viernes, 8 de enero de 2021

Cantabria, la Tierra Infinita ( y VIII)

 Para el final de nuestro paseo cántabro he dejado dos de sus santuarios más importantes.

Empecemos por el más grande de ellos, Santo Toribio de Liébana, al que acuden cada 14 de septiembre en romería los devotos de la Santísima Cruz, y cada mayo una igual de importante y que se considera la más grande por sus 26 km de recorrido, la de la Santuca o Virgen de la Luz.


Fundado en el siglo VI por Santo Toribio de Palencia como un eremitorio, el monasterio creció con el apoyo de Alfonso I y la repoblación posterior a la reconquista a los árabes, de tal manera que sus arcas se mantenían llenas gracias a los diezmos y posesiones que recibía de la nobleza y el pueblo llano.

Llegó a tener una de las bibliotecas más importantes de su tiempo, lo que quizá debió motivar al famoso Beato de Liébana para escribir sus famosos Comentarios del Apocalipsis. Su importancia creció a lo largo de los siglos, hasta llegar a obtener un Jubileo, concedido por el papa Julio II en los años en que la festividad de santo Toribio coincidiera con un domingo. Posteriormente este jubileo se convirtió en anual.

El macizo complejo consta de una iglesia del siglo XIII, un hospital y un monasterio, restaurados en el siglo XVII, momento en que se añadió el claustro.


Administrado por los monjes franciscanos desde 1961, son ellos los que preparan la entrada de los peregrinos por la Puerta del Perdón, que precede a la Capilla del Lignum Crucis.



Y es esta reliquia el objetivo y final del viaje de los peregrinos. Según se cuenta es el mayor trozo de la Cruz de Cristo que se conserva en el mundo, y está custodiada en una cruz de plata dorada del siglo XVI, en una capilla barroca donada por el arzobispo de Santa Fe de Bogotá. Según la leyenda escrita, los enfermos mentales acudían en gran número al hospital y allí intentaban curar su condición de endemoniados con el contacto simultáneo de la reliquia de la Cruz y los eslabones de una de las cadenas que sujetó a Cristo a la columna donde fue azotado.


Fue en ese momento cuando comprendí porqué Santo Toribio de Liébana es considerado junto a Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz, como uno de los lugares santos del cristianismo.

Antes de dejar Cantabria nos acercamos a una pequeña pero hermosísima iglesia, Santa María de Lebeña.

Enclavada en un impresionante escenario montañoso de la cordillera Cantábrica, contrastan sus paredes ocres y antiguas con el verde de los árboles y los grises y pardos de las formaciones rocosas que parecen protegerla.


De seguro fue esa la razón que llevó a los Condes de Liébana en el siglo X, a ordenar su construcción con la intención de que fueran última morada y custodia de los restos de Santo Toribio, que hasta ese momento se guardaban en aquel eremitorio que vimos en la anterior visita.

Pero según la tradición, al santo no le hacía gracia descansar el resto de la eternidad en este precioso valle, así que cegó a la pareja de nobles desde que intentaron sacarlo a hurtadillas de la fosa donde reposaba. Ante la negativa del santo decidieron desistir y recuperaron la visión, quedando la nueva iglesia disponible para el culto ordinario del pueblo de Lebeña.

Pero aquí no cesan las leyendas, ya que otra cuenta que el santuario se levantó justo en el lugar donde se celebraban antiguos ritos de los pueblos cántabros, y en el terreno crecía uno de sus árboles más sagrados, un tejo. El conde había desposado a una noble del sur peninsular que echaba de menos los olivos de su tierra, así que plantó un olivo junto al tejo  para que ésta pudiera mitigar su nostalgia.


Durante más de un milenio los dos árboles crecieron juntos, hasta que un rayo alcanzó en 2007 al tejo y se partió en dos. Gracias a una iniciativa rápida y efectiva, del difunto árbol se recuperó un esqueje que crece ahora de nuevo donde estaba el viejo tejo.


Pero conozcamos la iglesia, dejando un poco de lado las leyendas- Se trata de un templo pequeño, como hemos dicho, de apenas 16 metros de largo por 12 de ancho, que conjuga en sus tres naves el estilo románico con el mozárabe y le dan un aire exótico que nos habla sin palabras de sus historia.

Precedido de un pequeño cementerio ante los arcos de su entrada principal, es el monumento prerrománico más importante de Cantabria.

La torre exenta, que hace el papel de campanario nada tiene que ver con la construcción original, ya que se levantó en 1896 intentando imitar el estilo del templo original y sustituyendo a una anterior.


El templo saltó a la fama internacional cuando el párroco, en una fría mañana de noviembre 1993 encontró la cerradura de la iglesia forzada. Temiendo lo peor, entró apresurado y vio que la maravillosa imagen de la Virgen de la Buena Leche había sido robada.

La virgen, una talla en madera policromada del siglo XV, tenía y tiene un valor incalculable, ya que se trata de un raro ejemplo artístico de la Madre de Jesús dándole el pecho. Tras dar parte, un operativo internacional puso en marcha todos los engranajes de la investigación que persigue los robos de arte, y tras ocho largos años, en 2001, la imagen apareció en un domicilio de la ciudad de Alicante. Durante todo ese tiempo, los habitantes de Lebeña, lloraron la pérdida de su querida Virgen y lo mismo los estudiosos del arte, que creyeron perdida para siempre esta talla de apenas 50 cm.

Esta curiosa historia, que no tiene nada de leyenda, nos despide de Cantabria, donde hemos escuchado el rumor de las piedras y sentido el aliento del mar, disfrutando de todo lo bello y majestuoso que ofrecen sus paisajes. Una tierra infinita que siempre invita a volver para seguir descubriéndola.

jueves, 7 de enero de 2021

Cantabria, la Tierra Infinita (VII)

Nos internamos ahora en el Parque Natural Saja Besaya, para visitar uno de los pueblos más bonitos de Cantabria, Bárcena Mayor.


Con un casco histórico tan bien conservado que parece recién construido, el enorme grupo de edificaciones de estilo montañés fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1979.



Como he dicho, el estilo predominante es el montañés, con edificios de piedra y balcones de madera cuajados de geranios, que aportan un toque de color al monocromático grupo.


Realmente es una suerte que Bárcena esté situado en un recóndito valle, ya que su difícil accesibilidad durante muchos años, antes de que las carreteras llegaran hasta ella, y que se mantuviera habitada desde la época de los visigodos, han contribuido a que hoy en día podamos disfrutar de ella tal y como la vemos en el presente.


La aldea fue levantada por los foramontanos, llamados así por provenir del norte de Cantabria, y acudir a la llamada del rey Alfonso II, que necesitaba poblar los territorios reconquistados a los musulmanes.


Los entonces recién llegados, impulsaron actividades como la ganadería y los trabajos en madera, llegando a formar un núcleo de población de más de 800 personas. Desgraciadamente, con el éxodo del campo a las ciudades en el siglo XX, Bárcena quedó prácticamente abandonada y apenas quedó una centena de personas como habitantes de la preciosa y pequeña villa.


Pero la situación económica dio un giro, ya que aparte de las actividades anteriores, los que se quedaron vieron llegar a un cada vez creciente número de visitantes, fascinados por la belleza del lugar. Y llegó el milagro del turismo.


Pronto se diversificó la oferta, surgieron restaurantes donde disfrutar del famoso cocido montañés, tiendas de recuerdos y artesanías como mimbre y madera, y cualquier elemento que pudiera llamar la atención del visitante.


La belleza de las construcciones, que básicamente se levantan en dos calles principales, se refuerza por la presencia del río Argoza que pasa por debajo de un puente de piedra del siglo XVI.


Desde él se tiene una preciosa vista del río y de un enorme restaurante de merecida fama, que debe servir una cocina montañesa digna de un rey.


Aunque todas las casas son diferentes unas de otras, básicamente la estructura es muy sencilla y funcional, y casi común, ya que se levantaron en los siglos XVI y XVII. En la planta baja el acceso a la vivienda y la cuadra, bajo un gran balcón corrido de madera, con las dependencias en el primer piso. Para aprovechar el sol y la luz, la mayoría de ellas se orientan hacia el sur o el este.


Como vemos en la imagen, el pueblo contaba con un lavadero común con agua proveniente del río y servía como lugar de reunión y mentidero, ya que mientras lavaban la ropa, los habitantes se informaban de las últimas noticias y por supuesto de los chismes.




Bárcena es el único pueblo situado en la reserva de Saja Besaya y fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1979.





Y nos vamos a pasar la noche en uno de los famosos valles Pasiegos, concretamente a su corazón, Vega de Pas.


Quizá sea éste lugar, cuna de grandes como Menéndez Pelayo, Gerardo Diego o el Marqués de Valdecilla, el que mantiene la esencia del ser cántabro, con una población muy vinculada a la tierra y el ganado, que ha sabido buscarse el sustento a base del trabajo duro y el buen comercio.
El pequeño pueblo con una única calle y casas desperdigadas entre los pastos donde abundan ovejas y vacas, tiene una plazuela donde se levanta la Iglesia de Nuestra Señora de la Vega, de finales del siglo XVII.



No dejemos el lugar sin adquirir los famosos sobaos y quesadas y un buen cocido montañés, tras disfrutar de la tranquilidad del valle. Si nos hemos quedado con ganas de emociones fuertes, recomiendo hacer barranquismo en Vega de Pas 

Nos vamos ahora a la localidad de Potes. Si nos hospedamos en Santander podemos llegar hasta aquí contratando la ruta de peregrinación que también pasa por nuestro siguiente destino, Santo Toribio de Liébana.

Potes tiene la categoría de capital histórica, geográfica y monumental de Liébana, con el añadido de  ser punto de partida para casi cualquier ruta que se adentre en los espectaculares Picos de Europa.

Por ello su importancia estratégica fue fundamental a lo largo de la historia, como lo demuestran las continuas luchas entre las familias Manrique y Mendoza. Estas luchas feudales finalizaron cuando esta última se hizo con el poder, lo que les confirió el título de Duques del Infantado, con la torre del mismo nombre que es hoy símbolo de Potes.

El eje desde donde parten las visitas para conocer la villa es la Plaza del Capitán Palacios, inconfundible por su quiosco de música. 

Al otro lado un inmenso pasadizo de soportales que sostienen enormes casonas, cobijan tiendas de recuerdos, bares y tascas.

Como he dicho, la Torre del Infantado constituye el más famoso e imponente símbolo de Potes desde el siglo XV, ya que representaba el enorme poder feudal de los marqueses de Santillana. La construcción perdió su carácter defensivo para adoptar un uso más útil, ya que hoy es un precioso espacio para exposiciones fijas y temporales.

Por la hora a la que llegamos no pudimos subir a lo alto, desde donde se dice que se contempla una formidable vista de los Picos de Europa y del conjunto de la Villa.

La cruzar el Puente Nuevo y mirar al río, tenemos una perspectiva de algunas de las llamadas "casas colgantes", la mayoría dedicadas a establecimientos hosteleros, como restaurantes y pequeños alojamientos.

Camino adelante encontramos la nueva Iglesia de San Vicente, que sustituyó a la antigua, que amenazaba ruina y que hoy es la oficina de turismo. También se decidió su construcción  por haber crecido la villa lo suficiente para que no cupieran sus habitantes cuando habían oficios multitudinarios. Por fuera no llama mucho la atención, pero por dentro conserva retablos y pinturas de gran valor procedentes del Monasterio de San Raimundo.


Desde la Casa de la Cultura a orillas del río puede verse el Puente de San Cayetano, y tras él la Casa Bustamante Prellezo, con su capilla y molinos.




Desde aquí se tiene una buena vista de otro puente de la Villa, el Nuevo, por donde pasa la carretera que cruza el pueblo.

Nos adentramos ahora en los barrios del Sol  y de la Solana, los más emblemáticos de la ciudad, con sus casas solariegas como la de La Canal, que muestran orgullosas en sus piedras, balcones y escudos el legado de siglos anteriores.






No podemos dejar Potes sin un paseo por una senda original y realmente instructiva, la del Deva-Quiviesa.
Para ello hemos de bajar por cualquiera de los accesos que nos llevan a un precioso camino fluvial que nos cuenta parte de la historia de la ciudad.
Ya que estamos en este lado del casco antiguo, descendamos por la rampa empedrada del puente de San Cayetano.

Aquí tras el puente a la izquierda, se conserva un molino, cuyas construcciones superiores ya hemos visto anteriormente, desde lo alto del puente. Es lugar de reunión de patos, ocas y ánsares, ya que las aguas del río Quiviesa se remansan en este recodo.

Siguiendo el curso del río pasamos bajo el puente Nuevo, que permite el paso de los coches y una la parte nueva y vieja de la ciudad. Y llegamos al punto más importante de este paseo, ya que vamos a ver el lugar exacto donde se unen dos ríos, el Deva y el Quiviesa.

Recordemos que hemos seguido las aguas del Quiviesa que vienen desde el Valle de Cereceda y ahora aparecen las del Deva, que lo hacen desde el de  Camaleño. En épocas de poca lluvia tienden a secarse, pero cuando las aguas crecen se convierten en rápidos y caudalosos cursos de agua que tienen una gran pendiente aunque sean de corto recorrido.

Ahora, tras unirse los ríos siguen con sus aguas mezcladas su curso hasta el mar, y nosotros avanzamos un poco más, hasta el Puente del Colegio, llamado así porque une el Convento de San Raimundo con el colegio y el Instituto.

Y de esta manera dejamos Potes, o Pontes, según los romanos, que según la leyenda, bautizaron así a la villa por los numerosos puentes que salvan las corrientes de sus ríos.