jueves, 2 de febrero de 2017

Bali, la Isla de los Dioses ( II)

Al día siguiente, muy temprano, antes de que el calor apretara empezamos nuestro recorrido. Y lo hicimos por el Pura ( templo) Taman Ayun, o El Templo del Vasto Jardín.
Serenidad, diría yo. Fe y espiritualidad que dirían otros.







El animismo y la veneración de los ancestros tienen un peso muy importante en la vida balinesa, incluso en la observancia hinduista local, hasta tal punto que nosotros, como occidentales, llegamos a pensar que no hacen otra cosa sino rezar, y que la mitad de los puestos de un mercado, por ejemplo son dedicados a ofrendas a los dioses.
Un amigo balinés me habló del término sekala- niskala que vendría a significar visible-invisible y que recoge la idea de que el mundo físico, el que podemos sentir y tocar está recorrido por un mundo espiritual. A los espíritus ( dioses y demonios) se les honra con ofrendas de flores y alimentos y los ancestros son divinizados en complejos rituales.







La belleza del paisaje y de determinados puntos energéticos son definitorios del lugar donde va a edificarse un templo.
Es el caso del Taman Ayun, en medio de Mengwi, una ciudad de paso, sin más interés cultural, pero cargada de gran poder espiritual, ya que según se cree, al estar en el eje que une las montañas con el mar proporciona la circulación armónica del agua desde las montañas a los arrozales, luego al mar y vuelta a las montañas.











Rodeado de fosos que simbolizan el mundo hinduista sobre el mar cósmico, sus torres meru representan las montañas, las residencias de los dioses, y algunos santuarios con forma de pabellón están revestidos de un honor especial, como uno de ellos con trono de loto donde se sientan los dioses hinduistas Shiva, Brahma y Visnu.








Todo esto podemos admirarlo y disfrutarlo con todo respeto, como siempre, desde un paseo que rodea la totalidad del templo sagrado, ya que no está permitida la entrada al interior.
















Podemos, eso sí admirar de cerca la joya del conjunto, la Kori Agung o puerta principal con un curioso relieve del guardián Sai con dioses, profetas y figuras guardianas de la mitología balinesa. Sólo abre sus puertas durante las ceremonias, pero al estar lejos del corazón del templo, me atrevo a recomendar el paseo alrededor que verlo desde ella.














El templo está localizado entre dos corrientes de agua, que convierten el conjunto en un paraje idílico.
 La siguiente visita era Marga.





Costó muchísimo encontrar el sitio, no se si porque en el dialecto local lo llaman de otra manera o por estar un poco alejado de los pequeños pueblos.




Lo que si es cierto es que valió la pena el desvío de la carretera principal para encontrarnos de lleno con el complejo conmemorativo.


Una vez aparcado el coche bajo una gran ceiba, nos encaminamos a la entrada. Alrededor no hay casas, ya que ocupa el emplazamiento, en un llano, de una batalla entre los holandeses y las guerrillas balinesas que tuvo lugar en 1946.
Lo más cercano es una aldea al este del lugar, que es la que da nombre a la zona, Marga.





















Al entrar vemos el monumento Margarana, rodeado de las tumbas de los 94 guerrilleros que cayeron en la batalla de Marga. Tras pasar el precioso jardín con varios pabellones rodeados de un foso con carpas y siluros, encontramos en la simetría de los monumentos a los 1.372 héroes de guerra de la Independencia de la década de 1940. Las tumbas no guardan parecido con las hinduistas, ya que son pequeñas estructuras con forma de meru que recuerdan los antiguos templos del imperio javanés de Majapahit.





























Fue en ese momento cuando viví uno de los instantes más conmovedores de mi vida. Mientras sacaba fotos de las tumbas, una familia hacía unas ofrendas a su padre. Viendo que me mantenía a una distancia prudente, observando, miraron hacia mí y me invitaron a acercarme y ponerme a su lado. Con todo mi respeto, me sujeté el sarong y me arrodillé junto a ellas. Me invitaron a comer de las ofrendas del muerto, uno de los máximos honores que se puede hacer a un extraño. Me permitieron incluso fotografiarlas en su momento de mayor intimidad, en su comunicación con los difuntos.










Ahí comprendí el alma amable de los balineses, su sencillez y su amor.
Pero había que seguir, así que mis pasos me llevaron al monumento central, donde estaba realizándose una puja comunal. Este monumento que no debemos confundir con un santuario meru balinés se diseñó para simbolizar el día de la proclamación de la Independencia, el 17 de agosto de 1945. Los cuatro escalones y las cinco pequeñas columnas de la base representan el año (45), las ocho alturas de su tejado el mes ( agosto) y la altura total 17 metros el día.
Simbolismo, fe, armonía.. homenaje a los que lucharon hasta el final y dieron sus vidas por su país.









Marga bien merece una visita...

Y seguimos camino al norte.



Sabía que cuando llegara el momento de escribir sobre Pura Ulun Danu Bratan tendría un choque de sentimientos.
Antes de ir a Bali, decenas de años antes, la imagen mágica que tenía de la isla se resumía prácticamente en la visión de este templo flotando sobre las aguas del Lago Bratán. Una imagen entre espiritual y rural, alimentada por guías de viaje y revistas obsoletas y caducadas con un aire de rancio romanticismo.









Al llegar, un mini parque de atracciones sacudió mi recuerdo.
Primero, una arquitectura de alta montaña que como si de una suiza oriental se tratara, gobierna e invade todo el perímetro del lago; un parking organizadísimo, que cual IKEA te obliga a pasar por todos los puestos de venta de recuerdos y demás inutilidades hasta que, después de pagar una entrada accedemos al recinto por un jardín cuidado con todo esmero y detalle.
En los muelles del lago varios negocios: alquiler de paracaídas con motora, esquí acuático, barcas y guías para ascender a pie hasta los picos.



Y por fin aparece el templo, restaurado hasta la saciedad, embellecido al gusto oriental que tanto nos atrae a los occidentales, pero sin ese tono sepia, decadente que tenía en mi recuerdo.
















Vuelta de tuerca. Estoy aquí, guardo esa imagen en la mente y percibo la actual, la que me enseña un templo del siglo XVII, no más antiguo, que hasta hace poco era propiedad exclusiva de las cañas y las percas del lago, pero al que su fotogenia ha cambiado la vida.




No menos se merece Danu, la diosa del lago, ni Buda, que tiene una pequeña stupa con varias imágenes suyas orientadas hacia los puntos cardinales.
La imagen, lo reconozco, sigue siendo inolvidable, mantiene un poquitín de magia, un resquicio de la que permanece en el fondo de mis recuerdos.







Intentaré juntar las dos sin eliminar ninguna. El tiempo pasa y las imágenes de hoy se volverán sepia...
 Después de visitar el ya turístico Templo de Danu, precioso, eso sí, pero que no deja de ser un imán para el visitante y un " must" a la hora de visitar Bali, recomiendo seguir la carretera que parte del aparcamiento y seguir adelante, y cuando veamos una preciosa extensión de agua, en un lugar silencioso y tranquilo detengamos el coche.





Eso es Buyan. El agua del lago que refleja las montañas a las que se han aficionado los senderistas de todo el mundo, la quietud que parece impregnar el enclave, donde ni el agua se atreve a hacer un ruido.
A nuestras espaldas un pequeño templo, no tan bonito como el anterior, quizá menos romántico, pero donde habitan también los espíritus del agua.





La gente viene a pescar, a hablar o simplemente a pasar la tarde.
No deja de recordarme los paisajes alpinos de Suiza o del más cercano Nepal.







Disfrutemos unos largos minutos antes de seguir...hasta Gitgit.
Este ha sido sin duda uno de los rincones más divertidos del viaje a Bali, ya que fue un cúmulo de sensaciones en poco menos de una hora.
Para llegar a la catarata de Guiguit hay que salirse de la carretera general que recorre la isla de arriba a abajo. A unos 400 metros de la entrada del camino señalizado hay un pequeño parking y un puesto donde "debemos" dejar un "donativo", con la clara diferencia entre nuestro sentido de donativo y el suyo.





Un camino nos lleva entre los altísimos árboles hasta un par de casas donde el camino se bifurca.


NO tomemos el que indica la flecha ( como hicimos nosotros), ya que está torcida y nos lleva a unas interminables escalinatas que nos bajan a un barranco por donde pasa el agua y se encuentra una especie de turbina y varias cataratas pero que son inaccesibles. El sitio es muy bonito pero las escaleras de subida, matan.










Así que en la bifurcación sigamos recto, por el camino cubierto de cemento y en unos 200 metros llegaremos a un lugar realmente único, donde varias cascadas se alternan con pozas donde podemos bañarnos con tranquilidad, en un agua tan limpia que incluso me atreví a beberla. Estaba dulce y fresca...






Unos niños disfrutaban del agua de tal manera que no pudimos ser menos y nos zambullimos en ella.
La fuerza del agua nos zarandeaba en algunos lugares, pero formaba parte de la diversión. Un precioso altar era el complemento ideal en la imagen del agua que caía desde las altas paredes del corte. Era como un espacio cerrado, donde no había llegado prácticamente nada, donde la naturaleza lo envolvía todo y al mismo tiempo parecía querer reventar en colores, sonidos y aromas.





















Refrescados, relajados y con energías renovadas continuamos nuestro camino hacia el norte.
Singaraja se planteaba antes de que la visitara como un lugar interesante, sin mucho que ver pero con algún que otro atractivo.
Al llegar, el intenso calor nos obligó a reducir la visita a prácticamente dos calles, las que entra a la población y una peatonal que llevaba al antiguo muelle.



Nos llamaba la atención porque con sus mezquitas junto a la orilla, sus templos y su mercado resultaría un lugar agradable para pasear, si no fuera por el calor sofocante.
Así que decidimos echar un rápido vistazo a las casas del río Buleleng, herencia de las comunidades de comerciantes chinos y que tanto recuerdan a las de su país de origen, y de la misma forma una visita exterior al templo chino, con las clásicas tejas rojas y decorado con paneles de caligrafía dorada, también pagado por los comerciantes orientales.









En la foto que pueden ver en ultimo lugar, se anuncia un dentista...


Y así llegamos a Air Panas
Si hay una cosa que me sorprendió en Bali, es que todos los lugares de visita, tanto turísticos como para los propios balineses, tienen un parking cercano, eso sí, con su correspondiente cuidador que nos da nuestro comprobante de pago, que siempre oscila entre unas 2.000 y 3.000 rupias ( 0,15 y 0.25 céntimos) con lo que ahorras tiempo en buscar aparcamiento y cuanto te pide el listo de turno, como en muchos otros lugares del mundo.
Así que dejamos el mobil, como llaman ellos al coche y caminamos entre puestos de sarongs, camisetas de Bintang, bermudas floreadas y tras pasar un arco y un puente sobre un minúsculo barranco llegamos al lugar.





Este balneario, muy popular entre los lugareños y los visitantes de la cercana Lovina, cuenta con tres piscinas; el agua de la más elevada es termal. En ella ocho cabezas de dragón ocultan los caños de los que emana un agua sulfurosa verde amarillenta que al parecer es terapéutica para las afecciones de la piel. Los lugareños consideran el agua caliente sagrada: se ha construido un templo en torno al manantial que ocupa un emplazamiento fresco y sombreado.
Si no vamos con el bañador puesto, hay unas cabinas, gratuitas, que podemos usar para cambiarnos antes y después del baño.



Como siempre, es un honor compartir costumbres y usos con los habitantes de los países que visito y no tardo ni un minuto en disfrutar del agua.
Y para acabar, nada mejor que una hoja de plátano en forma de bolsita llena de arroz y una mezcla de pollo, cacahuetes y por supuesto, mucho sambal ( picante).

 

Y sobre el arroz podemos hablar largo y tendido, ya que los lagos de montaña, el clima templado y las ricas tierras volcánicas de Bali son idóneos para el cultivo del cereal.




Aunque parte de la tierra de cultivo se destina a otros usos, los arrozales abancalados permanecen como fértil dominante del paisaje rural, y el culto y cultivo del arroz apenas han cambiado desde el Neolítico. El terreno escarpado dificulta la mecanización y plantea problemas para el cultivo por medio de inundación, ya que el agua fluye muy por debajo de la tierra cultivable , en el fondo de las profundas gargantas. La solución adoptada por los balineses consiste en un ingenioso sistema de canales túneles y acueductos de irrigación que desvían el agua desde los manantiales de montaña hasta las comunidades agrícolas.








Pero todo esto no sería posible sin el beneplácito de la diosa del arroz, a la que es obligado hacer ofrendas desde el momento de la plantación hasta la recogida.










Como todo, en Bali, necesita la protección espiritual y la acción de gracias por una tierra tan fecunda y generosa.

Y después de este paradisíaco paisaje, volvemos a casa a descansar...

1 comentario: