Fue la primera década del siglo XXI, la que vio nacer y desarrollarse tímida pero firmemente a la compañía española Iberocruceros. No era de extrañar que en un determinado momento, un país tan turístico y marinero como España, quisiera tener su propia línea de cruceros para navegar por el Mediterráneo.
Por ello Iberostar, propietaria de numerosos hoteles alrededor del mundo, decidió embarcarse en una aventura que duraría poco más de una década, concretamente hasta 2014 en la que desaparecerá absorbida por Costa Cruceros.
Sus comienzos como Iberojet Cruceros la llevaron a adquirir el Bolero, barco que perteneció a NCL con el nombre de Starward y que tras pasar por varios propietarios acabó desguazado en la India en 2018.
El 23 de abril de 2001, el buque inició sus viajes por el Mediterráneo con Barcelona como puerto base, recorriendo puertos como Cerdeña, Túnez, Malta, Nápoles, Roma y Niza, y llevando a bordo la nada desdeñable cantidad de 900 alegres cruceristas españoles. La fórmula de su rápido éxito fue de lo más patria: cruceros españoles para españoles ( y portugueses, claro). Su oferta se basaba en una gastronomía 100% ibérica, una tripulación hispana y el maravilloso Todo Incluido que tanto gusta a los viajeros españoles.
Desde Valencia zarparía el siguiente barco que se uniría a la flota, el Crown Mare Nostrum, al que se sumaría en 2004 el Grand Latino, que había nacido como Royal Viking Sky y hoy navega como Boudicca.
Este barco, que fue durante muchos años uno de mis favoritos por su elegancia y aspecto de yate de lujo, nació como Olympic Voyager, y llegó a Iberocruceros con tan sólo cuatro años de vida.
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