domingo, 1 de mayo de 2016

Saudades de Portugal (I). Lisboa bajo la piel (I)

Era la segunda vez que visitaba mi querida ciudad, Lisboa, que lo fue desde el momento en que volando llegué a ella. Ahora eran el mar y el río los que de nuevo me hacían caer en sus encantos. Y yo me dejé conquistar de nuevo.

El Grand Mistral entró muy de mañana por el estuario del Tajo, y no era cuestión de dejar pasar las sorpresas que nos iba regalando.
Pocas cosas han marcado tanto mis viajes como la entrada a dos grandes ciudades por mar. Una es Venecia y la otra Lisboa.
Quien como yo, tenga la suerte de entrar a la capital lusa en un crucero, tendrá ante sí, como en una pantalla de cine, siglos de historia de conquistas, riqueza, hombres de valor y de fe, decadencia y saudade, amores y odios. Todo ellos hecho piedra, cemento o argamasa, hierro, cristal o cerámica, esperando paciente que pongamos el pie en tierra para recibirnos tan bien como sólo un portugués sabe hacerlo, con el corazón abierto.
Al principio sólo podemos distinguir, al amanecer la silueta del puente 25 de Abril, entre las brumas o brillando bajo la luz del nuevo día.



Después, atentos a la orilla izquierda, donde se encuentra Lisboa, empieza el desfile de prodigios: la sin par Torre de Belem, filigrana en piedra, y esperanza de navegantes que llegaban de allende los mares o última imagen de los que partían; el Padrão dos Descobrimentos, homenaje a los grandes descubridores que armados solamente con su fe cristiana, su valor y su arrojo, dieron a Portugal tierras infinitas e infinitos súbditos a su Corona; a su frente, tierra adentro, el Monasterio de los Jerónimos, lugar de recogimiento de reyes y reinas, descanso de glorias nacionales como Vasco de Gama, Luis de Camões o Fernando Pessoa.


Al otro lado ya nos va acogiendo entre sus brazos el Cristo Rei, de 25 metros de altura, que vigila y protege Lisboa desde lo alto de una colina, quizá para evitar que quede destruida como en 1755 tras un terremoto de escala 9, que casi pulverizó la ciudad y que fue seguido de un tsunami con olas de entre 6 y 20 metros de altura; pasamos milagrosamente justos por debajo del puente 25 de Abril, obra de ingeniería de casi 2 kilómetros de largo con 70 metros de luz y con unos postes que llegan a los 190 metros sobre el nivel del agua.


Y repentinamente nos encontramos en el centro de Lisboa. En la orilla del río aparece, frente al barco el Terreiro do Paço, y tras él la Praça do Comercio, una de las más elegantes del mundo; por encima de ella, el castillo de San Jorge, la catedral o Sé, São Vicente de Fora o el Panteón Nacional, que acoge los restos de los hombres ilustres.
El muelle de Santa Apolonia nos recibe con diligencia, como apurándonos para que conozcamos su ciudad, mi Ciudad, Lisboa.




En el lado sur de la geométrica y monumental Praça do Comércio o Terreiro do Paço, que albergó el palacio real durante 400 años, dando al padre Tajo y bajando por unas escaleras de mármol con pilares, el Cais das Colunas baja al río.
Aquí atracaban antaño las carabelas y los galeones que descargaban especias, sedas, oro, maderas finas y frutas de las colonias, y la plaza hormigueaba de marineros, bucaneros y mercaderes. Un río de cruzados afluía entonces a Lisboa, y para contarlos más rápidamente se colocaban mil monedas en un cofre o caja que los contenía exactamente, de lo que viene la expresión portuguesa caixa, para decir mil escudos.




Hoy, quienes llegan al Tajo lo hacen en transbordadores o en cruceros, como mi caso, en vez de en carabelas y galeones.
Hay varias opiniones sobre el mejor momento para visitar el Cais. Unos dicen que al amanecer, otros a mediodía y otros al ocaso.






Lo he visto de las tres maneras, pero sin duda me quedo con el amanecer, cuando el contraluz le da la magia a las columnas y pinta de oro la Praça, seguramente la última imagen que guardaban en su memoria los marineros de antaño. La mejor manera de disfrutar y conocer Lisboa es vivir sus calles, olerlas, sentirlas, meterlas bajo la piel.
En Alfama las calles huelen a sardinas, a revoques húmedos, a musgo, a vino, a tiendas de antiguo como las que todavía, y según herencia portuguesa, conservamos en Canarias, pero sobre todo huele a saudade, esa melancolía que dejaron impregnada en sus paredes todos los que partieron hacia lejanas tierras y al mirar atrás la vieron alejarse.
Rossio es el corazón de Lisboa, su centro neurálgico, con sus tiendas de artesanías y recuerdos, sus cafés históricos, tenderetes de flores y palomas, lugar de encuentro de la gente que puebla las antiguas colonias portuguesas de Guinea, Angola, Cabo Verde y Mozambique.










La Baixa, favorita de Pessoa, es el centro comercial y financiero, el monumental, el reconstruido íntegramente por el Marqués de Pombal, tras el terremoto de 1755. Él le regaló a Lisboa las calles revestidas de azulejos, sede de boutiques de alta moda, tiendas de música o grandes librerías internacionales. La clase de Lisboa se respira aquí...










Graça es el barrio de los obreros, el de las escalinatas de imposible pendiente y los miradores que dejan con la boca abierta a los visitantes, el de la Feira da Ladra, el rastro que desde 1882 tiene lugar detrás de la imponente iglesia de San Vicente da Fora.






















Para hacer un descanso de nuestra caminata por Lisboa, nada mejor que acercarse a este punto indispensable en cualquier ruta por la preciosa ciudad.
Maravilloso observatorio, que en varios niveles mezcla frescos jardines de frondosos emparrados de buganvillas con balconadas y bancos de azulejos polícromos que se abren al horizonte del Tajo.


Una vez que la vista se acostumbra a tanta belleza, distinguimos, entre las callejuelas y las casas que parecen aguantar en pie a fuerza de promesas, la cúpula de Santa Engracia y el encanto de Alfama, el brillo del río y la orilla que parece llamarnos sin cesar.
Si nos damos la vuelta, la Iglesia de Santa Luzia nos llama también, pero para enseñarnos otro paisaje, el que reflejan sus mosaicos con la Praça de Comércio antes del terremoto de 1755 y la expulsión de los árabes de la ciudad.
Construida bajo la protección de los Caballeros de Malta, se mantiene como uno de los edificios más sencillos pero evocadores de la ciudad de Lisboa.






















San Vicente Da Fora, que quiere decir 'extramuros' y así debió ser en su momento, cuando se construyó fuera de los límites de la ciudad.
Ahora, este precioso edificio renacentista que a veces, y de lejos, más parece fortaleza que convento, está dentro de cualquier visita esencial de Lisboa.














Fruto de la promesa que el rey Afonso Henriques hiciera a San Vicente, de una fastuosa iglesia a cambio de ver a los moros expulsados de Portugal, se supone que contiene los huesos del santo.
Dentro, el mármol blanco del techo, la taracea del altar de la Conceiçao o los azulejos blancos y azules que ilustran las fabulas de La Fontaine, el gigantesco órgano o el precioso baldaquino confieren al templo un carácter marcado de museo de arte sacro y profano único en la capital portuguesa.



















Para los monárquicos o curiosos de la historia, en la antigua sacristía, habilitada en su momento como panteón real, descansan los restos de la mayoría de los miembros de la casa real de Braganza a excepción de un rey una reina.
Una curiosidad: cuando salgamos, pasemos por la calle que hay a su izquierda, la Rua Arco Grande de Cima, y observemos varias curiosidades en el muro de la iglesia y en su opuesto....
Más abajo, el Panteón.




Todos los visitantes, o la gran mayoría, llegan al Panteón con la idea de que es, y no van muy desencaminados, lugar de enterramiento, como su homónimo en París, de los huesos y cenizas de los grandes hombres portugueses.




Lo que poca gente sabe, es que es tan solo una parte de la fabulosa Iglesia de Santa Engracia, y que su dilatada historia arquitectónica empieza en épocas tan lejanas como el siglo XVII y que llega hasta su terminación en 1966, con el terremoto de Lisboa por medio. El resultado fue una mezcla barroca con toques de modernidades diversas aportadas por los arquitectos e ingenieros que iban tomando el relevo de la construcción.




Vasco de Gama, Camões, Afonso de Alburquerque y Enrique el Navegante, ecos del gran pasado portugués, o el Presidente Carmona y los escritores Almeida Garrett y Guerra Junqueiro más recientes y no menos importantes, duermen el sueño de los justos.
Impone la altura de la cúpula y el silencio que se respira con sólo traspasar la puerta del recinto.
¡Sean dados honores y respeto a los Hombres Notables del País!










Por las angostas callejas de Alfama casi no circulan los coches, por lo tanto es más divertido coger el eléctrico, el famoso tranvía número 28 que chirriando trepa por las empinadas y tortuosas calles del barrio hasta llegar a São Jorge. Bajemos luego caminando el largo da Sé y entremos, sin prisas en la preciosa catedral, el templo más antiguo de la ciudad.










Por supuesto, y como en casi toda la Península, se edificó sobre una mezquita, después de la reconquista de Lisboa, y fue restaurada después de los terremotos de 1344 y 1755.
Por supuesto que, como debe ser en una catedral románica, el interior es oscuro, pero los toques de luz de las vidrieras y las luminarias resaltan la belleza de la desnudez de los muros y las tallas polícromas y bellísimas que la adornan, los numerosos monumentos que ilustran las diferentes épocas y estilos de la historia nacional.








Sarcófagos, estatuas y blasones de piedra de soberanos y caballeros de la corte, con la tumba de la Princesa desconocida, un precioso Nacimiento barroco de madera, corcho y terracota, una maravillosa fuente bautismal donde según la tradición fue bautizado San Antonio, el Tesouro de la Sé que guarda las ricas vestimentas eclesiásticas y demás oros católicos.


























Reservemos un poco de nuestro tiempo para sentarnos en la nave central y admirar lo que nos rodea, o rezar, según nuestra creencia o conveniencias.
Son muchos los siglos que nos observan, casi diez.






Chiado, renacido, cual ave Fenix de las cenizas del incendio que destruyó la mitad de su cuerpo en 1988. Aristocrático y elegante, culto e intelectual, escritor y poeta como sus acólitos Ribeiro o Pessoa.
El Bairro Alto de las mil caras, alegre, africano, bohemio, de suculenta cocina o meca del fado, que no sabe si quedarse en su pasado o aventurarse en el futuro.
Hay más barrios, hay más calles, hay más Lisboa, pero no voy a desvelar sus secretos. Hay que vivirla bajo la piel.


1 comentario:

  1. Lisboa es una ciudad espectacular, una suerte haber surcado sus mares como antaño :P
    a nosotros también nos contaron la influencia que tuvo Lisboa en el comercio, de ahí que lograra dominar los mares y que pasara además una etapa de oro. Su papel fue crucial en las expediciones de las Américas. Es por ello. que fue tierra de aventureros, mercaderes y navegante.
    Algo que nosotros aprendimos durante un free tour a Lisboa que nos aportó mucho más que conocimiento.

    Gracias por hacerme pasar un agradable momento leyéndote.
    Un saludo.

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