domingo, 3 de enero de 2021

Cantabria, la Tierra Infinita (III)

 Emprendamos ruta hacia el Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón.

A tan sólo 15 minutos en coche de Comillas encontramos el núcleo urbano de Cabezón de la Sal, donde hacemos una breve parada para conocer la iglesia de San Martín, que destaca entre las iglesias de Cantabria por su característica torre coronada por un tejado en forma de campana.

Levantada en estilo montañés, la iglesia también ofrece otras peculiaridades, como sus ventanas redondas que nos recuerdan a ojos de buey y un peculiar vía crucis en piedra que rodea todo el edificio que tiene aires de fortaleza medieval.


Sin desmerecer su valor, nos dirigimos rápidamente a visitar un lugar único en Cantabria. Tras aparcar el coche en un espacio destinado a ello nos internamos en el bosque.
Ante nosotros aparecen unas pasarelas colocadas para llevarnos directamente hasta el objetivo de esta parada, lo que se agradece, ya que aparte de la espesura del bosque, en algunos tramos tiene considerables desniveles, y sobre todo permite el acceso a personas con movilidad reducida.


Y ante nosotros aparecen los gigantes de la naturaleza. Nada menos que 848 sequoias sempervirens (de las 1.000 que se plantaron) que se elevan hasta 40 metros de altura. Para que nos hagamos una idea como un edificio de 10 pisos.

Estos ejemplares, que forman un ecosistema único en Europa, podrán vivir, si se cuidan convenientemente hasta los 3.000 años de edad, crecer hasta llegar a los 100 metros de altura, y tener hasta siete metros de diámetro.



Son árboles de rápido crecimiento, ya que cuando están entre los cuatro y diez años de edad pueden crecer hasta dos metros por año. Lo que los hace especiales, aparte de su belleza, es la calidad de su madera, ya que es muy ligera, de un precioso tono rojizo y muy fácil de trabajar y tratar por no ser resinosa.


Y en estas ventajas se basa la historia del lugar, ya que en los años 40, se decidió plantar un millar de estos árboles, famosos por la rapidez de su crecimiento, para conseguir la madera suficiente que demandaba la industria de la zona. Afortunadamente, cuando los árboles tuvieron la altura apropiada para empezar a talarlos, su madera ya no era necesaria, así que se olvidaron de ellos y dejaron que formara este espectacular enclave del que hoy podemos disfrutar, y que fue declarado Monumento Natural en 2003.

Dejamos atrás a estos titanes de la Naturaleza para seguir nuestro camino.

Hacemos una parada técnica en Torrelavega, uno de los núcleos industriales cántabros, y como somos muy curiosos nos acercamos al principal monumento de la ciudad, la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. De nuevo acaba de empezar la misa, así que nos limitamos a rodear este templo que es relativamente nuevo, ya que se construyó en los últimos años del siglo XIX y finales del XX.

Para ello fue convocado el arquitecto vizcaíno José María Basterra, que ya había trabajado en la ampliación de la Universidad de Comillas. Decidió seguir las corrientes neogóticas del momento y realizar su obra en piedra caliza.

Lo que más llama nuestra atención es la elegante torre que se eleva hasta los 50 metros de altura, de estilo inglés, y que destaca en el paisaje según nos acercamos a la ciudad e impone cuando estamos a sus pies.

Y seguimos nuestro camino hasta llegar a Liencres, para visitar el Parque Natural de las Dunas y Costa Quebrada.
Antes de llegar a la costa pasamos cerca del Campo de Golf Abra del Pas, contiguo a la ría de Mogro donde se combina la acción urbanística urbana con un paisaje de montañas, dunas y bosques.



Para alcanzar el hermoso aunque azotado por el viento, enclave natural debemos atravesar un bosque de pinos y estacionar nuestro coche frente al mar, en un aparcamiento situado entre dos playas.

 A la derecha la playa de Canallave.


Y a la izquierda la mayor de ambas, Valdearenas. 

Es justo por encima de ésta donde se sitúan las dunas, muchas de ellas móviles que se desplazan hacia el interior por la acción del viento que procede del mar. 195 hectáreas de arena y vegetación, que cobijan infinidad de especies de insectos, reptiles e incluso aves .

Nos despedimos de esta maravilla natural para adentrarnos de lleno en la vida urbana de la capital cántabra, Santander.

Aquella bahía resguardada de vientos y malas mares que fundaron los romanos en el 21 antes de Cristo para someter a los pueblos bárbaros, evolucionó rápidamente a lo largo de los siglos, pasando de ser un pequeño conjunto de castros a un puerto de gran importancia en el comercio de la lana con Flandes y posteriormente como base de salida y entrada de los intercambios con América.


Fue tal su desarrollo que en 1817 ya se le concede el título de capital de la provincia cántabra y hasta bien entrado el siglo XX su población crece de manera espectacular, ya que necesitaba mano de obra para su floreciente industria mercantil, la construcción de nuevos astilleros y la compleja red administrativa que conllevaba el hecho de ser uno de los principales puertos del norte de España.


La Guerra de la Independencia, la Civil y un terrible incendio en 1941, afectaron gravemente a la ciudad, que aprovechó estos nefastos acontecimientos para reordenar sus calles, edificios y plazas, creando el germen de la gran capital que podemos disfrutar hoy. Un buen ejemplo son los Jardines de Pereda, una de las puertas de entrada a la ciudad para viajeros que como yo llegan en coche, ya que bajo su superficie encontramos uno de los parkings más céntricos de la ciudad. En la superficie andamos hacia el centro administrativo e histórico de la ciudad, pasando por el ayuntamiento, de estilo modernista-ecléctico que preside una plaza famosa por albergar hasta 2008 la última estatua ecuestre de Franco que fue retirada de un espacio público. El incendio, como hemos dicho fue un desastre histórico para la ciudad, y podemos saber mucho más de él si nos unimos al tour del incendio de Santander 

Una escultura que aún permanece es la dedicada a Velarde, héroe de la resistencia del 2 de mayo en Madrid.


Y llegamos a uno de los monumentos más queridos por los santanderinos, la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora.

Para hacernos una idea del marco histórico que rodea la catedral, hay que decir que no siempre estuvo en el centro de la ciudad. Y no es que se haya movido. Lo que ocurrió es que en un principio estuvo en un cerro costero, pero los rellenos de las bahía que se fueron sucediendo a lo largo de la historia para permitir el crecimiento industrial y arquitectónico de la ciudad la fueron alejando de la orilla. 

Construida entre el siglo XII y el XVII, la catedral fue inicialmente una abadía levantada para albergar las reliquias de San Emeterio y San Celedonio, que luego veremos, y el edificio que hoy podemos disfrutar es una reconstrucción de los años 40 hecha con todo detalle y cuidado.

Digo reconstrucción, porque teniendo en cuenta su antigüedad, el siglo XX no fue muy magnánimo con ella. A los daños causados por la explosión del famoso vapor Cabo  Machicaco de 1893, se sumaron los causados por la Guerra Civil y el terrible incendio de Santander en 1941 que duró dos días.


Aunque como digo la restauración se hizo con esmero, al parecer los materiales elegidos no fueron de la calidad deseada, para que duraran un par de siglos más, Por la mala elección llevo a utilizar areniscas para tallar las columnas que ya venían con el mal de la piedra y que poco a poco acercan más el posible peligro por derrumbamiento de los arcos del claustro.


Así que mejor disfrutemos de la visita en previsión de que en breve, y siendo optimistas, la catedral pueda ser restaurada. El edificio consta de dos plantas superpuestas y un claustro. Visitaremos primero el interior de la llamada Iglesia Alta.

Hay que tener en cuenta que si bien el templo nos parece demasiado simple y desprovisto de los tesoros góticos que podríamos esperar de un edificio de esta importancia, hay que tener en cuenta que la mayor parte de los retablos que la embellecían se fueron perdiendo con los desastres que mencioné anteriormente y otros, parcialmente dañados, fueron imposibles de recuperar, por lo que fueron retirados. Aún así se conservan algunas capillas casi completas con los retablos originales.



Aunque sin duda, el espacio más llamativo lo forma el sepulcro de Marcelino Menéndez Pelayo, escritor y erudito santanderino realizado por Victorio Macho.

Salimos del edificio para dirigirnos a la Iglesia Baja o Iglesia del Cristo, no sin antes rodear el interior del claustro para ver la maqueta que representa a Santander en época medieval, donde podemos ver que efectivamente la Catedral estaba situada a orillas del mar.

Cimiento de la Catedral o Iglesia Alta, la del Cristo, aún minúscula en comparación, tiene tres naves y se la conoce como Cripta de la Catedral. Los muros y columnas son muy gruesos al tener que soportar el peso de la Catedral en tan solo 31 metros de largo por 18 de ancho.

En ella, y utilizando los restos de un horno de época romana, se guardan desde hace siglos las cabezas de los santos Emeterio y Celedonio, mártires de la persecución romana y patronos de la ciudad. Un horno fue el lugar elegido porque los cimientos de la capilla se hunden en los de unas termas donde acudían los ciudadanos romanos que habitaban en Santander.

Aparte de las reliquias, la cripta contiene joyas de gran valor de la escultura religiosa, como una representación del Descendimiento que se cree formaba parte de un retablo mucho mayor.

O una hermosa piedad de los años 30.

El Crucificado que preside el presbiterio fue realizado en el siglo XVIII  y es de una elegante y exquisita belleza.

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