Desde hace siglos Sevilla ha sido ciudad de residencia o de paso de nobles, aventureros, villanos, descubridores y encubridores, literatos y analfabetos, científicos y embusteros, eminencias y pícaros.
Empezar a descubrirla puede hacerse por cualquier punto de los cuatro cardinales.
Yo decidí comenzar por uno que aúna lo nuevo y lo viejo, lo conservador y lo innovador.
La ruta se inicia en las "Setas de Sevilla".
Es como volar por encima de los tejados y las mil iglesias de Sevilla, como ser la oruga de Alicia en el País de las Maravillas, viendo la vida pasar desde lo alto de una seta, o como cruzar de un lado a otro de la Plaza Mayor de árbol en árbol, como se decía que cruzaban las ardillas nuestro país de norte a sur en la España de los Austrias.
La
estructura, que no hay manera de encajarla en el paisaje, es realmente
inmensa e inquietante. Formas no definidas en forma de esqueleto que
parece estar sin acabar pero que dan sombra y cobijo a todos aquellos
que a lo largo del año, pero sobre todo en el rabioso verano sevillano,
quieran acercarse hasta él para disfrutar de una horas de asueto en los
bares y cantinas abiertos bajo su protección o en los ubicados en los
edificios que lo rodean.
Pero
sepamos que estamos en un espacio privado, nada público. Me explico, el
ayuntamiento de Sevilla concedió los derechos de explotación de la
plaza, los establecimientos y el propio parasol a la empresa
constructora Sacyr durante 40 años, así que toda la ganancia generada va
a parar a sus arcas.
Al margen de esto, y mirando el lado lúdico del asunto, los parasoles no sólo nos muestran la ciudad de Híspalis desde lo alto, con carteles orientativos colocados estratégicamente para aclarar nuestras dudas sobre a qué iglesia o monasterio pertenece tal o cual torre, sino que en sus cimientos esconde restos de la Sevilla romana y almohade en el Antiquarium.
Desde luego que la experiencia bien vale la pena y merece que dediquemos al menos media hora en disfrutar de algo diferente y especial en la preciosa Sevilla.
Y seguimos el paseo, acercándonos a la Iglesia de San Pedro.
Gracias a la amabilidad y la gracia de una sevillana que por casualidad pasaba por delante de la iglesia con su bebé, nos enteramos de que mientras disfrutamos de la preciosa portada y la esbeltísima torre y si queremos casarnos, debemos buscar, en un intrincado cuadro de azulejo, a un pajarito que se esconde de la vista de los transeúntes.
Evidentemente no voy a decir donde está, aunque se vea muy claro en las fotos. Lo que si haremos es entrar en esta iglesia que se construyó sobre una mezquita y que se encuentra en lo que en su momento fue la antigua judería de la ciudad.
No confundamos la entrada, ya que no es la del azulejo, sino la que nos muestra un jardincillo que parece adornar la escultura dedicada a Sor Ángela de la Cruz. Desde aquí parece hacerse realidad la leyenda que dice que es la segunda torre más alta después de la Giralda ( a decir de los sevillanos).
Ya a la bendita sombra de sus tres naves, empezamos a disfrutar de sus maravillosos retablos y capillas, como el de las Ánimas del Purgatorio, que parece recurrente en este templo al repetir el tema que vimos en el azulejo del pajarito.
Pero quizá lo más llamativo, como en todas las iglesias sevillanas, sean las tallas.
Y de entre todas ellas Nuestro Padre Jesús de la Salud, es sin duda la que llama magnéticamente nuestra atención.
Rodeado de una preciosa azulejería mudéjar, resplandece en un lado del altar mayor escoltado por dos enormes ángeles lampadarios que parecen volar sobre nosotros.
Otra joya del templo es la capilla del Cristo de Burgos, con el crucificado más antiguo de los que procesionan en la Semana Santa sevillana, ya que data de 1.574.
Y no nos vamos de aquí sin recordar que fue en sus pila bautismal donde fue cristianizado el pintor Diego de Velázquez allá por el 6 de junio de 1599. Un honor compartir techo con tan insigne artista..
La siguiente parada es la Iglesia de la Magdalena.
Imaginemos, Sevilla a principios del siglo XIII, reconquistada con sangre y hierros por los cristianos que entran en ella con todo el ánimo de no volver a perder la joya de una corona ahora embellecida por los musulmanes que la han dejado atrás.
Al margen de esto, y mirando el lado lúdico del asunto, los parasoles no sólo nos muestran la ciudad de Híspalis desde lo alto, con carteles orientativos colocados estratégicamente para aclarar nuestras dudas sobre a qué iglesia o monasterio pertenece tal o cual torre, sino que en sus cimientos esconde restos de la Sevilla romana y almohade en el Antiquarium.
Desde luego que la experiencia bien vale la pena y merece que dediquemos al menos media hora en disfrutar de algo diferente y especial en la preciosa Sevilla.
Y seguimos el paseo, acercándonos a la Iglesia de San Pedro.
Gracias a la amabilidad y la gracia de una sevillana que por casualidad pasaba por delante de la iglesia con su bebé, nos enteramos de que mientras disfrutamos de la preciosa portada y la esbeltísima torre y si queremos casarnos, debemos buscar, en un intrincado cuadro de azulejo, a un pajarito que se esconde de la vista de los transeúntes.
Evidentemente no voy a decir donde está, aunque se vea muy claro en las fotos. Lo que si haremos es entrar en esta iglesia que se construyó sobre una mezquita y que se encuentra en lo que en su momento fue la antigua judería de la ciudad.
No confundamos la entrada, ya que no es la del azulejo, sino la que nos muestra un jardincillo que parece adornar la escultura dedicada a Sor Ángela de la Cruz. Desde aquí parece hacerse realidad la leyenda que dice que es la segunda torre más alta después de la Giralda ( a decir de los sevillanos).
Ya a la bendita sombra de sus tres naves, empezamos a disfrutar de sus maravillosos retablos y capillas, como el de las Ánimas del Purgatorio, que parece recurrente en este templo al repetir el tema que vimos en el azulejo del pajarito.
Pero quizá lo más llamativo, como en todas las iglesias sevillanas, sean las tallas.
Y de entre todas ellas Nuestro Padre Jesús de la Salud, es sin duda la que llama magnéticamente nuestra atención.
Rodeado de una preciosa azulejería mudéjar, resplandece en un lado del altar mayor escoltado por dos enormes ángeles lampadarios que parecen volar sobre nosotros.
Otra joya del templo es la capilla del Cristo de Burgos, con el crucificado más antiguo de los que procesionan en la Semana Santa sevillana, ya que data de 1.574.
Y no nos vamos de aquí sin recordar que fue en sus pila bautismal donde fue cristianizado el pintor Diego de Velázquez allá por el 6 de junio de 1599. Un honor compartir techo con tan insigne artista..
La siguiente parada es la Iglesia de la Magdalena.
Imaginemos, Sevilla a principios del siglo XIII, reconquistada con sangre y hierros por los cristianos que entran en ella con todo el ánimo de no volver a perder la joya de una corona ahora embellecida por los musulmanes que la han dejado atrás.
¿Qué
mejor manera de afianzar el poder del rey que ahora la gobierna que
edificar, como castillos, iglesias que luchen contra la palabra de los
herejes de Alá?
De este modo ve la luz divina una construcción que inmediatamente se alza, como otras muchas, en uno de los lugares estratégicos de la ciudad. Pero llega el fuego y la arrasa completamente, por lo que a finales del siglo XIV vuelve a levantarse pero con una importancia tal, que llegó a ser el único lugar de todo el sur de España donde se formaban los frailes dominicos que tanta fortuna y desgracia llevaron al Nuevo Mundo.
Pero tampoco de esta nada queda ya que se hundió a finales del XVII y tuvo que ser reedificada....
No se puede ser tan importante sin sufrir los avatares del destino.
Pensemos que gracias a estos continuos cambios podemos disfrutar ahora de joyas como el precioso Cristo del Calvario en azulejo que luce, esplendoroso en uno de los costados de la iglesia.
Ya dentro, disfrutando de los numerosos lienzos y frescos que adornan paredes y capillas, aunque sin poder fotografiarlos con claridad, si que nos fijamos especialmente en las tallas que dan aún más valor al templo, como el Señor del Descendimiento o el Resucitado de Jerónimo Hernández, la capilla del Calvario o el Cristo del Perdón.
Es una iglesia que no recibe muchas visitas turísticas, ya que tiene misas cada media hora y tan sólo un intervalo de diez minutos entre una y otra, por lo que debe hacerse deprisa y corriendo.
De este modo ve la luz divina una construcción que inmediatamente se alza, como otras muchas, en uno de los lugares estratégicos de la ciudad. Pero llega el fuego y la arrasa completamente, por lo que a finales del siglo XIV vuelve a levantarse pero con una importancia tal, que llegó a ser el único lugar de todo el sur de España donde se formaban los frailes dominicos que tanta fortuna y desgracia llevaron al Nuevo Mundo.
Pero tampoco de esta nada queda ya que se hundió a finales del XVII y tuvo que ser reedificada....
No se puede ser tan importante sin sufrir los avatares del destino.
Pensemos que gracias a estos continuos cambios podemos disfrutar ahora de joyas como el precioso Cristo del Calvario en azulejo que luce, esplendoroso en uno de los costados de la iglesia.
Ya dentro, disfrutando de los numerosos lienzos y frescos que adornan paredes y capillas, aunque sin poder fotografiarlos con claridad, si que nos fijamos especialmente en las tallas que dan aún más valor al templo, como el Señor del Descendimiento o el Resucitado de Jerónimo Hernández, la capilla del Calvario o el Cristo del Perdón.
Es una iglesia que no recibe muchas visitas turísticas, ya que tiene misas cada media hora y tan sólo un intervalo de diez minutos entre una y otra, por lo que debe hacerse deprisa y corriendo.
De
cualquier manera recomiendo al menos un breve paseo por sus naves para
tener una idea de la belleza del templo donde se bautizó al genial
pintor Murillo.
Y el paseo abre el apetito, así que nada mejor que hacer un alto y comer algo rápido y sabroso. El mesón El Serranito es la mejor opción.
Ya me decía un amigo sevillano que quien no haya comido un serranito en su vida no puede decir que haya estado en Sevilla. Porque criados a base de estos bocadillos/ tapas gigantes, los sevillanos y desde hace no mucho los andaluces en general, no conciben una verbena o una fiesta que se precie sin que el aroma de este contundente plato envuelva a los hambrientos celebrantes.
Y eso que se trata de un tentempié/comida de lo más sencillo y para nada caro.
El serranito original se sirve en una viena andaluza o en un pan de mollete, y se prepara a base de filetes de carne de lomo de cerdo, una o varias lonchas de jamón serrano, rodajas de tomate y un pimiento verde frito. Los pimientos que se emplean son los de tipo italiano, largos y fáciles de freír y son los que le dan un toque diferente al bocadillo.
En otros locales vi que ya venía dentro del pan, mientras que en el Serranito lo ponían a un lado. Me gustó más así ya que das un bocado al emparedado y otro al pimiento.
Aparte de los imprescindibles serranitos, el local también cuenta con una amplia carta de tapas y platos enteros, como el rabo de toro, el bacalao frito, los boquerones, las lagrimitas de pollo, el rulo de cabra con miel de caña, la carne mechada....Las posibilidades son casi infinitas.
El local es amplio y decorado con toda la parafernalia propia no sólo de cualquier establecimiento que sirva comida andaluza sino también del que se encuentra a unos pasos de la Maestranza. Cabezas de toro, capotes, banderillas, carteles de corridas.....Inmersos en el mundo taurino más genuino.
Y es que nadie puede resistirse al típico tópico sevillano del toro y los toreros incluso quien como yo es antitaurino hasta la médula. La estética es aplastantemente española ya que la mayoría de los que vienen a comer son turistas que ya traen esa imagen impresa en sus imaginarios ibéricos.
Se llena mucho desde la franja de las 12 hasta las 4, por lo que es conveniente llegar con tiempo, desde que el hambre apriete.
Y el paseo abre el apetito, así que nada mejor que hacer un alto y comer algo rápido y sabroso. El mesón El Serranito es la mejor opción.
Ya me decía un amigo sevillano que quien no haya comido un serranito en su vida no puede decir que haya estado en Sevilla. Porque criados a base de estos bocadillos/ tapas gigantes, los sevillanos y desde hace no mucho los andaluces en general, no conciben una verbena o una fiesta que se precie sin que el aroma de este contundente plato envuelva a los hambrientos celebrantes.
Y eso que se trata de un tentempié/comida de lo más sencillo y para nada caro.
El serranito original se sirve en una viena andaluza o en un pan de mollete, y se prepara a base de filetes de carne de lomo de cerdo, una o varias lonchas de jamón serrano, rodajas de tomate y un pimiento verde frito. Los pimientos que se emplean son los de tipo italiano, largos y fáciles de freír y son los que le dan un toque diferente al bocadillo.
En otros locales vi que ya venía dentro del pan, mientras que en el Serranito lo ponían a un lado. Me gustó más así ya que das un bocado al emparedado y otro al pimiento.
Aparte de los imprescindibles serranitos, el local también cuenta con una amplia carta de tapas y platos enteros, como el rabo de toro, el bacalao frito, los boquerones, las lagrimitas de pollo, el rulo de cabra con miel de caña, la carne mechada....Las posibilidades son casi infinitas.
El local es amplio y decorado con toda la parafernalia propia no sólo de cualquier establecimiento que sirva comida andaluza sino también del que se encuentra a unos pasos de la Maestranza. Cabezas de toro, capotes, banderillas, carteles de corridas.....Inmersos en el mundo taurino más genuino.
Y es que nadie puede resistirse al típico tópico sevillano del toro y los toreros incluso quien como yo es antitaurino hasta la médula. La estética es aplastantemente española ya que la mayoría de los que vienen a comer son turistas que ya traen esa imagen impresa en sus imaginarios ibéricos.
Se llena mucho desde la franja de las 12 hasta las 4, por lo que es conveniente llegar con tiempo, desde que el hambre apriete.
Justo a su lado está la Maestranza.
Fue la leyenda, no la matanza lo que me hizo acercarme hasta ella. Ni por un momento se me ocurrió entrar al ruedo, escenario de matanzas sin sentido en aras del divertimento humano. Sangre y arena. Sangre roja, de muerte absurda de unos y de otros, del animal vestido de luces y del noble astado, criado por y para la muerte, como símbolo de una España caduca y obsoleta, que se revuelca en sus peores y más crueles tradiciones para no ver lo que ocurre ante sus ojos.
Perdonen esta perorata, pero no la puedo evitar. Como no pude evitar sorprenderme ante el buen estado de conservación del edificio de 1881, con un museo taurino que recoge lo "mejor" de la historia de la plaza, con toda una variedad inmensa de marketing referente al edificio, a las corridas y al mundo del toro en general.
Por supuesto que no iba a pagar ni un céntimo para una visita que me iba a amargar el día, así que los dejo con unas imágenes del exterior a las que no se les puede negar su valor estético. Simplemente eso.
De aquí al Ayuntamiento.
Mucha gente pasa por delante sin enterarse de que este edificio plateresco, que parece hecho de filigrana de plata, es la sede central del Ayuntamiento de Sevilla, fruto de la riqueza que fue fluyendo gracias al descubrimiento de América y la consiguiente importancia que iba adquiriendo Sevilla como Puerto de Indias.
El edificio supuso un cambio radical en muchos conceptos, porque fue el comienzo de la separación entre el poder eclesiástico y el municipal por un lado, y por otro porque deja a un lado completamente el uso del ladrillos como base de la construcción para tomar la piedra, que le permitirá dar rienda suelta a la imaginación ornamental de los artistas que le dieron su maravillosa estética.
Bustos de personajes ligados a la ciudad, como el fundador, el mítico Hércules, Julio César que dio el primer Cabildo, y el emperador Carlos que hizo de Sevilla la capital de su imperio, la omnipresente divisa de la ciudad NO∞DO ( que hace referencia a la lealtad que demostró Sevilla al Rey Don Alfonso en su lucha contra Don Sancho y que se lee NO ME HA DEJADO), y miles de adornos y referencias a la riqueza y exuberancia del estilo plateresco.
Ahora forma parte de un espacio amplio y muy transitado, uno de los varios núcleos que tiene la ciudad para solaz y entretenimiento de sus habitantes, y que contrasta con otros edificios de la zona en estilo y tamaño, como la capilla de san Onofre, el edificio de Telefónica o el monumento al rey San Fernando.
Pero vamos a callejear un poco por nuestra Sevilla.
No es fácil hablar de las calles de Hispalis, sin duda de las más bellas del mundo, no sólo por su arquitectura, que mezcla mil estilos y colores distintos, por las beatas que las pasearon y por los miles de estudiantes que diariamente las pasean en busca de 'fiesta', sino también por tener vida propia, por llamarse Sierpes o Curtidurías, Betis o Colón.
A
pesar de las grandes transformaciones que ha sufrido Sevilla en los
últimos tiempos, sobre todo con motivo de la Exposición Universal, sus
calles siguen teniendo esas tiendas añejas, pintorescas y de gran sabor,
almacenes reformados y adaptados a las últimas exigencias del mercado
pero sin perder ese sabor propio.
El
tapeo de mediodía o de tarde, que tiene sus templos en el barrio de
Santa Cruz, plaza de San Lorenzo y Triana debería considerarse
patrimonio de la Humanidad, nos solo por ser una tradición que mueve
masas sino sobre todo por las calidad y sabor de su cocina.
Sevilla es una ciudad antigua y moderna a la vez, cerrada y cruzada por amplias avenidas de gran afluencia de tráfico, como Delicias o Constitución, en las que se conservan intactos el abigarramiento y el barroquismo que la hicieron famosa desde épocas lejanas. Nuestra cabeza tendrá que acostumbrarse a subir y bajar constantemente y nuestra boca a permanecer abierta en un constante gesto de asombro, tal es el incalculable número de monumentos y lugares de interés que ha ido acumulando a lo largo de la historia.
No podemos evitar pasar por el Palacio de Dueñas, hogar de la Duquesa de Alba..
Lo inmaterial también forma parte de la esencia, como encontrarse en la calle el fervor con el que los Trianeros reciben un nuevo trono para su virgen y verla unos días después reinando sobre él.
Pero sobre todo hay que mantener los cinco sentidos alerta, o dejar que ellos mismos lo hagan, ya que por cualquier lado, desde cualquier esquina, nos asaltan visiones, sonidos, olores, sabores y texturas que parecen nuevos pero que son la esencia centenaria de Hispalis.
Sevilla es una ciudad antigua y moderna a la vez, cerrada y cruzada por amplias avenidas de gran afluencia de tráfico, como Delicias o Constitución, en las que se conservan intactos el abigarramiento y el barroquismo que la hicieron famosa desde épocas lejanas. Nuestra cabeza tendrá que acostumbrarse a subir y bajar constantemente y nuestra boca a permanecer abierta en un constante gesto de asombro, tal es el incalculable número de monumentos y lugares de interés que ha ido acumulando a lo largo de la historia.
No podemos evitar pasar por el Palacio de Dueñas, hogar de la Duquesa de Alba..
Lo inmaterial también forma parte de la esencia, como encontrarse en la calle el fervor con el que los Trianeros reciben un nuevo trono para su virgen y verla unos días después reinando sobre él.
Pero sobre todo hay que mantener los cinco sentidos alerta, o dejar que ellos mismos lo hagan, ya que por cualquier lado, desde cualquier esquina, nos asaltan visiones, sonidos, olores, sabores y texturas que parecen nuevos pero que son la esencia centenaria de Hispalis.
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