación de la muerte.
Un esqueleto de adulto, cubierto con jirones de saya franciscana y el de un niño, cuelgan de la pared. En un panel cuelga la inscripción " Nos ossos que aqui estamos, pelos vossos esperamos"

Cerca, la Iglesia Real de Sao Francisco. 


Dejamos Évora a la hora de la siesta. 

Y vamos cerrando el viaje visitando el Cabo San Vicente, con una vista desde el faro de los acantilados de 75 metros de altura.

En el cabo visitamos la fortaleza del siglo XV- XVIII, que integra el convento jerónimo, la capilla de San Vicente y un faro.

Y no podíamos dejar el país sin bañarnos en una de las  famosas playas del sur, la de Barril, considerada la más bonita de Portugal.

Hospitalario, pleno de historia y arquitectura, colorido y lleno de vida, Portugal no nos despide, simplemente nos dice un hasta pronto, sabiendo que no podremos resistirnos a visitarlo de nuevo una y otra vez.

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