Y tras este precioso amanecer desde la sala de desayunos de nuestro hotel, continuamos ruta.
Sighisoara
Y llegamos a Sighisoara, lugar de
nacimiento del Príncipe Vlad Tepes, alter ego del sangriento Drácula.
La ciudad está exenta de tráfico
rodado, por lo que hay que dejar el coche en un parking a los pies del
promontorio sobre el que se eleva y subir una empinada cuesta de piedra, que
nos lleva directamente hasta la entrada.
Ésta está marcada por la Torre Croitorilor , o Torre de
los Sastres. Aquí debemos puntualizar que estas grandes construcciones que salpican las murallas de
la ciudad, eran financiadas por los gremios de la ciudad, y por ello mantenidas
y restauradas por ellos. La de los sastres fue levantada en pleno siglo XIV, lo
que la convierte en una de las más antiguas de Sighisoara.
Aprovecho este momento para
presentarles la ciudad. Tal y como vimos en la anterior ciudad de Sibiu, también
Sighisoara fue fundada y ocupada por comerciantes sajones, que del mismo modo
la enriquecieron, de tal manera que hoy, aparte de poder ser disfrutada y
admirada por todos sus visitantes, se encuentra incluida en el catálogo de la UNESCO.
El lugar lo ocupaba un antiguo
castro romano, que aprovechaba la situación privilegiada sobre el promontorio.
Paseemos hasta su corazón, la Pia ța Cetății, amplia y luminosa,
rodeada de bares, restaurantes y tiendas.
En el pasado estos locales y edificios pertenecían a los
gremios más importantes y poderosos, como el de los orfebres o carpinteros. De
sus maravillosas artes poco queda ya, aparte de algún que otro artesano que se
resiste a dejar de trabajar la madera como antaño.
Tomando la más ancha de las callejuelas que salen de la
plaza, nos dirigimos a la fastuosa Torre del Reloj, que ejerce al mismo tiempo
de torre del antiguo ayuntamiento. De ella me gustaría destacar el curioso
reloj con figuras móviles, que tanto nos recuerda al de Praga o Berna.
Lo alta e imponente de la torre, hace que pueda ser vista
desde casi cualquier lugar de la ciudad. Pensemos que son 64 metros de altura y de
ellos 34 corresponden al puntiagudo tejado, donde reina el consabido gallo de
los vientos. Fijémonos también en las pequeñas tejas policromadas al gusto
austriaco y las torrecillas de las esquinas que representaban la autoridad
local.
Pero volvamos al reloj.
Tanto en la fachada norte, como en la sur, encontramos unos
nichos decorados con estatuas que personifican la Paz , la Justicia , la Ley , el día, la noche (representadas por ángeles)
y a un tamborilero. Y aquí empiezan los movimientos.
Todos los días a las seis de la mañana, el ángel que
representa el día aparece ante los adormilados ojos de los habitantes de
Sighisoara, y lo mismo hace el que se identifica con la noche aproximadamente a las
seis de la tarde ( además con dos velas encendidas) para recordar a los
anteriores que es hora de retirarse a descansar.
Si cruzamos
bajo a torre y aparecemos al otro lado de ésta, veremos que la cosa es
diferente, ya que lo que encontramos es una especie de tambor giratorio que sólo
deja ver una figura.
Y seguimos nuestro recorrido
visitando la Iglesia y monasterio dominico que se alza junto a la Torre del Reloj.
Por fuera muestra las líneas
austeras y simples del gótico tardío, pero dentro encontramos una pequeña
explosión barroca. Y digo pequeña, porque se decoró cuando este estilo artístico
estaba prácticamente en el útero, y por ello los pilares, los arcos, el altar
los bancos y balcones apenas dejan ver esa exuberancia del barroco en plenitud
al que estamos acostumbrados.
Paseando la iglesia y en suelo y
paredes, vemos la exquisita colección de alfombras típicas de lana transilvana
que permitían aislar del frío y hoy se consideran objetos de gran valor por su difícil
confección y excelente estado de conservación.
La estrella de la iglesia es la
pila bautismal, de bronce puro y que data del año 1440.
Hay que destacar también los
balcones que rodean toda la nave, con pinturas sobre madera que representas
escenas de la historia espiritual de la iglesia y la ciudad.
A un lado hay un pequeño pasillo
que actúa como museo con obras de arte pendientes de restauración.
Por fuera encontramos dos puntos de interés. Por un lado una vista espectacular desde uno de los miradores de la ciudad.
Y por otra un monumento con el que vamos a empezar a contar una historia que hoy acaba aprendiendo todo aquel que visita Rumanía para saber más de un personaje de ficción llamado Drácula, que se inspiró en uno real llamado Vlad Tepes.
Según cuentan los libros de historia Vlad Dracul ( padre
de Vlad Tepes) era un príncipe rumano perteneciente a la Orden del Dragón ( Dracul en
rumano) y como tal gobernó de manera férrea pero benevolente sus territorios y
súbditos de tal manera que era un príncipe amado y respetado.
Pero he aquí que los turcos invadieron sus tierras y su
vida dio una vuelta de tuerca que transformaría su vida para siempre.
El noble, por el bien de su pueblo quería la paz a toda
costa, pero los turcos querían una garantía y le exigieron la entrega de dos de
sus hijos como rehén, para garantizar que no les atacaría so pena de recibir las
cabezas de sus vástagos dentro de un saco.
Así que se vio obligado a entregar en 1444 a dos de sus tres
hijos: Vlad Tepes, de 13 años, y su hermano Radu. Y a Constantinopla se fueron
por tanto los dos príncipes rumanos a recibir una educación “a la turca” de
manos del mismísimo sultán Murat II.
Cuando llegó el momento de la mayoría de edad, Vlad regresó
a casa y la escena que le esperaba fue la del mismísimo infierno. Su padre había
sido apaleado y a su tío le habían quemado los ojos con un hierro al rojo vivo. ¿Y
quién era el responsable? Un antiguo noble aliado de su padre respaldado por la
aristocracia local, que habían entendido que el príncipe se había vendido a los
otomanos.
Coronado rey de Valaquia por los turcos, Vlad dedicó los
primeros años de su reinado a vengarse de todos aquellos que habían matado a su
padre y cegado a su tío. El punto más cruel de esta venganza tuvo lugar durante
una cena de Navidad a la que invitó a toda la nobleza de Valaquia. Al final de
la misma y cuando más ebrios y cansados estaban los asistentes, Vlad ordenó
empalar (ser atravesados por una estaca que entraba por perineo y salía por la
boca) a los más viejos y condenó a los más jóvenes a trabajar a perpetuidad en
las obras de las nuevas fortalezas con las que pretendía defender su reino. Dejemos
momentáneamente aquí la historia de nuestro querido Vlad.
Vamos a acercarnos antes de comer a otra iglesia y a un cementerio muy especial.
Éstos se encuentran en lo alto de una colina, y la única manera de acceder hasta ella es mediante una escalera un tanto pintoresca.
La llamada escalera de los estudiantes la encontramos justo frente
a la plaza principal, y servía para proteger a los educandos que debían acudir
a las clases que se impartían en la escuela de la colina. No sólo evitaban el
frío de las heladas mañanas de Sighisoara, sino también los peligrosos resbalones
que la nieve producía al subir los empinados caminos de la montaña.
Tras subir 175 de los 300 que la formaban en sus orígenes, allá
por 1640, nos plantamos en lo alto de la colina.
Aquí arriba encontramos la Iglesia de San Nicolás de la Colina , evangélica para más
señas, y que se considera el monumento
arquitectónico más valioso de la ciudad, por ser la cuarta iglesia gótica más
grande de Transilvania y un campanario de 42 metros de altura.
Pero más que la iglesia me interesaba el cementerio que se
desparramaba a su alrededor. Y digo desparramaba porque pareciera que las
tumbas las hubieran diseminado como un granjero siembra semillas de trigo o
cebada, tal era la imagen que se presentaba ante mis ojos al entrar al
camposanto.
Incluido en el Patrimonio de la Unesco , este pequeño cementerio presenta una
colección de lápidas funerarias en piedra del siglo XVIII única en el mundo,
sumergidas en un silencio y una paz que las hacen aún más especiales. Por el
curioso parque funerario deambulan pavos reales, ardillas, pájaros carpinteros
y un sinfín de animales que parecen dar vida a lo que en otro lugar se tendría
como un lugar de recogimiento y respeto.
Es conocido por los lugareños como el Cementerio Sajón,
por ser el lugar de último descanso de los alemanes que vivieron durante siglos
en tierras rumanas, por lo que la mayoría de las tumbas llevan nombres
germanos.
Bajamos de nuevo las escaleras para callejear un poco antes de la
comida y nos tropezamos con la iglesia católica de San José. De líneas muy
puras y originariamente erigida en 1894 de mano de los húngaros en un estilo
que recuerda claramente a las iglesias del norte de Italia, fue destruida casi
totalmente por un incendio en 1984 y reconstruida siguiendo los planos
originales conservados en el ayuntamiento, lo que nos permite verla tal y como
la dejaron sus arquitectos hace más de 100 años.
A apenas unos pasos encontramos la torre más hermosa y característica de Sighisoara, la torre de Cizmarilor
Perteneciente al gremio de los zapateros, data del siglo XIV y fue
durante siglos el principal baluarte de defensa de cara al río. Hoy está
cerrada al público y en su interior se edita un periódico local y emite una
radio regional.
Y nos despedimos de Sighisoara con el plato fuerte del día...
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