jueves, 2 de agosto de 2018

Irlanda, la fascinante Isla Esmeralda (II)

Poca gente se desvía de la carretera en su camino a Belfast o a Dublín para visitar el pequeño aunque imponente sitio de Monastirboice. Y es una pena, porque el lugar vale cada metro que nos desviemos.
Realmente no se que es lo que más me gustó del lugar, si el cementerio ( a los que soy adicto), pintoresco y pequeño aunque de una fotogenia insuperable, o las históricas cruces que acompañaban a la torre que preside el conjunto. No lo se.


De cualquier manera tomé varias fotos a las tumbas y lápidas para mi colección particular y me dediqué luego a investigar sobre la parte arquitectónica e histórica del lugar.






Al parecer, las dos grandes cruces llamadas St Muiredach Cross y West Cross, se levantan en su sitio desde hace nada menos que once siglos, mostrando a todo el que quiera ver las escenas de la biblia tal y como hacían tiempo atrás, para explicar el evangelio a la analfabeta población del lugar.
A su lado, la enorme torre redonda, es una de las más altas del país, aunque desgraciadamente hace mucho que perdió su tejado cónico que sí conservan sus hermanas de otros condados.



Del monasterio que da nombre al lugar quedan algunas estancias que han podido conservarse y restaurarse y que dan una idea de cómo pudo haber sido el conjunto cuando se edificó allá por el siglo XIV, aunque hay pruebas de que la torre ya existía desde finales del siglo X y que se utilizó como tesoro y campanario.




De cualquier manera, repito que vale la pena visitar el sitio para admirar no sólo la belleza incalculable de las cruces, sino para disfrutar la paz y la tranquilidad que un día debieron buscar los monjes de Monastirboice.


Y nos vamos al Ulster.

En pleno centro de Belfast, capital de Irlanda del Norte, encontramos este fabuloso edificio que quiere mantener vivo en la memoria el recuerdo de la antigua gloria del Imperio Británico.

Sólo debemos dirigirnos a Donegall Square, una enorme plaza rectangular con preciosos jardines donde los  habitantes de Belfast intentan calentar sus huesos al sol, y desde la que irradian las principales calles de la ciudad, para encontrar la joya de la que les hablo, el impresionante City Hall.
No es antiguo, ya que se levantó en 1906 ( aunque en estilo barroco, creo que para dar impresión de más edad y para permitirse la licencia de hacerlo en grandes dimensiones), y la cúpula de 53 metros que lo corona le da una elegancia propia de un edificio que lo que busca es impactar y dar esa idea de poder atemporal. Ya desde su frente nos recibe la longeva Reina Victoria, sentada en lo alto de un pedestal mostrando toda su majestad y poderío. Para reforzar esa idea de solemnidad, una serie de estatuas de personajes ilustres rodean el edificio, como si se tratara de un ejército de poderosos e impasibles soldados de la historia.





Pero quizá lo más atractivo esté dentro, así que crucemos libremente las enormes puertas de entrada y miremos por encima de nuestras cabezas. El más fino mármol italiano cubre cada centímetro de suelos, paredes y techos. La escalera, iluminada por vidrieras que cuentan la historia de la ciudad son sencillamente impresionantes y de una elegancia única.





No pudimos visitar el maravilloso Council Chamber ni el resto del edificio porque íbamos muy mal de tiempo y no podíamos esperar a la siguiente visita gratuita ( única manera de visitar el interior).

Para el que sí lo tenga recomiendo realizar una de las 5 que se realizan por la mañana y después del almuerzo. Seguro que vale la pena.

Cuando los normandos invadieron las costas de Belfast en el siglo XII, pensaron que se trataba de un pequeño asentamiento sin apenas importancia, pero nada más alejado de la realidad, ya que desde la Edad de Bronce, el lugar había estado habitado ininterrumpidamente. Y no es de extrañar, porque parece que Belfast fuera un pedazo de Inglaterra, con sus enormes y elegantes edificios, su agitada vida cultural y su pujante economía, enclavado en mitad del campo. El contraste es realmente delicioso, y enamora.


Así, la ciudad ha seguido una línea de crecimiento económico iniciado con la llegada de los hugonotes y que alcanzó su máxima plenitud en el siglo XIX y que ha permitido que luzca señorial, espectacular y con una esencia que ni siquiera los años de agitación y violencia consiguieron frenar.


Y es que sus habitantes son incansables trabajadores que han dado al mundo maravillas como el mítico Titanic entre otros grandes transatlánticos, que se fabricaron en sus astilleros y marcaron un antes y un después en los viajes por mar; pero aparte, la ciudad es famosa por su industria textil especialmente la del lino, en la que se han convertido en auténticos especialistas.

Pero no sólo de trabajo vive el hombre, sino también de la diversión en los pubs al salir de su jornada laboral, de las compras en sus animados y modernos centros comerciales ubicados en preciosas zonas peatonales, de las numerosas propuestas culturales ( festivales de cine, teatro y deportes), del arte en la calle ( Belfast está rebosante de impresionantes grafiti que llenan de colorido cualquier rincón de la ciudad), de los museos y de los restaurantes que proliferan como hongos y convierten a Belfast en un destino turístico cada vez más importante y valorado.


La ciudad es para pasear, eso sin duda. Recorrer las riberas del río Lagan, adentrarse en las callejuelas repletas de pubs y tiendas alternativas, visitar sitios cargados de historia o simplemente sentarse en un banco para sentir el latido de una ciudad que sólo quiere vivir en paz y disfrutar de su propia belleza.

El serpenteante y caudaloso río Lagan, que discurre por la ciudad de Belfast ha sido sin duda el factor determinante de la riqueza de la ciudad. Basta acercarse a sus orillas para ver la zona de los muelles, todavía hoy ocupada en parte por los astilleros que hicieron célebre a Belfast y que aún hoy la mantienen en cabeza en la industria de la construcción de grandes barcos.

A lo largo del río vemos los intentos humanos de domarlo, como el Lagan Weir un dique de cinco compuertas que regulan el flujo y reflujo de las mareas y que forma parte de un ambicioso plan de remodelación de la zona del río para acercarlo a los habitantes de Belfast.

Un gracioso ejemplo es el Big Fish, una escultura con forma de salmón cubierto de cientos de azulejos que narran la historia de la ciudad.


Pero el imán que atrae a todos los visitantes al río es sin duda el Titanic Quarter, con un protagonista indiscutible, el astillero Harland & Wolff, cuna del Titanic. En su parte más visible se levanta el Titanic Belfast, un museo organizado en seis niveles dedicado a la historia del transatlántico más famoso del mundo, desde su construcción a su botadura, acabando en el trágico viaje inaugural de 1912.




Estos astilleros llegaron a dar empleo a mas de 50.000 personas, y aún se conservan dos de las grúas más altas del mundo, Sansón y Goliath con unos 100 metros de altura y 140 de largo.

Como podemos ver, el río Lagan tiene mucho que enseñarnos, pero sobre todo tiene un futuro prometedor.

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