Existe un tour muy recomendable, sobre todo para los más mitómanos, que nos lleva por aquellos rincones que enamoraron al escritor Hemingway. Se trata del Tour de la Cuba de Hemingway, que no se limita a visitar el centro de La Habana, sino que te llevará a preciosos pueblos como Cojimar.
A mitad de camino nos encontramos con el Parque Monumento a los Mártires Universitarios que se construye en La Habana, en el año 1965, un original proyecto que resultó premiado en un concurso internacional convocado para la ocasión.
Sus autores fueron los entonces jóvenes arquitectos: Mario Coyula, Emilio Escobar, Sonia Domínguez y Armando Hernández, todos estrechamente vinculados –desde la propia experiencia vital– a un segmento importante del acontecer histórico que conmemoraba este novísimo monumento.
El sitio escogido para el emplazamiento fue la concurrida manzana que conforman las calles: San Lázaro, Infanta, Jovellar y San Francisco; un área particularmente importante tanto por su cercanía a la histórica colina de la Universidad, como por el hecho de haber sido escenario de frecuentes confrontaciones entre los estudiantes y las fuerzas de la represión. El reto mayor que afrontaba el equipo de trabajo era el de la concepción misma de un monumento conmemorativo dedicado no a una determinada personalidad de la historia, sino a una sucesión de mártires caídos a lo largo de una lucha casi centenaria; lo que se perpetúa en esta oportunidad no es la grandeza de una figura histórica sino la invaluable dimensión de una acción de masas.
Seguimos de nuevo por la calle San Rafael, donde vimos varias estampas curiosas.
Hasta llegar de nuevo al Capitolio...
Y bajamos de nuevo por la calle Obispo. En una de sus manzanas, estuvo ubicada desde 1728 hasta 1902 la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de la Habana.
Otros edificios coloniales encontrados al paso de esta calle es el Palacio de los Capitanes Generales donde se encuentra, en la fachada lateral que da a Obispo, una placa en recuerdo de la estancia en este lugar del libertador italiano Giuseppe Garibaldi.
Y así, entre historia, arquitectura, arte, gente, comercio, se llega hasta la Plaza de Armas, casi al borde de la bahía, después de haber vivido la experiencia de dejar nuestras huellas en la famosa, añeja y siempre viva calle habanera del Obispo.
La Plaza de Armas esta considerada el corazón de la antigua ciudad, pues a partir de la misma comenzó la expansión de la entonces villa de San Cristóbal de La Habana. Su ubicación se vincula con la tradición del primer cabildo celebrado el 16 de noviembre bajo una frondosa ceiba, muy cerca del litoral, para dar los primeros pasos en la creación de la actual capital de la isla.
Precisamente frente a aquel árbol, renovado por varias generaciones de habaneros, se delimitó la primera plaza de la villa, que recibió el nombre definitivo a partir de 1584 al ser utilizado su espacio para ejercicios militares. En 1828 se inauguró en sus alrededores El Templete, pequeño edificio de estilo neoclásico que conserva en su interior tres pinturas del artista plástico francés Jean Baptiste Vermay, las cuales ofrecen a los visitantes una versión del acto fundacional de la villa y la bendición de la ciudad por el obispo de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Landa.
Sin embargo, la edificación más representativa del entorno es el Palacio de los Capitanes Generales, construido entre 1776 y 1791 y considerado la obra más bella de la colonia española en la mayor de Las Antillas. El inmueble cumplió las más diversas funciones, desde cárcel, sede del gobierno y del Ayuntamiento de La Habana hasta acoger en la actualidad al Museo de la Ciudad, abierto al público desde hace mas de dos décadas.
Un paseo para tomar un café por la calle Oficios...
Las calles habaneras no eran nombradas oficialmente por parte del Cabildo sino que los vecinos las iban llamando según algunas características de cada una en cuestión o según el nombre de algún vecino ilustre que vivía en ella. Esta es la razón por la que muchos han tenido diversas denominaciones a lo largo del tiempo y que una misma calle tuviera varios nombres simultáneamente según sus tramos. Las calles no son sólo un pavimento transitable; de ellas forman parte también las vivencias, los edificios administrativos, las iglesias y conventos, las plazas y paseos, todo lo que constituye el ámbito de trabajo, convivencias, ocio y vida espiritual de la población. Cuando se evoca una calle, se evoca un trozo de vivir, un espacio entrañable donde los seres crecieron, amaron y sufrieron, donde se decidió el destino de la comunidad.
Se le llamó De los Oficios, porque desde esta plaza y hasta la de San Francisco, estaba llena de menestrales.
La casa de Oficios numero 8, junto a las colindantes que conforman la esquina de Obispo, constituyen unas de las más antiguas que se levantaron muy próximas al sitio fundacional de la ciudad.
Y llegamos a la Plaza Vieja. La orden para su creación fue emitida hacia 1587, pero solo se llevó a la práctica en la segunda mitad del siglo XVII, para convertirse en el sitio ideal donde los vecinos de la ciudad intercambiaban sobre las noticias mas recientes, practicaban operaciones comerciales o simplemente tomaban el fresco en la época de calor.
La minuciosa labor de especialistas y restauradores llevaron a la Plaza Vieja a mostrar a los visitantes su pavimento readoquinado, con una fuente al centro que constituye una réplica en mármol de Carrara de la que antaño suministraba agua a los vecinos, ahora con un propósito puramente ornamental. Numerosas edificaciones complementan el atractivo del sitio, pues en sus alrededores se localiza el Fondo de Bienes Culturales, ubicado en el antiguo palacio de los Condes de Jaruco, erigido en la primera mitad del siglo XVIII.
Llamada inicialmente Plaza Nueva, se erigió rodeada por las antiguas calles de Muralla, Mercaderes, Teniente Rey y San Ignacio, convertida además en área residencial de lo más selecto de la burguesía criolla hasta el siglo XVIII.
Su nombre se transformó en Vieja al nacer la Plaza del Santo Cristo, y en 1835 acogió al Mercado de la Reina Cristina, una de las primeras pescaderías recogidas en los documentos de esos tiempos, sustituida en 1908 por un parque de tipo republicano.
La isla, caracterizada por una verdadera mezcla de estilos constructivos, reflejo en las edificaciones localizadas en la zona de la mencionada plaza la rica arquitectura presente en Cuba, con palacetes de portales con arcadas y comercios de las mas variadas formas, según las influencias de sus creadores. El avance del siglo XX llevó incluso a la conversión de la plazoleta central en un estacionamiento soterrado hacia 1952, para recuperar paulatinamente su entorno habitual con los trabajos realizados en los últimos años por la Oficina del Historiador de La Ciudad de La Habana.
La Zanja Real fue el primer acueducto construido en Cuba y funcionó desde 1592 hasta 1835, cuando La Habana intramuros pasó a ser abastecida de agua por el Acueducto de Fernando VII; pero aún así, la Zanja continuó prestando servicios hasta el siglo XX a algunos sectores de La Habana extramuros, así como fue utilizada para el regadío y la eliminación de desechos de algunas industrias.
La vivienda más antigua del entorno, ya restaurada, corresponde al lugar donde vivió Don José Martín Felix de Arrate, considerado el pionero de los historiadores habaneros, además de museos, hostales y centros culturales.
El convento de San Francisco de Asís fundado a finales del siglo XVI, constituyó el elemento distintivo de la presencia de la Orden Franciscana en el continente americano, quienes tenían como responsabilidad la evangelización de los pobladores de América.
La plaza que posibilita el acceso al lugar está considerada como una de las tres primeras de La Habana por su antigüedad, se denomina así por haberse construido un convento de frailes franciscanos cuya edificación culminó en 1591 tras ser iniciada en 1574. En su entorno se encuentran el edificio de la Lonja del Comercio, la terminal de cruceros, restaurantes, cafeterías entre otras instalaciones tanto recreativas como gubernamentales.
Entre las iglesias católicas cubanas, el templo de lo que una vez fue la iglesia de San Francisco de Asís tiene una historia muy peculiar. La antigua Catedral de La Habana se encontraba donde hoy está el Palacio de los Capitanes o Palacio de los Gobernadores. Cuando aquella iglesia se decidió derribar y trasladar la Catedral a otro templo, fue la iglesia de San Francisco de Asís, por su tamaño y belleza, la que recibiría el gran honor. Antes del traslado de la Catedral, los ingleses atacan y toman a La Habana. Entre las muchas cosas ocurridas durante los once meses que estuvo La Habana bajo el dominio de Inglaterra sucedieron dos hechos que afectaron seriamente al templo de San Francisco de Asís.
El obispo de La Habana nunca llegó a tener buenas relaciones con los ingleses, terminando preso. Y el otro hecho fue que los ingleses seleccionaron esta iglesia para practicar su religión. Tal fue el caso que tan pronto se fueron los ingleses de Cuba, el obispo de La Habana declaró el templo de San Francisco de Asís profanado y que esa edificación no podía volver a ser un templo católico. La Catedral eventualmente fue trasladada a la pequeña iglesia de los Jesuitas, que tiene un convento que es un castillo, donde aun se encuentra. Y el templo de San Francisco de Asís que vemos aquí pasó a ser utilizado para varios usos, incluyendo el de aduana del puerto por muchos años, pero nunca volvió a ser iglesia.
Volvemos otra vez a la Plaza de Armas por la calle Oficios, donde encontramos el Museo del Automóvil.
El Depósito del Automóvil está dividido en dos salas expositivas, las cuales comparten la totalidad de la colección compuesta por 30 automóviles de paseo, 2 camiones rígidos, una carroza fúnebre, un vehículo especial, 7 motos, un semáforo, 3 bombas de combustible y 2 remedos didácticos. El vehículo más antiguo de la colección data de 1905 y el más moderno de 1989; son fundamentalmente de construcción norteamericana, aunque existen ejemplares fabricados en Italia, España, Alemania y el Reino Unido.
Un poco más adelante encontramos una casa de apuestas que aún guarda un bombo de loterías.
Y llegamos de nuevo al Museo de la Ciudad , al que entramos para hacer una extensa visita.
Está ubicado en el Palacio de los Capitanes Generales, un bello ejemplo de arquitectura del Siglo XVIII barroco cubano, y uno de los más importantes y mejor conservados edificios del municipio capitalino.
Ocupando parte del espacio de la demolida Parroquia Mayor, se levantó el Palacio entre 1776 y 1791. El edificio, obra significativa de la arquitectura civil del siglo XVIII, fue proyectado por el ingeniero habanero Antonio Fernández de Trebejos y Zaldívar, bajo la dirección del capitán general Felipe de Fondesviela, marqués de la Torre -notable gobernador y urbanista-, e inaugurado por el ilustre don Luis de las Casas y Aragorri, en 1791. Desde entonces funcionó como sede del gobierno colonial español hasta su fin en 1898; del interventor norteamericano de 1899 a 1902, y del de la República de Cuba de 1902 a 1920.
Desde 1938 se alojó en el edificio la Oficina del Historiador de la Ciudad bajo la dirección del doctor Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964). En 1967 el gobierno municipal se trasladó a una nueva sede, para que el edificio comenzara a restaurarse con la finalidad de destinarlo a Museo de la Ciudad de La Habana, cuyas primeras salas de exposición se inauguraron a partir de 1968.
Se considera este museo como el emblemático del Centro Histórico de La Habana, pues desde allí se proyectó la gesta restauradora encaminada a preservar los valores arquitectónicos y culturales de la ciudad.
Se expone el vestuario utilizado por los diferentes cuerpos del ejército español y sus atributos, entre ellos las condecoraciones, bastones, sables y otros. Entre los uniformes se destaca el de Ramón Herrera Sancibrián, coronel del Cuerpo de Voluntarios que alentó a sus tropas a pedir la pena de muerte para los 8 estudiantes de Medicina que serían fusilados en 1871.
Esta sala muestra uno de los dos despachos con que contaba el Capitán General de la Isla de Cuba, donde eran atendidos los asuntos referidos a la situación política y militar del país, fundamentalmente. Entre las personalidades recibidas en este despacho estuvo el sabio alemán Alexander Von Humboldt, en 1800. En sus vitrinas se destaca el primer equipo telegráfico que entró a Cuba en 1865. Además, varios documentos emitidos por la Corona y los Capitanes Generales de la Isla de Cuba, entre ellos el Bando de Concentración dictado por el Capitán General Valeriano Weyler y Nicolau, el 21 de octubre de 1896.
El Cabildo constituyó una de las formas de gobierno local existentes en España y más tarde aplicada en sus colonias hispanas. Una vez construido el Palacio de los Capitanes Generales, se trasladan a esta sala los capitulares, que jerarquizaban cada paso para promover el desarrollo socioeconómico y cultural de la ciudad. Como representantes de la clase criolla que detentaba el poder económico, introdujeron avances fundamentales como la aplicación de la máquina de vapor en los ingenios azucareros y la construcción del primer tramo del ferrocarril Habana-Bejucal, además de crear importantes instituciones como la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el Real Consulado de Agricultura y Comercio y la Primera Biblioteca Pública. En esta sala velaron en capilla ardiente a Leonor Pérez, madre de José Martí, en mayo de 1907.
Sala del Pensamiento
Aborda las corrientes ideológicas que se manifestaron en Cuba a principios del siglo XIX, que constituyeron una muestra del descontento de la burguesía esclavista con el régimen impuesto por España en la isla antillana, caracterizado por el férreo control sobre sus productos. El movimiento conocido como Reformismo tuvo entre sus figuras más representativas a Francisco Arango y Parreño y José Antonio Saco. El Anexionismo, tendencia que enroló en sus filas a aquellos criollos que veían a Estados Unidos como el único país capaz de procurarle a la Isla el respaldo económico necesario, contó con Narciso López entre sus principales representantes. A estas tendencias se contrapuso el Independentismo, sostenido inicialmente por un grupo de estudiantes y miembros de los sectores ilustrados, entre los que se destacó el presbítero Félix Varela y Morales; pero estas ideas no tomaron fuerza hasta la segunda mitad del siglo XIX, y su máxima expresión fue el grito de independencia del 10 de Octubre de 1868. Los retratos hechos por el pintor santiaguero Federico Martínez, ubicados en testeros de paredes, permiten visualizar algunos de los personajes más destacados del pensamiento cubano del siglo XIX.
Tras el fracaso de todas las acciones de los cubanos, ya fuera por la vía reformista o por la anexionista, va a quedar demostrado que las contradicciones metrópoli-colonia eran insalvables y la anexión imposible. Y así lo demuestra el estallido revolucionario del 10 de Octubre de 1868, al frente del cual se ubicó el ala radical y patriótica de los terratenientes cubanos, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes.
En poco tiempo la guerra se extendió a Las Villas y Camagüey, pero a causa del regionalismo, el caudillismo, las divisiones dentro del Ejército Libertador y la falta de apoyo logístico del exterior, la beligerancia no llegó a Occidente, región de mayor potencial económico de la Isla y que sustentaba al ejército español. Por ello, tras dos lustros de heroica batalla por la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud, la revolución de Yara terminó con la firma del pacto del Zanjón, lo cual significó el mantenimiento del dominio español.
Las salas de las banderas son las más relevantes del Museo de la Ciudad debido a los tesoros nacionales que exponen: la bandera original que ondeó por primera vez en 1850 y que, una vez iniciada la Guerra de los Diez Años, devino insignia nacional; la enseña que comenzó esa gesta emancipadora, y otras que pusieron muy en alto los ideales de la Revolución. Muestra además objetos personales de los máximos líderes de las guerras de independencia, entre ellos pertenencias de José Martí, jefe político de la epopeya de 1895 y unificador de sus fuerzas en el Partido Revolucionario Cubano. El óleo sobre la caída en combate del Mayor General Antonio Maceo refleja una etapa crucial de la última contienda bélica contra el colonialismo español, cuando se materializó una de las aspiraciones más importantes de los dirigentes de las guerras cubanas del siglo XIX: la Invasión de Oriente a Occidente, para poner a la isla de Cuba en pie de lucha por la independencia.
El 15 de febrero de 1898 se produjo en la bahía de La Habana la explosión del crucero acorazado Maine, de bandera norteamericana, en la que perecieron 266 miembros de su tripulación, entre los que se encontraban 2 oficiales. Los funerales se realizaron en la sala del Cabildo de Palacio. El suceso fue el pretexto utilizado por los Estados Unidos para intervenir en el conflicto entre Cuba y España. Esta guerra, llamada hispano-cubano-norteamericana, concluyó con la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898. En cumplimiento de ese tratado, en cuya redacción no participó ninguna representación cubana, las autoridades españolas entregaron el poder a John Brooke, Gobernador Militar norteamericano designado para Cuba, el 10 de enero de 1899. En 1901 fue convocada la Asamblea Constituyente para redactar la Constitución de la República de Cuba, documento donde se establecieron las limitantes que definieron la futura independencia cubana.
El saloncito de mimbres refleja el ambiente que predominó en Palacio durante las dos últimas décadas del siglo XIX. Se destaca el mobiliario Art Nouveau, estilo artístico que irrumpió a fines del XIX y se puso de moda en países como Bélgica, Francia, España y Estados Unidos.
Cuenta asimismo con piezas realizadas por el joyero y vidriero modernista francés René Lalique, así como de Émile Gallé, maestro en todas las técnicas que existían en la elaboración de vidrios con la empresa Daum Frères, fundada en 1889 en Francia. Además muestra exponentes del Art Déco, gobelinos franceses, juguetes y una obra del pintor cubano Guillermo Collazo.
El Trinchante
Pequeño salón que exhibe lujosas vajillas y piezas destinadas al servicio de mesa, entre retratos que el pintor norteamericano Elias Metcalf realizó para la acaudalada familia Ximeno.
Salón del Comedor
Ambientado a la usanza de los palacios coloniales del siglo XIX, está ubicado en el mismo espacio que ocupó durante la etapa colonial y las primeras décadas del siglo XX, y donde se ofrecieron grandes banquetes para conmemorar o festejar acontecimientos políticos o simplemente para celebraciones auspiciadas por el propio Capitán General.
Se integran como piezas originales las bandejas de cobre plateado que pertenecieron a la Capitanía General de la Isla de Cuba. En paredes se distinguen interesantes tapices flamencos de los siglos XVII y XVIII, trofeos de caza y una colección de vajillas de especial atractivo que pertenecieron a más de un centenar de familias cubanas.
El espléndido modo de vida alcanzado por la aristocracia cubana a mediados del siglo XIX se regodeaba en elegantísimos ambientes interiores caracterizados por la mezcla de diversas influencias foráneas. Muebles de medallón del período Isabelino, porcelanas francesas, lozas inglesas e italianas contribuían a dotar de distinción estos espacios.
Esta pieza que se disponía en la parte privada del Palacio fue usada como dormitorio por la esposa del Capitán General. En la sala se destacan dos paisajes al óleo de Esteban Chartrand.
En 1893 la infanta Eulalia de Borbón visitó La Habana, y durante su estancia de siete días ocupó esta habitación que servía de dormitorio al Capitán General. La aristocracia habanera la agasajó con fiestas y regalos, algunos expuestos en esta sala. Entre las piezas más importantes se encuentran dos óleos, uno del pintor español José María Romero y otro de Esteban Chartrand, principal exponente del romanticismo cubano. También son significativos un juego de muebles diseñado por John Henry Belter y dos jarrones elaborados con la técnica del cloisonné.
A pesar de que el clima tropical cubano impone al baño un carácter de necesidad diaria, no es hasta mediado del siglo XIX cuando ese acto comienza a ser integrado a la vida de los habitantes de la ciudad de La Habana. Hasta entonces, la mayoría de los hoteles y casas particulares no disponían de sala de baño, aunque los establecimientos de baños públicos, sobre todo los destinados al sexo masculino, eran muy concurridos, y algunos llegaron a ser muy confortables. En esa época también eran muy visitados los balnearios de aguas medicinales.
Sin embargo, lo más usual era el lavado semanal con el aguamanil y la jofaina, con el complemento de un toque de perfumes y aromatizantes. Muchos objetos eran traídos por la aristocracia de Europa o del Oriente.
La sala muestra cristalería francesa, cristal checo decorado por Mary Gregory, porcelana china de exquisita cochura, así como piezas de plateros cubanos como Misa, y bañeras de mármol italiano en forma de caracolas o góndolas que constituyen verdaderos tesoros.
Las élites española y criolla seleccionaron lugares de esparcimiento entre los salones de sus elegantes residencias. La antesala del salón principal del Palacio fue utilizada como complemento para recibir invitados en días de fiesta y espacio para las audiciones musicales. Decorado con mobiliario Luis XV y Luis XVI, retratos al óleo y porcelanas europeas, conserva entre sus más valiosas piezas dos hermosos jarrones de porcelana Meissen del siglo XVIII.
En el área que ocuparan la cochera y caballerizas de Palacio se exponen diversos modelos de coches: el Quitrín, introducido en Cuba a principios del siglo XIX; el conocido break de origen inglés, de finales del siglo XIX, con capacidad para un mayor número de personas; por último, el faetón, carruaje descubierto y bastante ligero.
En las vitrinas se muestran trajes de calesero, objetos relacionados con la vida cotidiana y caricaturas del pintor costumbrista vasco Víctor Patricio Landaluze.
Otra de las piezas relevantes es la locomotora, una remembranza de la primera que circuló el 19 de noviembre de 1837 por la estación de Villanueva. Esta pieza de tipo Cagney 15, fabricada en 1905 en los Estados Unidos, constituye una joya del patrimonio ferroviario cubano.
Y salimos de nuevo el patio para acabar la visita.
Doña Maria de Cepero y Nieto, según la tradición, fue herida mortalmente por una bala de arcabuz, mientras se encontraba arrodillada en la iglesia asistiendo a una fiesta religiosa que ella había costeado. Parece que fue sepultada en el mismo sitio en que sufrió ese casual y desgraciado accidente, y allí se le erigió un sencillo monumento que ostenta una cruz y un querubín, con otras diversas alegorías bélicas y funerarias
El paso por esta sala propone el recuerdo de la Parroquial Mayor, primitiva iglesia que abrió sus puertas al culto católico en la Villa San Cristóbal de La Habana en 1577, y que en 1741 quedó devastada como consecuencia de la explosión del navío Invencible. Restos arqueológicos de su existencia, joyas de las iglesias más antiguas de La Habana, de las primeras órdenes religiosas que se establecieron en esta ciudad entre las que figuran la de Santo Domingo y San Francisco, así como piezas de conventos y retratos de los primeros obispos, constituyen memorias de la Iglesia Católica en Cuba exhibidas en este espacio.
Caminamos un poco más por la calle Obispo para meternos por otras callejuelas...
Fundada por los españoles como la villa de San Cristóbal de La Habana el 16 de noviembre de 1519, es una de las ciudades más antiguas erigidas por los europeos en el hemisferio occidental. Ya para el Siglo XVII la ciudad se había convertido en uno de los principales centros de comercio y construcción de barcos en el Caribe. Aunque en la actualidad la ciudad se ha convertido en una gran megápolis de aproximadamente 2.148.134 habitantes, su antiguo centro mantiene sus grandes fortalezas, una interesante mezcla de monumentos barrocos y neoclásicos, calles estrechas, viejas casas con arcadas, balcones, portones de hierro forjado y patios interiores de gran interés histórico, que constituyen bellísimos ejemplos de arquitectura, convirtiendo a esta ciudad en uno de los conjuntos coloniales más ricos de América Latina.
Su historia abarca tres períodos fundamentales, que están claramente reflejados en el paisaje urbano: período colonial español (1519 a 1898), período neocolonial norteamericano (1898 a 1959), y el período revolucionario (de 1960 a la fecha actual). El colonial, que duró casi 400 años, dotó a La Habana de la gran cantidad de edificaciones que hoy la distinguen, y ha llevado a la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) a declarar el centro de la ciudad, La Habana Vieja, como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1982.
Durante la década de 1960 del Siglo XX comienza el rescate del ambiente histórico de La Habana Vieja, impulsado por el Gobierno Revolucionario, desde entonces se lleva a cabo un trabajo de investigación y restauración. En esta actividad ha tenido un peso considerable
en la labor de dirección y planificación la Oficina del Historiador de la Ciudad. El actual municipio de La Habana Vieja surgió en 1976, con la nueva división político administrativa. Su historia apenas rebasa los 36 años, pero la del territorio que abarca, que llega a incluir los antiguos barrios, se remonta a varios siglos de quehacer histórico. La influencia ejercida por sucesivas generaciones da continuidad al proceso histórico que enlaza su pasado con el presente.
La Habana Vieja es una de las zonas más turísticas de La Habana, debido, en gran medida, a la restauración y conservación de su arquitectura colonial. Cuenta con una variada oferta cultural y gastronómica, que va desde restaurantes de todo tipo, bares, cantinas y famosos centros nocturnos. También encontramos una red de librerías, museos y tiendas. Debido a la gran cantidad de turismo, la vida en la Habana Vieja es muy activa y en ella se llevan a cabo ferias de artículos artesanales y de libros, presentaciones artísticas, peñas deportivas...
La Habana Vieja no es una pieza de museo, ni se restaura a la manera de un set cinematográfico, es una comunidad bullente en la que habitan aproximadamente unas 100. 000 personas, que interactúan con su medio.
El Marqués de la Torre, que gobernó Cuba de 1771 a 1776, y tanto se preocupó del progreso y ornato de la población, proyectó la pavimentación de las calles con tarugos de quiebra-hacha, debido a la escasez de guijarros o chinas pelonas; pero ese proyecto no pudo realizarse por completo, según afirma el historiador Valdés, "a causa de varios inconvenientes, y creo que uno de ellos fue lo resbaladizo del piso en tiempo de lluvias". Quien acometió felizmente la obra de pavimentación, rotulación y numeración de las calles de La Habana, fue el capitán general Miguel Tacón, que como todos los déspotas, aunque atropelló la libertad y la justicia, favoreció las obras públicas.
La iglesia del Espíritu Santo es considerada la más antigua de Cuba. Está situada en el corazón de La Habana colonial, en la esquina que forman las calles Cuba y Acosta. Según documentos de Archivo, en 1638 se construyó la ermita, entonces pequeña y pobre, dedicada por los negros libres a un santo de su devoción. Años después las autoridades eclesiásticas decidieron convertirla en la segunda iglesia parroquial de la capital. En el exterior de esta iglesia hay una interesante placa que dice: “Única Iglesia inmune en esta ciudad, construida en 1855”. Se debe a que la iglesia del Espíritu Santo era la única en Cuba que podía conceder asilo a los perseguidos por la justicia, derecho que le fue establecido en 1772.
Dicen que tiene el mérito de ser la iglesia más antigua que hoy tiene La Habana. Se dice también que fue la segunda parroquia que tuvo la villa de San Cristóbal de La Habana. El obispo Gerónimo Valdés mandó a construirla a partir de una ermita, pequeña y pobre, que negros libres habían edificado en 1638 en honor al “Divino Paráclito”, nombre dado al Espíritu Santo en la teología y liturgia cristianas. De ahí el nombre de Iglesia del Espíritu Santo.
Otra de las referencias tiene que ver con el obispo Valdés, quien, dicho sea de paso dio origen a la profusión de “valdeses” en la relación de apellidos cubanos, por haber promovido la fundación de una casa de beneficencia, en 1695. Todos los amparados bajo su techo recibieron luego el apellido Valdés. El famoso obispo había decidido acometer la construcción de la parroquia a instancias de un reclamo aparecido en el acta capitular el primero de julio de 1632 en que se hace un pedido urgente de terrenos o solares para terminar de construir la “fábrica” de una iglesia. Valdés, que era ya famoso por las muchas obras de bien público y sus gestiones no se hicieron esperar. En su condición de mortal y previendo que sus restos físicos descansaran a los pies de una casa sacra, ya que su alma iría al lado de cierta diestra, mandó a preparar una urna para ser enterrado en el muro del lado del evangelio.
Hoy la iglesia es un monumento enclavado en el patrimonio de cualquier cubano amante de una ciudad que venera y conserva.
La Plaza Del Cristo. Toma su nombre de la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, a la que tradicionalmente acudían los marinos al partir o regresar para solicitar o agradecer la protección contra las eventualidades que se presentaban durante las travesías.
Primero se levantó allí el para entonces remoto Calvario, algo alejado del núcleo fundacional, y más tarde la ermita del Humilladero, estación final de las procesiones de Cuaresma.
Luego fue conocida como Plaza Nueva, quitándole su nombre a la que hoy se llama Plaza Vieja. En un tiempo se le llamó "plaza de las Lavanderas", por el gran número de africanas de este oficio que allí se reunían antes de asistir a misa en la vecina iglesia. Después de la desaparición del mercado la plaza recibió un arbolado que aún la caracteriza.
Dicha posición estratégica permitía la culminación de la ceremonia Via Crucis que partía desde la iglesia y Plaza de San Francisco y atravesaba de este a oeste la ciudad por la calle de las Cruces o de la Amargura. Por esta fecha, dicha calle constituía el principio y fin de la ciudad, marcando un eje proporcional de división usado como referencia para las primeras demarcaciones administrativas y religiosas.
La iglesia del Santo Cristo adquirió gran popularidad entre los marinos de las flotas y armadas que hacían sus viajes desde España y las Indias. Una vez que lo marinos desembarcaban en el Puerto de Carenas, hoy conocido como el Puerto de La Habana, se dirigían hacia esta iglesia por la calle de la Amargura para dar gracias por sobrevivir a los peligros de la navegación.
El Santo Cristo del Buen Viaje es utilizado por la Regla Kimbisa para sincretizar la religiones afrocubanas (Palo Monte) con el cristianismo. La regla Kimbisa, fundada por Dolores Petit un mulato habanero, es un conjunto de rituales y liturgias que conjugan las Reglas de Palo Monte con la religión católica, acercando los ritos afro-cubanos a la población blanca de la Isla.
Un piscolabis en la calle...Masa frita con azúcar.
Y llegamos al edificio Bacardí, primera construcción estilo Art Decó levantada en La Habana y joya arquitectónica de la época. Se terminó de construir en diciembre de 1930. En ese entonces era el edificio más alto de Cuba. Según suministradores contiene mármol de casi todas las naciones de Europa.
Fue erigido con el fin de alojar en él las oficinas de la compañía Bacardí en La Habana, se ubicó en la esquina de la calle Montserrate y San Juan de Dios en un solar de 1 320 metros cuadrados, en el reparto de Las Murallas.
El proyecto fue producto de un concurso al cual la compañía convocó a un limitado número de arquitectos, ofreciendo la suma de 1 000 pesos al ganador. El primer premio correspondió al presentado por el arquitecto Esteban Rodríguez Castells, con Rafael Fernández Ruenes y José Menéndez Menéndez, este último arquitecto e ingeniero. Se terminó de construir en diciembre de 1930.
La construcción consta de 12 plantas en total, cinco de ellas dedicadas a oficinas para alquilar. La fachada está recubierta de granito rojo de Baviera. En su punta tiene un murciélago, símbolo de la compañía Bacardí. Su diseño, en forma de pirámide escalonada o zigurat, asume el azulejo como elemento decorativo proveniente del modernismo catalán y que le da al edificio un efecto cromático único.
Los dos vestíbulos se cubrieron con mármol natural hasta el techo de color verde suave usado por primera vez en Cuba.
Además, consta de cuatro elevadores para diferentes usos: dos de pasajeros para 10 personas cada uno, con una velocidad de 7 km por hora; otro de carga para transporte de muebles, con una capacidad de 2.000 kilos, y el cuarto que hace el trayecto entre el sótano y el primer piso para transportar mercancías.
En la actualidad está ocupado por oficinas de firmas nacionales y extranjeras, después de que, tras el triunfo de la Revolución Cubana, la compañía Bacardí se marchara de Cuba. En la entrada se encuentra un bar- restaurante abierto al público.
En 2001, el edificio fue restaurado gracias a la cooperación de una firma italiana. En su interior conserva toda la decoración original en muy buen estado, así como el exterior del edificio.
Ya era hora de comer, así que fuimos a la Asociación Canaria a reponer fuerzas...
La comunidad canaria se organizó por primera vez en Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola en 1872, para ofrecer protección a sus miembros. Más tarde, el 11 de noviembre de 1906, se fundó en la capital cubana la Asociación Canaria, con la finalidad de contribuir a la asistencia sanitaria, instrucción, recreo y auxilio de sus socios.
Por diversas razones, propias de la desidia en que se vivía en la Isla antes de 1959, fueron extinguiéndose, pero ya en 1992 se funda la Asociación Canaria de Cuba Leonor Pérez Cabrera ( Madre de José Martí), heredera de las mejores tradiciones de sus antecesoras y representante de la comunidad canaria de Cuba.
Y recuperadas las fuerzas seguimos adelante.
El parque San Juan de Dios
En la manzana delimitada por las calles Empedrado, Aguiar, Habana y San Juan de Dios, en el Centro Histórico capitalino, se halla el parque, cuyo nombre oficial es Cervantes, pero es conocido desde hace más de un siglo con el nombre de parque o plaza San Juan de Dios.
Inaugurado, el primero de noviembre de 1908, una estatua a Miguel de Cervantes y Saavedra, obra del escultor italiano Carlos Nicoli, y en la que cada 23 de abril, Día del Idioma, instituciones culturales y sociedades españolas depositan ofrendas florales.
Y tomamos la típiquísima calle del Empedrado.
Posee este nombre por haber sido la primera calle que se empedró en La Habana (desde la plaza de la Catedral hasta la de San Juan de Dios), con chinas pelonas que duraron hasta 1838, en que se levantaron para sustituirlas por el actual sistema. Manuel Pérez Beato atribuye el haberse elegido esta calle para iniciar tal clase de pavimentación a la gran corriente de aguas que por la misma bajaba en tiempo de lluvias.
Importantes valores confluyen en esta calle: desde el punto de vista arquitectónico cuenta con exponentes de variadas épocas, desde antiguas construcciones de finales del siglo XVII o principios del XVIII, con notables exponentes del barroco entre los que no puede obviarse la Catedral de La Habana, hasta muestras de la arquitectura del siglo XX, representada con sus diferentes estilos, como el eclecticismo, el art nouveau, el art dèco o el movimiento moderno.
A media altura de la calle encontramos la archiconocida Bodeguita del Medio, típico restaurante de La Habana y uno de los grandes lugares turísticos de la ciudad, por donde han pasado numerosos visitantes, desde escritores a políticos. Todos ellos dejan su huella en el local mediante algún recuerdo, fotos, objetos o grafitis en sus paredes. En ellas se pueden encontrar firmas tan insólitas como la de Errol Flynn o Salvador Allende. En sus salas se puede disfrutar del ambiente típico cubano, con su gastronomía, su tabacos y su música; que recogen toda la esencia de la tradición.
En 1942 este conocido restaurante era tan sólo una pequeña tienda de víveres. Su dueño, Ángel Martínez, vendía frituras y algunas bebidas. Entre los usuarios más asiduos a la Bodeguita del Medio figuraban varios intelectuales que acudían a una imprenta cercana, que después de realizar las gestiones pertinentes en la zona solían reunirse en la “bodeguita” la cual fue adquiriendo cierta notoriedad. Con el paso del tiempo, Martínez comenzó a expender platos de comida variada y el número de comensales continuó en aumento.
De forma espontánea, la que sería conocida hasta entonces como la bodeguita de Martínez, pasó a ser identificada o más comúnmente señalada como la “Bodeguita del Medio” por hallarse situada, precisamente, en el centro de la calle Empedrado, muy cerca de la Plaza de la Catedral. Un buen día, a uno de los asiduos visitantes al lugar, el periodista Leandro García, se le ocurrió poner su nombre en una de las paredes de la bodeguita y posteriormente otras destacadas personalidades imitaron ese gesto. Fue así como las paredes del restaurante fueron llenándose de rúbricas de diversos tamaños y variedad caligráfica.
Entre las múltiples firmas de destacadas personalidades aparecen las de Pablo Neruda, Agustín Lara, Brigitte Bardot, Ignacio Villa (Bola de Nieve), Ernest Hemingway, y Salvador Allende.
La ubicación de las sedes ministeriales en La Habana Vieja hacía que hubiera demanda de establecimientos de comidas y aunque la Casa Martínez normalmente no las servía acabó por hacerlo.
En 1949 entra como cocinera Silvia Torres, "la china", que convertiría su arte de cocinar en un negocio de éxito. El 26 de abril de 1950 se inaugura oficialmente la Bodeguita del Medio. En la actualidad hay establecimientos con el mismo nombre en otros lugares del mundo tales como Argentina, Bolivia, México, Colombia, Venezuela, Alemania, Inglaterra o Gijón. La Bodeguita no ha dejado de ser, como solicitara Guillén en el soneto que especialmente le dedicara, una bodeguita con el encanto supremo de un local relativamente pequeño, con un número reducido de mesas acompañadas de taburetes, en las que se puede saborear la comida criolla preparada por expertos culinarios que desean que los que visitan el restaurante se marchen complacidos y con el deseo de volver. Es también reconocida por sus tragos donde sobresale ¨El Mojito¨. En el momento en que pasamos por allí no había manera de entrar. Estaba muy, muy llena, así que lo dejamos para otra ocasión...
La Plaza de la Catedral (antes Plaza de la Ciénaga), es uno de los más bellos lugares de La Habana colonial. Fue la última de las principales plazas en formarse. En la segunda mitad del siglo XVI algunos vecinos construyeron allí sus viviendas, llamándola "de la Ciénaga" porque a ella llegaban las aguas que corrían a lo largo de la villa para desembocar al mar y se anegaba con las mareas. Por esa razón, el primer acueducto que tuvo La Habana, la Zanja Real, desaguaba por el boquete abierto en un muro de la plaza, espacio hoy conocido como Callejón del Chorro, señalado por una lápida conmemorativa. En el siglo XVIII se fue transformando en uno de los centros fundamentales de la ciudad. Familias adineradas de la sociedad habanera de entonces fabricaron mansiones que aún perduran. Su aspecto cambió totalmente, su nombre también, convirtiéndose en Plaza de la Catedral después que fue elevada a este rango la antigua Iglesia de la Compañía de Jesús, que sobresale en uno de sus extremos.
En aquel terreno anegadizo fabricó el gobernador Gabriel de Luján hacia 1587 un amplio aljibe o cisterna que se alimentaba de unos manantiales que brotaban en ese sitio y cuyo abundante caudal de agua fue aprovechado mucho después, ya en el siglo XIX, para surtir unos baños, llamados "de la Catedral", que existieron en la esquina del Callejón del Chorro.
En esta plaza desembocan las calles de San Ignacio y de Empedrado y también el Callejón del Chorro, donde aún se conserva la lápida conmemorativa de la prolongación de la Zanja hasta aquel lugar en 1597, si bien ha desaparecido el boquerón, se dice que de tamaño como de una vara en cuadro, por donde se vertía el agua.
En los primeros años de existencia de la Villa este terreno era sumamente anegadizo pero con el tiempo, se fueron secando poco a poco las tierras y se construyeron casas, hasta el punto de que ya en actas de 1623 se hablaba de "la Plazuela de la Ciénaga" y en 1625 se prohibieron las mercedes de solares en algunos lugares.
En el segundo tercio del siglo XVII era un lugar muy poco estimado por los habitantes de San Cristóbal. Pero la situación varió notablemente un siglo después y los habaneros amaron y defendieron entonces esta Plaza de la Ciénaga que ya les era sumamente útil. Durante el siglo XVII y hasta inicios del XVIII no sólo se utilizó para abastecer de agua a las embarcaciones, sino para otras actividades relacionadas con el mar, como coser velas, tejer jarcias, reparar la artillería o ejecutar obras de carpintería de gran tamaño. El primer astillero de la ciudad fue localizado en esa zona.
Con la construcción de la Catedral cambió entonces por completo, no sólo el aspecto, sino también el carácter de la Plaza. Se olvidó su antiguo nombre, un tanto despectivo, para conocerla sólo con el de Plaza de la Catedral. Ya existía allí alguna que otra casona de buen estilo, edificada por aquellos vecinos que primeramente se habían interesado por construir en torno de ella; pero entonces, ya todas, en torno suyo, fueron mansiones señoriales, de personajes que ostentaban títulos nobiliarios de Castilla; y el antiguo desaguadero, medio mercado y medio corral de ganados, y sitio de reunión de pescadores, se convirtió en uno de los sitios más elegantes de la Habana escenario de brillantes fiestas y ceremonias religiosas, que le disputaba a la Plaza de Armas el primer lugar en la vida social de la Ciudad.
La Plaza de la Catedral, de gran belleza arquitectónica y valor histórico, es un sitio acogedor y monumental, indisoluble del alma habanera. Ha sido escenario de diversos sucesos de carácter histórico, político y social. En ella se reunían hombres acaudalados del siglo XVII a comentar los éxitos económicos de la factoría, también, se ejecutaron danzas y representaciones rituales de negros esclavos y libertos que partían de la cercana Plaza de Armas en la procesión del Día de los Reyes. Los artesanos, comerciantes, creadores de todas las manifestaciones del arte y las letras, se congregaban en esta Plaza, considerada la más atractiva y armoniosa del continente.
Pero fijémonos en el edificio más importante, la Catedral.
En un primer momento 1748 la iglesia sería el oratorio de los hijos de San Ignacio de la Orden de los Jesuitas, luego llegaría a convertirse en catedral. Con antelación a la decisión obispal los jesuitas ya tenían en sus planes construir una iglesia en la Plaza de la Ciénaga.
En 1778 por orden del obispo Felipe José de Tres Palacios comenzó el proceso de transformación del antiguo oratorio de San Ignacio en la catedral habanera dedicada a la Purísima Concepción, cuya imagen es visible en el Altar Mayor. Durante el prelado del obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, se realizaron reformas significativas. El principal benefactor de la obra fue el rico obispo de Salamanca.
La nave central estuvo ocupada hasta la independencia de la isla por un monumento funerario dedicado a Cristóbal Colón, debido a que al finalizar la colonia las cenizas del almirante fueron trasladadas a Santo Domingo y de allí a la Catedral de Sevilla.
El piso es de mármol blanco y negro. Las esculturas y los trabajos de orfebrería del altar
mayor estuvieron a cargo del italiano Bianchini, las mismas fueron ejecutadas en Roma en 1820 bajo la dirección del afamado escultor español Antonio Solá.
La principal imagen de San Cristóbal, patrón de la ciudad y protector de los viajeros, se encuentra en la Catedral. Es una talla en madera, obra del sevillano Martín de Andújar, y data de 1632.
Vamos a cambiar de tercio y a darnos una vueltecita y ver La Habana desde otra perspectiva distinta, desde el Parque Histórico Militar Morro-Cabaña.
Para ir hasta allí hay que tomar un transbordador que nos lleva al barrio de Casablanca. Enfrente del embarcadero encontramos esta curiosa iglesia rusa.
Como un monumento a la amistad cubano-rusa fue erigida en la Avenida del Puerto habanero la Sacra Catedral Ortodoxa Rusa Nuestra Señora de Kazán, consagrada el 19 de octubre de 2008 en ceremonia oficiada por Su Eminencia Kiril, en la actualidad el XVI Patriarca de Moscú y todas las Rusias, con la asistencia del Presidente Raúl Castro junto a otras personalidades rusas y cubanas.
Esta es la que los habaneros llaman la " Lanchita de Casablanca" que nos cruza al otro lado por 1CUC (0,79€).
Una vez allí caminamos hasta el Cristo de la Habana, al que no fotografié por encontrarse cubierto de andamios por restauración, pero desde donde se ven estas impresionantes imágenes de la ciudad.
Así que nos dirigimos al Castillo.
Situado al otro lado de la bahía, frente a la Habana Vieja, este parque histórico compuesto por fuertes, baterías y cuarteles fue el responsable de la defensa de La Habana durante siglos. El complejo esta compuesto de 2 fortalezas: el Castillo del Morro y La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña.
La construcción del castillo del Morro se debió al paso por La Habana del pirata ingles Sir Francis Drake. El rey de España ordeno su construcción sobre una gran piedra que se conocía con el nombre de El Morro, y para ello envió al maestre de campo Juan de Texeda, acompañado del ingeniero militar Battista Antonelli, quienes llegaron a La Habana en 1587 y comenzaron enseguida la tarea. Fue una importante plaza fuerte durante la invasión inglesa que tuvo lugar en el año 1762, ya que resistió durante cuarenta y cuatro días los combates, pero después fue el punto estratégico desde donde los ingleses cañonearon a las tropas españolas de la ciudad. En la actualidad, el castillo alberga un mesón de ambiente español y sirve de escenario para la celebración de festivales de música y danza.
La fortaleza mas impresionante de la colonia española era La Cabaña, construida junto al Morro sobre el lugar desde donde los ingleses dispararon a placer sus cañones contra la ciudad y que aun hoy impresiona con sus murallas de finales del siglo XVIII. El Che Guevara la utilizo como cuartel general después de la Revolución, y hoy día es la sede de un museo dedicado al famoso guerrillero. Cada noche a las 21h, unos soldados vestidos con trajes de época disparan desde ella el “cañonazo de las nueve”, que rememora el que tradicionalmente se disparaba todos los días para avisar del cierre de las puertas de la muralla de la ciudad.
Como se puede ver en las fotos la amenaza de lluvia era evidente, así que decidimos volver al centro en otro medio de transporte, para no tener que volver atrás, a la lanchita. Así que cogimos una guagua, pero una guagua en la que solamente van cubanos. Debe ser algo poco frecuente porque todo el mundo nos miraba, y al que luego se lo contamos no se lo creía. Viajamos los tres por el equivalente a 0,20€ y nos dejó al principio del Paseo del Prado, aunque embutidos como sardinas en lata, con el reggaeton saliendo por las orejas pero con la emoción de una experiencia única.
Decidimos dar un último paseo por el centro, ya que al día siguiente emprendíamos el Grand Tour.
Me asombró ver la cantidad de edificios de grandes bancos, contrastando con otros en ruinas, apunto de derrumbarse, dando testimonio de la importancia que tuvo la capital cubana y su riqueza...
Entramos por la calle Mercaderes. Según escribió el historiador Arrate en 1761, la calle debe su nombre a la cantidad de tiendas de mercadería, en las que se hallaba lo más precioso de los tejidos de lana, lino, seda, plata y oro entre otras mercancías. Cruzaba esta importante vía colonial por un costado de la primera universidad, en el convento de San Juan de Letrán o de Santo Domingo, el fondo del Palacio de los Capitanes Generales, el Liceo Artístico y Literario de La Habana, la Casa de la Obra Pía y el primer café de la capital, el de Taberna, dedicado hoy al cantante Beny Moré, entre otros sitios de gran interés histórico.
En la esquina con Obispo se halla la Columnata Egipciana, primer centro privado capitalino en hacer gestiones para traer de Estados Unidos el nuevo sistema de gas inflamable para la iluminación.
Caminar hoy esta calle, cuyas edificaciones han sido remozadas por la Oficina del Historiador, es adentrarse en tres siglos de vida habanera y disfrutar de las nuevas instalaciones creadas.
En la célebre Casa de la Cruz Verde, otrora residencia de los Condes de Lagunilla, y punto de partida de la procesión del Santo Vía Crucis, radica desde noviembre del año 2003 el Museo del Chocolate.
La restauración de este inmueble marcó el inicio del proyecto Brujas, iniciativa de cooperación entre Cuba y el pueblo belga, a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que incluye la rehabilitación de 64 viviendas para familias del Centro Histórico de La Habana.
Inspirado en el Museo de la Plaza Real de Bruselas, en Bélgica, y nacido gracias al apoyo de madame Jo Draps, su directora, la institución patrimonial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana propone un recorrido por la historia del cacao, su cultivo, producción y comercialización. En paneles colocados en las salas del museo se exponen textos con la historia del chocolate desde su descubrimiento por los españoles en América y su uso por los pobladores antes de la colonización europea, además de carteles de diferentes épocas de afamadas industrias y firmas chocolateras extranjeras y cubanas. La muestra permanente exhibe una colección de tazas chocolateras de porcelana, procedentes de Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, exponentes de la variedad de diseños de esos utensilios entre los siglos XIX y XX. Entre ellos, se distingue una taza bigotera francesa, con la cual los caballeros bebían el delicioso líquido sin mojar sus bigotes. Moldes de baquelita y un envase para confituras, donados por el Museo de la Plaza Real de Bruselas, enriquecen la colección conformada también por chocolateras de cerámica ordinaria, cazuelas, cántaros y tazones de loza inglesa hallados en excavaciones arqueológicas del Centro Histórico, que evidencian la presencia de ese tipo de artículos en los entornos domésticos y religiosos habaneros de los siglos XVIII y XIX.
En el Museo del Chocolate el visitante puede apreciar las técnicas aplicadas para la fabricación artesanal de bombones, todos los martes y viernes, a las once de la mañana, o degustar la exquisita bebida preparada de la manera tradicional o según la elaboraban los aztecas.
Perfumería Habana. Botica y Almacenes de Santa Rita. Casa del siglo XVIII perteneciente a don Lázaro Flores y esposa. Restaurada por la Oficina del Historiador (La Habana), se inauguró el 13 de febrero del 2000 como Perfumería Habana 1791.
Al día siguiente vimos el ultimo amanecer habanero...
Desayunamos, y como era temprano decidimos dar una vuelto por nuestro barrio de El Vedado, donde encontré este edificio Art Decó en un estado lamentable..
O estos palacetes preciosos que pedían restauración a gritos.
El sol se levanta sobre el Malecón
La Tribuna Anti Imperialista José Martí.
Palacete restaurado
El edificio Focsa es considerado una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana. Su construcción duró aproximadamente dos años y cuatro meses. Su terminación en 1956 despertó sensación en la población cubana por su novedad tecnológica y marcó el comienzo de la era de los edificios altos habaneros. Posee una altura de 121 metros, consta de 29 niveles y 373 apartamentos con vista al mar y a El Malecón habanero (entre ellos siete penhouse y dos duplex). Consta de un parking con capacidad para 500 automóviles, piscina, oficinas, estudios de televisión y un centro comercial accesible para residentes y población en general.
Vista exterior de nuestro hotel..
El famoso cine Yara, enclavado en el mismísimo corazón de la ciudad (calle 23 esquina L). Este centro cultural, constituye la sala de proyección cinematográfica con mayor afluencia de público del país, más de medio millón de espectadores cada año. Cuenta además con dos salas de vídeo con una variada programación de películas y una galería de exposición de artes plásticas, la galería Juan David, donde exponen pintores, grabadores, fotógrafos, escultores, ceramistas, etc., ofreciendo una variada gama de posibilidades de visibilidad de las obras de artistas cubanos y extranjeros. En su zona aledaña, tiene un establecimiento Dinos Pizza, donde afluye una gran cantidad de público. En este cine cada domingo se realizan espectáculos para público infantil, con una afluencia de personas que muchas veces rebasa la capacidad del cine, 1490 butacas.
Y no podíamos irnos de La Habana sin tomarnos un helado en el Coppelia, un poco caros (8€ por 3 helados), y más sabiendo que si pagas en Moneda Nacional en el otro lado de la heladería, la de los cubanos( que a esa hora de la mañana estaba cerrada) lo mismo hubiera costado 1€. Pero en fin...
Volvimos al hotel, y tras recoger el coche al que le íbamos a hacer 3.100 km, emprendimos la marcha....
Maravillaa!!!!
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