miércoles, 1 de enero de 2020

Rumanía, la bella del Este (I)

Bella no, bellísima. Y sorprendente, porque desgraciadamente la imagen que tenemos en el resto de Europa de Rumanía, no pasa de ser la de la patria de Drácula y la inmigración con todos sus claroscuros. Pero el verdadero rostro del país es el de una nación que parece haber despertado de una pesadilla de luchas medievales internas entre príncipes guerreros, una ocupación física e ideológica de un comunismo que la mantuvo aislada y la empobreció hasta límites extremos y hasta hace poco perennes y un dictador del que lograron sacudirse hace relativamente poco. Hoy Rumanía se engalana como una jovencita que no parece tener miles de años a sus espaldas, que ya ha renacido y luce sus mejores galas para quien tiene deseos de verla brillar, como nosotros, cuando decidimos que ya era hora de visitarla y hacerle la corte.

Por ello viajamos en el mes de octubre, cuando el país se ha sacudido del sopor del verano y todos sus rincones empiezan a teñirse de los colores del otoño, con esa luz que sólo el sol que va buscando el descanso del invierno puede darle. Y decidimos hacer un recorrido que no sólo nos diera una idea global de la esencia del país, sino que también nos permitiera ahondar en su alma, por lo que trazamos un mapa imaginario que como un collar de perlas iba a enseñarnos casi todas las maravillas de Rumanía. ¿Y qué mejor que empezar con una de sus joyas? Nos ponemos en marcha...

¿Dónde quedaron aquellos tiempos de esplendor en los que Curtea de Arges fue la esplendorosa capital de Valaquia? Esto se preguntan a menudo los habitantes de la hermosa ciudad que aún conserva imponentes iglesias y edificios junto al río que le da nombre. Pues la respuesta la encontramos en las maniobras políticas que hicieron que la capital se trasladara a la omnipotente Bucarest. Lo que en tiempos pasados fue nudo de comercio y poder, hoy es poco más que una parada en las rutas turísticas y el primer punto importante que conecta a los visitantes con la cultura y el arte rumano. Un poco alejado del centro de la pequeña población, encontramos el pequeño pero impresionante Monasterio de Curtea de Arges, elevado a la categoría de joya del arte bizantino rumano, con una decoración que recuerda levemente a las mezquitas y palacios de Estambul, ya que la mayoría del mármol que la decora se trajo expresamente desde la lejana Bizancio.

Todo lujo era poco para albergar la tumba de varios príncipes y princesas de Valaquia, que dormirían el sueño eterno rodeados de una nube de lujo artístico. Desgraciadamente la Madre Tierra decidió moverse más de la cuenta, y en uno de esos seísmos con los que de vez en cuando nos recuerda quién manda, los hermosos frescos originales se perdieron para siempre.


 







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Hoy, restaurados siguiendo los diseños originales de la manera más fiable posible, siguen adornando la tumba de la realeza valaquia. Por supuesto que se siguen celebrando oficios religiosos, y no es extraño ser partícipes de bautizos mientras se realiza la visita al templo, como nos ocurrió a nosotros. Y justo frente a la entrada encontramos la llamada Fuente Manole, protagonista de una leyenda famosa en todo el país. Al parecer un príncipe pidió a un arquitecto que construyera la catedral de Curtea y el arquitecto, asombrado y encantado por la cantidad de oro que iba a recibir como recompensa, trabajaba en el fabuloso templo desde el alba hasta la puesta de sol junto a sus aprendices. Pero como en otras leyendas europeas, todo lo que construía de día, lo encontraba desmoronado al llegar a la obra al siguiente día. El príncipe, enfadado, le acuciaba a terminar amenazándolo con la muerte.

El arquitecto, desesperado, pensó que la solución tenía que ser un sacrificio humano, tal y como se hacía desde tiempos inmemoriales (aunque un poco bárbaros) para consagrar los templos. Por ello se prepararon para sacrificar a la primera mujer (¿y por qué no un hombre?) que pasase el siguiente amanecer por las obras de la catedral. Pero ay, la mujer en cuestión fue la mujer del arquitecto, y aún así éste no dudo en cumplir su palabra, y la emparedó entre los muros más fuertes y gruesos de la iglesia. Curiosamente la iglesia no se derrumbó más, así que el arquitecto pudo acabarla. Raudo y veloz, fue a cobrar sus dineros, pero he aquí que el príncipe había quedado tan extasiado por la belleza del templo que no quiso que hubiera otro igual, y decidió encerrar al arquitecto y sus ayudantes en una torre por el resto de sus días. Pero el final de la historia no es éste, ya que Manole, que así se llamaba el arquitecto, construyó unas enormes alas de pájaro y volando pudo escapar de su cautiverio, aterrizando donde hoy se levanta la fuente.



Muy cerca y tras atravesar un parque adornado con carros llenos de flores y cuidados parterres, podemos alargar la visita visitando la Biserica  Episcopală, donde se veneran algunas reliquias de santos rumanos, bajo una torre realmente hermosa.

A la salida, al marcharnos, nos fijamos un poco, con más calma y sin molestar, en las decenas de peregrinos que encienden sus velas, poniendo toda su fe en ellas.


Monasterio de Cozia

Después de comer en Curtea, seguimos nuestro camino y nos detuvimos para admirar esta pequeña joya que se encuentra enclavada entre montañas y lagos, concretamente en Călimănești, a orillas del río Olt. Como estamos percatándonos a lo largo de este viaje, los príncipes rumanos fueron los impulsores de  la construcción de las iglesias y monasterios del país, y Cozia no iba a ser menos, por ello en el siglo XIV uno de estos nobles valacos, ordenó la edificación del monasterio para que sirviera como centro administrativo del territorio, el mantenimiento de la cultura teológica y lo más importante para el príncipe, ser el bastión defensivo que controlara sus territorios.

En un principio la iglesia no contaba con el nártex (pórtico) que admiramos hoy en día, sino que fue añadido en reformas posteriores, cuando se pintaron los exquisitos frescos que lo decoran, la fuente, la torre del reloj y una capilla extra.




Aparte y como he dicho antes, se edificó cerca del río para que uno de sus flancos estuviera defendido por la masa de agua, rodeando el resto del recinto de  con fuertes y recios muros de piedra a modo de fortaleza. Su nombre significa “roble”, que hace referencia a los árboles que pueblan el entorno y a la dureza de estos reyes del reino vegetal.











Para llegar a él, aparcamos a un lado de la carretera y entramos por un corto paseo arbolado que nos lleva directamente al templo de piedra y ladrillo. Lo primero que llama nuestra atención es su reducido tamaño y sobre todo la gran cantidad de frescos y rosetas de piedra que lo adornan, que no dejan ni un centímetro de sus paredes sin cubrir.

El Juicio Final, las vidas de santos y como no, la Pasión de Jesucristo fue la temática elegida por los artistas serbios para plasmar su maestría en las paredes del templo .Cuando acabemos la visita no corramos hacia nuestro coche, ya que además de la iglesia podemos visitar dos capillas de cúpulas bizantinas, y un pequeño museo de arte sacro que nos presenta antiguos manuscritos e iconos y que se encuentra en el edificio donde viven los monjes que se encargan de su conservación, en un ambiente de oración y recogimiento.








Tras el edifico hay unas escalinatas que nos permiten acceder a una terraza desde donde admirar el río Olt y las montañas que lo flanquean.

Y nos vamos a pasar la noche a una ciudad con un encanto muy especial, Sibiu. ¿Saben ustedes que Sibiu también tiene un nombre alemán? Pues si, porque los germanos la conocen como Hermannstadt, ya que durante la Edad Media fue un importante centro económico y cultural con una enorme influencia sajona, que claro no vieron con buenos ojos el nombre de Sibiu y decidieron bautizarla con un nombre alemán. Y no sólo dejaron la impronta de su nombre, sino que la arquitectura (muy hermosa) de su casco histórico, también refleja esas influencias germanas tan recias pero al tiempo tan delicadas.


Y esas casas y palacios, iglesias y catedrales, casas de gremios y mercados, fueron levantadas precisamente gracias a la riqueza que el comercio con el Báltico y el Mediterráneo consiguieron amasar las familias de sajones que se convirtieron en la burguesía acaudalada de la ciudad. Basta pasear por ella para vivir el ambiente relajado y tranquilo en el que parece flotar. Anchas calles adoquinadas, flanqueadas por enormes casas y mansiones nos van acercando hasta el casco antiguo, sus parques, fuentes y jardines dan más color, si cabe a esta hermosa ciudad mestiza, con lo mejor de Rumanía y Alemania. No nos sorprendamos si la gente queda extasiada mirando los tejados de las casas, es normal, ya que parece que con sus buhardillas en forma de ojos sean las casas las que parecen  observarnos, Según se cuenta en la ciudad, es tipo de tejado con ojos, fue ideado a propósito por los colonos alemanes, para dar la sensación a los rumanos de que eran constantemente vigilados.




Hasta tal punto querían tener defendida su ciudad que levantaron murallas gigantescas, coronadas por 39 torres de las que desgraciadamente sólo quedan 8. Dentro encontramos la mayor parte de los tesoros que nos ofrece Sibiu, como la Gran Plaza, rodeada por las casonas de los gremios y de las más poderosas familias de comerciantes y nobles sajones. Sobresale entre todas las construcciones una espectacular e imponente iglesia de estilo barroco (alemán por supuesto), la Torre del Ayuntamiento y casi mimetizado con el entorno, el palacio Brukenthal, que tiene el honor de albergar el museo más antiguo de Sibiu.



  


 

Seguimos callejeando para acercarnos a la Plaza Pequeña, magníficamente restaurada y llena de pequeños y coquetos cafés y tiendas de arte. Tras dejarla atrás encontramos el llamado Puente de los Mentirosos, que es el más antiguo del país construido en metal.

Pero un momento, este puente tiene no una, sino cuatro leyendas que lo convierten en todo un mito en la ciudad. Díganme ustedes cual le gusta más.

La primera nos cuenta que el puente cruje y se mueve si mentimos mientras lo cruzamos. La segunda dice deber su nombre a las promesas de amor que hacían los jóvenes militares a sus amantes y que nunca cumplirían. Mientras que una tercera habla de que las jóvenes casaderas que juraban ser vírgenes y llegado el matrimonio se descubría que no lo eran, serían arrojadas desde lo alto del puente como castigo. La cuarta y última, y quizá la más probable, nos habla de que dada la proximidad de la Plaza Pequeña donde se concentraban los mercaderes, en una ocasión sirvió como lugar de escarnio y vergüenza para unos tenderos que se dedicaban a estafar a los habitantes más pobres de la ciudad. ¿Cuál les ha gustado más? Para terminar la visita nos acercamos a la pequeña Plaza Huet, ocupada en su totalidad por la Catedral Evangélica que tiene el mayor órgano de Rumanía y luego, de camino al restaurante donde cenaríamos, la Catedral de la Santísima Trinidad, en un exquisito estilo Neobizantino. 

 
Para nuestra primera cena del viaje elegimos un restaurante que fue todo un acierto el magnífico Sibiul Vechi.

Casi mimetizado con las puertas de los edificios de la calle A. Papiu Ilarian, encontramos este minúsculo pero acogedor restaurante. Debemos bajar unas escaleras hasta llegar a una antigua cava que pertenecía al edificio donde se encuentra el restaurante. Apenas tardamos en sentarnos a comer, y los camareros, amables y políglotas nos recomendaron lo mejor de la comida auténticamente transilvana.



Yo me decidí por una suculenta  ciorbă de perişoare (sopa de albóndigas), y la Cesta del Pastor, un solomillo relleno de champiñones y embutidos,  acompañado de salsa y pan de polenta, todo ello regado con una helada cerveza Ursus.




Después del largo día nos fuimos a descansar a nuestro Hotel Golden Tulip Ana Sibiu, que sin duda fue uno de los mejores de todo el viaje.

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