sábado, 30 de noviembre de 2024

Laos, la Tierra del Millón de Elefantes (I) Vientian(I)

 


Laos, sin duda, es el secreto mejor guardado de Asia. Escondido entre sus famosos vecinos del continente, China, Myanmar, Tailandia, Camboya y Vietnam, es un país único y auténtico. con un encanto que enamora gracias a su riqueza cultural y a una naturaleza casi intacta que combina a la perfección con su serenidad y ese toque rural que lo hacen diferente a ellos.
Sin costa, pero repleto de valles, cordilleras, desfiladeros y cubierto de una espesa selva tropical, es el paraíso de los aventureros. Pero no acaban aquí sus tesoros, ya que el país regala al visitante el exotismo de sus pagodas, el legado de la arquitectura francesa  y sobre todo la amabilidad de su gente.


Después de volar desde Bangkok, pasamos sobre el inmenso río Mekong y aterrizamos en Vientian, capital del país que se encuentra situada en el valle con el mismo nombre del río que separa el país de Tailandia.
Fundada en el siglo IX antes de Cristo, sufrió varias invasiones a lo largo de su historia y casi había desaparecido, tragada por la selva, cuando llegaron los franceses y la convirtieron en capital del protectorado de Laos, recuperando parte de su esplendor y construyendo hermosos edificios de estilo francés. Pero en 1953, el país se convirtió en el nuevo Estado Independiente de Laos, para en 1975 llegar a ser la República Democrática Popular de Laos.

Nuestra primera visita será Patuxai, el Arco del Triunfo.

Su nombre significa "Puerta de la Victoria" aunque anteriormente se conoció como Anusavari.
Construido entre 1962 y 1968 en memoria de los fallecidos en la Guerra de Independencia contra Francia, se usó para su construcción parte de los fondos que concedieron los Estados Unidos para construir un aeropuerto en el lugar.
La ciudad es amplia y ordenada, y el lugar donde se encuentra el arco también lo es, ya que está localizado en una plaza ajardinada en el centro de una gran avenida, rodeado de dos estanques con fuentes que fueron regalo de China, adornado con palmeras y parterres.


Es inevitable compararlo con el Arco del Triunfo de París, en el que se inspira directamente, sustentado también sobre cuatro pilares que generan cuatro puertas. Arriba, una terraza con frisos y adornos, al gusto asiático, como las figuras de Kinnari, las mujeres pájaro de la mitología de Laos.


El edificio puede visitarse a determinadas horas, y se puede subir por un escalera de caracol. El interior guarda un museo que muestra artefactos e información sobre la construcción del monumento y la lucha por la independencia de Laos.


La construcción del monumento sirvió como muestra de la resistencia y determinación de Laos y su gente. Como símbolo de ese orgullo histórico, muchas piedras del templo de Wat Phra Keo fueron utilizadas para levantarlo, al igual que las esculturas de siete cabezas Naga que simbolizan la conexión espiritual con la cultura nacional.




En este lugar tienen cabida todos los festivales nacionales y por supuesto, los culturales, ya que refuerza la conexión entre el presente y la historia del país.
El edificio tiene en total siete pisos más dos secundarios, con lados de 24 metros, y una altura total de 55. Se adornaron las ventanas de las torres con imágenes de Buda, lo que lo hace sagrado, e incluso encontramos un pequeño altar, que junto con las agujas de las pequeñas cúpulas convierte al arco en un templo no oficial, pero de obligada visita.




A continuación nos dirigimos al mercado nocturno de Non Kho, sinceramente, no apto para todos los estómagos. El recorrido, nos lleva desde las flores, frutas y verduras que podríamos encontrar en cualquier mercado asiático, pasando por carnes y pescados más o menos comunes; pero de repente se transforma en una orgía de rarezas culinarias que incluyen sapos, cucarachas, escorpiones, gusanos, avispas y un sinfín de insectos, anfibios y resto de especies que los laosianos comen con el mayor placer.








Al día siguiente nos desplazamos a unos 25 km de la ciudad para visitar el Parque de Buda o Xieng Khuan, un parque de esculturas junto al río Mekong. No es un templo, pero al contener figuras de Buda, puede considerarse casi sagrado. Su nombre en laosiano quiere decir "Ciudad espiritual" ya que guarda unas 200 estatuas y estructuras hindúes y budistas hechas de hormigón armado y muchas de ellas adornadas con mosaico.
Una de las más importantes, que nos recibe a la entrada, se parece a una calabaza gigante, con tres pisos que representan los tres niveles de existencia, es decir, el infierno, la tierra y el cielo. Antes era posible entrar por la gigantesca boca de demonio que la adorna, de unos tres metros de altura, para pasar por los pisos, mediante una escalera, que contienen esculturas alusivas a cada nivel, y llegar a lo alto, a un mirador desde donde se ve todo el parque.

El lugar brotó de la imaginación de Luang Pu Bunleua en 1958. Era un sacerdote que mezcló en su espiritualidad el hinduismo y el budismo. Tras la revolución del 75, huyó a Tailandia, y allí construyó un parque de similares características. Lo curioso es que ese parque está justo enfrente de éste, pero al otro lado del río, con lo que desde Tailandia pueden verse las estructuras más altas del Parque de Buda.


Otra escultura imponente es el enorme buda reclinado de unos 40 metros de largo, rebosante de detalles y que constituye la pieza central del parque. 


La apariencia antigua de las esculturas se la ha dado el hecho de estar expuestas a la intemperie, a la humedad del clima laosiano y a las frecuentes inundaciones del río Mekong. Casi todas ellas miran hacia el este, donde sale el sol, y sólo miran al lado contrario las que representan a la muerte.








De camino al río vemos un lugar techado que guarda la exposición de las barcas de Khonsavanh, una carrera por el río de gran fama popular. La mayor de ellas era manejada por 55 remeros y fue comprada por el estado tras la pandemia para ser instalada en este lugar como muestra de las tradiciones laosianas.


Terminamos la visita junto al río Mekong, con la vista de la vecina Tailandia la otro lado del curso de agua.

domingo, 24 de noviembre de 2024

Bután, el reino del Dragón del Trueno. (y VI)

 Y cerramos nuestra visita a Bután con el día más esperado, la ascensión al nido del Tigre.

Una jornada dura, pero que al finalizar nos regala una de las visiones más hermosas del mundo, que se nos quedará para siempre en nuestra retina.

Al tratarse de una caminata de unas 5 horas, nos levantamos temprano, al amanecer, ya que debíamos estar en la base de la montaña poco después de que se abriera el acceso. Muchos de mis compañeros de viaje llevaron sus bastones de trecking, pero tenemos la opción de usar unos bastones de madera que alquilan por el importe equivalente a un euro.



Tras dejar atrás los aparcamientos vemos un grupo de caballos y mulas preparados para el camino. El que lo desee puede alquilarlos y hacer parte del camino montado a lomo de estos nobles animales, pero la pequeña aventura sólo tiene sentido si se realiza a pie, haciendo paradas y viendo el camino recorrido y el que aún nos queda por delante.

Por el camino encontramos varios pequeños santuarios que salpicaban la ruta de unos 6,4 kilómetros.


El camino que nos lleva hasta arriba tiene preciosas vistas sobre el valle de Paro, y supone un ascenso en pendiente de unos 520 metros, hasta llegar a los 3120 metros donde se encuentra el monasterio.


A mitad de camino encontramos unas ruedas de oración y una cafetería restaurante donde podemos recuperar fuerzas y sacar unas preciosas fotos del monasterio que se encuentra enfrente.



Al llegar a la cima encontramos un santuario con varias ofrendas y recuerdos a los muertos.




Y por fin, ante nosotros el Nido del Tigre, o Taktsang Palphug, el mayor tesoro arquitectónico de Bután. Encaramado en lo alto de un acantilado a más de 900 metros del suelo, nos parece casi increíble que fuera posible construirlo en un lugar tan peligroso. El Nido es uno de los monumentos más antiguos y al tiempo más modernos del país, ya que se empezó a construir en el siglo VIII, pero fue destruido por un incendio en 1998, por lo que tuvo que ser restaurado y prácticamente edificado de nuevo.


Como ya sabemos, Gurú Rinpoche, era un gran viajero, y por supuesto que este lugar tiene su leyenda, como casi todos los lugares de Bután. Al parecer Rinpoché voló hasta aqui a lomos de una tigresa embarazada y envuelta en llamas ( que en realidad era su esposa Tashi Kheudron), hecho que dio nombre al lugar.
Rinpoché se disfrazó de su última manifestación, el iracundo y enfadado Dorje Drolo y se escondió en un recoveco en la ladera del acantilado (Taktsang Pelphug) que se convirtió en el lugar más sagrado del monasterio. Allí el maestro meditó y trabajo espiritualmente con su esposa para someter a innumerables demonios, haciéndoles jurar que a partir de ese momento protegerían el templo.

Tras purificar la cueva durante 4 años, ocultó en ellas varias reliquias y escritos sagrados para las futuras generaciones de monjes. Estas enseñanzas servirían para alcanzar la verdadera y completa iluminación.

En sus inicios, en el sitio ya había alguna pequeña capilla, con lo que se consideraba desde hace siglos como terreno sagrado. Cuentan los escritos, que en el momento de la bendición oficial del Nido, apareció un triple arco iris y una lluvia de flores.
La estructura del monasterio comprende hasta 8 ermitas o capillas aisladas construidas directamente sobre la roca escarpada. lo que hace que tengamos que subir por varias escaleras para recorrer desde la base hasta la Cueva Sagrada. 

Bajamos el enorme tramo de escaleras que lleva al desfiladero y llega a una cascada.



Una leyenda cuenta que cada noche, al terminar de colocar los cimientos del monasterio, aparecía un demonio que desmantelaba todo lo edificado durante la jornada. Sólo se pudo continuar sin incidentes, después de que el arquitecto jefe colocara un mechón de su cabello entre el mortero que unía la piedra.
Otra dice que varias diosas ofrecieron sus trenzas para unir las rocas, cuando en varias ocasiones no había mortero para seguir levantando el monasterio.
Todo fue estabilidad para el Nido hasta abril de 1998 cuando una lámpara de mantequilla o un cortocircuito eléctrico prendió en la madera y los adornos de tela, causando un voraz incendio que no pudo ser sofocado hasta tres días después. Muchas reliquias importantes, incluyendo valiosos pergaminos sagrados y preciosas pinturas thangka se perdieron entre las llamas.

Y tras descender y desandar el camino, volvimos al valle. Allí hicimos una última visita a una casa tradicional que nos mostró el sencillo modo de vida de los habitantes de Paro, alejado de toda modernidad y de las "comodidades" a las que estamos acostumbrados en occidente, de las que sólo estaba presente la luz eléctrica.







Al día siguiente, muy temprano, subimos al avión para emprender el regreso a Katmandú, parada de dos días, antes de nuestro siguiente destino, Laos. 
Desde la ventanilla del avión nos despide la cordillera del Himalaya, y reinando sobre todo el conjunto, nuestra última imagen que nos regala la vista del impresionante Everest. འཕྲལ་མགྱོགས་རང་མཇལ་འོང་ མཛེས་པའི་འབྲུག་ལུ།