Para el final de nuestro paseo cántabro he dejado dos de sus santuarios más importantes.
Empecemos por el más grande de ellos, Santo Toribio de Liébana, al que acuden cada 14 de septiembre en romería los devotos de la Santísima Cruz, y cada mayo una igual de importante y que se considera la más grande por sus 26 km de recorrido, la de la Santuca o Virgen de la Luz.
Fundado en el siglo VI por Santo Toribio de Palencia como un eremitorio, el monasterio creció con el apoyo de Alfonso I y la repoblación posterior a la reconquista a los árabes, de tal manera que sus arcas se mantenían llenas gracias a los diezmos y posesiones que recibía de la nobleza y el pueblo llano.
Llegó a tener una de las bibliotecas más importantes de su tiempo, lo que quizá debió motivar al famoso Beato de Liébana para escribir sus famosos Comentarios del Apocalipsis. Su importancia creció a lo largo de los siglos, hasta llegar a obtener un Jubileo, concedido por el papa Julio II en los años en que la festividad de santo Toribio coincidiera con un domingo. Posteriormente este jubileo se convirtió en anual.
El macizo complejo consta de una iglesia del siglo XIII, un hospital y un monasterio, restaurados en el siglo XVII, momento en que se añadió el claustro.
Administrado por los monjes franciscanos desde 1961, son ellos los que preparan la entrada de los peregrinos por la Puerta del Perdón, que precede a la Capilla del Lignum Crucis.
Y es esta reliquia el objetivo y final del viaje de los peregrinos. Según se cuenta es el mayor trozo de la Cruz de Cristo que se conserva en el mundo, y está custodiada en una cruz de plata dorada del siglo XVI, en una capilla barroca donada por el arzobispo de Santa Fe de Bogotá. Según la leyenda escrita, los enfermos mentales acudían en gran número al hospital y allí intentaban curar su condición de endemoniados con el contacto simultáneo de la reliquia de la Cruz y los eslabones de una de las cadenas que sujetó a Cristo a la columna donde fue azotado.
Fue en ese momento cuando comprendí porqué Santo Toribio de Liébana es considerado junto a Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz, como uno de los lugares santos del cristianismo.
Antes de dejar Cantabria nos acercamos a una pequeña pero hermosísima iglesia, Santa María de Lebeña.
Enclavada en un impresionante escenario montañoso de la cordillera Cantábrica, contrastan sus paredes ocres y antiguas con el verde de los árboles y los grises y pardos de las formaciones rocosas que parecen protegerla.
De seguro fue esa la razón que llevó a los Condes de Liébana en el siglo X, a ordenar su construcción con la intención de que fueran última morada y custodia de los restos de Santo Toribio, que hasta ese momento se guardaban en aquel eremitorio que vimos en la anterior visita.
Pero según la tradición, al santo no le hacía gracia descansar el resto de la eternidad en este precioso valle, así que cegó a la pareja de nobles desde que intentaron sacarlo a hurtadillas de la fosa donde reposaba. Ante la negativa del santo decidieron desistir y recuperaron la visión, quedando la nueva iglesia disponible para el culto ordinario del pueblo de Lebeña.
Pero aquí no cesan las leyendas, ya que otra cuenta que el santuario se levantó justo en el lugar donde se celebraban antiguos ritos de los pueblos cántabros, y en el terreno crecía uno de sus árboles más sagrados, un tejo. El conde había desposado a una noble del sur peninsular que echaba de menos los olivos de su tierra, así que plantó un olivo junto al tejo para que ésta pudiera mitigar su nostalgia.
Durante más de un milenio los dos árboles crecieron juntos, hasta que un rayo alcanzó en 2007 al tejo y se partió en dos. Gracias a una iniciativa rápida y efectiva, del difunto árbol se recuperó un esqueje que crece ahora de nuevo donde estaba el viejo tejo.
Pero conozcamos la iglesia, dejando un poco de lado las leyendas- Se trata de un templo pequeño, como hemos dicho, de apenas 16 metros de largo por 12 de ancho, que conjuga en sus tres naves el estilo románico con el mozárabe y le dan un aire exótico que nos habla sin palabras de sus historia.
Precedido de un pequeño cementerio ante los arcos de su entrada principal, es el monumento prerrománico más importante de Cantabria.
La torre exenta, que hace el papel de campanario nada tiene que ver con la construcción original, ya que se levantó en 1896 intentando imitar el estilo del templo original y sustituyendo a una anterior.
El templo saltó a la fama internacional cuando el párroco, en una fría mañana de noviembre 1993 encontró la cerradura de la iglesia forzada. Temiendo lo peor, entró apresurado y vio que la maravillosa imagen de la Virgen de la Buena Leche había sido robada.
La virgen, una talla en madera policromada del siglo XV, tenía y tiene un valor incalculable, ya que se trata de un raro ejemplo artístico de la Madre de Jesús dándole el pecho. Tras dar parte, un operativo internacional puso en marcha todos los engranajes de la investigación que persigue los robos de arte, y tras ocho largos años, en 2001, la imagen apareció en un domicilio de la ciudad de Alicante. Durante todo ese tiempo, los habitantes de Lebeña, lloraron la pérdida de su querida Virgen y lo mismo los estudiosos del arte, que creyeron perdida para siempre esta talla de apenas 50 cm.
Esta curiosa historia, que no tiene nada de leyenda, nos despide de Cantabria, donde hemos escuchado el rumor de las piedras y sentido el aliento del mar, disfrutando de todo lo bello y majestuoso que ofrecen sus paisajes. Una tierra infinita que siempre invita a volver para seguir descubriéndola.