viernes, 1 de marzo de 2019

Un paseo por Castilla La Mancha (I)

Hace unos años, previo a nuestro viaje por Marruecos, decidimos conocer parte de las maravillas que nos ofrece Castilla la Mancha. 

Tras alquilar un coche en el aeropuerto, la carretera, de paso, nos llevó a Aranjuez, a visitar su Palacio.
Del interior no puedo mostrar fotos porque está prohibido, así que amenizo el relato con fotos de los jardines.

Situado entre los ríos Tajo y Jarama, fue utilizado ya como residencia real en época de los Reyes Católicos.

Felipe II inició el palacio con los mismos arquitectos de El Escorial, Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, terminándose en el reinado de Fernando VI, con la incorporación de dos alas en tiempos de Carlos III.

En la visita es recomendable pasear por su jardín, conocido como Jardín de La Isla, rodeado por el Tajo y por un canal del mismo, "la ría", que lo separa del palacio. Está enriquecido con fuentes de los siglos XVI y XVII, en su mayoría italianas.

En los Jardines de la Isla se reunían, la intimidad del jardín islámico con sus fuentes bajas, la ordenación geométrica y proporcional, los juegos de agua, los espacios cerrados y las alusiones mitológicas del jardín manierista italiano, y los parterres bajos de flores a la manera flamenca, especialmente de rosas, a las que era muy aficionado Felipe II y que aquí se cultivaban para destilar aguas de olor.

El agua de todas estas fuentes procedía del depósito o "Mar de Ontígola", desde donde era traída por medio de una cañería de plomo, sustituida por otra de hierro en época de Felipe V.




Y con la imagen de la Iglesia de San Antonio y el Patio de Armas acabamos la visita. 




Seguimos el camino y llegamos a Ocaña. Lo primero que vemos es la Plaza Mayor. Su grandiosidad sobrecoge y hace recordar aquella memorable frase: "¿Dónde está la ciudad de esta plaza?", con unas medidas de 55 x 52 metros y 70 pilares que soportan el peso de los arcos y que en su día fueron de madera, cuando no tenían tanto peso que soportar. En esos tiempos se celebraban en ella espectaculares cosos taurinos, justas y torneos y las más arraigadas fiestas populares. Presente en la literatura española, gracias a obras como "Peribañez y el Comendador de Ocaña" de Lope de Vega, esta elegantísima plaza es la tercera en tamaño del territorio español.


Fuente Nueva o Fuente Grande, Su construcción tuvo lugar entre 1573 y 1578, ordenada por Felipe II. Rápidamente a ella acudió la población a recoger agua, a charlar, intercambiar chismes y noticias de la vecindad, tal y como ocurría en innumerables lugares de España. En sus lavaderos, según cuentan, podían trabajar hasta 300 lavanderas. Las mujeres debían llevar sus propias tablas de lavar, pues al frotar la ropa contra la piedra, siendo esta caliza, podían desgastarla. Su estructura también daba agua a los abrevaderos para animales e incluso a una zona para el lavado de personas enfermas y difuntos.

El Rollo o picota de Ocaña lo forman ocho columnas de piedra unidos por un collarín, que en un principio estuvo localizado en plena Plaza Mayor y servía para administrar justicia y condenar a muerte.

Andando por las calles de Ocaña nos encontramos con una curiosidad, el Teatro Lope de Vega, asentado en lo que en sus días fue un colegio de jesuitas. La sala ocupa el lugar de la primitiva iglesia, y por ello, el único recuerdo que queda de su función religiosa es una torre de estilo gótico mudéjar donde hoy se ubica el reloj de la ciudad.

Nuestra siguiente parada es Yepes, que en tierras manchegas es conocido como Toledillo, por su abrumadora riqueza histórico-artística y por haber sido lugar de convivencia durante la Edad Media de las culturas cristiana, judía y musulmana. 

En nuestra rápida visita entramos por una de las puertas antiguas de la ciudad, concretamente la de Ocaña o San Cristóbal, que es una de las cuatro que guardaban la muralla que rodeó la ciudad y que en su parte interior custodia una pequeña imagen del santo patrón de los conductores y viajeros.

Andando hacia el interior vemos muestras de antiguas puertas de madera y hierro.


Y llegamos a la Colegiata de San Benito Abad, del siglo XVI, de una elegancia incomparable y que tuvo que sufrir constantes retrasos en su edificación por falta de dinero. Su impresionante torre refuerza el impacto de ver una estructura tan grande en un un pueblo relativamente pequeño del corazón de la Mancha. Pero ese es uno de sus encantos...

Siguiendo ruta nos detenemos unos instantes en Esquivias, para encontrar la llamada Casa-Museo de Cervantes. La pequeña población
 ha conservado a lo largo del tiempo esta ilustre mansión en la que se mantiene intactas todas las características de las casonas de labradores acomodados del siglo XVI.
Su importancia radica en que la casa perteneció al hidalgo Don Alonso Quijada de Salazar, de rica familia de terratenientes y que constituyó el primer boceto del personaje de Don Quijote, ya que igual que él era muy aficionado a la lectura de libros de caballería.

Otro punto del camino donde nos detuvimos en nuestro camino a Toledo fue Illescas.
Lugar de paso obligado en el camino a Madrid, todavía conserva restos de su amurallado núcleo medieval, que merecen al menos una  hora en nuestra agenda de visitas.

 A destacar, la iglesia de Santa María con su preciosa y elegante torre mudéjar a la que llaman "La Giralda de la Sagra", y un interior limpio de adornos superfluos que enmarcan un techo cuajado de arcos que contrastan con la blancura de la estructura.
Interesante es también la Plaza de los Hermanos Fernández Criado, con una maravillosa Fuente de los Leones que se engalana cada año por sus fiestas.


Llegamos a Toledo y nos instalamos en el Hotel Abad.
Situado en pleno casco histórico de Toledo, muy próximo a la plaza de Zocodover y junto a la mezquita del Cristo de la Luz, el Hotel Abad Toledo, ocupa una herrería de 1815 convertida en una alojamiento de categoría tres estrellas con mucha personalidad.

Lo curioso es que el hotel tiene UNA sola plaza de aparcamiento, localizada en un edificio a 50 metros y que hay que reservar con MESES de antelación.

Las vistas desde el hotel nos dan una idea de la grandeza toledana.




La Plaza de Zocodover fue el centro neurálgico de la ciudad durante la mayor parte de su historia, actuando como Plaza Mayor de la misma. Una parte de ella fue diseñada por Juan de Herrera en tiempos de Felipe II. El origen del nombre Zocodover procede del árabe sūq ad-dawābb, que significa "mercado de bestias de carga".

Esta Plaza fue también el lugar por donde se corrían los toros y se organizaban las cucañas en las fiestas de la localidad.  Pero también Zocodover era el centro para actos más luctuosos como los Autos de Fe de la Inquisición o la ejecución pública de los reos.

En la actualidad Zocodover es uno de los lugares de la ciudad donde se llevan a cabo multitud de actos y festejos, así como también sirve de popular punto de encuentro y disfrute de los toledanos y sobre todo paso obligado para los miles de turistas que jalonan las calles del casco histórico durante todo el año.

De camino a la Catedral nos detenemos unos instantes en la Mezquita de las Tornerías, que se levanta sobre cimientos romanos y consta de dos pisos, remontándose al siglo XI.

Una de las construcciones más llamativas de la zona es el llamado Arco del Palacio, mandado a construir para comunicar el Palacio Arzobispal con la Catedral Primada. Sustituye a uno anterior que fue destruido por un incendio en el siglo XV. Realizado casi en su totalidad en ladrillo, da un aire muy renacentista a la calle y fue, y sigue siendo, objetivo de muchos paseantes que intentan captar con sus cámaras la perspectiva de esta empinada vía de la ciudad.

Y sobre el precioso edificio del ayuntamiento, simétrico y evocador del clasicismo italiano, podemos decir que es "hijo" de Juan de Herrera, el mismo arquitecto de El Escorial, y con sólo un par de miradas podemos percatarnos de las similitudes entre sus diseños.

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