domingo, 3 de marzo de 2019

Un paseo por Castilla La Mancha (III)

La meseta castellana, tan plana y uniforme, parda mucho y verde poco, sorprende a veces con peñas que parecen vigilar aún la llegada de las huestes árabes. En una de ellas se levanta el pueblo de Oropesa, orgulloso de su fortaleza que es de visita indispensable e ineludible en nuestra ruta por estas tierras. El Castillo, la Iglesia de San Bernardo, conocida como La Compañía, la Iglesia Parroquial de la Asunción, diversos conventos que salpican la villa y otros edificios de carácter civil, completan una localidad monumental rodeada de un entorno natural de enorme belleza, el llamado Campo Arañuelo y la Comarca de Oropesa.

A primera vista podemos pensar que el castillo es una única construcción defensiva, pero debemos saber, que en realidad está formada por tres edificios, el castillo viejo, de origen árabe, el nuevo que se remonta al siglo XV, y el Palacio de los Álvarez de Toledo, que es hoy Parador Nacional.




Sin duda, la parte del castillo que más llama nuestra atención es la torre del homenaje, de planta cuadrada y 25 metros de alto, aunque parece desde abajo mucho más alta, y adornada con cuatro garitas defensivas que le dan un aspecto único y recio.



Las cualidades defensivas de la estructura son múltiples y variadas, pero prefiero contarles algunos datos menos técnicos que harán más amena nuestra visita al enclave. Como por ejemplo la sangre noble que desde siempre recorre las venas pétreas de la construcción, como cuando se inauguró su faceta de Parador, bautizado como "Virrey de Toledo" en 1930  por el conde de Cimera, presidente del entonces Patronato de Turismo, acompañado por los duques de Orión y Montello, los Condes de Gamazo y Güell y el marqués de Comillas. Se convirtió en el tercer establecimiento de la Red de Paradores, después de Gredos (1928) y Cádiz (1929).





Antes de ser mimado y cuidado por la empresa hostelera, y después de dejar atrás la época en que fue patrimonio de los Duques de Frías, en el siglo XX pasó a ser de titularidad pública y se convirtió en una suerte de edificio comodín, que albergaba al mismo tiempo la escuela infantil, el teatro municipal, el cuartel de la Guardia Civil o el coso taurino, construido en el patio y rodeado de graderíos.




Dejamos atrás Oropesa para seguir nuestro camino. La siguiente parada será El Puente del Arzobispo, localidad que recibe su nombre de la construcción del siglo XIV que cruza el río Tajo en su camino a Lisboa.

Perfectamente conservado, el puente tiene su origen, según cuenta la leyenda, en una promesa que hizo el religioso al perder, cruzando en barca el río un precioso anillo de oro con un rubí del tamaño de un huevo de gorrión. Por mucho dinero que ofreció nadie pudo recuperar el anillo del fondo del río; pero un día al abrir un barbo del río para almuerzo del prelado, su cocinera encontró la preciada joya y el arzobispo tuvo que cumplir la promesa.

Menos poética y más practica, es la verdadera historia de su construcción, que nos dice que la población recibía cuantiosos ingresos gracias al paso por el puente de millones de ovejas merinas y por supuesto como vía de salida para la exportación de la exquisita y conocida cerámica.

Y de aquí nos vamos a Ajofrin, municipio toledano que fue primero romano, como lo recuerda los restos de unas termas y luego sarraceno, hasta su liberación por el Cid Campeador. Su principal hito es la iglesia de Santa María Magdalena, con una airosa torre mudéjar y un rico tesoro que incluye dos coronas, una de plata y piedras preciosas y otra de cristal de roca y plata.


Seguimos adelante y hacemos un alto en Sonseca, famosa por la exquisita calidad de su mazapán y algunas joyas arquitectónicas, como la ermita del Cristo de la Vera Cruz, recia como buena castellana, pero que según nos acercamos nos sorprende con una fachada delicada y elegante...

o la iglesia de San Juan Evangelista, sencillo templo con una preciosa torre que es resto de una iglesia anterior que se derribó para construir la que ahora vemos.

Mas adelante, en el camino, encontramos Orgaz, rodeado de viñas y olivos, y que es famoso en el mundo del arte por el cuadro de El Greco "El entierro del Conde de Orgaz".
Visitamos su castillo, una fortaleza urbana que hunde sus cimientos en una anterior construcción árabe.

No fue edificado con intereses defensivos, sino residenciales, de ahí su pequeño tamaño de apenas 32 x 50 metros. Totalmente destruido su interior por un incendio en el siglo XVI, hoy se encuentra reconstruido y rehabilitado.

Según cuenta la leyenda, doña Jimena, esposa del Cid jugó entre sus muros de pequeña, por lo que en su recuerdo, y una vez al año, se nombra "Jimena" a la joven más hermosa del pueblo, para presidir las fiestas de Orgaz.

Si dejamos atrás la fortaleza nos dirigiremos hacia la Plaza Mayor, típico ejemplo toledano de este tipo de espacios, que en su día estuvo rodeada de soportales de los que hoy sobrevive una pequeña parte. 


Es la iglesia parroquial de Santo Tomás Apóstol la que nos despide del pueblo, con su pesada torre y dos cúpulas obra de Churriguera. Dentro, entre otros tesoros, podemos encontrar el cuadro de El Greco conocido como "El Expolio".

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