martes, 2 de diciembre de 2014

Sevilla en el alma (II)

Y continuamos nuestro maravilloso recorrido por Sevilla, admirando su faro de fe.




Faro y símbolo, luz de esperanza para los que volvían de allende los mares y último recuerdo para los que se iban, recuerdos de una Hispalis musulmana y de una inquisidora Sevilla cristiana, la que fue torre más alta del planeta con sus 97,5 metros, levantada como minarete de la antigua mezquita con restos de antiguas edificaciones romanas y vertebrada en rampas que permitían, según se dice, al sultán ascender a caballo.








Superviviente, por partes, al terremoto que casi la destruye en 1365 y al de Lisboa de 1755, estuvo en remodelación desde 1558 a 1568, momento en que se añadió el famoso Giraldillo, que realmente se llama Triunfo de la Fe Victoriosa, y cuya última restauración costó la friolera de 600.000 €.










Torre de llamada a la oración, de reloj ( del que aún se conserva la maquinaria), pararrayos, luminaria, granero, vivienda e insignia de la ciudad, protagonista de cualquier película, serie o anuncio que se ruede en Sevilla, de carteles, postales o cualquier elemento publicitario y de marketing que se precie.
Sevilla sin la Giralda no es concebible...pero tampoco la Giralda sin el marco que de obra maestra le otorga Sevilla.

Muy cerca de ella, casi a sus pies, encontramos los Reales Alcázares.






Si hay algo que realmente me encantó de la maravillosa Sevilla, es la facultad que tiene de poseer multitud de monumentos concentrados en un espacio en el que conviven estilos, formas y tamaños de diferentes épocas y usos.
Así, en un espacio relativamente pequeño, como es la Plaza del Triunfo, podemos pasar de la espectacularidad de la Catedral y la Giralda o el Palacio Arzobispal a un recinto recogido pero fastuoso como es el de los Reales Alcázares.














Declarado Patrimonio de la Humanidad, desde que se iniciara su construcción mil años atrás, los diferentes monarcas con que nos ha premiado o castigado la Historia, han ido añadiendo palacios, recreciendo murallas y tendiendo jardines, dando forma a un portentoso conjunto de aire oriental.














Desde la entrada principal, la Puerta del León, rematada por un exquisito panel de azulejos y enclavada en la primitiva muralla almohade, pasando por el palacio del rey Pedro I, núcleo de los Alcázares, que hace brillar el arte mudéjar con su fachada al patio de la Montería, el patio de Muñecas o el de las Doncellas, pasando por el salón de Embajadores, con su fastuosa cúpula en madera, o el palacio Gótico que presume de zócalos renacentistas de azulejos pintados y grandes tapices flamencos...








Elegancia sin igual, en un marco incomparable, lleno de Historia y leyendas como la de la sangre de Don Fadrique, que habiendo sido asesinado por su hermano el rey Pedro el Cruel, cayó al suelo y rematado por una daga, fue su sangre absorbida por el mármol del suelo, de tal manera que aún hoy se puede ver la mancha en el Salón de los Azulejos.






















Intrigas de palacio, amores, traiciones, engaños...todo tiene cabida en el milenario recinto, que empezó siendo fortaleza y acabó siendo Patrimonio de toda la Humanidad.




































Y salimos a los jardines.






Sin duda, la estrella de los Alcázares, sobre todo en verano, cuando se busca la sombra y se huye de un sol implacable, son los Jardines.












Refinados hasta el límite, el espíritu almohade se enseñorea de una recreación terrenal del paraíso de Alá, refrescado por los baños de Doña María Padilla, tan subterráneos ellos, en una sucesión de paisajes vegetales de estilo árabe, renacentista, barroco, inglés o genuinamente andaluz. Pongamos especial atención al jardín de los Grutescos, con una preciosa estatua de bronce y una galería superior de rústica decoración manierista.














Recomiendo un mínimo de una hora para disfrutar plenamente de la obra del Hombre y de la Naturaleza en este lugar lleno de encanto y embrujo.
















Y nos vamos al Templo del Cachorro de Triana
Aunque su nombre oficial sea la Capilla del Patrocinio, todo sevillano que se precie la llamará la iglesia del Cachorro, nombre con el que se conoce al Cristo de la Expiración.






La construcción no es que tenga un valor histórico especial, apenas se remonta a la mitad del siglo XVIII por una parte y a mitad del XX por otra, aunque hay que reconocerle una portada llamativa y acogedora; el valor y el tesoro está dentro, en el altar mayor, donde en un marco espectacular encontramos al Cristo de Ruiz Gijón de 1682.
La imagen es sobrecogedora. El artista dio tal movimiento y expresividad a la talla inmóvil que parece tener un alma que quiere romper las murallas de la madera y salir fuera, expandirse ante nuestros ojos con toda la fuerza que parece contenerse en su interior.


No es de extrañar que el Cristo, último grito de agonía no sólo del Crucificado, sino también del Barroco Andaluz, haya atraído a cientos de miles de peregrinos creyentes o no, que venían a pedir favores de fe o simplemente a admirar una obra de arte de valor incalculable.


Milagros se le atribuyen muchos, de salvar la vida a cientos de personas, y conceder infinitos favores, incluso de sobrevivir a un pavoroso incendio en 1973...
Muchos desconocen el origen del apodo del Cristo.
Según me contaron, vivió en Triana un gitano, de los llamados castellanos nuevos, apodado "Cachorro", quien atravesando cada día el puente de barcas, junto al castillo de San Jorge, llegaba a Sevilla.
Un payo residente en la ciudad vino a sospechar de este hombre, pensando que su visita no era por otro motivo que el de cometer adulterio con su propia esposa. Los celos llegaron a tales extremos que, cierto día, sabedor de la visita cierta del gitano a la venta Vela, lo esperó oculto. No hizo mas que llegar, ajeno a la suerte que iba a correr, mientras sacaba agua del pozo que junto a la referida venta existía, y le fueron asestadas siete puñaladas que le ocasionaron la muerte.


Se asegura que el escultor de la imagen del Cristo de la Expiración estuvo presente en el suceso y que tuvo oportunidad de presenciar la agonía del gitano Cachorro. Captó con la mirada el rostro de aquel moribundo en el instante de su muerte e hizo suya la expresión terrible que plasmó con toda naturalidad en la obra que en esos días estaba realizando.
La leyenda vino a completarse con la investigación llevada a cabo por la justicia en la que al fin se conoció la verdad. En efecto, el gitano Cachorro visitaba cada día a una mujer, aunque resultó que esta dama era en realidad su propia hermana bastarda....
La hermosa y triste leyenda puede ser sólo eso. Lo que es innegable es la mirada del Cristo, su agonía y su desesperación; pero en el fondo..su vida.

Y de aquí, a otro símbolo trianero, la Capilla de los Marineros.


Pues si, de los Marineros, a decenas de kilómetros del mar....Pero estamos en Sevilla, donde lo imposible es posible, donde la fe mueve montañas, donde se gestaron los grandes viajes y las grandes fortunas, donde el río era Río con mayúsculas, una extensión del Atlántico, su puerta de entrada y de salida.
Por eso la capillita de los Marineros donde los trianeros rezaban para encomendarse a Dios, a Jesús, a la Virgen y a todos los santos del cielo, se convirtió en uno de los lugares de culto más importantes de Sevilla, y por extensión de Andalucía.




Hoy, después de varios incendios y cambios de sede, dentro del mismo barrio de Triana, el templo donde se encuentra la famosísima y adorada Esperanza de Triana, es un sencillo edificio, recién renovado, nada ostentoso, ni recargado, en el estilo arquitectónico sevillano de la segunda mitad del siglo XVIII, es decir blanco muy sencillo y funcional, donde lo que destaca es lo que tiene el verdadero valor, y lo que hace que fieles y visitantes, crucen el río para admirar.
Y es que Sevilla se rinde ante ante sus Esperanzas. La Macarena y la de Triana. La Virgen trianera, tan morena del sol y del mar, tan viajera y tan compañera, de origen no muy cierto, aunque se atribuye al imaginero Juan de Astorga, que tuvo que ser profundamente restaurada por los gravísimos daños que sufrió en un incendio en 1898....
Esperanza Macarena en Oro, Esperanza de Triana en plata. Las dos Madres de Sevilla, del Mundo.

Un poco más adelante, nos deleitamos con otro tesoro, la Iglesia de Santa Ana.
No en vano es el templo cristiano más antiguo de Sevilla, construido alrededor de 1280 nada más y nada menos que por orden del rey Alfonso x en agradecimiento por la curación de una grave enfermedad ocular que padecía.






Está muy encajado entre casas y protegido por todo el barrio de Triana, que lo arropa como a un anciano del que temen que pueda resfriarse. Cuando entramos y vemos esa mezcla de románico y gótico, comprendemos que el edificio debería ser quizá el más mimado de Sevilla, el más honrado y cuidado.
Aunque el interior es oscuro, como corresponde a ese periodo de transición en el que las iglesias de gruesos muros y oscuros espacios iban a transformarse en ligeras estructuras que dejarían pasar la luz a través de los colores de los vitrales.







Entre los tesoros que nos esperan tras atravesar la puerta y entrar en el recogido frescor del templo, encontramos los pocos que quedaron tras la remodelación sufrida después del terremoto de Lisboa de 1755, cuando se tuvieron que arrancar literalmente los restos del gótico que no pudieron ser reparados.
Aún así la iglesia conserva preciosas cúpulas y retablos barrocos de abigarrada belleza y arrebatadora complejidad.
En el altar mayor, inmaculadamente blancas, nos observan la Virgen María, Santa Ana y Jesús, de artista desconocido y tan antiguas como la propia iglesia.






Otras imágenes de gran importancia y un coro realmente hermoso, hacen que la visita a esta anciana señora entre las iglesias de Hispalis sea absolutamente necesaria.






Y llegamos al río.
Arteria de Hispalis, gloria de la ciudad de Sevilla, que la convirtió en capital de occidente, en urbe próspera y elegante en la que convivían musulmanes, cristianos y judíos.








Sevilla y el Río, el Río y Sevilla, que tanto monta monta tanto, quizá por ser lo mismo. Desde que por sus aguas partieron y arribaron los grandes conquistadores y comerciantes desde el siglo XV al XVI, Colón, El Cano o Magallanes, poderes como el oro que la convirtieron en capital del mundo, en la Babilonia del Pecado de los tiempos del piadoso Felipe II. Germen del Gran Siglo de Oro español de Cervantes, Velázquez, Murillo y Zurbarán que convivían con truhanes, busconas, pícaros y demás gentuza, que intentaban sacar reales de los nuevos ricos y de sus protegidos.
Río abandonado por sus gentes durante siglos por dejar de ser Sevilla el Puerto de España para serlo Cádiz, convertido en vertedero de toda clase de inmundicias y frontera entre Sevilla y Triana. Río recuperado y sanado para una Expo del 92 que lo hizo resurgir junto con la ciudad de entre las cenizas del olvido donde poco a poco había ido quedando dormido, abandonado.












Ahora brilla como lo que fue, sangre de cristal para la ciudad, para su entorno y para sus admiradores, reflejo de la Torre del Oro y de la calle Betis, espejo de los puentes de Triana, de San Telmo o del Paquito, lágrimas que lo alimentan en la madrugá sevillana, donde hasta el mismo Río siente y sufre la amargura de la Madre Macarena.
Río de vida y de pasión. Rey de Sevilla.

Y ahora un tesoro escondido de Sevilla.
Pocas veces me había quedado tan asombrado, léase con la boca abierta de par en par, como cuando traspasé las puertas de la Iglesia de San José. Fue tal la impresión que causó en mi el abigarramiento brutal de la decoración que cubre en su totalidad la iglesia, que tuve poco menos que rendirme al gusto del "horror vacui" del Barroco.




Pero antes de entrar también me sorprendió, por encontrármela encajada entre casas, casi desapercibida, en pleno bullicio, pero aislada, llamando sin ser oída a los transeúntes de la cercana calle Sierpes.
No parece por fuera más que una capillita, no más que una pequeña iglesia de pueblo, sin embargo la riqueza que esconde su interior es infinita.







Por eso decidimos no hacerla esperar y cruzamos su portón. La oscuridad fue momentánea, ya que al momento nos asaltaron los olores a incienso y ceras, las luces de retablos y capillas y los colores de los exvotos. Al frente, la magnificencia del altar mayor, obra del portugués Cayetano de Acosta, según encargo del gremio de carpinteros de Sevilla, que como caso único diseñaron y levantaron el templo a su Patrón sin ayuda ni consejo de arquitecto alguno.
A diferencia de los retablos normales que sólo cubren el frente de capilla o altar, éste parece querer extenderse por toda la iglesia, como si estuviera vivo y fuera cada vez acaparando más espacio. La sensación que me transmitió fue la de encontrarme metido en una cueva, donde las estalactitas eran volutas y estípites de madera, donde los colores y formas se mezclaban sin parar.




Gracias al cielo, no sufrió graves daños en el voraz incendio de 1931, causado por las furias republicanas, que mermó considerablemente el patrimonio artístico del templo, aunque si que perecieron importantes esculturas y pinturas del siglo XVII.








Caminando la iglesia, disfrutándola encontramos otras joyas de importancia, como un bellísimo crucificado, la particularidad de varias imágenes de pequeño tamaño en nichos diminutos de las paredes y sobre todo esa sensación de querer buscar un solo milímetro que no está cubierto por el arte de los escultores y pintores. Por otra parte, las vidrieras de esta capilla combinan la antigüedad y la modernidad en sus estilos. La más anciana es del año 1479 mientras que la más reciente fue realizada en 1932.
Sin duda una de las iglesias más bellas y originales que hayan visto mis ojos.

Y ahora vamos a entrar la Capilla del Sagrario, la Pequeña Catedral.
Pequeña por su tamaño, si la comparamos con la Madre Catedral a la que se encuentra adosada y de la que en teoría forma parte, pero no le queda corto el adjetivo de " Catedral", no, si se lo otorgamos como sinónimo de grande y monumental.






Por que su interior es, sin duda, una extensión de la Seo, en mármoles y en esculturas, en intenciones y en logros, tal y como pretendía Zumarraga, padre artístico de los dos templos.
Miremos primero arriba, para asombrarnos de las ocho gigantescas esculturas, demasiado grandes para el tamaño de la iglesia, que parecen volar sobre la misma. Son los cuatro evangelistas y cuatro de los Padres de la Iglesia. Impresionantes, sin duda.






Igual que impresionante es tener la suerte de que sea un día claro, muy claro y que las puertas estén del todo abiertas. Sólo de esta manera podremos observar un fenómeno que es sin duda sorprendente, el maravilloso cambio de color que experimenta el mármol rosado que cubre toda la iglesia, miles de tonalidades de rosa que parecen brillar y que hacen innecesaria cualquier otro tipo de ornamentación, aunque la tiene.
Varios tipos y colores de mármol noble tienen los retablos laterales, sin más espacio para la madera que la de las santas esculturas que alberga, que con la iluminación natural e incluso la artificial sorprenden a cualquier ojo que tenga la sensibilidad mínima para apreciar su tallado elegante y simétrico.






Aunque sin duda, la joya para muchos devotos del Barroco es el altar mayor del siglo XVII, que perteneció a una hermandad vizcaína en Sevilla y que vino a parar al Sagrario accidentalmente, al derribarse el convento donde se custodiaba.
Una última recomendación. Aprovechemos el sol de última hora de la tarde para visitar el interior. ¿Suena raro verdad? Compruébenlo y me dicen....

Y hay que reponer fuerzas para seguir disfrutando de las maravillas de Sevilla..
No hay nada mejor que a uno le recomienden un restaurante bueno, bonito y barato cuando se anda en los menesteres de visitar una gran ciudad como Sevilla. En este caso, mi amiga Rocío tuvo a bien referirme a un clásico del tapeo y la comida andaluza.




No puede ser más fácil encontrarlo, ya que si cruzamos el puente de Triana y siguiendo esa calle que entra directamente, lo encontramos a nuestra izquierda, al comienzo del paseo, y si hemos decidido empezar la noche con un tapeo y unas cañas en la calle Betis, sólo hay que reseguirla hasta el final y torcer a la izquierda al llegar al puente.
De todas maneras, como en los comics, el aroma de los manjares que con tanto arte cocinan los sevillanos, nos irán guiando hacia nuestro destino final.




Una terraza es la que se encarga de atraer a los clientes al local, siempre llena de hambrientos turistas y sevillanos que se dejan conquistar por los olores y sabores del Miami.
Nos decidimos por una mesa en la Sala del Toro, llamada así por tener una enorme cabeza de astado en la pared bajo la que nos sentamos.
La decoración típicamente andaluza, de mosaicos y rejas, verdes y blancos, grandes carteles de corridas y mil y un detalles de arte y tronío nos reciben.


La carta es amplia y sólo con leerla ya empieza a hacerse la boca agua. Pero habíamos venido a comer pescaito frito y eso pedimos, con una cañas heladas para combatir "la caló".
Al momento apareció una enorme bandeja de sabroso y crujiente pescado frito que tardó más en venir de la cocina que en desaparecer en nuestros estómagos.
Con un poquito de esfuerzo, hicimos sitio para un rabo de toro que se dejaba comer de lo tierno que estaba.


Podemos pensar que se trata de un lugar exclusivo para turistas, donde todo parece pensado para darles lo que necesitan y buscan, lo que tanto han visto en películas, revistas y libros, pero no...Como en toda Andalucía, propios y extraños se mezclan sin problema, con la alegría del comer y del beber en locales que son para todos y de todos, donde al momento se siente el calor de la bienvenida.

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