viernes, 13 de febrero de 2015

Cataluña (y XIII)

Una larga historia entre cavas
Poco podía imaginar Don Jaume Codorniú que aquellas primeras vides que cultivó en 1551 iban a convertirlo a él y a su larga estirpe familiar de amantes del cristalino y exquisito espumoso (aunque primero fue el vino) que madura en sus frías y húmedas cavas, en una de las más famosas y renombradas bodegas no sólo de Cataluña sino también del mundo.


Alianzas y matrimonios familiares, como el que los enlazó para siempre con la familia Raventós, una bien planificada y elegante campaña publicitaria ( con carteles realizados por artistas como Casas o Utrillo), una bodega que desde 1915 es uno de los más hermosos ejemplos de la arquitectura civil modernista, sumado a la gran inquietud que muestran sus propietarios para crear nuevos sabores y texturas como el cava rosado o el blanco, les ha llevado, a lo largo de los siglos, al Olimpo de los vinos y los delicados aromas de las más finas variedades de espumosos.


Desde que en 1872 nace el cava, gracias al método de doble fermentación, las Bodegas Codorniú han hecho que la vida de Sant Sadurní d'Anoia gire en torno a la elaboración del precioso líquido, por lo que siendo ellas las más famosas entre las más de un centenar que se reparten por la población debemos acercarnos a Can Codorniú para disfrutar de la arquitectura de las bodegas, obra del genial Josep Puig i Cadafalch o respirar el aire que envuelve las ramas y hojas del Roure de Can Codorniú, un roble de casi 500 años que ha vuelto a la vida tras una larga infección producida por hongos y que lo daba casi por muerto.

El árbol es el actual emblema y protagonista de las etiquetas de las Bodegas Raventós, y permanece en la historia como el sabor único y exquisito de los cavas Codorniú.
Lo auténtico permanece inalterable al paso del tiempo.

Hotel Market Andilana, un hotel boutique único
Cercano, casi a dos pasos del histórico Mercado de San Antonio, del que toma su nombre, encontramos este precioso y céntrico hotel que forma parte de la cadena Andilana Hoteles y que es sin duda uno de los mas hermosos ejemplos de un edificio bien restaurado y conservado, vestido con un gusto exquisito que combina la base y estructuras del antiguo inmueble con los estilos decorativos de más actualidad.



Ya desde la recepción, acogedora y amplia, que es al mismo tiempo zona de paso hacia la espaciosa zona de restauración, se percibe un toque diferente, lleno de ideas tan originales como lámparas de araña, un cómodo sofá o una enorme estantería decorada con enormes platos que hace las veces de pared a la calle. La zona de desayunos mantiene esa línea de interiorismo de manera continua, con detalles exquisitos y de muy buen gusto, en el que nos fijamos sobre todo cuando después de un reparador descanso disfrutamos de la magnífica selección de platos del buffet de desayunos. Bollería recién preparada, zumos de fruta recién exprimidos, sabrosa chacina y deliciosos quesos, un café realmente bueno y sobre todo variedad y frescura.



Subiendo un peldaño en la escala gastronómica, el mismo restaurante Market ofrece auténticas delicias como ensalada con tempura de langostinos y calabacín, parrillada de verduras frescas, risotto con cuatro quesos, trompetas de la muerte y ruca o bacalao gratinado con alioli suave de peras y mermelada de tomate, por nombrar sólo algunas especialidades que se convierten en obras de arte del sabor y la presentación de la mano de los chefs del hotel. Después de un día de emociones, visitas y compras nos retiramos a descansar a nuestra maravillosa habitación, amplia y muy cómoda, con preciosos contrastes de color y detalles en la decoración sencillos pero acertados.



Quizá mi pieza favorita sea el baño, con un espacio bien repartido y una espectacular ducha donde se podría bailar un apasionado tango. Desde el balcón disfruto del anochecer sobre la Ciudad Condal mientras pienso en todo lo que podré vivir al día siguiente. Un hotel con clase y estilo propios, bastante alejado de los aburridos y sosos hoteles de una gran ciudad como Barcelona donde lo importante es distinguirse de la competencia. Y el Hotel Market lo consigue con creces. Con toda seguridad volveré.
El sabor de la India en Barcelona
Localizado en el centro de la Ciudad Condal, como un oasis que invita magnéticamente a entrar y dejarse llevar por el ambiente y los aromas de las exquisiteces que dentro se cocinan, el Restaurante Mayura se ha convertido en uno de los referentes de la cocina de la India en Cataluña.


Ya desde lejos, sus ventanales abiertos a la calle y que pertenecen a un edificio de delicioso fin de siglo, nos sugieren que el lugar es diferente a otros restaurantes de cocina oriental que proliferan en la ciudad.




Dentro, un ambiente muy especial, creado por el refinado y colonial mobiliario y la unión del agua, el bambú las piedras y la seda de múltiples colores, nos llevan directamente a las mesas donde deleitarnos con los sabores y olores del lejano país.
Mientras encargamos nuestra comida, echamos un vistazo a la barra del lounge, recorrida por una pequeña corriente de agua que junto con la música ambiental, suave y evocadora nos transportan una India que aquí parece estar más cercana que nunca.




Un inmenso menú donde podremos disfrutar (sin abrasarnos la boca con el picante) de delicias como el Pollo Madrás, la Ensalada Mayura, fresca y crujiente, el Pudina Pollo Malai, el Kheema Mutter, o para los menos carnívoros el Biryani vegetariano. Y así hasta llegar a completar más de 50 platos diferentes sin contar con una gran variedad de acompañamientos de ensaladas, panes y salsas.

Los postres son también exquisitos aunque menos variados, pero constituyen un dulce final para una cena perfecta.



El servicio es muy rápido y siempre atento a cualquier sugerencia o pregunta, lo que es siempre de agradecer cuando eres un neófito en la cocina que se hace fuera de la India.

Cuenta también con una sala VIP y la posibilidad de escoger un menú que engloba un poco de cada una de las especialidades de la casa.
Un lugar recomendable para pasar un rato delicioso en compañía de amigos o incluso sorprender a tus clientes en una cena de negocios.


Por el aire vuelan las notas musicales
Aunque villa industrial, Martorell siempre ha latido con el corazón de la música, en una relación de sentimiento mutuo que la llevó a fundar una de las primeras escuelas de música de España y que se remonta al siglo XVI. Tanto ella como otras que vinieron después ayudaron a hacer florecer el talento musical de los habitantes de una ciudad por la que pasear se convierte en toda una aventura descubridora.


Sensibilidad no les falta por ello, y es fácil observarlo en las casas esgrafiadas y de manera menos llamativa en edificios como el Convento de los Capuchinos, el Ayuntamiento, la Plaza Mayor, que lo es de coqueta y medieval, y no de tamaño, la torre de les Hores ( una torre de la antigua muralla habilitada como campanario) o el famoso Puente del Diablo.



Estas muestras de la historia mas antigua y más reciente de la pequeña ciudad, están siendo rehabilitados para que no caigan en el olvido y el abandono, si bien es cierto que algunos de ellos requieren una intervención mucho más urgente, como el número 19 de la Plaza Mayor, con un espectacular y gigantesco balcón de madera sustentado por columnas, todo ello en un curioso gusto ecléctico.



Otros más afortunados ya muestran la cara lavada, como el Museo Provincial l'Enrajolada o algunos ejemplos salpicados de Modernismo que nos salen de cuando en cuando al paso.

Eso sí, no nos extrañemos si al salirnos un poco de las calles principales encontramos algún que otro huerto urbano, con grandes cultivos de tomates o calabazas, frutales y verduras que parecen alimentarse de la misma música que nutre a los elegantes y cultos habitantes de Martorell.

La economía del arte
Martorell es una villa industrial que nos regala dos maravillosas joyas si nos acercamos a ella en nuestro periplo por tierras catalanas. Uno es el Puente del Diablo y otra (u otras) es la impresionante cantidad de casas con decoración esgrafiada, de la que un día hablé en mi viaje por Suiza.

Constituyen un ejemplo tan vistoso de este tipo de expresión artística que bien merece que hablemos un poco sobre ellas mientras paseamos por la Villa.

De todos los edificios que se adornan con esta técnica, sin duda el más hermoso es el ayuntamiento o Casa de la Vila, un palacio del siglo XVI que decidió engalanar sus paredes en 1937 con este elegante vestido de yesos y pintura. Según recorremos sus calles vemos otras muestras que aunque son relativamente ( algunas no tanto) modernas tienen una clara inspiración romántica e incluso modernista.




Recordemos que este tipo de decoración está realizada en dos capas de yeso, cada una en un color diferente. Utilizando una plantilla de puntos se aplica el dibujo y se raspa suavemente para revelar la capa inferior.



Esta técnica fue muy usada en Barcelona durante el siglo XVIII, por su vistosidad y bajo coste. Los habitantes de Martorell que visitaban la gran ciudad decidieron importar la idea y contrataron a un artista italiano que realizó la primera decoración en 1821. En 1937, el artista Fernando Serra inició la recuperación de esta forma de arte con el nombrado ayuntamiento y pronto se extendió la fiebre esgrafiadora.


Las principales inspiraciones venían de la profesión de sus dueños o de sus aficiones, ya fueran mundanas o artísticas, completados con la fecha en que se construyó el edificio o las iniciales del propietario. Tras varias décadas de parón artístico, recientemente el artista Jaime Amat i Bargués ha llenado las calles de Martorell de figuras humanas, animales, flores, jarrones, medallones, frutas, escudos de armas, herramientas, etc.


No dudo que en un tiempo no muy lejano todo Martorell se vea invadido de nuevo por esta hermosa técnica que parece no querer desaparecer.
Y para acabar nuestro recorrido catalán, dejamos un lugar endiabladamente hermoso, el Puente del Diablo.
Este magnífico puente que cruza el río Llobregat, fue obra romana, no del diablo, aunque se pueda pensar lo contrario por la audacia de sus constructores y reconstructores para poder mantener sus luces de manera casi mágica utilizando unos elegantísimos y ligeros pilares, sobre todo teniendo en cuenta que por encima debían pasar carros y carretas, legiones y ejércitos.
Muchas remodelaciones tuvo que sufrir el puente a lo largo de los siglos hasta quedar tal y como lo vemos hoy, llegando a quedarse con sólo dos arcos, y dando gracias a la fortuna, ya que fue totalmente destruido por las tropas del Ejército Popular de la República en retirada en 1939. Debieron pasar casi treinta años para que fuera reconstruido y en los últimos años devuelto a la vida, tras ser minuciosamente limpiado y adecentado para mayor gloria de los encantos de la ciudad de Martorell.


Sobre la leyenda poco hay que decir que no nos imaginemos: el diablo se enamora de una hermosa doncella que iba cada día a recoger agua a una fuente cercana y debía dar un largo rodeo para cruzar las aguas del río. Le prometió, pensando que iba a ser la de su amada, que le construiría un hermoso puente a cambio del alma del primero que pasara por el puente. Pero la doncella, una vez acabado el puente, echó un cubo de agua caliente sobre un gato negro que pasaba, que asustado cruzó el puente.



El pobre demonio tuvo que marcharse, derrotado, con un gato y sin su amada.
Pero dejó el hermoso puente para la eternidad....


Y eternamente debe vivir Cataluña, para seguir regalando al mundo unos tesoros llenos de historia, de naturaleza y de arte. Para seguir adelante como siempre lo ha hecho, con tesón, fuerza y orgullo.

jueves, 12 de febrero de 2015

Cataluña (XII)

La plaza que sigue siendo el corazón de Sant Cugat
Imaginemos Sant Cugat del Vallés allá por el siglo IV antes de Cristo. Apenas un par de casas en las faldas de la sierra de Collserola, poco más. De repente llegan los monjes visigodos y deciden que es el lugar perfecto para fundar un monasterio, machacando los restos de un campamento que había levantado la decadente y depravada Roma. A su alrededor, y atraída por la creciente riqueza del cenobio, empieza a asentarse una ingente cantidad de nuevos pobladores que en poco tiempo forma un núcleo que se desarrollará hasta convertirse en villa. A lo largo de los siglos sigue creciendo la prosperidad de esta pequeña urbe por la que obligatoriamente había que pasar para ir de Tarrasa a Barcelona.

Frente al imponente monasterio se levantó una nueva ciudad, y su centro, y punto de partida de los caminos que de ella salían y que a ella llegaban era la Plaza de Octaviá.




Está formada por varias calles que hoy nos regalan una muestra de la arquitectura a través del tiempo, como los porches de la calle Mayor, o la maravillosa Fábrica de Cerámicas de Arpi, que no sólo era sede de la manufactura y vivienda del propietario, sino también una preciosa y útil valla publicitaria, ya que su fachada venía a ser un catálogo y muestrario de las piezas de cerámica que se fabricaban en su interior.

Con este precioso marco, cuya joya de mayor valor es la preciosa vista del monasterio enmarcada por el espacio que fue huerto y hoy plazoleta y antesala de la abadía, lo que obligatoriamente debemos hacer es disfrutar de la multitud de bares de tapas y restaurantes que pueblan el cuadrilátero. Una oferta gastronómica medieval basada en los platos del libro de costumbres del siglo XIII del monasterio de Sant Cugat, con recetas originales adaptadas a la cocina actual y como no, con los mejores ejemplos de la cocina tradicional y más innovadora de Cataluña.



Pero la plaza también es centro de la siempre bullente actividad intelectual y cultivada de los habitantes de la ciudad, alimentada por la cercana Universidad Autónoma de Barcelona que ha desplazado la preponderancia de la villa como destino vacacional de los barceloneses en favor de una más erudita visión de la vida.
En la plaza se respira aromas de cocina de siglos y se escucha el diálogo de las mentes alimentadas por un espíritu inquieto y sabio.
La fe convertida en obra de arte
En un país tan católico, religioso y fervoroso como España, las muestras de fe por todo el territorio nacional son incontables. Monumentos grandes y pequeños, de piedra o madera, frescos que cubren un ábside o grandes retablos de intrincadas formas...Todo es posible en la hipercatólica y piadosa nación nuestra.

Por ello no es de extrañar, que con mucha frecuencia encontremos maravillas que llamen nuestra atención de manera especial, como la que nos ocupa hoy, que se encuentra en lo que fue en su día el huerto de los monjes del monasterio de Sant Cugat.

Para empezar debemos saber que una cruz de término (también llamada humilladero) se levantaba en principio para marcar la entrada de las ciudades, en las vías que llevaban a ellas, para que los viajeros se postraran a sus pies y dieran gracias por haber sobrevivido sanos y salvos a los peligros de los caminos, entonces llenos de asaltantes, lobos y otros seres poco recomendables Muy sencillos al principio, poco a poco fueron evolucionando hasta llegar a ser auténticas obras de arte gótico y renacentistas que aumentaban la fama de los canteros que las labraban. Como podemos ver en ésta, los escalones de la base invitaban a arrodillarse y rezar, dirigiendo nuestros ojos hacia lo alto, pudiendo enviar nuestras plegarias hacia el Cristo crucificado o a la Virgen María, según nuestras preferencias o la cara de la cruz labrada que miremos.



Hay que decir que esta de Sant Cugat fue colocada aquí, después de haber señoreado un importante cruce de caminos durante varios siglos, justo al acabar la Guerra Civil, no se sabe si en un intento de encerrar todo lo religioso en un recinto para protegerlo o para apartarlo de la vista de los Republicanos.

Ahora, perdido parte de su valor religioso, es testigo cada año del baile de Paga-Li Joan, que se remonta al siglo XVIII y levanta autenticas pasiones en todo aquel que acude a las Fiestas Mayores de San Pedro.
La ciudad del monasterio
Hundiendo sus raíces en el lejano siglo IV, y estrangulando los restos del que fue campamento romano conocido como Octavianum, nació el que es hoy en día uno de los más hermosos monasterios de Cataluña.


No tuvieron tanta suerte los monjes visigodos que lo fundaron, ya que fueron pasados a cuchillo por los árabes un par de siglos después, aunque el alma del monasterio resistió, y tras la reconquista sirvió de base religiosa e incluso militar para ir repoblando espiritualmente las tierras catalanas, fundando otros pequeños cenobios que dependían directamente de él.





Su poder fue inmenso e inmensos también sus dominios, por lo que atrajo a una multitud de fieles y medrosos en busca de trabajo a cambio de comida o dineros de la iglesia.




Esa riqueza de la que hablamos fue el instrumento para levantar el edificio que hoy podemos contemplar, un magnífico ejemplo del románico al gótico que engloba un claustro, una espectacular iglesia y varias dependencias capitulares, todo ello protegido por unas enormes murallas y torres de defensa.



Si espectacular resulta rodear el edificio y admirarse ante este convento que más parece un castillo, nuestro ojos vagarán sin rumbo por las maravillas que ofrece la fachada principal del templo, con un rosetón de ocho metros de diámetro que se cuenta entre los mayores del mundo.
Magnífica también su torre de campanario cuya vista, casi completa, se puede disfrutar desde la Plaza de Octaviá, que era el antiguo huerto de los monjes y hoy es una tranquila y sosegada plaza.
Una obra maestra que nos espera en Sant Cugat del Vallés.
El corazón de la Manchester catalana
Como en muchas otras ciudades catalanas, la poderosa y potente industrialización de finales del siglo XIX y principios del XX trajo un caudal de ganancias e inversiones hasta ese momento nunca vistas en Sabadell. Los ahora omnipotente empresarios de la ciudad repartían su tiempo entre luchar contra la infinidad de conflictos obreros y levantar nuevos edificios que dieran más lustre a su familia y engrandecieran el nombre de su urbe.




Por eso decidieron renovar lo que en su día fue la Plaza Mayor, amurallada y núcleo de la Sabadell medieval, para convertirla en un elegante paseo, al estilo de los que ya embellecían ciudades como Barcelona o el siempre espejo de París. Y la verdad es que lo consiguieron, ya que el amplísimo espacio que consiguieron tras derribar las antiguas casas y edificios que amenazaban ruina en 1946, bien puede compararse a esos grandes bulevares (en versión un poco más modesta) de los que pretendía ser reflejo.





Un gran muestrario de varios estilos y épocas de la historia de Sabadell lo constituyen edificios como la Casa de la Vila o la Iglesia de San Feliu en un florido y hermoso neogótico que sustituye a una anterior quemada hasta los cimientos durante la Semana Trágica.

Ahora, recién finalizadas las obras que durante años hacían imposible disfrutar de este maravilloso entorno, es el momento de acercarnos a Sabadell para conocer un poco más del maravilloso patrimonio urbano de esta " Manchester catalana".
Dinero y modernismo
Antes de que llegara la fiebre urbanística sin razón y sin gusto que se apoderó de España con la aparición del progreso y la era moderna y que parece que aún se resiste a abandonarnos, los edificios eran obras de arte en si mismas, a veces con un hilo conductor de tipo cultural o religioso y otras simplemente debidas al buen gusto del mecenas la institución que ordenaba levantarlos.


Eso es lo que ocurrió con la sede de la Caixa de Sabadell, localizada en pleno barrio histórico, que goza de una salud estupenda gracias a las continuas obras de mantenimiento y la savia humana de la que parece nutrirse.
Seguro que con esa idea de perdurabilidad la concibió, a principios del siglo XX, Jeroni Martorell. Una maciza fortaleza para una caja de ahorros, que otorgara imagen de seguridad, confianza y al mismo tiempo tuviera un componente artístico que suavizara ese carácter frío y racional que debían y deben tener los bancos.
Para ello construyó un edificio de líneas rectas en su estructura pero pleno de alegorías y florituras que acogiera la sede del banco, una biblioteca y un salón de actos para la siempre inquieta y culta sociedad de Sabadell.



Las columnas y capiteles se adornan con temas vegetales, florales y figuras que representan empleos tradicionales, como el segador, el panadero, la campesina y la encajera, la costurera, la hilandera, el alfarero y el forjador. El frente busca impresionar con figuras más grandes, motivos simbólicos de la hucha y el libro, que representan el ahorro y la cultura, el trabajo y la virtud.
Curiosas son las gárgolas en forma de langosta e impresionante el trabajo de forja de las rejas de ventanas y puertas.
Está comprobado pues, que la belleza no está reñida con la seriedad y la austeridad, ¿verdad?.
Cuando la ciudad era pueblo
No siempre la ciudad de Sabadell fue la gran urbe que se nos presenta en el siglo XXI. En el pasado el lugar era un fértil edén donde se cultivaban multitud de variedades de frutas y verduras, con una actividad ganadera de gran importancia con las que luego se comerciaba en un mercado que se remontaba a 1111.

Así que no es extraño que encontremos construcciones rurales como esta masía que es superviviente de aquellos tiempos en las que la industria primaria del cultivo y la cría de animales era la principal fuente de ingresos antes de la llegada de la industrialización.



La de Durán es una masía del siglo XVI que parece haber sido colocada en el centro de Sabadell como si de un decorado de película se tratase, rodeada de edificios modernistas, mansiones burguesas decimonónicas y algún que otro monstruo fruto de la modernidad.
Esta preciosidad sobrevive gracias a la iniciativa para declararla monumento histórico en 1958 y a que se mantuvo habitada por la misma familia Duran hasta fechas muy recientes.

Hoy, es un pequeño museo donde se muestran las costumbres y usos de una familia que disfrutó de gran poder social y económico. El jefe de la familia, Felix Duran, fue procurador real y jurado del Consell de la Vila, entre otras responsabilidades cívicas, aparte de tener gran influencia en temas de agricultura y ser dueño de varios talleres de tejidos de lana, lo que les permitió construir una casa de gente adinerada que acrecentó el prestigio y reconocimiento de la familia Duran dentro de la ciudad.


Poco a poco, la casa dejó de ser una masía rural para convertirse en un pequeño palacete al que incluso se añadieron elementos artísticos renacentistas que aún hoy se pueden ver en la fachada. Y así se convirtió en la joya inesperada que encontramos al callejear hoy por Sabadell.